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Authors: Schätzing Frank

Límite (41 page)

BOOK: Límite
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Tras su liberación, Liu Di cambió el acero por un metal mucho más resistente. El Ratón de Titanio había aprendido algo. Le declaró la guerra a un aparato que Mao no podría haber concebido ni en sus sueños más delirantes: la Cypol, la policía cibernética de China. Liu Di creó foros de Internet a través de servidores extranjeros, y diseñaba sus blogs con la ayuda de programas que filtraban las palabras capciosas ya desde el momento en que se escribían. Otros siguieron su ejemplo, se volvieron cada vez más refinados, y entretanto el Partido sí que empezó a tener
verdaderas
razones para preocuparse. Porque, mientras las veteranas como Ratón de Titanio no hacían nada por ocultar su identidad real, Los Guardianes empezaron a recorrer la red como una especie de fantasmas. Para seguirles el rastro habrían necesitado trampas mucho más sofisticadas, trampas que Pekín ponía una y otra vez, pero sin que nadie, hasta el momento, hubiera caído en ellas.

—Hasta el día de hoy, el Partido no tiene ni idea de cuántas personas integran el grupo. A veces se cree que son varias decenas, otras veces esperan vérselas con individuos aislados. En cualquier caso, se trata de un tumor cancerígeno destinado a corroer desde dentro nuestra boyante y sana República Popular. —Tu sorbió una porción de mocos y los escupió delante de sus pies—. Ahora bien, se sabe lo que nos llega de Pekín, sobre todo rumores y cosas poco concretas, pero no cuán grande es realmente la organización.

Jericho reflexionó sobre esto último. No recordaba haber oído hablar de ningún arresto a alguno de Los Guardianes.

—¡Bueno, lo que suelen hacer es apresar a cualquiera y decir que pertenece a la banda! —dijo Tu, como si acabara de leerle el pensamiento a su amigo—. Pero, en fin, yo sé muy bien que hasta el día de hoy no han conseguido detener a nadie. Inconcebible, ¿verdad? Quiero decir, persiguen a un ejército, debería haber al menos algún prisionero de guerra.

—Persiguen algo que se asemeja a un ejército —lo acotó Jericho.

—Estás bastante cerca.

—Ese ejército no existe. Son sólo unos pocos, pero saben escabullirse de los investigadores a través de la red. De modo que se les da más importancia, se los presenta como más peligrosos y astutos de lo que son, y así desvían la atención del hecho de que hasta hoy el gobierno no ha conseguido sacar de circulación a un puñado de
hackers.

—¿Y qué conclusión extraes tú de eso?

—Pues que tú, para ser un honorable caballero al servicio de Pekín, sospechosamente sabes demasiado acerca de un montón de disidentes cibernéticos. —Jericho miró a Tu con el ceño fruncido—. ¿Sólo me lo parece, o tienes algunas cartas en ese juego?

—¿Por qué no me preguntas directamente si pertenezco al grupo?

—Es lo que acabo de hacer.

—La respuesta es no. Pero puedo decirte que toda esa tropa está formada por seis personas. Nunca fueron más.

—¿Y Yoyo es una de ellos?

—Bueno. —Tu se frotó la nuca—. Eso no es del todo exacto.

—¿Entonces?

—Ella es la cabecilla. Yoyo fue quien dio vida a Los Guardianes.

Jericho sonrió. En ese espejo distorsionado que era Internet, todo era posible. La presencia de Los Guardianes ponía en evidencia que tenían que vérselas con un grupo de mayores dimensiones, gente capaz, en caso de duda, de espiar los secretos del gobierno. Sus acciones estaban bien pensadas, y lo que publicaban estaba respaldado por pesquisas impecables. Daban la impresión de ser una red muy bien ramificada, en realidad todo se debía a un número variado de simpatizantes que no estaban unidos al grupo ni poseían ningún conocimiento sobre su estructura interna. Bien mirado, todas las acciones de Los Guardianes podían reducirse a un pequeño colectivo de
hackers
confabulados. No obstante...

