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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción

Los límites de la Fundación (6 page)

BOOK: Los límites de la Fundación
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—¿Qué?

—Deberá averiguar si lo que usted y yo creemos es realmente así. Deberá averiguar si la Segunda Fundación todavía existe y, en ese caso, dónde. Esto significa que tendrá que abandonar Términus e ir adonde sea, aunque al final tal vez resulte, como en tiempos de Arkady, que la Segunda Fundación está entre nosotros. Significa que no regresará hasta que tenga algo que comunicarnos; y si no tiene nada que comunicarnos, no regresará nunca, y la población de Términus contará con un tonto menos.

Trevize se sorprendió tartamudeando:

—Por Términus, ¿se puede saber cómo lograré buscarlos sin que se enteren? Se limitarán a darme muerte, y usted no sabrá más que antes.

—Entonces no les busque, muchachito ingenuo. Busque alguna otra cosa. Busque alguna otra cosa con todo su empeño y todas sus fuerzas, y si, mientras tanto, se tropieza con ellos porque no se han molestado en prestarle atención alguna, ¡buena suerte! En ese caso, puede enviarnos información por hiperondas blindadas y codificadas, y le dejaremos regresar como recompensa.

—Supongo que ya ha pensado en lo que debo buscar.

—Claro que lo he pensado. ¿Conoce a Janov Pelorat?

—Jamás he oído hablar de él.

—Lo conocerá mañana. El le dirá lo que debe buscar y se marchará con usted en una de nuestras naves más perfeccionadas. Sólo serán ustedes dos, pues sería absurdo arriesgar más vidas. Y si intenta volver sin tener los datos que necesitamos, le arrojaremos fuera del espacio antes de que llegue a un pársec de Términus. Eso es todo. La conversación terminado.

Se levantó, miró sus manos desnudas, y luego se puso lentamente los guantes. Se dirigió hacia la puerta, que abrieron dos guardias, armas en mano. Estos se apartaron para dejarla pasar. Al llegar al umbral se volvió.

—Fuera hay otros guardias. No haga nada sospechoso o nos evitará la molestia de su existencia.

—Entonces usted también perdería las ventajas que puedo proporcionarle —dijo Trevize y, con un esfuerzo, consiguió decirlo despreocupadamente.

—Correremos ese riesgo —dijo Branno con una sonrisa desprovista de regocijo.

8

—He oído toda la conversación. Ha hecho gala de una paciencia extraordinaria —dijo Liono Kodell, que la esperaba en el exterior.

—Pero estoy extraordinariamente cansada. Creo que el día ha tenido setenta y dos horas. Ahora debe ocuparse usted.

—Lo haré, pero dígame… ¿Había realmente un Dispositivo Estático Mental dentro de la casa?

—Oh, Kodell —dijo Branno con cansancio—. Usted lo sabe mejor que yo. ¿Qué probabilidades había de que estuvieran vigilándonos? ¿Se imagina que la Segunda Fundación lo vigila todo, en todas partes, siempre? Yo no soy tan romántica como Trevize; él puede pensarlo, pero yo no. Y aunque así fuera, si la Segunda Fundación tuviese ojos y oídos en todas partes, ¿no nos habría delatado inmediatamente la presencia de un DEM? Y ¿no habría su uso demostrado a la Segunda Fundación que existía un escudo contra sus poderes, una vez detectaran una región mentalmente opaca? ¿Acaso el secreto de la existencia de dicho escudo, hasta que estemos preparados para utilizarlo al máximo, no vale más, no sólo que Trevize, sino que usted y yo juntos? Y sin embargo…

Estaban en el vehículo de superficie, y Kodell conducía.

—Y sin embargo… —dijo éste.

—Y sin embargo, ¿qué? —preguntó Branno—. Oh, sí. Y sin embargo, ese joven es inteligente. Le he llamado tonto media docena de veces de distintas maneras con objeto de mantenerle en su lugar, pero no lo es. Es joven y ha leído demasiadas novelas de Arkady Darell, y ellas le han hecho creer que la Galaxia es así, pero posee una gran perspicacia y será una lástima perderlo.

—Entonces, ¿está segura de que se perderá?

—Completamente segura —dijo Branno con tristeza—. De todos modos, es mejor así. No necesitamos jóvenes románticos que ataquen a ciegas y destrocen, quizás en un instante, lo que nos ha costado años construir. Además, nos será de utilidad. No cabe duda de que atraerá la atención de la Segunda Fundación, suponiendo que en realidad exista y se interese por nosotros. Y mientras se ocupan de él, posiblemente nos dejen en paz. Quizá consigamos algo más que eso. Es posible que, en su preocupación por Trevize, lleguen a delatarse a sí mismos, dándonos la oportunidad y el tiempo para tomar medidas preventivas.

—Así pues, Trevize atraerá el rayo.

Los labios de Branno se crisparon.

—Ah, la metáfora que he estado buscando. Él es nuestro pararrayos, absorberá la descarga y nos protegerá del mal.

