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Authors: Enid Blyton

Tags: #Aventuras, Infantil y juvenil

Los Cinco otra vez en la Isla de Kirrin (17 page)

BOOK: Los Cinco otra vez en la Isla de Kirrin
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Martín los miraba avergonzado y parecía no saber que decir. De pronto, Julián se le acerco y lo asió con fuerza por los hombros.

—Escucha, Martín. Están ocurriendo cosas muy extrañas. ¿Qué haces aquí? ¿Y para que necesitas esas azadas? ¿Has visto a Jorge? ¿Sabes dónde está? Vamos, dímelo.

Martín se estremeció, librándose de la presión de Julián. Lo miraba visiblemente sorprendido.

—¿Jorge? ¡No! ¿Qué le ha sucedido a él?

—Jorge no es «el», es «ella» —dijo Ana llorando aun—. Ha desaparecido. Creíamos que podía haber ido a la isla a buscar a su perro. Y
Tim
apareció de pronto en «Villa Kirrin» y nos trajo hasta aquí.

—Pensamos que a Jorge ha debido sucederle algo, por aquí cerca —dijo Julián—. Quiero saber si la has visto o sabes algo de donde pueda estar.

—No, Julián. Te juro que no sé nada —contestó Martín.

—Bueno, dime que haces aquí tan de mañana con estas azadas —insistió Julián—. ¿A quién esperas? ¿A tu padre?

—Si —confesó Martín.

—Y ¿que ibas a hacer? —preguntó Dick—. ¿Explorar el agujero?

—Si —respondió Martín, sombrío y asustado—. No hay ningún mal en ello, ¿verdad?

—¡Todo esto es muy extraño! —exclamó Julián, observándole y hablando con perentoria lentitud—. Pero debo decirte algo. Seremos nosotros los que vayamos a explorarlo. ¡No tú y tu padre! Si hay algo raro en este hueco, lo encontraremos. No os permitiremos ni a ti ni a tu padre entrar siquiera en el agujero. De manera que ve a su encuentro y díselo así.

Martín no se movió. Palideció y miro a Julián con tristeza. Ana se acercó a él, todavía con lágrimas en el rostro, y le puso la mano en el brazo.

—Martín, ¿qué pasa? ¿Y por qué nos miras así? ¿Cuál es el misterio?

Entonces, ante la sorpresa y el espanto de todos, Martín giro sobre sus talones, al tiempo que se oía un ruido demasiado parecido a un sollozo. Se quedó de espaldas a ellos, temblándole los hombros.

—¡Dios mío!, ¿qué te pasa ahora? —exclamó Julián, exasperado—. Martín, reacciona. Confía en nosotros y dinos que es lo que te ocurre.

—¡Todo, todo! —respondió Martín con voz entrecortada. Luego se volvió a ellos—. No sabéis lo que es no tener madre ni padre, ni nadie que se cuide de ti y te quiera.

—Pero tú tienes padre —asaltó Dick.

—No lo tengo. Ese hombre es solo mi tutor, no mi padre, pero me hace decir que lo es siempre que hacemos un trabajo juntos.

—¿Un trabajo? ¿Qué clase de trabajo? —interrogó Julián.

—Pues… de muchas clases, pero todos sucios —respondió Martín—. Husmear cosas de las personas honradas y exigir dinero a cambio de la promesa de no publicarlas, traficar con objetos robados y ayudar a gentes como los hombres que van detrás del secreto de vuestro tío…

—¡Vaya! —exclamó Dick—. Ahora lo entendemos. Siempre creí que el señor Curton y tú os mostrabais interesados en un grado sospechoso por la isla de Kirrin. Bueno. ¿Cuál es vuestro actual negocio?

—Mi tutor me matará por contaros todo esto —siguió Martín—. Pero debo hacerlo. Han planeado volar la isla. Confieso que este es el peor asunto en que me ha metido jamás. Sé que vuestro tío esta allá y quizás este también Jorge como decís. ¡No puedo seguir hablando!