—...tienen que estar constantemente informados sobre los últimos acontecimientos —murmuró Jericho.

Tu le dio un codazo en el costado.

—¿Hablas conmigo?

—¿Qué? No. ¿Qué edad tiene Yoyo ahora mismo?

—Veinticinco.

—Ninguna chica de veinticinco años es tan astuta como para burlar a los servicios de seguridad por demasiado tiempo.

—Yoyo destaca por tener una inteligencia sobresaliente.

—No me refiero a eso. Puede que el gobierno tenga dificultades para seguir el rastro a los piratas informáticos, pero tampoco es tonto del todo. Con los métodos tradicionales resulta imposible burlar el Escudo de Diamante, y en algún momento tendrías a la policía cibernética encima. Yoyo debe de tener acceso a programas con los que siempre están un paso por delante de los polis.

Tu se encogió de hombros.

—Lo que, necesariamente, nos dice que la chica conoce bien esos programas —añadió Jericho, tensando el hilo un poco más—. ¿Quiénes son los otros miembros?

—Unos tipos. Estudiantes como Yoyo.

—¿Y cómo sabes tú todo eso?

—Yoyo me lo ha contado.

—Ella te lo ha contado —repitió Jericho, e hizo una pausa—. Pero a Chen no se lo contó, ¿no?

—Lo intentó, sólo que Chen no quiso saber nada del asunto. Él no la escucha, por eso ella acudió a mí.

—¿Y por qué precisamente a ti?

—Owen, no tienes por qué saberlo todo...

—Sólo intento entender.

Tu suspiró y se pasó la mano por la calva.

—Digamos que ayudo a Yoyo a comprender a su padre. Eso es, en todo caso, lo que ella espera de mí. —Tu alzó un dedo—. Y ahora no me preguntes qué es lo que hay que entender. Eso no te incumbe en absoluto, maldita sea.

—Hablas con acertijos, al igual que Chen —gruñó Jericho de mal humor.

—Al contrario, te estoy mostrando un exceso de confianza.

—Pues, en ese caso, sigue confiando. Si debo encontrar a Yoyo, tengo que conocer los nombres de los demás Guardianes. Tengo que ir a verlos, preguntarle a alguien.

—Parte de la idea, sencillamente, de que los demás también han pasado a la clandestinidad.

—O que han sido enchironados.

—Apenas. Hace algunos años tuve oportunidad de echar un vistazo en la maquinaria de la «generosa» asistencia social de nuestro gobierno, ese sitio donde te miran a la cabeza y siempre te encuentran afectado por algún tipo de trastorno mental. Conozco a esos tipos. Si hubieran apresado a Los Guardianes, se habrían jactado de ello a voz en cuello desde hace mucho. Una cosa es hacer que cierta gente desaparezca, pero cuando alguien se burla de ti en tus propias narices y te hace quedar en público como un imbécil, pones su cabeza en una lanza en cuanto lo tienes en tus manos. Yoyo ha conseguido hacer rabiar al Partido, y ellos no van a permitir una cosa así.

—¿Cómo fue que Yoyo se metió en esto?

