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Authors: Morris West

Tags: #Ficción

Los Bufones de Dios (57 page)

BOOK: Los Bufones de Dios
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La experiencia lo impactó lo suficiente como para mencionarla al doctor cuando éste llegó a hacerle su acostumbrada visita de todas las tardes. El médico se trepó sobre el borde de la cama y se extendió sobre el tema.

—Había comenzado a creer que usted había sido lo bastante afortunado para escapar de esta particular crisis. Todos aquí teníamos conciencia de que su trasfondo religioso le ha otorgado una cantidad de recursos de los que carece la gente normal… Pero la verdad es que las depresiones nerviosas son tan imprevisibles que nunca se puede estar seguro de cómo ni cuándo harán su aparición.

—¿Me está diciendo que tengo ahora otra enfermedad?

—Quiero decir —explicó pacientemente el neurólogo— que acaba de describirme los síntomas clásicos de una depresión aguda. Si dejamos pasar estos síntomas sin tratarlos, la depresión corre el riesgo de llegar a ser crónica, agravada en su caso por su presente invalidez. La partida del señor Atha fue nada más que el detonante que desencadenó el proceso… De manera que intervendremos antes que el fenómeno se amplifique. Lo trataremos primero con dosis moderadas de una droga que produce euforia. Si resulta, magnífico. Si no resulta, pues usaremos otros medios. De todos modos, si puede derrotar a sus demonios sin tener que recurrir a un exceso de medicamentos, mucho mejor, pero no intente ser demasiado valiente o arriesgado. Si se siente con ganas de llorar, incapaz de seguir adelante, dígaselo inmediatamente a la enfermera, dígamelo a mí. Prométame que lo hará.

—Lo prometo —dijo Jean Marie firme y claramente—. Pero créame que sentirme tan dependiente resulta muy duro para mí.

—Ese es también uno de los problemas mayores a que me veo enfrentado como médico. El paciente no se encuentra bien consigo mismo. —Vaciló y ofreció a continuación una curiosa pregunta—. ¿Cree que el hombre tiene un cuerpo y un alma que se separan en el momento de la muerte?

Antes de contestar Jean Marie reflexionó un momento sobre la pregunta pues temía que una nueva niebla pudiera oscurecer su cerebro y dañar la respuesta que tan esforzadamente estaba tratando de elaborar, pero, gracias a Dios, su cerebro se mantuvo lúcido. Dijo, con sorprendente fluidez:

—Esa fue la forma en que los griegos definieron al hombre espíritu y materia, dual y divisible. Como módulo, resultó por un largo tiempo bastante útil. Pero después de esta experiencia, realmente no sé que pensar… No tengo conciencia de mí mismo como de dos elementos separados: como un músico que tocara un piano al que faltaran algunas notas —o al revés— como un violín Stradivarius tocado por un niño. Yo soy yo, uno e indiviso. Una parte de mí está medio muerta; una parte de mí está totalmente muerta y nunca más podrá volver a funcionar. Soy un hombre… def… def…

—Defectuoso —dijo el neurólogo.

—Sí —dijo Jean Marie—, defectuoso.

El doctor alcanzó la pequeña pizarra colgada a los pies de la cama y escribió en ella la receta de un remedio contra los demonios negros. En un relámpago de su antiguo buen humor, Jean Marie dijo:

—¿No ofrece también algunos pases mágicos para acompañar a la medicina?

Contra lo que le ocurrió a continuación, de nada valieron ni las artes mágicas ni las medicinas. Dos días después de la partida del señor Atha, una hora antes de mediodía, Waldo Pearson y Adrian Hennessy llegaron a verlo. Se informaron solícita, pero brevemente, acerca de sus progresos. Waldo Pearson se disculpó.

—Había confiado en salvarlo a usted de esto, pero ha sido imposible. Tenemos que intentar una acción judicial en Gran Bretaña, en el Continente, en Estados Unidos y en todas partes donde nos sea posible hacerlo. Necesitamos su firma para las presentaciones correspondientes.

Jean Marie, profundamente sorprendido, miró alternativamente a sus dos amigos. Preguntó:

—¿Y sobre qué versan las solicitudes que estoy presentando?

Adrian Hennessy abrió su portafolios.

—Vea usted mismo, monseñor.

Depositó sobre la cama un álbum de recortes y un libro encuadernado en papel. El libro llevaba como título El Fraude. El autor era un tal Luigi Marco. La cubierta llevaba estampadas las palabras: "Copia de prueba sin corrección". La casa editora era Veritas S.A. Panamá. Hennessy levantó el libro y lo sostuvo entre las manos.

—Este bocadito ha sido distribuido a todas las agencias de prensa internacionales. Su publicación está programada a escala mundial, en veinte idiomas, para aparecer, en cada país, el mismo día en que las "Ultimas cartas" salgan a luz. Necesitamos una prohibición judicial para detener estas publicaciones. Sin embargo —y esto es lo malo— una parte de la prensa amarilla ya ha comprado los derechos de las series y ha comenzado a publicar las secciones más jugosas de la historia. Los diarios más serios así como los canales de televisión, no pueden ignorar el hecho de estas publicaciones. Y están en su derecho al comentar este material. Para evitar la propagación del escándalo no tendremos más remedio que querellarnos por calumnia, para lograr el cese de toda esta publicación.

