Palin tenía lívidos hasta los labios. Los nudillos de la mano con la que sostenía el bastón estaban blancos, y la palma resbaladiza por el sudor.
—¡Bendito sea Paladine! —Palin agarró a Steel por el brazo—. ¡Mira! ¡Por los dioses! ¡Viene directamente hacia nosotros!
Steel se volvió, con la espada enarbolada. Y entonces la bajó.
—Pero ¿qué haces? —El joven mago manoseó torpemente el saquillo de los componentes de hechizos—. Tenemos que luchar...
—Mi padre no nos hará daño —dijo suavemente Steel.
Dos guías, había dicho lady Crysania.
Un caballero vestido con una armadura que brillaba como la plata bajo la luz de la luna salió de las sombras del robledal. La armadura estaba decorada con la Rosa, la Corona y el Martín Pescador. Era una armadura antigua, pasada de moda, que databa prácticamente de la época del Cataclismo. El caballero no llevaba espada; se la había entregado a su hijo.
El caballero se paró frente Steel.
—¿Has jurado por tu honor entrar en este lugar maldito? —preguntó Sturm Brightblade.
—Así es, padre —contestó Steel con voz firme. También era firme ahora la mano con la que sostenía la espada.
Los ojos de Sturm, preocupados, tristes, amorosos, orgullosos, parecieron tomar la medida del hombre vivo. Asintió con la cabeza una vez, solemnemente.
—
Est Sularis oth Mithas -
-dijo.
Steel inhaló hondo y exhaló muy despacio.
—Entiendo, padre.
Sturm sonrió. Alzó la mano y señaló al cuello de su hijo. Luego, dando media vuelta, se alejó. No desapareció en las sombras, sino que dio la impresión de que las sombras se apartaban a su paso. Se desvaneció en un claro de luz de luna.
—¿Sabes lo que quiso decir? —preguntó Palin en un susurro.
Steel se metió la mano debajo de la armadura y cogió la joya que llevaba colgada al cuello. La sacó. Era una joya de manufactura y diseño elfos, una prenda que intercambiaban los enamorados elfos. Había sido un regalo de Alhana a Sturm; una prenda de amor eterno. Había sido el regalo de Sturm a su hijo. La luz de la joya irradió brillante y fría, un resplandor limpio, penetrante, como un rayo de hielo. O como la afilada punta de una lanza.
—«Mi honor es mi vida.» No avergonzaré a mi madre. No le fallaré a mi padre. Entraremos en el robledal —dijo Steel Brightblade.
Tas se aburre.
Conversación con un espectro.
Poderosa magia kender
Tasslehoff Burrfoot soltó un suspiro. Se dejó caer en la silla pesadamente, miró a su alrededor, y volvió a suspirar.
—Me aburro —manifestó.
Al sonido de estas temidas palabras, cualquiera que haya vivido en Ansalon mucho tiempo intentaría por todos los medios huir como si en ello le fuera la vida. Id a cualquier guerrero veterano y preguntadle: «Disculpa, buen hombre, pero ¿con quién preferirías quedarte encerrado en una habitación: con un ejército de ogros, un regimiento de trolls, una brigada de draconianos, un dragón rojo... o un kender aburrido?».
El guerrero escogerá a los ogros, a los trolls, a los draconianos, incluso al dragón rojo, en todos los casos. Os dirá, como os lo dirá cualquiera al que preguntéis, que no hay en Krynn nada más peligroso que un kender aburrido.
Por desgracia, Usha, que nunca había vivido entre kenders, no sabía esto.
Los dos habían pasado la primera noche de su llegada, el día siguiente y también la segunda noche durmiendo bajo los efectos del hechizo lanzado por Dalamar y Jenna. Tas se despertó primero y, como era un kender muy considerado, puso todo su empeño en no despertar a Usha; incluso, y gracias a un heroico esfuerzo de voluntad, llegó a contener el impulso de hurgar en sus bolsas, una de las cuales estaba utilizando como almohada.