—Como suele meterse en tales líos la gente joven: contrajo la epidemia de la
zi you,
la libertad. —Tu metió los dedos por entre los botones de la camisa y se rascó la barriga—. Hace ya algunos años que vives aquí, Owen, creo que entiendes bastante bien a mi pueblo. O digamos mejor que entiendes lo que ves. Pero hay un par de cosas que siguen estando veladas para ti. Todo lo que está sucediendo hoy en el Imperio del Centro es la consecuencia lógica de procesos y rupturas de nuestra historia. Sé que eso suena a guía turística. Los europeos piensan constantemente que toda esa pose del yin y el yang, esa insistencia en las tradiciones es una chorrada folclórica, destinada a confundir y a ocultar el hecho de que somos una banda de plagiarios avariciosos que quieren dejar su impronta en el mundo, que violan sin cesar los derechos humanos y que, desde Mao, ya no cuentan con ningún ideal. Sin embargo, durante dos mil años Europa fue un caldero en el que constantemente estuvieron echando cosas nuevas. Un tejido improvisado que unía varios estados de ánimo identitarios y que intentaba, además, convertirse en una alfombra. Os habéis pisoteado mutuamente, os habéis apropiado de las costumbres y las tradiciones de vuestros vecinos, incluso mientras todavía combatíais contra ellos. Imperios gigantescos surgieron y desaparecieron a un ritmo vertiginoso. En cierta época fueron los romanos, otras veces los franceses, los alemanes o los británicos los que llevaron la voz cantante. Habláis de una Europa unida, pero continuáis hablando en varios idiomas, más de los que sois capaces de comprender, y por si eso no bastara, importáis a Asia, Estados Unidos y los Balcanes. Os esforzáis de corazón en venderle al resto del mundo, como un patriotismo sano, vuestros himnos y consignas, el«
Vive la France
», el«
God save the Queen
» y el
«Deutschland, einig Vaterland»,
pero al mismo tiempo despedazáis vuestra singularidad a partir del criterio de su valor comercial y no con su respectiva historia como trasfondo. No podéis comprender cómo a un pueblo que casi todo el tiempo se bastó a sí mismo, porque le parecía que el centro no necesitaba conocer sus periferias, le cueste tanto trabajo aceptar cosas nuevas, sobre todo cuando éstas no son traídas desde el exterior.

—Eso sabéis disimularlo de manera magistral —resopló Jericho—. Conducís coches alemanes, franceses y coreanos, calzáis zapatos italianos, veis películas estadounidenses, la verdad es que no conozco ningún otro pueblo que se haya proyectado hacia el exterior tanto como el vuestro.

—¿Proyectado hacia el exterior? —Tu rió secamente—. Lo has dicho muy bien, Owen. Pero ¿qué es lo que sale a la luz cuando te proyectas hacia el exterior, cuando te vuelves del revés? Las vísceras. ¿Y qué ves tú? ¿Qué es, concretamente, lo que proyectamos hacia el exterior? Pues sólo lo que vosotros sois capaces de identificar. ¿No queríais que nos abriéramos? Pues lo hicimos, empezamos en la década de 1980, bajo el liderazgo de Deng Xiaoping. ¿No queríais hacer negocios con nosotros? Los hacéis. Todo lo que los emperadores chinos no quisieron de vosotros durante milenios os lo hemos comprado en un plazo de pocos años, y vosotros habéis estado encantados de vendérnoslo. Ahora nosotros os lo vendemos de vuelta, ¡y vosotros lo compráis! Además, queríais tener una buena ración de la auténtica China. Y también la tenéis, pero no os gusta demasiado. Os acaloráis desmedidamente por el hecho de que pisoteemos los derechos humanos, pero, en el fondo, lo que no entendéis es que alguien pueda ser detenido por sus opiniones en un país en el que se bebe Coca-Cola. Eso no cabe en vuestras mentes. Vuestros etnólogos denuncian la desaparición de los últimos caníbales y abogan por que se preserve su hábitat, pero ay si de repente esos mismos caníbales empiezan a hacer negocios y a llevar corbata. En ese caso, enseguida pretendéis que, de golpe, empiecen a comer gallinas y verduras.

—Tian, de verdad que, por mucho que lo intente, no sé...