Las lágrimas empezaron a rodar por sus mejillas. Era terrible ver a un muchacho llorando así y los tres sufrían por él. Además, estaban horrorizados al oír que la isla iba a ser volada.

—¿Cómo lo sabes? —preguntó Julián.

—Pues veras… El señor Curton tiene, como ya sabéis, un aparato transmisor y receptor —explicó Martín—. Así, los individuos de la isla, los que van tras el secreto de vuestro tío, pueden fácilmente ponerse en contacto con él. Se proponen obtener el secreto si pueden, y si no, lo volaran todo, para que nadie pueda disfrutarlo tampoco. Pero no pueden marcharse en bote, porque no conocen el camino a través de las rocas…

—Bien, entonces, ¿Cómo saldrán ellos de allí? —preguntó Julián.

—Estamos seguros de que el agujero que
Tim
hallo el otro día conduce, por debajo del lecho del mar, hasta la isla de Kirrin —explicó Martín—. Si, ya sé que suena demasiado fantástico para ser verdad. Pero el señor Curton posee un viejo mapa, el cual muestra con toda claridad que tal pasadizo existió en la antigüedad. Si todavía se conserva, los compinches de mi tutor escaparan a través de él, después de dejarlo todo preparado para que la isla estalle. ¿Comprendéis?

—Si —respondió Julián conteniendo la respiración—. Lo comprendo. Ahora lo veo todo claro, demasiado quizá.
Tim
ha encontrado el camino a partir de la isla, utilizando ese pasadizo del que nos has hablado. Por eso nos ha conducido hasta aquí, para guiarnos a la isla y rescatar a tío Quintín y Jorge.

Se hizo un profundo silencio. Martín tenía la vista fija en el suelo. Dick y Julián proyectaban un plan. Ana sollozaba. Todo le parecía increíble. De pronto, Julián puso su mano en el hombro de Martín.

—Martín, has hecho bien en decírnoslo. Debemos impedir que lleven a efecto ese disparate. Pero tú tienes que ayudarnos. Necesitamos estas azadas. Supongo que también tendrás algunas linternas. Nosotros no tenemos y no podemos perder tiempo en volver a buscarlas. ¿Vendrás con nosotros y nos ayudaras? ¿Nos dejaras las palas y las linternas?

—¿Confiaríais en mí —murmuro Martín—, si voy con vosotros y os ayudo? Si vamos ahora, mi tutor no podrá seguirnos, puesto que no tiene linterna. Podemos llegar hasta la isla y traer a Jorge y a vuestro tío sanos y salvos.

—¡Bien por ti! —exclamó Dick—. Bueno, vamos entonces. Hemos estado hablando demasiado tiempo. ¡Adelante, Julián! Dale una azada y una linterna, Martín.

—Ana, es mejor que no vengas con nosotros —ordenó Julián a su hermana—. Debes volver a casa y comunicarle a tía Fanny lo que ocurre. ¿Lo harás?

—Sí. En realidad, prefiero no ir —se conformó An—. Volveré en seguida a casa con tía Fanny. ¡Id con cuidado, Julián!

Descendió hasta la entrada del agujero y permaneció observando como los tres chicos penetraban y desaparecían por él.
Tim,
que había estado esperando con impaciencia durante la charla, ladrando de cuando en cuando manifestó su contento al ver que, por fin, empezaban a moverse. Pasó adelante por el túnel. Sus ojos pardos relucían con reflejos verdosos cada vez que se volvía para, comprobar si le iban siguiendo.

Ana empezó a subir por las escarpadas laderas de la cantera. En cierto momento, creyó oír una tos. Se paró y se agazapó tras un arbusto. Miró a través de las hojas y descubrió al señor Curton. Escuchó que gritaba:

—Martín, ¿dónde diablos estas?

Se veía que buscaba a Martín para iniciar la exploración del túnel. Ana apenas se atrevía a respirar. El señor Curton llamó una y otra vez. Luego, con un gesto de impaciencia, empezó a descender por un lado de la cantera.