—¿Pero cuál es el escándalo?

Waldo Pearson tomó sobre sí el peso de la explicación.

—Este libro, muy apropiadamente titulado
“El Fraude”
, afirma ser la verdadera historia de su carrera, desde su juventud hasta ahora. Es una mezcla muy cuidadosa y muy hábil de hechos, ficciones y viles insinuaciones. El nombre del autor es, por supuesto, un seudónimo. El asunto en su totalidad lleva la marca de una tarea hecha por profesionales avezados, y pertenece al mismo tipo de esos mal llamados documentales que se escriben sobre espías, defectores o escándalos políticos que las agencias rivales sacan a luz con el objeto de desacreditarse mutuamente. La casa editora es una corporación fantasma registrada en Panamá. La impresión fue hecha en Taiwan por una de las imprentas que hacen este tipo de cosas en virtud de cualquier contrato. Ejemplares del libro, iguales a éste, han sido distribuidos por avión a los países más importantes… Alguien ha tenido que gastar una incalculable cantidad de dinero en investigación, en pagar al autor, en traducción y en la manufactura del libro mismo… Algunas de las fotografías han sido tomadas con teleobjetivos, lo que indica que desde hace ya mucho tiempo usted ha estado sometido a vigilancia.

—¿Qué clase de fotografías? —Jean Marie explotó con las palabras correctas ignorando su bloqueo de fonemas.

—Muéstreselas —dijo Waldo Pearson.

Hennessy, con obvia renuencia, buscó entre los recortes de prensa del álbum y comenzó por mostrar una foto de Jean Marie con la muchacha contrahecha de la Place du Tertre. El ángulo desde el cual había sido tomada la fotografía mostraba el rostro de Jean Marie muy próximo al de la muchacha, de tal manera que era muy fácil inferir que eran amantes ensimismados en un tierno tête à tête. Había también varias instantáneas de Roberta Saracini y de él mismo, tomados del brazo, en Hyde Park, en el barquito del río, y caminando por los jardines de Hampton Court. Había asimismo una foto de él y de Alain emergiendo de su cena en Sophie's con un evidente aspecto de viejos borrachos. La vista de todo esto provocó en él una negra furia que lo hizo trastabillar en la pregunta.

—¿Qué… qué dice el texto?

Waldo Pearson se alzó de hombros con desamparada resignación.

—Lo que cabe esperar. Han llevado a cabo una exhaustiva investigación y luego, muy hábilmente han desparramado su porquería para mostrarlo a usted no solamente como un tipo esencialmente malo sino también como algo loco… Sobre este último punto lograron apoderarse de los informes de dos de los médicos que lo examinaron antes de su abdicación. Hay también varios otros detalles exóticos.

—Por ejemplo —dijo Hennessy hojeando el libro—, encontraron a alguien que sirvió con usted en el
maquis
. Hubo una historia sobre usted y la mujer de un campesino que más tarde fue encontrada violada y muerta. Por supuesto, la gente de la localidad le echó la culpa de lo ocurrido a los alemanes, pero… Esta gente es excelente para manejar los "peros". Su mejor amigo es Carl Mendelius de Tübingen, pero aquí se sugiere que usted ayudó a obtener que él fuera desligado de algunos de sus votos sacerdotales porque entre usted y él había una asociación homosexual. Y el hecho de que usted asumiera su defensa contra el cargo de herejía que se levantó contra él y que más tarde lo casara, sólo ha servido para reforzar la insinuación… Y eso es lo horrible en este tipo de asuntos. El que provoca el escándalo no tiene que probar nada, le basta con sembrar la sucia idea. Si uno besa a su madre en la estación antes de su partida tiene que ser incesto.

—¿Qué dicen sobre Roberta? Hennessy arrugó el ceño con disgusto.

—Su padre estafó el Vaticano por diez y siete millones y nunca se encontró rastro alguno de ese dinero. Se sabe que su patrimonio es muy importante y también que Roberta Saracini es fideicomisario del conglomerado donde está depositado su dinero. En Francia la tarea de los fideicomisarios es de dominio público. Cuando usted estuvo en París se alojó en casa de Roberta. Después de eso fue fotografiado caminando con ella del brazo por el parque y además está viviendo aquí bajo un nombre supuesto… ¿Desea que le dé más detalles?

—No… ¿Quién hizo esto? ¿De quién fue la idea? ¿Cómo obtuvieron toda esta información? ¿Por qué?

—Trataremos de razonar calmadamente —dijo Waldo Pearson esforzándose por apaciguarlo—. Adrian y yo hemos estado conversando con mucha gente muy bien informada y creemos que hemos logrado encontrar una explicación que calza perfectamente con toda la evidencia acumulada. ¿Está seguro de que podrá resistir que continuemos con esto?

