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Authors: Fernando Savater

Tags: #Ensayo, Filosofía

Los diez mandamientos del siglo XXI (16 page)

BOOK: Los diez mandamientos del siglo XXI
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José María Blázquez dice que éste es un mandamiento que se refiere en lo fundamental al derecho de propiedad, «ya que está atado en su origen al resto de las pertenencias personales que tenía el jefe de la familia. No es tanto un pecado sexual, sino contra la propiedad. Hoy a nadie se le puede ocurrir decir que la mujer es propiedad del marido como puede ser el coche que está a su nombre. Al contrario, el coche es de los dos, y más de los hijos que lo usan como si fueran los verdaderos dueños. Se presenta como una redundancia frente al sexto mandamiento, pero porque tenía un carácter social y de posesión».

La maté porque era mía

Este mundo de lo posesivo en el terreno amoroso ha propiciado muchas barbaridades. Los crímenes pasionales están basados en que uno de los implicados considera que le van a quitar algo que le pertenece. Entonces se cree con el derecho a actuar como si estuviera defendiendo la casa contra un asaltante, incluso a castigar a la mujer con la muerte porque, después de todo, es una posesión del hombre y con qué derecho se va a ir con otro. Hasta la sofisticada narrativa de Jorge Luis Borges habla del tema. En su cuento «La intrusa» ilustra cómo dos hermanos que se enamoran de la misma mujer resuelven el conflicto entre ambos asesinando a la muchacha.

Todavía se escucha y se repite esa terrible expresión: «La maté porque era mía» como argumento para justificar los hechos más atroces, y el tango presenta, sin duda, un muestrario de estas cuestiones. Un ejemplo son los versos lunfardos de «Dicen que dicen», escrito por el poeta Alberto Ballesteros:

Pero una noche que pa' un laburo
el taura manso se había ausentao,
prendida de otros amores perros
la mina aquella se le había alzao...
Dicen que dicen que desde entonces,
ardiendo de odio su corazón,
el taura manso buscó a la paica
por cielo y tierra, como hice yo…
Y cuando quiso, justo el destino
que la encontrara, como ahora a vos,
trenzó sus manos en el cogote
de aquella perra... como hago yo...

Sin recurrir al tango, está claro que en España existe el grave problema de maltrato a las mujeres. La mayoría de los maltratadores, aparte de ser unos brutos por sus acciones y por otras razones, en algunos casos llegan a matar a la mujer que los quiere abandonar. Un tipo suele maltratar a su compañera cuando llega borracho a su casa. Si ella después de años de aguantar, se harta y quiere irse, o hacer los trámites para el divorcio, el marido, que la considera de su propiedad, cree que al matarla evita que le roben algo que es suyo.

Es curioso cómo en los países latinos los crímenes pasionales han gozado de tolerancia. Incluso la intención de la víctima de rebelarse era considerada como un atenuante, porque el hombre había sido traicionado. Aún persiste la idea de que cuando ella se va con otro, este último es el primer culpable porque la robó, y luego la responsabilidad recae en la mujer, que debe ser castigada por traicionar a su dueño. Por lo tanto, a pesar de que la sociedad ha evolucionado, la idea permanece sobre todo en el inconsciente popular.

En realidad, entre el mal manejo de las pasiones y la cultura que impuso al hombre por encima de la mujer, la violencia doméstica es un mal universal. Un ejemplo es el de la actriz Marie Trintignant, quien murió por los golpes que recibió de Bertrand Cantat, su pareja, en la habitación de un hotel en Lituania; La actriz, madre de cuatro chicos, planeaba irse de vacaciones con el padre de sus hijos menores. Por celos, Cantat la mató a golpes.

«Se lo ha buscado, ¿no?», es esa frase que mezcla lo posesivo y lo pasional y que nada tiene que ver con el verdadero cariño, porque si alguien ama a otro, lo que busca y desea es su felicidad, y si eso pasa por que se vaya con otra persona uno debería aprobar la situación y decir: «Qué feliz me siento de que vaya a ser ahora más feliz con otro». Sabemos que esto no ocurre comúnmente. En todos los afectos hay un elemento posesivo y de amor propio. Decía muy bien el moralista francés Francois La Rochefoucauld que todas las penas de amor son penas de amor propio, y que muchas veces, cuando estamos clamando por nuestro amor perdido, lo que estamos es protestando por nuestro amor propio ultrajado.

Un hombre puede ser feliz con cualquier mujer, mientras no la ame.

Óscar Wilde

Para Luis de Sebastián, «en la casa nadie manda, ni el hombre ni la mujer. En la pareja no debe haber relaciones amo-criado, señor-súbdito, orden-cumplimiento. En la vida en pareja, en el matrimonio, nadie es propiedad de nadie. Cada persona mantiene su individualidad y así debe continuar siempre, si la intención es tener una relación feliz y duradera. Las uniones tienen que ser entre dos personas responsables y libres. De cualquier manera, la fórmula con la que se consagran los matrimonios es de por sí ambigua. Cuando se afirma "Te doy por esposa..." parece indicarse la entrega de una persona a otra. Sin embargo, el peligro para la estabilidad de las parejas no es externo, o que alguno de los dos se enamore de otro. Puede llegar a suceder, pero previamente se ha roto el encanto de la vida en pareja. Los riesgos son los internos, la lealtad y la fidelidad de la relación día a día y en todas las circunstancias por las que pasa».