—¿Y ese Pelorat que también estará en el radio de acción del rayo?

—Quizá también sufra, Eso no puede evitarse.

Kodell asintió.

—Bueno, ya sabe lo que Salvor Hardin solía decir: «Nunca dejes que tu sentido de la moralidad te impida hacer lo que está bien,»

En este momento no tengo ningún sentido de la moralidad —murmuró Branno —Tengo el sentido del cansancio óseo. Y sin embargo…, podría nombrar a muchas personas cuya pérdida no me importaría tanto como la de Golan Trevize. Es un joven muy guapo. Y naturalmente, él lo sabe. —Sus últimas palabras fueron un susurro casi inaudible; cerró los ojos y se sumió en un sueño ligero.

3. Historiador
9

Janov Pelorat tenía el cabello blanco y su cara, en reposo, era bastante inexpresiva. Pocas veces dejaba de serlo. De estatura y peso medios, tendía a moverse sin prisa y a hablar con ponderación. Aparentaba mucha más edad de los cincuenta y dos años que tenía.

Nunca había salido de Términus, algo de lo más insólito, en especial para una persona de su profesión. El mismo no estaba seguro de si había ido adoptando sus sedentarias costumbres a causa de, o a pesar de, su obsesión por la historia.

La obsesión le había sobrevenido repentinamente a la edad de quince años cuando, a raíz de una indisposición, le regalaron un libro de leyendas antiguas. En él encontró la reiterada alusión a un mundo que estaba solo y aislado, un mundo que ni siquiera era consciente de su aislamiento, ya que nunca había conocido otra cosa.

Su indisposición empezó a remitir inmediatamente. Al cabo de dos días había leído el libro tres veces y ya no tenía que guardar cama. Al día siguiente estaba frente a la terminal de la computadora, averiguando todo lo que la Biblioteca de la Universidad de Términus pudiera tener sobre leyendas similares.

Eran precisamente estas leyendas lo que le había ocupado desde entonces. La Biblioteca de la Universidad de Términus no había sido un gran recurso en este aspecto, pero, con el paso de los años, descubrió el placer de los préstamos interbibliotecarios.

Tenía impresiones en su poder que había recibido por señales de hiperradiación desde lugares tan lejanos como Ifnia.

Se convirtió en profesor de historia antigua y ahora, treinta y siete años más tarde, estaba empezando su primer año sabático, que había solicitado con la idea de realizar un viaje por el espacio (el primero) hasta el mismo Trántor.

Pelorat era plenamente consciente de lo insólito que resultaba para una persona de Términus no haber estado nunca en el espacio. Nunca había tenido la intención de ser notable en ese sentido en particular. Sin embargo, siempre que se le había presentado la oportunidad de ir al espacio, un nuevo libro, un nuevo estudio o un nuevo análisis se lo había impedido. Entonces retrasaba su proyectado viaje hasta haber estudiado a fondo el nuevo tema y haber añadido, si ello era posible, otro dato de hecho, especulación o imaginación a la montaña que había reunido. Después de todo, lo único que lamentaba era no haber hecho nunca aquel viaje a Trántor.

Trántor había sido la capital del Primer Imperio galáctico. Había sido la sede de los emperadores durante doce mil años y, antes de eso, la capital de uno de los reinos preimperiales más importantes que, poco a poco, había capturado o absorbido de algún otro modo a los otros reinos para constituir el imperio.

Trántor había sido una ciudad rodeada de mundos, una ciudad revestida de metal. Pelorat había leído sobre ella, en las obras de Gaal Dornick, que la había visitado en tiempos del propio Hari Seldon. El volumen de Dornick ya no circulaba, y el que pertenecía a Pelorat habría podido venderse por la mitad del salario anual del historiador. La sugerencia de que pudiera separarse de él lo habría horrorizado.

Naturalmente, lo que le interesaba a Pelorat de Trántor era la Biblioteca Galáctica, que en tiempos imperiales (cuando era la Biblioteca Imperial) había sido la mayor de la Galaxia. Trántor fue la capital del Imperio más extenso y populoso que la humanidad había visto jamás. Había sido una ciudad mundial con una población superior a los cuarenta mil millones, y su biblioteca había sido el archivo de todas las obras creativas (y no tan creadas) de la humanidad, el compendio completo de sus conocimientos. Y todo estaba computarizado de un modo tan complejo que se necesitaba ser un experto para manejar los ordenadores.

Y lo que era más, la biblioteca había subsistido.

Para Pelorat, esto resultaba asombroso en grado sumo. Cuando Trántor cayó y fue saqueada, hacía casi dos siglos y medio, sufrió una terrible destrucción, y los relatos de sufrimientos y muerte eran escalofriantes. A pesar de ello, la biblioteca subsistió, protegida (según se decía) por los estudiantes universitarios, que emplearon armas sumamente ingeniosas. (Algunos creían que la defensa llevada a cabo por los estudiantes había sido excesivamente mitificada.)

