Límite (37 page)

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Authors: Schätzing Frank

BOOK: Límite
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Según estimaba Jericho, Chen había visto la luz del mundo entre los años 1966 y 1969: una época en que su nombre era tan poco frecuente como los gusanos en una lechuga. Hongbing significa literalmente «Soldado Rojo».

Tu mira hacia el sol.

—Hongbing tiene una hija. —Suena como si ese solo hecho fuera algo digno de la historiografía. Los ojos de Tu se iluminan, pero luego él mismo se llama al orden—. Es una joven muy guapa y, por desgracia, también demasiado imprudente. Hace dos días desapareció sin dejar rastro. Por lo general confía en mí, puedo decir incluso que confía más en mí que en su padre. Pero, en fin, al parecer, no es la primera vez que desaparece, aunque antes solía avisar. A Chen, a mí o al menos a uno de sus amigos.

—Y esta vez se ha olvidado de hacerlo.

—O no tuvo la oportunidad. Hongbing está terriblemente preocupado, y con razón, por cierto. Yoyo tiende a meterse con las personas equivocadas. O digamos sencillamente que se mete con las personas con las que tiene que meterse.

Con esas palabras, Tu ha esbozado el problema a su manera. Jericho permanece callado. Sabe lo que se espera de él. Además, el nombre de Yoyo ha desatado algo en su interior.

—Y yo debo buscar a la chica.

—Me harías un gran favor si recibieras a Chen Hongbing. —Tu divisa con alegría su pelota y apura el paso—. Por supuesto, sólo si ves alguna posibilidad.

—¿Qué es exactamente lo que ha hecho? —pregunta Jericho—. Me refiero a Yoyo.

Tu se detiene junto a aquella cosa blanca que resalta en el césped, mira a su amigo a los ojos y sonríe. Su mirada significa que quiere hacer un hoyo. Jericho le devuelve la sonrisa.

—Dile a tu amigo que será un honor para mí.

Tu asiente como si no hubiese esperado otra cosa. Llama a Jericho por segunda vez
xiongdi
y le dedica toda su atención al palo y a la pelota.

Los chinos de las generaciones más jóvenes apenas conocían las reglas del juego. Su tono se había globalizado. Si alguno quería una cosa de otro, por lo general iba al grano. Con Chen Hongbing era muy diferente. Sus costumbres lo identificaban como al representante de una antigua China, en la que, por miles de razones diferentes, podías perder tu prestigio. Jericho se mostró irresoluto por un momento, pero entonces tuvo una idea sobre cómo quitarle hierro a la situación a favor de Chen. Se agachó, sacó un cúter de la caja de herramientas situada junto al escritorio y, con cortes rápidos, empezó a retirar el plástico que envolvía uno de los sillones.

Chen alzó las manos, horrorizado.

—¡Se lo suplico! Esto me avergüenza muchísimo...

—No tiene por qué —dijo Jericho con jovialidad—. Para serle franco, he estado especulando con la idea de que me ayude usted. En la caja de herramientas hay otro cúter. ¿Qué le parece que nos unamos y hagamos un poco habitable esta estancia?

Fue un ataque por sorpresa. Al mismo tiempo, le ofrecía a Chen una salida del embrollo en el que él mismo se había metido: tú me ayudas y yo te ayudo, aunque sea contribuyendo a mi mudanza con el fin de que ambos podamos sentarnos cómodamente.
Quid pro quo.

Chen se mostró inseguro. Se rascó la cabeza, se incorporó, sacó el cúter de la caja y se hizo cargo del otro sillón. Mientras cortaba la cinta, pareció relajarse.

—Realmente agradezco mucho su ofrecimiento, señor Jericho. Lamentablemente, Tian no tuvo oportunidad de contarme lo de la mudanza.

Eso equivalía a decir, más o menos, que el idiota de Tu no le había dicho nada.

Jericho se encogió de hombros y tiró del plástico de su sillón.

