Read Los diez mandamientos del siglo XXI Online

Authors: Fernando Savater

Tags: #Ensayo, Filosofía

Los diez mandamientos del siglo XXI (12 page)

BOOK: Los diez mandamientos del siglo XXI
12.01Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

En la actualidad hay maneras distintas de ver el adulterio. Daniel Bracamonte dice que para un
swinger
«mi mujer cometería un acto de infidelidad si tuviese una relación sexual con otro hombre a mis espaldas. Se trataría de una mentira dentro del matrimonio, cuando en realidad no hay ninguna razón para mentir. Con la libertad sexual que tenemos los
swingers,
si ella me ocultara su relación, debo entender que se trata de algo que tiene que ver con el amor romántico y no solamente con el sexo».

Para el judaísmo, según el rabino Sacca, «lo que despierta su pasión carnal en el hombre es la visión. En la mujer es el tacto. Por esa razón a una mujer no le está prohibido observar a un hombre y halagar su belleza física. En cambio cuando el hombre mira a una mujer le genera pasiones carnales, que lo pueden llevar a cometer adulterio».

Respecto de la Biblia y la violación del sexto mandamiento, Samper Pisano considera que «se trataba de una zarzuela, sólo le faltaba que le pusieran música. En la Biblia el adulterio lo cometen personajes de una enorme delicadeza e importancia simbólica. Por ejemplo, el caso de la familia de Abraham, prócer donde los haya, gran patriarca y guía del pueblo. Abraham estaba casado con Sara, quien consideraba que estaba muy mayor para darle un hijo a su marido, entonces le dijo: "Hombre, yo tengo una esclava que a ti te gusta... yo he visto que la miras... por qué no entras en ella". Abraham lo hizo y nació Ismael y todos tan tranquilos».

Una de las cosas de los cristianos que más escandalizaban a los romanos era que, a su juicio, atacaban la idea de la familia tradicional. Los primeros cristianos no valoraban el matrimonio y los hijos. Su premisa era que todos los hombres eran hermanos. Promovían la idea de abandonar la familia: «Deja a tus padres y a tus hermanos y vente conmigo», dice Cristo en una ocasión. Predicaban lo que parecía una vida errante, bohemia, sin ataduras familiares, lazos, hijos o responsabilidades. Los primeros cristianos vivían incluso en cierta comunidad de bienes, no tenían la familia como la célula individual de la sociedad. Todo esto a los romanos les pareció escandaloso.

Los cristianos tenían una visión enfrentada a los cánones de la época respecto de las obligaciones del cuerpo y a la creación de un orden familiar, lo que llevó a los romanos a considerarlos como seres corruptores.

No quiso la lengua que de casado a cansado hubiese más que una letra de diferencia.

Lope de Vega

San Pablo dice en la primera carta a los Corintios: «En cuanto a la virginidad, no tengo ningún precepto del Señor, pero les doy un consejo, lo mejor para el hombre es no casarse. Si tienes mujer no la abandones, si no tienes mujer, no la busques. Si te casas, no pecas, pero los que lo hagan sufrirán grandes problemas que yo quisiera evitarles».También dijo: «Quiero que sepan que Cristo es la cabeza del hombre, y el hombre es la cabeza de la mujer, así como la cabeza de Cristo es Dios»... por tal motivo «la mujer que ora o profetiza con la cabeza descubierta deshonra al que es su cabeza. Es como si se hubiera rapado. Si una mujer no se cubre la cabeza con el velo, entonces que se la rape. El hombre no debe cubrirse la cabeza porque él es imagen y reflejo de Dios, mientras que la mujer es reflejo del hombre. En efecto, no es el hombre el que procede de la mujer, sino la mujer del hombre».

Era una idea que iba más allá de la transgresión en el adulterio, ya que consideraba que era innecesario el matrimonio y que había que renunciar al cuerpo. O sea mucho más criticable que fornicar con la mujer ajena es no querer hacerlo con ninguna, ni siquiera con la propia. Hubo muchos padres de la Iglesia que llegaron a castrarse para renunciar de manera absoluta a los deseos sexuales.

Había un mundo de enfrentamiento a las obligaciones del cuerpo y a la creación de un orden familiar que espantaba a los romanos, quienes por estas razones consideraban a los cristianos como seres corruptores.

Monogamia y poligamia

La poligamia y la monogamia han estado repartiéndose los favores sociales a lo largo de los siglos. Yo creo que la poligamia es lo más natural, porque de alguna manera coincide con la propia fisiología de la reproducción, ya que el hombre puede fecundar a varias mujeres.

En determinadas épocas en que se necesitaba que la población aumentase cuanto antes, el patriarca —el macho en su plenitud— lo que hacía era fecundar el mayor número de mujeres posibles para asegurar la descendencia del grupo. Más adelante, cuando se equilibró el número de hombres y mujeres, comenzó a imponerse la monogamia para no multiplicar los conflictos entre los distintos grupos. Pero esto no quiere decir que la poligamia se debe identificar con la infidelidad, ya que se trata de otra forma de fidelidad distinta. La monogamia es fidelidad a un individuo, mientras que la poligamia es hacia un número mayor de personas. También está el caso de la poliandria, en la que varios hombres comparten a la misma mujer, aunque es más raro, porque incluso va en contra de la fisiología normal.