En cualquier caso, la biblioteca había resistido a través del período de devastación. Ebling Mis había hecho su trabajo en una biblioteca intacta en un mundo destruido, cuando casi había localizado la Segunda Fundación (según la historia que el pueblo de la Fundación aún creía, pero que los historiadores siempre han tratado con reservas). Las tres generaciones de Darell (Bayta, Toran y Arkady) habían estado en Trántor en una u otra época. Sin embargo, Arkady no había visitado la biblioteca, y desde entonces la biblioteca no había figurado en la historia galáctica.

Ningún miembro de la Fundación había estado en Trántor desde hacía ciento veinte años, pero no existían motivos para creer que la biblioteca no siguiera todavía allí. El mero hecho de no saber nada de ella era la prueba más segura de que aún subsistía, Su destrucción habría sido sonada.

La biblioteca era anticuada y arcaica, lo había sido incluso en tiempos de Ebling Mis, pero eso formaba parte de su atractivo. Pelorat siempre se frotaba las manos con excitación cuando pensaba en una biblioteca vieja y anticuada. Cuanto más vieja y más anticuada fuese, más probabilidades había de que tuviese lo que él necesitaba. En sus sueños, entraba en la biblioteca y preguntaba con jadeante alarma; «¿Ha sido modernizada la biblioteca? ¿Han retirado las viejas grabaciones?» Y siempre se imaginaba la respuesta de polvorientos y ancianos bibliotecarios: «Sigue tal como estaba, profesor.»

Y ahora su sueño se convertiría en realidad. La propia alcaldesa se lo había asegurado. Ignoraba cómo se había enterado de su trabajo. No había conseguido publicar muchos documentos. Poco de lo que había hecho era suficientemente sólido para ser publicado y lo que había aparecido no dejó huella. Sin embargo, se decía que Branno, «la mujer de bronce», sabía todo lo que pasaba en Términus y tenía ojos en el extremo de cada dedo. Pelorat casi se inclinaba a creerlo, pero si ella conocía su trabajo, ¿por qué no había visto su importancia y le había prestado un poco de apoyo financiero mucho antes?

Por alguna razón, pensó, con toda la amargura que podía generar, la Fundación tenía los ojos firmemente clavados en el futuro. Era el Segundo Imperio y su destino lo que les absorbía. No tenían tiempo, ni deseos de ahondar en el pasado, y les irritaba que otros lo hicieran.

Eran unos necios, naturalmente; pero él solo no podía erradicar tanta necedad. Y quizá. fuese mejor así. Podría emprender la búsqueda por su cuenta y llegaría el día en que seria recordado como el gran pionero de lo importante.

Por supuesto, ello significaba (y era demasiado honesto intelectualmente para negarse a verlo) que también él estaba absorto en el futuro, un futuro en el que se le reconocería y sería un héroe de la magnitud de Hari Seldon. De hecho, incluso más importante, pues, ¿cómo podía compararse la investigación sobre un futuro de un milenio de duración, claramente visualizado, con la investigación sobre un pasado perdido de al menos veinticinco milenios de antigüedad?

Y éste era el día; éste era el día.

La alcaldesa había dicho que sería el día siguiente a la aparición de la imagen de Seldon. Esa era la única razón por la que Pelorat había estado interesado en la Crisis Seldon, que durante meses había preocupado a todos los habitantes de Términus e incluso a casi todos los habitantes de la Confederación.

A él le había parecido totalmente irrelevante la cuestión de si la capital de la Fundación permanecía en Términus o era trasladada a algún otro lugar. Y ahora que la crisis había sido resuelta, continuaba sin saber con certeza cuál era la alternativa apoyada por Hari Seldon, o si la cuestión en debate había sido mencionada.

Bastaba con que Seldon hubiese aparecido y que ahora éste fuera el día.

Eran poco más de las dos de la tarde cuando un vehículo de superficie se detuvo frente a su casa, algo aislada en las afueras de la ciudad de Términus.

Una de las puertas traseras se abrió. Un guardia con el uniforme del Cuerpo de Seguridad de la Alcaldía se apeó, seguido por un hombre joven y otros dos guardias.

Pelorat se sintió impresionado a pesar suyo. La alcaldesa no sólo conocía su trabajo sino que también lo consideraba de la mayor importancia. La persona que debería acompañarle iba escoltada por una guardia de honor, y le habían prometido una nave de primera clase que su compañero pilotaría.

¡De lo más halagador! ¡De lo más…!

El ama de llaves de Pelorat abrió la puerta. El hombre joven entró y los dos guardias se colocaron a ambos lados de la entrada. Por la ventana, Pelorat vio que el tercer guardia permanecía fuera y que un segundo vehículo de superficie acababa de llegar.

¡Guardias adicionales!

¡Desconcertante!

Se volvió al oír entrar al joven en la habitación y se sorprendió al reconocerle. Le había visto en holoemisiones.

—Usted es ese consejero. ¡Usted es Trevize! —exclamó.

—Golan Trevize. Así es. ¿Y usted es el profesor Janov Pelorat?

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