—Él no sabía nada al respecto.

Tampoco eso era cierto, pero con ello la reputación de Tu quedaba salvada por ambas partes, y él y Chen podían dedicarse a asuntos más importantes. Uno tras otro, empujaron los sillones y los colocaron delante del escritorio.

—No está mal —dijo Jericho sonriendo—. Ahora lo que necesitamos es algo que nos dé fuerzas. ¿Qué le parece? Podría ir a buscar un café. En la planta baja hay una pastelería donde hacen un...

—No se preocupe —lo interrumpió Chen—. Yo iré a buscarlo.

«¡Ah, sí! El juego.»

—¡De ninguna manera!

—Pero claro.

—No, es para mí un placer, usted es mi invitado.

—Y usted me recibió sin cita previa. Como ya le he dicho...

—Es lo mínimo que puedo hacer por usted. ¿Cómo quiere su café?

—¿Cómo quiere usted el suyo?

—Muy amable, pero...

—¿Quiere nuez moscada en el suyo?

Era el último grito: nuez moscada en el café. Se decía que, gracias a ello, la cadena Starbucks había evitado la quiebra el pasado invierno. Ahora, de un tiempo a esa parte, todo el mundo tomaba café con nuez moscada y juraba que sabía delicioso. Jericho recordaba aquella moda del café expreso estilo Sichuán que había recorrido el país unos años antes, transformando el disfrute del café italiano en una versión asiática del infierno de Dante. En una ocasión, Jericho había probado un sorbo del borde de la taza y, días después, aún mantenía la sensación de poder arrancarse a tiras la piel de los labios.

—Un capuchino normal sería magnífico —aceptó—. La pastelería está en la planta baja, a la izquierda.

Chen Hongbing asintió.

Y de repente también sonrió. La piel de su rostro se estiró de tal modo que Jericho temió que fuera a rasgarse, pero se trataba de una sonrisa amistosa y digna de ver que se perdía en el desierto agrietado situado bajo los ojos.

—En realidad ella no se llama Yoyo —dijo Chen una vez se sentaron juntos a tomar su café. Entretanto, Jericho había encendido el aire acondicionado y ahora había una temperatura bastante soportable. Chen adoptó tal postura en su asiento que parecía que el mullido sillón de cuero fuese a expulsarlo de un momento a otro, pero, comparado con el hombre que hacía quince minutos había cruzado el dintel de la puerta, daba una impresión casi equilibrada.

—¿Cuál es su verdadero nombre?

—Yuyun.

—«Nube de Jade» —Jericho alzó las cejas en señal de reconocimiento—. Una buena elección.

—¡Oh, lo estuve pensando mucho! Debía ser un nombre fácil y fresco, lleno de poesía, lleno de... —La mirada de Chen se cubrió con un velo y se perdió en una lejanía indeterminada.

—...de armonía —añadió Jericho.

—Eso, de armonía.

—¿Por qué se hace llamar Yoyo?

—No lo sé —suspiró Chen—. La verdad es que sé muy poco acerca de ella, ése es el problema. No se entiende a una persona por el mero hecho de ponerle una etiqueta. El titular no determina el contenido. Porque, dígame, ¿qué son los nombres? Palabras de aliento para gente perdida, y eso en el mejor de los casos. Sin embargo, uno espera una excepción con los propios hijos, nos quedamos como atontados. Como si el nombre pudiera cambiar algo. ¡Como si cada nombre ocultara una verdad!

Chen tomó de forma ruidosa un sorbo de su café.

—¿Y Yoyo..., Yuyun desapareció?

—Sigamos mejor con Yoyo. Aparte de mí, nadie la conoce por el nombre de Yuyun. Sí, hace dos días que ni la veo ni hablo con ella. ¿Tu Tian no le ha contado nada?

—Muy poco.