De pronto resbaló. Se agarró a un arbusto que había junto a él, pero este se rompió bajo su peso. Rodó por el suelo, muy cerca de Ana. La miro atónito por un momento, pero en el acto se dio cuenta de que empezaba a rodar más y más rápido hacia la parte honda de la cantera. Ana le oyó lanzar un fuerte gemido, cuando finalmente se detuvo.

Lo observó asustada. El señor Curton, sentado en el suelo, se acariciaba una de sus piernas y gemía. Miro hacia arriba para localizar a la niña.

—¡Ana! —llamó—. Creo que me he roto una pierna. ¿Puedes ir a buscar ayuda? ¿Que estás haciendo aquí tan temprano? ¿Has visto a Martín?

Ana no contestó. Si se había roto una pierna no podría seguir a los otros. Y ella podría irse en seguida. Subió con cuidado, temiendo rodar y caer junto al horrible señor Curton.

—¡Ana! ¿Has visto a Martín? Búscalo y trae ayuda para mí, ¿quieres? —chilló el herido. Luego volvió a gemir.

Ana alcanzo la cima de la cantera y miró hacia abajo. Hizo bocina con las manos y gritó muy fuerte:

—Es usted un hombre muy malvado. No sé si encontraré ayuda para usted. No lo sé.

Y habiendo desahogado su pecho, la muchacha salió disparada en dirección a la casa, atravesando el pantano.

«Tengo que contárselo todo a tía Fanny. Ella decidirá lo que se debe hacer. Espero que los otros estén bien. ¿Qué harán si estalla la isla? Estoy muy contenta de haber dicho al señor Curton que es un hombre muy malo.»

Y corrió jadeante. ¡Tía Fanny sabría lo que era preciso hacer!

CAPÍTULO XX

La cosa está que arde

Entre tanto, los tres chicos y
Tim
efectuaban un extraño recorrido por los subterráneos.
Tim
los conducía sin titubear, deteniéndose de vez en cuando para que ellos pudieran alcanzarle.

Al principio, el túnel tenía el techo muy bajo y los muchachos debían caminar agachados, lo cual resultaba muy fatigoso. Pero, al poco tiempo, comenzó a elevarse y Julián, iluminando en torno con la linterna, descubrió que las paredes y el suelo, en lugar de ser de barro, eran de roca. Trato de orientarse.

—Hemos venido derechos al acantilado —dijo a Dick—. Excepto unas cuantas vueltas y recovecos, el pasadizo se ha inclinado bastante hacia abajo en los últimos cien metros. Creo que debemos hallarnos a mucha profundidad bajo el suelo.

Hasta que no llegó a sus oídos el curioso bramido que había asustado a Jorge en las cuevas, no se dieron cuenta de que estaban bajo el lecho rocoso del mar. Iban andando bajo el agua hacia la isla de Kirrin. ¡Que extraño! ¡Que cosa tan increíble!

—Parece una pesadilla —dijo Julián—. No estoy seguro de que me guste demasiado. Adelante,
Tim,
te seguimos. ¡Eh! ¿Qué es esto?

Frenaron en seco. Julián enfoco su linterna hacia delante. Un montón de rocas derrumbadas obstruían el camino.
Tim
forcejeo levemente y se colocó al otro lado por una pequeña abertura; pero los chicos no lograron pasar. Era demasiado estrecho.

—¡Menos mal que traemos las azadas, Martín! —dijo Dick alegremente—. Dame una.

Con bastante esfuerzo, lograron al fin abrirse paso entre las piedras.

—¡Gracias a Dios! ¡Suerte que disponemos de estas herramientas! —exclamó Julián.

Siguieron adelante y de nuevo tuvieron que usar las azadas para atravesar otro montón de rocas.
Tim
ladraba impaciente cuando le hacían esperar. Se sentía ansioso de volver al lado de Jorge.

Muy pronto llegaron a un lugar donde el túnel se ramificaba en dos. Pero
Tim
siguió por el ramal de la derecha sin vacilar y, cuando a su vez este se dividió en tres, de nuevo eligió sin titubear ni un momento.