Exploró el cuarto, que estaba repleto de objetos interesantes que Raistlin había reunido consiguiéndolos por todo Krynn. Dalamar había aumentado la colección, y Tas admiró las delicadas figuras de madera que representaban animales y que habían sido talladas por los Elfos Salvajes; las conchas y esponjas sacadas del Mar Sangriento de Istar; las cajas de porcelana decoradas con caprichosas pinturas de pavos reales de Ergoth del Norte; los enormes arcones de madera de cedro primorosamente tallados por los enanos de Thorbardin; y muchos otros objetos de interés.
Todos y cada uno de ellos (a excepción de los arcones de cedro) podrían haber terminado en las bolsas de Tas, y de hecho más de uno de estos artículos acabó colándose «por accidente» en algún bolsillo, aunque con igual rapidez salieron de él. Obviamente, el cuarto estaba a prueba de kenders, protegido con algún hechizo.
—¡Mecachis! —exclamó Tas cuando la concha carmesí de un espinoso erizo de mar saltó de su bolsillo para volver a ponerse en la estantería—. ¿Has visto eso?
—¿Que si he visto qué? —preguntó Usha, adormilada.
—Vaya, pues, que cada vez que una de esas cosas se cae dentro de mi bolsa o de un bolsillo, vuelve a saltar hacia afuera. ¿No es fabuloso? ¡Ven y observa!
Usha miró, pero no pareció muy impresionada.
—¿Dónde están lord Dalamar y esa mujer... Jenna? ¿Dónde han ido?
—La gente está desapareciendo siempre en este sitio —dijo Tas encogiéndose de hombros—. Pero volverán.
Puso de nuevo toda su atención en las cerraduras de los arcones de cedro.
—No quiero que regresen —manifestó Usha con irritación—. Odio este sitio. No me gusta el tal Dalamar. Quiero marcharme. Y voy a marcharme. Vamos, ahora es nuestra oportunidad, mientras están ausentes.
Recogió sus bolsas y se dirigió a la puerta; agarró la manilla y tiró.
La puerta no se movió.
Usha sacudió la manilla, tiró de ella, e incluso propinó patadas a la puerta.
Siguió sin abrirse.
—Creo que está cerrada con llave —comentó Tas amablemente.
—¿Por qué? —Usha parecía perpleja—. ¿Estás seguro?
Tas asintió. Este tipo de situaciones no era nada nuevo ni fuera de lo corriente para el kender.
—Parece que la gente se pasa la vida encerrándome en algún sitio o atrancando puertas para que no entre en otros. Acabas por acostumbrarte.
Las cerraduras de los arcones de cedro también resultaron ser inmunes a la curiosidad del kender y sus intentos de forzarlas. El agujero donde se suponía que debía entrar la llave no paraba de desplazarse de un lado para otro con una falta absoluta de deportividad. Aunque resultó muy divertido durante los diez primeros minutos, Tas no tardó en aburrirse de perseguir el agujero de las cerraduras una y otra vez, y volvió a hacer la manifestación que habría provocado que la mayoría de la gente hubiera salido huyendo y gritando hacia la puerta:
—Me aburro.
Usha, paseando de un lado a otro como un león enjaulado, no contestó. Al pasar ante la ventana se detuvo y se asomó al exterior, esperanzada. Había una larga, larga caída hasta los puntiagudos remates de la alta verja que quedaba debajo. Retrocedió con premura.
—En fin —añadió Tas mientras se daba unas palmadas en las rodillas—, yo diría que hemos hecho todo lo que puede hacerse en este sitio. Salgamos de aquí.
Rebuscó en uno de sus saquillos y sacó el juego de ganzúas que es patrimonio de cualquier kender.
—Estoy seguro de que Dalamar no nos dejó encerrados a propósito. Probablemente echó la llave sin darse cuenta. —Examinó la cerradura y agregó severamente:— Mientras que el ojo de la cerradura
se esté quieto,
puedo enmendar su despiste.