Para Emilio Corbiere, «la cuestión del sexo en el judeocristianismo y en el mahometanismo es una muestra de estupidez humana. El verdadero sexo era el de los griegos, de los presocráticos, que era libre. Esta concepción judeocristiana que lo considera pecado está en contra de la historia y del desarrollo humanista».

Todas estas normas están relacionadas con la época en la que el erotismo estaba fiscalizado de manera exclusiva para la reproducción. Pero, a partir del siglo XVIII, el erotismo se dedica tanto a la reproducción como a la satisfacción de la persona.

En la modernidad ha existido con mayor frecuencia lo que podríamos llamar la monogamia sucesiva. Las personas que van pasando por fases monógamas. Casi nadie es monógamo con una sola persona toda la vida, sino que lo es varias veces, una a continuación de la otra. Pero sobre este tema existen todo tipo de combinaciones que tienen que ver con el reparto de los papeles sociales. La irrupción de la mujer en el mundo del trabajo ha cambiado de forma extraordinaria este campo.

Al hombre siempre se le ha consentido más, se le ha permitido una conducta más libre en materia sexual, mientras que con la mujer se ha sido más exigente.

Sin embargo, lo curioso es que la mujer es la que a lo largo de la mitología popular ha tenido fama de lasciva, de persona con deseo insaciable, de traidora, etcétera. El hombre, en cambio, que sí se ha comportado así a lo largo de los siglos, tiene fama de ingenuo, de noble, del que es engañado.

En realidad, el engaño es intentar establecer evaluaciones diferentes para el comportamiento de la mujer y el hombre. Si estamos de acuerdo en aceptar como relativamente natural que el hombre puede tener prácticas sexuales con otras personas que no sean su mujer, habrá que considerar que la mujer tiene el mismo derecho.

Hay distintas razones por las que dos individuos pueden permanecer juntos: económicas, por mantener una estructura familiar, para criar y cuidar a los hijos. Pero el afecto y el cariño deben ser los motivos más importantes para que dos personas vivan juntas en esta época individualista y hedonista.

Ese afecto y ese cariño no tienen por qué ser agotadoramente sexuales. Uno puede tener mucho cariño por alguien y desear compartir su vida, y sin embargo querer hacer el amor con otra, por la que siente sólo curiosidad, o por el atractivo, pero con quien no tendría el más mínimo interés en vivir.

Por lo tanto, puede existir una disociación entre el afecto a largo plazo —el que ayuda a convivir, a compartir trabajos, preocupaciones, intereses y a cuidar de una familia— con el puntual interés sexual que es algo mucho más lúdico, relacionado con la satisfacción de los sentidos y que no tiene por qué tener mayor trascendencia. Es decir, hay personas con las que queremos vivir y hay otras con las que deseamos hacer el amor, y hay veces en las que queremos hacer el amor con aquellas personas con las que también nos gusta vivir.

Esta disociación se ve cada vez con mayor claridad, y quizá dentro de poco no será motivo de ruptura del afecto, ni de separación entre aquellos que quieren vivir juntos, el hecho de que ocasionalmente hagan el amor con otras/otros, fuera de la pareja estable.

El amor libre y el sida

Los años sesenta, quizá algo mitificados, se consideran como los de mayor libertad en las costumbres. Años de explosión lúdica y erótica, de los anticonceptivos y el amor libre. Algo puedo hablar del asunto porque en aquella época tenía veintiún años y estaba en plena efervescencia hormonal. Hubo una ruptura con una serie de pautas anteriores, pero todos solemos contar el pasado de una manera embellecida en exceso.

Creíamos que se había dado paso a una era más desinhibida, sin represiones, más tolerante, en la cual las relaciones humanas habían entrado en juegos más abiertos. Sin embargo, a mediados de los años ochenta apareció la maldición del sida, que primero se centró en el amor homosexual, pero que luego se extendió al heterosexual y hoy alcanza a todas aquellas personas que no toman determinadas precauciones a la hora de hacer el amor.

Los puritanos, o sea los supersticiosos, intentaron en su momento convertir el sida en una especie de maldición divina, en una nueva plaga. En realidad se transformó en algo que atacó las libertades y la flexibilidad de costumbres, e introdujo una serie de controles obligatorios, no por razones morales, sino por meras cuestiones higiénicas. Considero que el noventa por ciento de las restricciones sensatas —no supersticiosas— que están relacionadas con el sexo son mucho más deudoras de la higiene que de la moral, que en realidad se ocupa poco de cintura para abajo de las personas.

La fidelidad quizá sea una virtud, aunque me parece que en general es planteada como una virtud triste. En primer lugar, porque se la reduce al plano casi fisiológico. En este sentido hay que recordar la definición del matrimonio que hacía Kant cuando decía que era un contrato de usufructo, en exclusiva, para el mutuo uso de los órganos sexuales de dos personas. Ya ven ustedes que romántico y bonito suena. No es raro que con esa idea Kant no se casara nunca en su vida.