Seducción y conquista

El tema de la seducción es muy complicado. Muchas veces los seres humanos deseamos una cosa porque vemos que otro la desea. ¿Hasta qué punto el deseo de uno es el que motiva que otro a su vez desee lo mismo? Esto es muy frecuente en el juego amoroso. Por eso se dice que cuando un hombre tiene fama de gran conquistador, es porque esa idea que tiene la gente de él le ayuda a conquistar.

En definitiva, los seres humanos deseamos lo que vemos desear a otros. Si todo el mundo desea a esta mujer, algo tendrá para ser tan deseada. Si todo el mundo corre detrás de este hombre, será porque tiene algo extraordinario. Por lo tanto, hay un elemento de triangulación del deseo.

Pero la seducción es un sí, pero no; un quiero, pero no quiero; un abrir una puerta, para cerrarla a continuación. Y si la persona que percibe estos estímulos no es muy sutil, da lugar a situaciones algo incómodas. Hay quienes cometen abusos sexuales y se excusan diciendo: «Bueno... ella me provocó porque me dijo, o porque yo creía que me decía o porque me insinuó». Esto sucede cuando alguien malinterpreta y confunde con entrega, lo que es un juego en el cual hay que mantener siempre la libertad.

Uno de los paradigmas que se ha barajado durante mucho tiempo como ideal de pareja es el de la perfecta unión en la que cada uno de sus integrantes pierde completamente su autonomía y ambos pasan a ser una sola persona. Se dice que son dos en una carne. Solemos escuchar: «No tenemos secretos el uno para el otro, pensamos y opinamos siempre igual». Estamos, en el fondo, frente al sueño de la posesión perfecta. La manera de poseer algo es hacerse uno con ello de manera definitiva. Pero en lugar de ser una ampliación del amor se trata de una disminución ya que lo bonito y lo meritorio es que se amen dos personas distintas, no que se conviertan en una. Eso deja de ser amor y se convierte en egoísmo ya que uno se está amando a sí mismo. Lo difícil es prodigar el amor a otro, respetando su integridad y su carácter. Por eso hay que tener en cuenta el poema de Mario Benedetti cuando dice que tú y yo somos mucho más que dos. Está bien ser más que dos, pero no menos, siempre hay que mantenerse como dos.

Vidas separadas de hombres y mujeres en la antigüedad

En la antigüedad imperaba la idea de que los hombres y las mujeres hicieran su vida por separado salvo cuando se encontraban en el hogar. Esto discriminaba a la mujer. La esposa estaba sujeta al hombre pero, como ya hemos dicho, el hombre tenía poco control sobre sí mismo cuando estaba cerca de mujeres deseables, por lo tanto se consideraba más prudente que los hombres estuvieran junto a los hombres, sobre todo cuando se trataba de jóvenes, mientras que las mujeres debían estar juntas, pero alejadas de ellos, que eran víctimas de tentaciones fuertes. Hoy los hombres y las mujeres se educan, trabajan y viven juntos. En la actualidad, la mujer tampoco tiene que ir cubierta y recatada, puede vestir como quiera, en ocasiones con ropas insinuantes e incluso provocativas. Todo esto exige la conversión del hombre en alguien mucho más capaz de controlarse. La idea del autocontrol masculino es reciente. Durante siglos no existió. En la actualidad el hombre tiene que aprender a convivir dejando de lado todo lo que tiene que ver con las insinuaciones y el atractivo sexual. Creo que esta reconversión mental tiene que ver con la evolución de la civilización, que hace más natural, complementario y democrático el juego entre los hombres y las mujeres. El problema en algunos países latinos como los nuestros es que muchos varones continúan teniendo la misma mentalidad que hace dos siglos, y reaccionan como neandertales.

Una de las cosas que no puedo entender es qué tiene de malo poder deleitarse ante una persona hermosa, sea del sexo que sea. Es obvio que en esa contemplación hay una vinculación con nuestra propia sexualidad. No podríamos considerar hermosa a una persona, hombre o mujer, si no tuviéramos de algún modo conciencia de nuestro propio cuerpo y de nuestro carácter sexual. Luchar contra el deseo que nos produce otro es como hacerlo contra la ley de gravedad. Pero de ahí a intentar algún tipo de acto impropio con el otro, hay un abismo.