Sacando varias herramientas de aspecto interesante, Tas, que ya no estaba aburrido, se agachó junto a la puerta y se puso manos a la obra. Usha se acercó para mirar.
—¿Dónde iremos una vez que hayamos salido de este cuarto? —preguntó—. ¿Sabes el camino de salida?
—Sí —dijo Tas, animado—. Es a través del Robledal de Shoikan, una arboleda encantada realmente espantosa, llena de espectros que te quieren devorar la carne y apoderarse de tu alma para que sufra tormentos toda la eternidad. Lo sé. Lo vi una vez, pero no llegué a entrar. Sólo Caramon logró meterse. Hay gente con suerte.
Guardó silencio un momento, con los ojos algo húmedos, recordando los buenos tiempos. Luego, silbando una marcha enana, se limpió la nariz en la manga y, alegremente, reanudó el trabajo que tenía entre manos.
La ganzúa rechinó dentro de la cerradura.
La cerradura no cedió.
Tas frunció el entrecejo, guardó la ganzúa en su lugar, seleccionó otra, y volvió a intentarlo.
—Entonces, tanto da que salgamos o no de este cuarto. Si no podemos cruzar ese robledal, seguiremos atrapados aquí —comentó Usha, desalentada.
Tas hizo una pausa para meditar sobre ello.
—Sé que el robledal impide que entre la gente, pero no he oído decir que le impida salir. Quizá no tengamos ningún problema.
—¿Tú crees? —Usha lo miraba con renovada esperanza.
—Merece la pena intentarlo. —Tas hurgó en la cerradura enérgicamente—. Lo peor que puede suceder es que unas manos esqueléticas salgan del suelo e intenten agarrarnos por los tobillos y arrastrarnos bajo tierra, donde moriríamos en una terrible agonía.
Usha tragó saliva con esfuerzo, sin encontrarle la gracia a todo esto, aparentemente.
—Quizá..., quizá sea mejor que nos quedemos aquí a esperar el regreso de Dalamar. —Se volvió hacia la silla y se sentó.
—¡Lo tengo! —gritó Tas, triunfalmente.
La cerradura hizo un sonoro chasquido, y Tas abrió la puerta.
Dos ojos fríos, incorpóreos, lo contemplaban desde la oscuridad.
—Ah, hola —saludó el kender al espectro, algo desconcertado por la repentina aparición.
—¡Cierra la puerta! —instó Usha—. ¡Deprisa! ¡Antes de que esa..., esa cosa entre!
—Pero si sólo es un espectro —dijo Tas, que tendió la mano cortésmente—. ¿Cómo estás? Me llamo Tasslehoff Burrfoot. Oh, supongo que te resulta algo difícil estrechar la mano, ya que veo que no tienes. Lo siento. Espero que eso no te haga sentir mal. Sé que yo lo pasaría fatal si no tuviera manos. Pero estoy encantado de conocerte. ¿Cómo te llamas?
El espectro no respondió. Los ojos flotaron más cerca, y un frío que helaba los huesos penetró en la habitación.
Usha se levantó de la silla de un salto y corrió a esconderse detrás.
—¡Cierra la puerta, Tas! ¡Por favor, por favor! ¡Cierra la puerta!
—No pasa nada, Usha —dijo el kender, aunque retrocedió un par de pasos involuntariamente—. Pasa —invitó al espectro con amabilidad—. Íbamos a marcharnos...
Los ojos fijos, que no parpadeaban, se movieron de lado a lado, inexorablemente, en un gesto negativo.
—Que
no
nos marchamos —dedujo Tas, no sin cierta irritación. Había pasado en este cuarto más tiempo del que le apetecía. Quizás el espectro se sentía solo y deseaba entablar una agradable conversación.
»Tú eres uno de los muertos vivientes, ¿verdad? ¿Por casualidad conoces a lord Soth? Es un caballero muerto y gran amigo mío.