—¡Maravilloso! ¿Verdad? —dijo Julián—. Todo lo hace por instinto. Ha recorrido este camino una vez y ya no se olvidara jamás. Estaríamos ya perdidos por completo aquí abajo si hubiésemos venido solos.

Martín no podía disfrutar del todo con aquella aventura. Sin embargo, se esforzaba en seguir a los otros. Dick supuso que lo abrumaba el pensamiento de lo que le esperaba cuando todo esto hubiese terminado. ¡Pobre Martín! Lo único que él deseaba era pintar y, en vez de eso, había sido arrastrado a una serie de terribles negocios, a cual peor, y usado como tapadera por su perverso tutor.

—Oye, Julián, ¿crees que nos habremos acercado ya a la isla? —preguntó Dick al fin—. Me estoy cansando de este túnel.

—Sí. Por lo menos, así lo espero —respondió Julián—. Creo que sería mejor que a partir de ahora prosigamos en el mayor silencio, por si tropezamos de repente con el enemigo.

Sin más comentarios, avanzaron sigilosos y, de pronto, vislumbraron una débil luz ante ellos. Julián levanto la mano para dar a entender que se parasen.

Aunque lo ignoraban, estaban acercándose a la caverna que el padre de Jorge había elegido para guardar sus libros y papeles y donde su hija le había encontrado la noche anterior.
Tim
también se paró y escuchaba con atención. ¡No quería meterse de cabeza en el peligro!

Del interior surgió el sonido de una conversación. Los niños intentaron distinguir de quien procedían.

—Son Jorge y tío Quintín —dijo Julián por ultimo.

Y como si el perro se hubiera asegurado a su vez de que efectivamente se trataba de sus amos, salió disparado hacia delante y penetró en la cueva iluminada, entre alegres ladridos.

—¡
Tim!
—Al escuchar la voz de Jorge, les dio un vuelco el corazón. Ella prosigui—. ¿Dónde has estado?

—¡Guau! —ladró
Tim,
tratando de explicarse—. ¡Guau!

En ese momento, Julián y Dick entraron corriendo en la cueva, seguidos de Martín. Tío Quintín y Jorge los contemplaron estupefactos.

—¡Julián! ¡Dick! Y Martín también. ¿Cómo habéis llegado hasta aquí? —gritó la chica, mientras
Tim
saltaba y se revolcaba como un loco a su alrededor.

—Te explicaré —respondió Julián—. Fue
Tim
quien nos trajo.

Y les relató la historia de cómo
Tim
había llegado a «Villa Kirrin» de madrugada y saltado a su cama y todo lo que había pasado después. Al terminar, tío Quintín y Jorge les contaron lo que les había sucedido a ellos.

—¿Dónde están los dos hombres? —preguntó Julián.

—En alguna parte de la isla —dijo Jorge—. Los seguí hace un rato hasta que llegaron a la pequeña habitación de piedra. Creo que se quedaran allí hasta las diez y media para hacer las señales, a fin de que en casa crean que todo marcha bien.

—Bueno, ¿cuáles son vuestros planes? —dijo Julián—. ¿Volveréis con nosotros por el túnel submarino? O, si no, ¿Que podemos hacer?

—Me parece peligroso —intervino Martín con rapidez—. Mi tutor debe andar ya muy cerca de nosotros y está en contacto con los otros hombres. Si llega a imaginarse donde estoy y tuviera la menor sospecha de lo que pretendemos, llamaría a dos o tres más y tendríamos que enfrentarnos con ellos en el pasadizo.

Sus palabras sumieron a sus compañeros en un mar de conjeturas. Ignoraban que el señor Curton estaba en aquellos momentos sentado, con una pierna rota, en el fondo de la cantera. El tío Quintín considero la situación.

—Esos hombres me han dado siete horas para decidir si les entrego o no mi secreto —dijo—. El plazo acaba a las diez y media. Entonces los bandidos acudirán de nuevo. Creo que entre todos podremos capturarlos, especialmente contando con
Tim.

—Sí, es una buena idea —asintió Julián—. Nos esconderemos hasta que vengan y
Tim
saltara sobre ellos antes de que sospechen lo más mínimo.

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