—¿Tienes realmente claro que el término
zi you
no fue exportado a China hasta la mitad del siglo diecinueve? —continuó Tu, implacable—. Durante cinco mil años de historia china no hubo la menor oportunidad para que ese concepto aflorara entre nosotros, y la misma suerte corrieron otros conceptos como
min zhu,
democracia, o
ren quan,
derechos humanos. Ahora bien, ¿qué quiere decir
zi you?
Más o menos significa «ser fiel a ti mismo». Situar tu persona y tus puntos de vista como punto de partida de toda reflexión y no seguir el dogma del pensar y el sentir de la masa. Puedes decirme que la demonización del individuo es una invención de Mao, pero eso sería engañoso. Mao Zedong no fue más que una horrorosa variante de nuestro ancestral miedo a ser nosotros mismos. Tal vez fuera un castigo justo para nosotros, ya que nos habíamos congelado en la convicción de que, aparte de los chinos, sólo existían los bárbaros. Cuando China, forzada por las circunstancias, se abrió a las potencias occidentales, ello tuvo lugar en medio de un absoluto desconocimiento de lo que cualquier otro pueblo con experiencia colonial sabe por mera intuición. Nos creíamos anfitriones, mientras que los huéspedes, hacía tiempo, se habían convertido en propietarios. Mao quiso cambiar ese estado de cosas, pero, sencillamente, no sólo intentó dar marcha atrás a la rueda de la historia, como hicieron más tarde los ayatolás en Persia. Sus esfuerzos tenían como objetivo suprimir la historia y aislar a China en la cumbre de su ignorancia. Y eso no funciona con gente que piensa, siente y critica. Eso sólo funciona con autómatas. Pu Yi no fue nuestro último emperador, sino Mao, si es que entiendes lo que te quiero decir. Él fue el más cruel de todos, nos lo robó todo: la lengua, la cultura, la identidad. Traicionó cualquier ideal y sólo nos dejó un montón de escombros.

Tu Tian hizo una pausa. Sus labios carnosos temblaron. Una capa de sudor brillaba en su calva.

—Preguntas cómo Yoyo pudo convertirse en una disidente. Pues te lo voy a decir, Owen. Sencillamente, porque no quiere vivir con un trauma que ni mi generación ni la de mis padres podrá superar. Pero para ayudar a su pueblo a encontrar su identidad, no puede invocar el espíritu de la Revolución francesa, ni el establecimiento de la democracia en España, ni el fin de Hitler y Mussolini, ni la caída de Napoleón ni el desmoronamiento del Imperio romano. Mientras que la historia de Europa se dotó de una elocuencia inimaginable a fin de formular sus aspiraciones, a nosotros, durante mucho tiempo, nos faltaron las palabras más elementales para expresarlas. ¡Oh, sí, China resplandece! China es rica y bella, y Shanghai es el centro del mundo, el sitio donde todo está permitido y nada es imposible. Nos igualamos con Estados Unidos, dos gigantes económicos con la misma estatura, y ahora estamos a punto de convertirnos en el número uno. Sin embargo, en medio de todo ese esplendor, vivimos empobrecidos por dentro, y somos conscientes de ese empobrecimiento. Nosotros no nos proyectamos hacia afuera, Owen, es sólo apariencia. Si realmente nos proyectáramos hacia afuera, sólo se vería un vacío, como sucede cuando vuelves del revés un calamar. Nuestro modelo es el extranjero, ya que el último modelo chino que tuvimos nos traicionó. Yoyo sufre a causa de ser la hija de una época corroída por dentro, y lo sufre más de lo que pueden imaginar los autocomplacidos críticos de la globalización y de las violaciones de los derechos humanos en Europa y Estados Unidos. Vosotros veis únicamente nuestras faltas, no los pasos que damos. No veis lo que hemos conseguido hasta ahora, ni el esfuerzo inconcebible que supone abogar por ciertos ideales sin tener un legado para ello, ¡o incluso formularlos!

Jericho parpadeó bajo la luz deslumbrante del sol. Le habría gustado preguntarle a Tu en qué momento le arrancaron a Chen Hongbing el corazón, pero evitó hacer cualquier comentario. Tu soltó un resuello y se pasó la mano por la cabeza calva.

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