—¡No, no! —repuso el kender a gritos—. No lo entiendes. ¡La tengo! ¡Ahora estás a salvo!
Antes de que Palin pudiera decir una palabra más, Tas bajó disparado la escalera y corrió directamente hacia los espectros.
La débil luz del bastón centelleó en el objeto que el kender llevaba en la mano: una cucharilla de plata.
—¡Marchaos, asquerosos espectros! —ordenó poniendo una voz profunda, brusca, autoritaria, como suponía que haría un clérigo. Sin embargo, mantener aquel tono profundo resultó demasiado para él, y estuvo a punto de ahogarse. En medio de toses y carraspeos, consiguió repetir:— ¡He dicho que os marchéis! ¡Fuera! ¡Largaos!
Agitó la cucharilla frente a los espectros.
—Vamos a morir —pronosticó Steel.
—No —dijo Palin tras observar la escena un momento, atónito—. No lo creo.
Los ojos se fueron cerrando de dos en dos. Las letales manos esqueléticas desaparecieron bajo mangas invisibles. El patio quedó desierto, y la puerta de la torre seguía abierta.
La luz del bastón relució brillante en los ojos de Tas mientras el kender se dirigía brincando hacia ellos para saludarlos.
—La Cuchara Kender de Rechazo —dijo con orgullo mientras la levantaba para que Palin la viera.
El joven mago iba a examinarla para comprobar si en la cuchara había algún tipo de magia, pero, antes de que tuviera oportunidad de nacerlo, Tas se la guardó en un bolsillo y pasó a otros asuntos.
—¿Cómo estás? —saludó cortésmente a Steel al tiempo que le tendía la pequeña mano—. Soy Tasslehoff Burrfoot, pero mis amigos me llaman Tas. Salvo Palin, que me llama tío Tas —añadió, como si acabara de ocurrírsele la idea—. En realidad no soy su tío, pues Caramon y yo no somos parientes. Soy un amigo de la familia. Cuando eran más pequeños que yo solían llamarme «abuelito», pero acabó pareciendo un poco estúpido cuando crecieron y se hicieron más grandes que yo, así que, tras una charla, decidimos cambiarlo por «tío». Hubo un tiempo en que tuve un tío, Saltatrampas. Era el que poseía la cuchara. Caray, ésa sí que es una armadura fabulosa. Con un aspecto tan maravillosamente perverso con esas calaveras y lirios de la muerte. ¡Ya sé! ¡Tienes que ser un Caballero de Takhisis! He oído hablar de vosotros, pero no había visto a ninguno. Esto es un verdadero privilegio. ¿Mencioné que me llamo Tasslehoff Burrfoot?
—No converso con kenders —dijo Steel.
—¿Ni siquiera con uno que te ha salvado la vida? —preguntó Palin suavemente.
El caballero dirigió una mirada ceñuda al mago, pero acabó haciendo un brusco y breve saludo con la cabeza.
—Steel Brightblade —se presentó.
—¡Te conozco! ¡Tanis me habló de ti! ¡Eres el hijo de Sturm! ¡Sturm y yo éramos grandes amigos! —Tas se lanzó para darle un abrazo.
Steel lo frenó sujetándolo por el copete y lo mantuvo a distancia, con el brazo extendido.
—Es posible, aunque no muy probable, que te deba la vida, kender —dijo fríamente—. El honor me compromete a saldar esa deuda, pero no estoy obligado a dejar que te acerques a mí. Así que te lo advierto: mantente alejado de mi persona. —Sin más, apartó a Tas de un empujón.
Palin sujetó al kender para que no cayera.
—Lo había olvidado —exclamó Tas en un sonoro susurro mientras hacía un gesto de dolor y se frotaba la cabeza—. ¡También es hijo de Kitiara!
Palin iba a aconsejar al kender que sería beneficioso para su salud si se mantenía lejos del caballero cuando la voz de una mujer sonó en el interior de la torre, llamando:
—¡Tasslehoff! ¿Dónde estás? ¡Tas! ¿Adónde has ido?
