—¿Matemáticas? —me preguntó.
—No —dije—. Estuvimos hablando de los crímenes. Me contó todo.
Su rostro se ensombreció y sus manos volvieron al volante. Su cuerpo se puso repentinamente tenso.
—¿Todo? No, no creo que te haya contado todo —sonrió nerviosamente para sí y un antiguo rencor pareció asomar por un instante a sus ojos—: nunca se animaría a contarlo todo. Pero ya veo —dijo y volvió a mirarme con una expresión de cautela—. Veo que le creíste. ¿Y qué vas a hacer ahora?
—Nada, ¿qué podría hacer? Seguramente él iría a la cárcel también —dije. La miraba y entre todas las preguntas, había en realidad una sola que quería formularle. Me incliné hacia ella hasta encontrar otra vez el azul rígido de sus ojos.— ¿Qué fue lo que te decidió a hacerlo?
—¿Qué fue lo que te decidió a venir justamente aquí? —dijo—. Porque no viniste simplemente a estudiar matemática, ¿no es cierto? ¿Por qué elegiste Oxford? —Vi que una lenta lágrima asomaba entre sus pestañas—. Fue una frase tuya. El día que te vi tan feliz bajando con tu raqueta de ese auto. Cuando hablábamos de las becas, deberías probarlo, me dijiste. No podía dejar de repetirme aquello: deberías probarlo. Creía que ella se moriría pronto y que habría para mí todavía la posibilidad de otra vida. Pero unos días después le dieron los nuevos análisis: el cáncer había remitido, el médico le había dicho que podía vivir otros diez años. Diez años más atada a esa vieja urraca... no hubiera podido soportarlo.
La lágrima que había quedado suspendida rodó por su mejilla. Se la quitó con un movimiento brusco, algo avergonzado, y estiró la mano para buscar un
kleenex
en la gaveta. Volvió a poner las manos sobre el volante y vi por un instante su pulgar diminuto.
—Entonces, ¿no vas a subir?
—La próxima vez —dije—. Es una tarde hermosa, quiero caminar todavía un poco.
El auto arrancó y pronto lo vi empequeñecer y desaparecer a lo lejos en la curva de Cunliffe Clase. Me pregunté si lo que Beth creía que Seldom nunca se animaría a contarme sería lo que Seldom ya me había contado, o si habría algo más, algo que temía imaginarme. Me pregunté qué parte sabía finalmente de toda la verdad y cómo debería empezar mi segundo informe. En la entrada de Cunliffe Clase miré hacia abajo y ya no pude reconocer dónde había caído el angstum: el último resto de piel había desaparecido y el pavimento que se extendía a mis pies, hasta donde llegaban los ojos, estaba otra vez limpio, inocente, despejado.
A la Fundación MacDowell, a mis benefactores anónimos y al matrimonio Putnam, por dos residencias en ese paraíso de artistas que es la Colonia MacDowell, donde fue escrita gran parte de esta novela. Al International Writing Program, de la Universidad de lowa, por una beca de dos meses que me permitió corregirla.
GUILLERMO MARTÍNEZ, (Bahía Blanca, 1962). Se radicó en Buenos Aires en 1985, donde se doctoró en Ciencias Matemáticas. Posteriormente residió dos años en Oxford, Gran Bretaña, con una beca de postdoctorado del CONICET. En 1982 obtuvo el Primer Premio del Certamen Nacional de Cuentos Roberto Arlt con el libro La jungla sin bestias (inédito). En 1989 obtuvo el Premio del Fondo Nacional de las Artes con el libro de cuentos Infierno Grande (Planeta). Su primera novela, Acerca de Roderer (Planeta, 1992), tuvo gran recibimiento de la crítica y fue traducida a varios idiomas. Publicó después La mujer del maestro (novela, Planeta 1998).
En 2003 apareció el libro de ensayos Borges y la matemática (Seix Barral) y obtuvo el Premio Planeta Argentina con Crímenes imperceptibles, novela que fue traducida a 35 idiomas y ha sido llevada al cine por el director Álex de la Iglesia, con el título Los crímenes de Oxford y un casting que incluye a John Hurt y Elijah Wood.
En 2005 publicó un libro de artículos y polémicas sobre literatura: La fórmula de la inmortalidad (Seix Barral). En 2007 apareció su última novela, La muerte lenta de Luciana B., contratada hasta el momento para traducciones a veinte idiomas, y votada por la crítica en España entre los diez mejores libros de 2007.
En 2009 publicó en Seix Barral el ensayo Gödel (para todos), en colaboración con Gustavo Piñeiro.
Participó del Internacional Writing Program de la Universidad de Iowa y obtuvo becas del Banff Centre for the Arts y de las fundaciones MacDowell y Civitella Ranieri. Colabora regularmente con artículos y reseñas en La Nación y otros medios. Fue jurado de los principales premios literarios: Alfaguara, Planeta, Emecé, La Nación-Sudamericana, Fondo Nacional de las Artes.
Uno de sus cuentos ha sido publicado recientemente en el New Yorker. Es uno de los escritores argentinos más traducidos en el mundo.