Por razones desconocidas, eso pareció alegrar a Chen. Entonces Jericho recordó algo. ¿Cómo se lo había dicho Tu? «...puedo decir incluso que confía más en mí que en su padre.» Cualquiera que fuese la relación que unía a Tu y a Chen, por muy estrecho que fuera el vínculo entre ellos, esa predilección por Yoyo se interponía entre ambos. Y ahora Chen tenía la agradable certeza de que Tu tampoco sabía nada esta vez.

—Bueno, teníamos una cita —continuó Hongbing—. Anteayer; se suponía que nos encontraríamos para comer en Liaoning Lu. Esperé más de una hora, pero ella no apareció. Primero pensé que era a causa de nuestra discusión, que todavía estaba enojada, pero después...

—¿Tuvieron una discusión?

—Estuvimos evitándonos durante un tiempo, cuando me vi enfrentado a las circunstancias de su partida de casa hará unos diez días; sucedió así, sin más. Ella no consideró necesario escuchar mis consejos sobre el asunto, tampoco aceptó mi ayuda.

—¿Usted no estaba de acuerdo?

—Me pareció precipitado, y se lo dije. ¡Con toda claridad! Le dije que no había el menor motivo, que estaba más a salvo conmigo que en esa cueva de ladrones que frecuenta desde hace años; le dije también que no sacaría nada bueno de esos tipos... En fin, que no era prudente. —Chen miró el vaso de plástico que tenía en la mano.

Se hizo el silencio durante un tiempo. Unos universos de polvo se formaron de repente y desaparecieron bajo la luz del sol. Jericho sintió un cosquilleo en la nariz, pero contuvo las ganas de estornudar. En su lugar, intentó recordar dónde había leído ya el nombre de Yoyo Chen.

—Yoyo tiene muchos talentos —prosiguió Chen en voz baja—. Quizá la he limitado demasiado, pero no tenía otra opción. Ella provocaba la indignación de los círculos más poderosos, el juego se fue haciendo cada vez más peligroso. Hace cinco años la... Y todo por no querer seguir mi consejo.

—¿Qué delito cometió?

—¿Delito? Ella hizo caso omiso de mis advertencias.

—Sí, lo sé. Pero eso no es un delito. ¿Por qué la arrestaron?

Chen parpadeó con recelo.

—Yo no he sido tan explícito.

Jericho frunció el ceño. Se inclinó hacia adelante, unió las puntas de los dedos y miró a Chen a los ojos.

—Escuche, no quiero presionarlo de ninguna manera, pero así no llegaremos muy lejos. No creo que haya venido usted a contarme que el Partido le colgó una medalla del cuello a Yoyo, así que hablemos claro. ¿Qué fue lo que hizo su hija?

—Ella... —Chen pareció buscar una frase en la que no aparecieran términos como «disidencia».

—¿Puedo expresar una suposición?

Chen vaciló. Luego asintió.

—Yoyo es una disidente. —Jericho sabía que así era. ¿Dónde demonios había leído su nombre?—. Critica al sistema desde Internet. Lleva años haciéndolo. Ha llamado la atención de muchas maneras, pero hasta anteayer había salido bien parada. Ahora es posible que haya ocurrido algo. Y a usted le preocupa que la hayan detenido.

—Ella dijo que yo era la última persona que debería recriminarla por eso —susurró Chen—. Pero lo único que yo hacía era intentar protegerla. Discutimos por eso muchas veces, muchas, y ella me gritaba. Me dijo que era inútil, que yo no dejaba que nadie se me acercase, ni siquiera a mi propia hija, y que cómo precisamente yo... Me dijo que mi prédica era como la del gallo que critica el canto matutino de otros gallos.

Jericho esperó pacientemente. De pronto, la expresión de Chen se endureció.

—Pero no quiero importunarlo con tales historias —concluyó—. El hecho es que lleva dos días sin dar señales de vida.

—Tal vez las cosas no sean tan graves como usted se las imagina. No sería la primera vez que un chico desaparece después de una discusión. Se refugian en sus amigos, fingen estar muertos durante un tiempo, sólo para darles una lección a sus padres.