Palin alzó la vista y miró hacia la puerta. Dejó escapar un suave suspiro. Los espectros casi le habían helado el corazón, pero ahora lo sintió inflamarse.
Una mujer como jamás había visto otra en toda su vida se encontraba en el umbral. Una poblada melena de cabello plateado enmarcaba un rostro que era seductor y misterioso, aunque —por los grandes y anhelantes ojos dorados— parecía necesitar que los demás le revelaran todos sus secretos. Sus ropas, de ligera seda de fuertes colores, eran extravagantes y de un estilo tal que ninguna mujer de esta parte del país bien educada las habría llevado puestas. Sin embargo, iban con su estilo. Ella era tan exótica, tan encantadora, como si acabara de bajar de una estrella.
—¡Tas! —exclamó la joven con un tono de alivio. Bajó corriendo la escalera—. ¡Gracias a los dioses que te he encontrado! ¿Cómo vamos a salir de...? —Enmudeció de repente y miró a Steel y a Palin—. Oh. —Miró de soslayo a Tas al tiempo que se acercaba a él con disimulo—. ¿Quiénes son estos caballeros?
—¡Amigos míos! —contestó Tas, entusiasmado—. Este es Steel Brightblade. Es hijo de Sturm. Sturm era un Caballero de Solamnia y uno de mis mejores amigos. También es hijo de Kitiara, pero ella no pertenecía a la caballería. Era una Señora del Dragón y no podía considerarla exactamente como una amiga, más bien como una conocida. Esta es Usha.
—Señora —dijo Palin, que miraba fijamente a la mujer, como embrujado. Pero se sintió decepcionado al ver que la mirada de ella estaba prendida en el caballero, y que esbozaba una sonrisa tímida.
Steel ni siquiera la miraba, ya que sus ojos iban de una ventana de la torre a otra buscando alguna señal de peligro.
Usha siguió observándolo, estudiando su armadura que ahora podía ver con claridad a la luz de las lunas. Su sonrisa se desvaneció y sus ojos se oscurecieron.
—Eran como tú... los que vinieron. —Su voz temblaba por la ira—. Nos trataron como si fuéramos escoria. ¿Por qué tuvisteis que venir para destrozar nuestras vidas? —gritó de repente—. ¿Qué os habíamos hecho? ¡No éramos ninguna amenaza para vosotros!
Ahora Steel se volvió a mirarla y la contempló con interés.
—¿De qué ciudad eres, señora? ¿De Kalaman? ¿Es cierto que ha caído bajo nuestro dominio?
Usha abrió la boca para responder, pero de pronto pareció que le resultaba difícil hablar.
—No, no vengo de Kalaman —contestó por fin—. Soy de por allí cerca... —Su voz se debilitó un instante, pero enseguida cobró fuerza—. ¡No teníais derecho a invadir nuestra tierra!
—Sea cual sea el mal que imaginas que te causamos, lo hicimos en nombre del progreso, señora —contestó Steel—. No espero que puedas entenderlo, así que no intentaré explicártelo. —Su mirada se volvió de inmediato hacia la torre. Seguía con la espada en la mano—. Tenemos cosas que hacer aquí, Majere, recuérdalo.
—Lo recuerdo —repuso Palin, aunque casi lo había olvidado.
Usha había vuelto aquellos ojos maravillosos hacia él.
—¿Cómo te llamas? —preguntó, con las mejillas arreboladas al reparar en su mirada de descarada admiración.
—Palin Majere —respondió suavemente—. ¿Y tú? No..., no lo entendí bien.
—Usha —contestó incisivamente.
—¡Usha
Majere! -
-exclamó Tas, que brincaba por la excitación—. ¿No es fantástico? ¡Usha es hija de Raistlin! He encontrado a la hija de Raistlin.
—¡No! —gritó Palin, consternado.
—¿Qué? —Usha, asustada por la intensidad de su expresión, se apartó de él un paso—. ¿Qué pasa?
—¡Soy..., soy sobrino de Raistlin! Caramon Majere es mi padre y tu tío. Somos primos —dijo el joven mago amargamente—. ¡Primos
hermanos!