—Sí. —Jean Marie estaba claramente sufriendo los efectos de una enorme tensión, pero se esforzó por hablar con firmeza. —No se preocupen por mí. Simplemente, hablen.

Waldo Pearson habló en el monótono tono de un hombre que trae malas noticias.

—Desde el momento mismo en que usted proclamó que había recibido una revelación privada sobre los Últimos Días y se movió para comunicar el hecho en una carta a sus fieles, se transformó en un hombre peligroso. Sabe lo que ocurrió en la Iglesia y conoce el resentimiento que desde entonces sienten por usted los Amigos del Silencio. Pero fuera de la Iglesia, donde las naciones se encontraban ocupadas en preparar su guerra nuclear, la cosa fue muchísimo peor. Usted con sus visiones de horror y de juicio, se transformó, para los manipuladores de mitos, en una tremenda amenaza.

"Porque ellos estaban preparando al público para participar en una competencia de destrucción nuclear, en un juego diabólico, en el curso del cual cada bando lleva a cabo la misma clase de masacre con la misma ausencia de motivos.

"Su visión, que lo llevó a ser considerado como un loco, era, de hecho, la única cosa sensata en medio de esta locura. Usted vio el horror con sus propios ojos. Dijo lo que había visto y por eso antes que el público alcanzara a darse cuenta de lo que decía y asimilarlo, era imprescindible silenciarlo. "Pero no era fácil. Usted era un hombre activo y batallador. En Alemania descubrió e hizo añicos la cobertura del operativo de la C.I.A., uno de sus más importantes agentes. En Francia, su patria, cayó inmediatamente en la Lista Negra y fue sometido a vigilancia grado A. Aquí en Inglaterra también fue seguido, pero yo representaba una protección bastante respetable y me ofrecí de garantía por usted ante nuestro gobierno.

"Durante todo este tiempo, sin embargo, usted no había dejado de ser un tropiezo, por decir lo menos, en los planes de los poderosos, porque en el momento preciso en que comenzaba el redoble de los tambores de guerra, podía ponerse a gritar que el rey estaba desnudo y que después de la primera bomba, se quedaría, además, sin súbditos.

"Adrian y yo nos hemos enterado, por fuentes muy diversas, de que en un momento dado, se habló de liquidarlo y que la recomendación para hacerlo fue casi unánime. Pero cuando se supo que su libro estaba en preparación, la decisión de liquidarlo se rescindió y se trazaron nuevos planes para desembarazarse de usted: estos consistían en obtener su total, absoluto descrédito. Acaba de ver cómo lo han hecho.

—¿Pero cómo les ha sido posible reunir este material tan completo en un tiempo tan breve?

—Dinero —dijo Adrian Hennessy con brusquedad—. Coloque un número suficiente de personas a trabajar sobre el mismo asunto al mismo tiempo; largue todo el dinero necesario y tendrá los secretos de quien sea en menos de un mes. Si a eso añade la hostilidad de muchos elementos de la Iglesia hacia usted, y la cooperación tan gustosamente dispensada desde los niveles más altos de muchos gobiernos, la tarea resulta tan fácil como hervir un huevo.

—¿Pero quién organizó todo esto?

—Dolman fue el chico que montó el aparato y tenía sus importantes motivos privados para que la cosa funcionara. Usted sabía que él había sido el autor del atentado contra Carl Mendelius.

—Todo eso parece bastante coherente.

—Pero también plantea un problema.

—Por favor —dijo Jean Marie con voz muy clara—, por favor no me oculten nada.

—Aun en el caso de que obtengamos las prohibiciones judiciales, aunque sea en forma restringida, el alivio que esto significará será solo temporal. Tendremos que llevar adelante una serie de juicios en los tribunales de todas las grandes potencias. Eso costará un montón de dinero. Usted tendrá que pagar la mayor parte de ellos de su propio bolsillo… Y como estamos de regreso en la Edad de Piedra y muy pronto nos encontraremos viviendo bajo leyes de emergencia, no tenemos ninguna garantía, ni aun en Inglaterra, de obtener un juicio limpio tanto de parte de los jueces como de los jurados.

Jean Marie pensó unos momentos y luego dijo, lentamente:

—Tengo el dinero. Y aunque gaste en ello hasta mi último centavo, creo que tenemos que dar la pelea contra esta obscenidad en cada lugar en que sea posible darla. No soy tan inocente como para esperar que podamos ganar, pero es preciso que se sepa que luchamos. Y lucharemos con mi dinero y con el de nadie más. Waldo, lo único que espero es que esto no dañe a su publicación de las "Últimas cartas".

—No —dijo Waldo Pearson—. Al contrario, si para algo ha servido esto, es para darnos mayores espacios en la prensa para generar mayores y más ardientes controversias. Al final todo terminará en el juicio privado que cada cuál hará dentro de su propio corazón: ¿es posible que el autor de estas Cartas y el bribón pintado en este pedazo de basura, sean una sola y misma persona?

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