Creo que en ese sentido la fidelidad es, en cierto modo, una idea kantiana. Si hemos decidido alquilar nuestros órganos sexuales, el hecho de que más de una persona disfrute de ellos es como si uno realquilase un piso dos veces sin informar al propietario.

La fidelidad es tener fe, ser fiel a alguien, pero en un sentido más amplio: tener fidelidad a su afecto, a sus gustos, hacer las cosas por cariño, por interés de verla vivir mejor, pero no exclusivamente en el terreno sexual. Es por ello por lo que la visión de la fidelidad en el sentido del usufructo de los órganos sexuales que plantea Kant a mí me parece o una virtud triste o una regla burguesa demasiado poco estimable.

El encanto del matrimonio es que provoca el desencanto necesario de las dos partes.

Óscar Wilde

Esta opinión más o menos cínica de Wilde, se puede completar con otra frase del mismo escritor, quien durante su visita a Estados Unidos, al ver las cataratas del Niágara —destino habitual de los viajes de luna de miel— dijo: «Esta es la segunda gran decepción de los recién casados norteamericanos». Es cierto, y sobre todo en otras épocas, que las parejas llegaban con poca experiencia erótica al matrimonio. Había mitos y fantasmas alrededor de esos placeres que hacían que el matrimonio pudiera decepcionar, porque la carne, antes o después, se sacia demasiado pronto.

Lo que debe entusiasmar de una convivencia es un tipo de compenetración, de conocimiento mutuo, de complementariedad y de apoyo, algo a lo que no se llega en unos días ni en unos meses, sino en años. Y es así, con el tiempo, como se llegan a entender los encantos de la verdadera pareja que se quiere, y no en los primeros días de arrobo meramente físico.

San Pablo —el auténtico inventor del cristianismo— fue uno de los primeros en hablar del deseo. Para él había tres deseos desordenados, tres libidos, tres anhelos afanosos y excesivos que poseían al hombre a lo largo de su vida: la
libido cognoscendi,
es decir, el deseo desordenado de conocer; la
libido dominando,
el deseo desordenado de mandar, de ordenar de poseer, y la
libido sentiendi,
el deseo desordenado de los sentidos, de los placeres.

Estos tres marcos, en los que el deseo se desborda, forman las pasiones esenciales que arrastran a los hombres y contra las que hay que luchar de forma permanente. De las tres, la más ligada a nuestra naturaleza animal, y sensorial es la
libido sentiendi,
la de los afanes sensuales, la del deseo de gratificación inmediata. Las otras dos son anhelos que se pueden aplazar. Aplazamos nuestro deseo de buscar conocimiento o de alcanzar el poder, pero los sentidos quieren el aquí y ahora. La
libido sentiendi
es la que busca el goce inmediato, aunque sea momentáneo e instantáneo.

De cualquier forma, la práctica del sexo siempre ha estado en el punto de mira para recibir algún tipo de castigo. Ha habido países ilustres como Estados Unidos donde hasta los años sesenta se penaba con la cárcel practicar el coito anal con la propia mujer. Claro que se requería de un vecino, auténticamente malicioso, que estuviese vigilando en todo momento, y que lograra aparecer con el alguacil en el preciso instante en que estabas violando la ley.

El sexto mandamiento es probablemente el que produzca una leve sonrisa a quien lo escuche. Una sonrisa pícara. Es el mandamiento que trata del adulterio, de la fornicación —palabra asombrosa—, de los actos impuros, de todo el mundo del deseo. Abarca los aspectos más variados de las relaciones familiares, los temas estrictamente sexuales, la fidelidad, el matrimonio, dentro de parámetros religiosos, morales, con matices sociales, higiénicos y hasta médicos.

VII
No robarás

El escritor le pide a Dios que le aclare qué significa robar

«No robarás»... muy bien dicho. Es en verdad un buen precepto. El robo es y ha sido durante siglos uno de los males de la humanidad. Pero no hiciste precisiones. ¿Qué es con exactitud robar? ¿Roba el padre que ve muriéndose de hambre a su hijo y toma un mendrugo de pan para alimentarle? ¿Roba también el que saquea una provincia entera y se queda con todos sus bienes para su disfrute personal?

No sé cómo sería en los tiempos de Moisés, pero en la actualidad hay distintas denominaciones: al que roba poco lo llaman ratero y le encarcelan en cambio al que lo hace en gran escala le llaman gran financiero, y recibe todo tipo de elogios y felicitaciones por su espíritu empresarial.

BOOK: Los diez mandamientos del siglo XXI
12.01Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Picking Up the Pieces by Elizabeth Hayley
Dead on Arrival by Anne Rooney
In Darkling Wood by Emma Carroll
The Lonely by Paul Gallico
A Wedding Story by Dee Tenorio
Impulse by Dannika Dark
Damsel in Distress? by Kristina O'Grady