Los ojos del espectro relucieron con una expresión inconfundiblemente hostil. Tas recordó de pronto que lord Soth había engatusado a Kitiara para que acabara con Dalamar, cosa que estuvo a punto de conseguir, y probablemente no gozaba de las simpatías de quienes guardaban la torre.
—Eh... Ummmm... Bueno, realmente no es tan buen amigo mío —admitió Tas, que retrocedió otro par de pasos. Los ojos flotaron más cerca, y la temperatura dentro del cuarto alcanzó un nivel desagradable—. Más bien es un conocido. Nunca viene a visitarme ni a comer conmigo ni nada por el estilo. Bueno, pues ha sido un placer charlar contigo, de veras. Y ahora, si haces el favor de apartarte a un lado, saldremos y no te molestaremos más...
—¡Tas! —gritó Usha.
El kender tropezó con el borde del mantel que arrastraba en el suelo y cayó.
El espectro se cernió sobre él un instante, y luego, de repente, desapareció. La puerta se cerró de golpe. El frío disminuyó.
Usha, temblando de pies a cabeza, seguía agazapada detrás de la silla.
—¿Qué era esa cosa? —preguntó.
—Qué tipo más mal educado —comentó el kender al tiempo que se levantaba del suelo y se sacudía la ropa—. Admito que la mayoría de los muertos vivientes que he conocido no son muy buenos interlocutores, a excepción de los espectros con los que nos topamos en el Bosque Oscuro, y que muy amablemente nos contaron la historia de su vida, acerca de por qué sufrían una maldición y todo lo demás. Sólo que se valieron de Raistlin para hablar por su boca. No es que ellos no tuvieran boca, que la tenían, aunque no labios. Fue realmente fantástico. Este espectro no tiene ni boca ni nada, y supongo que ése es el motivo por lo que no habla. ¿Te gustaría que te contara la historia del Bosque Oscuro? Puesto que Raistlin es tu padre...
—¡Sólo quiero salir de este espantoso sitio! —gritó Usha con brusquedad. Temblaba de miedo, pero también empezaba a estar muy enfadada—. ¿Por qué nos tienen prisioneros? ¡No lo entiendo!
—Probablemente porque Raistlin es tu padre —sugirió el kender tras considerar el asunto—. Dalamar fue aprendiz de Raistlin, pero el elfo oscuro también era un espía del Cónclave que vigilaba a Raistlin porque era un mago renegado y no se fiaban de él. Raistlin sabía que Dalamar era un espía, y lo castigó abriéndole unas llagas en el pecho. Esas llagas sangrantes siguen sin cerrarse y siguen doliéndole, pero no se te ocurra pedirle a Dalamar que te las enseñe, pues eso lo pone de un humor de perros. Lo sé, porque se lo pedí una vez.
»Después de aquello, el elfo oscuro iba a matar a tu padre cuando éste intentara regresar del Abismo a través del Portal después de haber estado a punto de derrotar a la Reina Oscura, que fue cuando Caramon intentó cruzar el robledal y Tanis estuvo a punto de luchar contra lord Soth, sólo que no pudo porque yo le había quitado el brazalete mágico... —Tas tuvo que hacer un alto para coger aire. Usha lo miraba con los ojos muy abiertos.
—Ese Raistlin... quiero decir mi padre... ¿Mi padre hizo todo eso? ¡No me contaste esa parte! —Se hundió en la silla, desmadejada—. ¡No es de extrañar que Dalamar no confíe en mí! ¡Jamás me dejará salir! ¡Puede que incluso me mate!
—No lo creo. —Tas reflexionó sobre el asunto—. Pero tal vez te lleve ante el Cónclave de Hechiceros. Si lo hace, ¿querrás llevarme contigo?
Usha gimió y se llevó las manos a la cabeza.
—¡No quiero ir a ningún Cónclave de Hechiceros! ¡Sólo quiero ir a casa!