Chen negó con la cabeza.

—Yoyo, no. Ella nunca tomaría una pelea como pretexto para hacer algo así.

—Usted mismo ha dicho que conoce muy poco a su hija...

—Pero en este sentido la conozco bastante bien. En muchos aspectos nos parecemos. Yoyo odia las niñerías.

—¿Les ha preguntado a las autoridades?

Chen apretó los puños. El blanco de los nudillos resaltó en su mano, pero su rostro permaneció inexpresivo. Jericho sabía que se estaban acercando al punto decisivo, la verdadera razón por la que Tu le había enviado a su amigo.

—Les ha preguntado, ¿verdad?

—¡No, no lo he hecho! —Parecía que Chen rumiaba las palabras antes de soltarlas—. ¡No puedo hacerlo! No puedo indagar con las autoridades sin ponerlas sobre la pista de Yoyo.

—Entonces..., ¿no es seguro que Yoyo haya sido arrestada?

—La última vez pasé semanas sin saber con certeza en qué comisaría la tenían retenida. Pero que estaba detenida lo supe pocas horas después de su arresto. Debe usted saber que durante años tuve el privilegio de hacer algunos contactos importantes. Hay personas que están dispuestas a hacer valer sus influencias por mí y por Yoyo.

—Como Tu Tian, por ejemplo.

—Él y otros. Gracias a eso supe que Yoyo estaba en la cárcel. Me informé con esos... amigos..., pero ellos afirman no saber nada sobre el paradero de mi hija. No me sorprendería que, una vez más, les haya dado a las autoridades motivos para perseguirla, pero tal vez todavía no se han enterado.

—¿Cree usted que Yoyo, simplemente, sintió miedo y que, por seguridad, se ha ocultado por un tiempo?

Chen se amasó los dedos. A Jericho le pareció como si estuviera tensando un arco. Luego suspiró.

—Si yo acudiera ahora a la policía —prosiguió Chen—, podría estar sembrando el recelo en el terreno de la ignorancia. Una vez más, le echarían el ojo a Yoyo, independientemente de que hubiera cometido o no un delito. Para ellos, cualquier motivo sería perfecto. Yoyo ha estado evitando provocarlos por un tiempo, y a mí me pareció que ha aprendido la lección y hecho las paces con su pasado, pero... —Chen miró a Jericho desde sus apagados ojos oscuros. Esta vez no parpadeó—. ¿Entiende usted mi dilema, señor Jericho?

El detective lo observó en silencio. Se echó hacia atrás en el sillón y reflexionó. Mientras Chen siguiera tratando el asunto con rodeos, como un lobo alrededor de un fuego, no llegarían a ninguna parte. Hasta ahora, su huésped sólo había hecho un par de insinuaciones. Jericho dudaba de que Chen fuera consciente de ello. Había interiorizado de tal modo el andarse con zigzags, que por lo visto ahora le parecía que caminaba en línea recta.

—No quiero presionarlo, señor Chen... Pero ¿es posible que sea usted la persona equivocada para acudir a las autoridades en busca de información sobre un tema relacionado con actividades subversivas?

—¿Qué quiere decir?

—Simplemente estoy expresando la presunción de que a Yoyo no sólo la persiguen por lo que ella hace.

—Entiendo. —Chen lo miró fijamente—. Tiene razón, no todo lo que hice en el pasado es ahora una ventaja para Yoyo. En cualquier caso, no le haría ningún favor yendo a la policía. ¿Podríamos dejarlo aquí por ahora?

Jericho asintió con la cabeza.

—¿Conoce usted el tema central de mi trabajo? —preguntó—. ¿Tian lo ha puesto al corriente de la situación?

—Sí.

—Mi coto de caza es la red. Supongo que él me ha recomendado porque Yoyo se ha vuelto muy activa en Internet.

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