Este precepto nos ha llevado por un camino más que sugestivo. Las preguntas son: ¿hasta qué punto un ser humano puede pertenecer a otro? y ¿cómo dos personas pueden formar una pareja preservando cada una su individualidad? En estas cuestiones entran en juego la fidelidad y la consideración de si se trata de una virtud o de una exigencia puritana heredada de aquellos años en que todavía imperaba el concepto posesivo de la mujer. También nos lleva a reflexionar sobre la seducción y el deseo y en qué difieren al respecto los hombres y las mujeres. Todas estas cuestiones están relacionadas y nos vienen a la mente al reflexionar sobre «no desearás a la mujer de tu prójimo».

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No codiciarás los bienes ajenos

El escritor y Yahvé analizan las dificultades para hacer cumplir este mandamiento

Qué difícil debe de ser cumplir con este precepto cuando la codicia parece que funciona en todo el mundo de una manera abrumadora. Vemos que una serie de personajes, incluso los más celebrados, son codiciosos, y en ocasiones de un modo insaciable. Por mucho que hayan alcanzado, acumulado o robado, nunca es suficiente. Los mayores fraudes no los cometen quienes quieren hacerse ricos, sino quienes quieren hacerse más ricos. Y esto ocurre

tú lo sabes bien

en un mundo donde millones y millones de personas viven con menos de un dólar diario. El espectáculo de la codicia desenfrenada asusta y repugna a la vez.

De cualquier manera, te reconozco que la envidia

el motor de la codicia— no siempre es negativa. Me refiero a la entendida como deseo de emulación, de competencia, de hacer las cosas mejor que el otro o de conseguirlas sin quitárselas a nadie. No sólo hablamos de los objetos materiales, sino también de las virtudes de las personas: la valentía, la sinceridad o el conocimiento, también son envidiables, porque pueden producir un estímulo positivo.

Pero los hombres somos así: cuando se trata de cosas tangibles, la envidia del dinero, del prestigio, de representación ante los demás se convierte en un elemento embrutecedor. Vemos que muchas personas, en su deseo de sobresalir, empiezan a adquirir un rostro de avidez que provoca miedo.

Yo no he visto a los condenados de tu infierno. No te preocupes... si tú lo permites no tengo ningún interés en verlos de cerca, pero imagino que deben de tener esa cara de avidez insaciable y eterna que tienen quienes son codiciosos, cuando quieren poseer lo que todavía no tienen. Y qué decir de aquellos que en la historia envidiaron y codiciaron tu nombre y tu poder, de esos hombres que se consideraron a sí mismos dioses y trataron a los demás con tu estilo caprichoso y vengativo. Creo que estamos de acuerdo en que cuando se trata de cuidar las formas nunca has sido muy atento.

Envidia y codicia

Este mandamiento, tal como lo conocemos, parece desprenderse del noveno, lo cual demuestra la enorme importancia que tienen los conceptos de la envidia y el deseo.

La envidia es el más sociable de los vicios. Proviene de nuestro carácter de animales gregarios. Envidiamos porque nos parecemos unos a otros y, como ya dijimos, la mayoría de las cosas que nos resultan apetecibles son las que vemos desear a otros. Por ejemplo, cuando se hacen regalos a un grupo de niños pequeños, cada uno de ellos está más pendiente de lo que le han dado a los demás que del suyo.

En este terreno, las semejanzas nos pueden enfrentar cuando queremos lo mismo que los otros, sobre todo cuando vemos que se trata de algo que no puede tenerlo más que una sola persona. De ahí surge la competencia y la envidia que tienen su origen en nuestra sociabilidad, pero que también se convierten en una amenaza para la misma.

Para el rabino Isaac Sacca, «este mandamiento en cierta medida desencadena los anteriores. El que envidia roba, el que envidia levanta falso testimonio, el que envidia mata, el que envidia comete adulterio. La envidia es la raíz de los grandes males de la sociedad. Dios no nos convoca a apartarnos del mundo, pero nos advierte: cuidado con el descontrol de la codicia, de la envidia y de la ambición, porque eso destruye al hombre y lo lleva a matar, robar, cometer adulterio y mentir, que son los grandes males de la sociedad».

La envidia va tan flaca y amarilla porque muerde y no come.

Francisco de Quevedo

En todas las épocas ha existido esa envidia flaca y amarilla, pero a lo largo de los siglos estuvo distribuida en grupos, estamentos o castas. En las sociedades jerarquizadas, los inferiores no se envidiaban más que entre sí. No lo hacían con sus superiores. Por ejemplo, un paria de la India, considerado el estamento social más bajo, no envidia al brahmán, pero quizá sí a otros parias. Son tipos de sociedades donde la movilidad es horizontal.

Otro ejemplo se aprecia en el teatro clásico, donde los problemas están divididos por grupos humanos. Los nobles y los aristócratas tienen su propio conjunto de rivalidades y ambiciones, mientras que los criados y las personas de clases inferiores tienen sus envidias particulares. Pero son sentimientos que no interfieren unos con otros. Lo característico de una sociedad de iguales, que comienza a vislumbrarse a fines del siglo XIII es que la envidia se democratiza.

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