—¿Eso es todo? —Usha respiró tranquila—. Somos primos hermanos, ¿y qué? A mí no me importa —dijo, sonriéndole.
Su sonrisa relució alrededor de Palin como una lluvia de estrellas. Estaba tan deslumbrado que apenas veía.
—Vuestros padres eran gemelos —comentó Tas, a modo de explicación.
—Y ahora que está aclarado todo el tema de la genealogía —intervino Steel con acritud—, ¿permites que te recuerde de nuevo, Majere, que no disponemos de mucho tiempo y que tenemos un trabajo importante que hacer dentro de la torre?
—¿Dentro? —Usha echó un vistazo a la torre, asustada, y luego volvió su mirada acosada hacia Palin—. ¿Vas a entrar?
—Nosotros acabamos de salir —les informó Tas, que añadió, enorgullecido:— Dalamar nos tenía prisioneros a los dos.
—¿Por qué motivo? —Palin no parecía muy convencido.
—¿Acaso importa? Habéis venido a través del robledal —dijo Usha, que se apresuró a hablar, sin dar tiempo a Tas de responder. Tomó a Palin de la mano y lo miró a los ojos—. El Túnica Roja que está dentro dijo que tienes que ser un hechicero extremadamente poderoso para hacer algo así. —Se acercó más y le susurró al oído:— ¡Tú y el caballero podríais llevarnos a través de la arboleda, y así podríamos huir de este sitio horrible!
Su mano era suave, cálida. Su contacto le provocó un estremecimiento.
—No puedo marcharme —repuso el mago, sin soltarle la mano—. Tengo que hacer algo aquí. Y tú no deberías tratar de huir a través del Robledal de Shoikan. Es demasiado peligroso. Nosotros casi no conseguimos sobrevivir. —Se volvió hacia Tasslehoff—. No lo entiendo. ¿Por qué Dalamar os retenía prisioneros?
—Porque es hija de Raistlin, naturalmente —contestó el kender como si fuera algo obvio.
Por supuesto. Palin había imaginado la respuesta aun antes de plantear la pregunta. Dalamar se sentiría más que satisfecho de tener en su poder a la hija de Raistlin Majere. Y entonces, con una punzada de dolor, al joven mago se le ocurrió que quizás
ella
era la razón de que la voz lo hubiera guiado hasta aquí. Quizá su tío necesitaba simplemente un guía para la persona en quien estaba realmente interesado: su hija.
Palin se soltó de su mano. Los celos lo reconcomían, hincaban profundamente sus colmillos ponzoñosos en él. Se sentía atraído por esta mujer, y, al mismo tiempo, celoso de ella; por fin entendía la agridulce relación que había existido entre su padre y su gemelo.
Usha percibió su repentina frialdad, más gélida que el frío de los espectros. Lo miró con desconcierto y consternación, y se apartó de él de manera inconsciente.
—¿No nos ayudarás a escapar? Muy bien. Pues atravesaré el robledal por mis propios medios —declaró altivamente.
—No, Usha, me temo que no. —La voz de Palin sonaba tensa—. Hay una razón para que estés aquí...
—¿Cuál? ¿La mandó traer Raistlin? —conjeturó Tas alegremente—. Creí que estaba muerto. ¿Crees tú que esta muerto, Palin? ¡No lo crees, ¿verdad?! ¡Por eso estás aquí! —El kender estaba ahora excitado en extremo.
—Majere... —empezó Steel con impaciencia.
—¡Lo sé, lo sé! ¡Ya voy! —Palin cogió a Usha por el brazo y empezó a llevarla de vuelta al interior de la torre—. Vamos a tener una charla con Dalamar...
—¡No está aquí! —dijo Usha al tiempo que se soltaba de Palin—. Ha ido a un no sé qué de hechiceros en alguna parte...
—A la Torre de la Alta Hechicería de Wayreth —aclaró Tas—. Un Cónclave. Una vez estuve en uno. ¿Os he contado alguna vez cuando Par-Salian me convirtió en un ratón? Bueno, supongo que fui yo mismo el que hizo que me volviera ratón, pero...
—Dalamar no está —musitó Palin.
Yo me encargaré de Dalamar...
Era lo que su tío había prometido. Tal vez fuera una coincidencia, pero Palin lo dudaba. Raistlin estaba interviniendo activamente para ayudarlo. Pero ¿con qué propósito? ¿Con qué fin?
—Entonces será mejor que nos demos prisa, antes de que regrese Dalamar. —Palin se encaminó hacia la puerta.
Un mago cuya túnica era roja se encontraba dentro, cerrándoles el paso.
—¿Qué hacéis vosotros dos aquí? ¿Cómo cruzasteis el Robledal de Shoikan y pasasteis a los guardianes? ¿Dónde están los guardianes?
Palin abrió la boca. No se le daba muy bien mentir, pero en este caso ser sincero no les serviría de mucho. Estaba a punto de hablar cuando se le adelantó Tasslehoff:
—Los mandó llamar Dalamar —anunció el kender con gesto importante—. En cuanto a los guardianes, hice que se retiraran con la Cuchara Kender de Rechazo. —Sacó la cucharilla para mostrársela.
El mago la miró fijamente; luego hizo otro tanto con Palin y Steel, así como al recinto del patio. Parecía confuso y desconfiado.
—Así que lord Dalamar os mandó llamar —repitió—. ¿A un Túnica Blanca y a un caballero negro?
—Justo para crear un buen equilibrio, ¿no te parece? —comentó Tas, que añadió:— Además ¿cómo iban a cruzar el Robledal de Shoikan a menos que Dalamar les hubiera dado talismanes para ayudarlos? Y ahora, si nos disculpas, tenemos que subir a los aposentos de tu maestro. —El kender volvió la cabeza hacia Palin y preguntó en un audible susurro:— Allí es donde queréis ir, ¿no?
El Túnica Roja frunció el entrecejo. Steel se puso ceñudo. Había envainado la espada, pero su mano descansaba sobre la empuñadura.
—Soy Steel Brightblade, Caballero de Takhisis. Vengo en una misión, y lord Dalamar no...
—... los esperaba tan pronto —intervino Tas en voz muy alta y aguda—. Di al primito Steel que se calle y que me deje llevar este asunto a mí —volvió a susurrar a Palin, quien deseó fervientemente que Steel no hubiera oído su nuevo apelativo.
Tas se encaminó hacia la puerta. Movió la mano en un gesto de invitación para que los demás lo siguieran.
—Esperaremos a Dalamar en su cuarto. Nos gustaría tomar un poco de té, si no es mucha molestia. Vamos, Usha.
Steel fue en pos del kender, y Palin dio un par de pasos tras ellos cuando reparó en que Usha se quedaba atrás, sin moverse. Se retorcía las manos con nerviosismo y tenía los ojos alzados hacia la torre, contemplándola con temor.
—Acabo de salir de ahí —protestó—. ¡No quiero volver!
El Túnica Roja los miraba ahora con una profunda desconfianza.
—Dijiste que ibas a estudiar magia con nosotros, señorita, como aprendiza de lord Dalamar. ¿Qué está pasando aquí?
—Yo... eh... aún no lo he decidido —contestó la joven—. Necesito ir a otra parte para reflexionar sobre el asunto. ¡A cualquier otro sitio! En cuanto a estudiar magia, puede que no necesite ampliar mis conocimientos. Ya soy suficientemente poderosa ahora.
—Usha —empezó Palin.
Steel lo agarró.
—Déjala marchar —dijo el caballero—. Estamos perdiendo tiempo.
Encolerizado, el joven mago se soltó de un tirón.
—Por mucho poder mágico que tenga, morirá si cruza esa arboleda. Además —añadió en voz baja—, es posible que estemos aquí a causa de ella.
—¿Qué? ¿Por qué? —Steel miró de soslayo a la joven sin apenas interés.
—Porque, si es la hija de Raistlin, tal vez esté intentando llegar hasta ella.
El caballero contempló a Palin intensamente.