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Authors: César Vidal

Tags: #Ensayo, Historia

Los masones (3 page)

BOOK: Los masones
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El proceso de los templarios, íntimamente relacionado con su disolución por decisión papal, había sacado a la luz un cúmulo de acusaciones que iban desde la práctica de la sodomía a la utilización de la magia negra en ceremonias secretas y a la blasfemia idolátrica. Que Felipe de Francia, ansioso por obtener más fondos y despojador poco antes de los judíos, pretendía fundamentalmente llenar sus arcas parece fuera de duda; que Guillermo de Nogaret le sirvió buscando no el que resplandeciera la justicia sino beneficiar a su señor es innegable y que el papa Clemente se plegó a las presiones del monarca galo, en parte, por miedo y, en parte, por superstición parece muy difícil de discutir.

Tampoco puede cuestionarse que De Molay y otros acusados fueron sometidos durante años a tormento y que, posteriormente, renegaron de las confesiones suscritas bajo el efecto de la tortura, un hecho que precipitó precisamente su condena a la pena capital. Sin embargo, existe más de una posibilidad de que las acusaciones vertidas contra la Orden del Temple no fueran del todo falsas. A diferencia de los hospitalarios —la otra gran orden militar surgida de las Cruzadas—, que se ocupaban de enfermos, necesitados y heridos, los templarios no pusieron ningún énfasis en cuestiones relacionadas con el ejercicio de la caridad y no tardaron en entregarse a funciones de carácter bancario y, por si fuera poco, algunos de los miembros de la orden acabaron sintiéndose atraídos por corrientes gnósticas orientales y manteniendo unas relaciones sospechosamente cordiales con grupos como la secta musulmana de los
hashishim
o asesinos.

En qué medida esta suma de elementos en casos particulares se extendió a la totalidad de la orden resulta muy difícil de establecer. Que perdió buena parte de su carga espiritual primigenia y que no pocas veces funcionó más como una entidad crediticia que espiritual es innegable. Cuestión aparte es que, efectivamente, fuera culpable de los cargos formulados contra ella en el proceso orquestado por Guillermo de Nogaret siguiendo las directrices de Felipe el Hermoso. De hecho, cuando la orden fue disuelta y se procedió a juzgar a sus caballeros, en otras partes del mundo por regla general obtuvieron sentencias absolutorias. En España, por ejemplo, ninguno de los monarcas se opuso al proceso y, por el contrario, se permitió que los legados papales lo llevaran a cabo sin interferencias. El resultado fue que no se dictó una sola condena en el ámbito de Castilla, Navarra, Portugal o Aragón. Incluso puede añadirse que aunque los templarios tenían la posibilidad de cobrar una pensión procedente de los fondos de la disuelta orden y retirarse, prefirieron integrarse en su mayoría en otras órdenes militares, lo que no sólo no chocó con objeciones sino que recibió un inmenso apoyo. Aún más. Cuando antiguos templarios dieron origen a nuevas órdenes, como la de Montesa, la iniciativa fue acogida favorablemente tanto por las autoridades eclesiásticas como por las civiles.

En términos generales, por lo tanto, la Orden del Temple —a pesar de lo que hubieran podido hacer algunos caballeros aislados— no se había visto contaminada por los hechos que se le imputaban y así se entendió de manera generalizada en la época. En términos generales insistamos porque excepciones de enorme relevancia las hubo. Por ejemplo, un grupo de templarios franceses marchó a Escocia, donde Roberto el Bruce se enfrentaba con los ingleses —un episodio reflejado en parte por la película
Braveheart
—, y se pusieron a su servicio. El rey Roberto los acogió entusiasmado —no en vano eran magníficos guerreros y quizá incluso llevaban consigo fondos salvados del expolio de la orden— y los utilizó para vencer militarmente a los ingleses y conservar la independencia de Escocia. Hasta ahí todo entra dentro de lo normal. La cuestión, sin embargo, es que no faltan pruebas arqueológicas de que algunos de los templarios trasplantados a Escocia establecieron contacto con grupos de maestros albañiles —masones— que se expresaban mediante una simbología ocultista que, posteriormente, se relacionaría con las logias masónicas.

El caso más claro de lo que señalamos se encuentra en la capilla de los Saint Clair de Rosslyn. En este enclave, los símbolos templarios coexisten con otros utilizados más tarde por la masonería, sin excluir la cabeza del demonio Bafomet, una imagen —convengamos en ello— bien peculiar para ser albergada en el interior de una iglesia católica. No podemos determinar más allá de la hipótesis plausible cuál fue la relación exacta que los templarios establecieron con aquellos maestros albañiles. Cabe, desde luego, la posibilidad de que se relacionaran con ellos de una manera natural impulsada, por una parte, por el gusto que algunos caballeros habían mostrado ya en Oriente hacia cosmovisiones gnósticas, pero también, por otra, por el deseo de vengarse del papado y de la Corona francesa que habían acabado con su orden. En ese sentido, las muertes del papa Clemente y de los herederos al trono francés han sido interpretadas como asesinatos templarios, si bien tal supuesto no pasa de ser una especulación novelesca.

Durante los siglos siguientes, esa supuesta vinculación de algunos templarios aislados a la masonería se convirtió en un punto central de su historia y de su propaganda. Se insistió en que los templarios habían formado parte de la cadena de receptores de secretos ocultos existente desde el principio de los tiempos —un hecho más que dudoso— y se dio nombre de templarias a algunas obediencias masónicas, como la Orden de los Caballeros Templarios incardinada en el seno de la Gran Logia de Inglaterra u otras órdenes templario-masónicas en Escocia, Irlanda y Estados Unidos. La circunstancia no debería extrañar en la medida en que la masonería —como algunos templarios— se presentaba como enemiga declarada de la Santa Sede. La relación, por lo tanto, de algunos caballeros templarios con maestros albañiles escoceses del siglo XIV resulta innegable. Que además formaran parte de la cadena de transmisión de los secretos masónicos o que dieran lugar a su vez a obediencias masónicas diversas resultan ya cuestiones en las que pisamos un terreno mucho menos firme. De hecho, debe indicarse que si bien hay masones, como ya hemos visto, que abrazarían con gusto la creencia de una relación directa entre los templarios y la masonería, tampoco faltan logias que afirman —con razón— que la misma dista mucho de estar establecida de manera irrefutable.

La teoría medieval

Con todo, y si bien la supuesta relación entre templarios y masones resulta cuando menos discutible, no puede decirse lo mismo de los antecedentes de la masonería que encontramos precisamente en los albañiles —
masons, maçons
— del final de la Edad Media. Aquí sí que nos encontramos con organizaciones bien definidas. En Inglaterra, por ejemplo, los albañiles se agrupaban en gremios que custodiaban celosamente las artes de su oficio, que sólo enseñaban su artesanado a personas muy concretas y que se reunían para descansar en cabañas que acabaron recibiendo el nombre de «logia». Hasta donde sabemos, estas agrupaciones de carácter laboral —uno de sus objetivos era burlar las ordenanzas (
Old Charges
) que fijaban emolumentos máximos por su trabajo de albañilería— se encontraban también sometidos a una reglamentación moral, por cierto, muy similar a la operante en otros gremios medievales.

Hasta nosotros han llegado unas ciento treinta versiones de las
Old Charges
que pueden fecharse en años cercanos al 1390. En virtud de estas ordenanzas, el albañil —masón— debía creer en Dios, aceptar las enseñanzas dispensadas por la Iglesia católica y rechazar todas las herejías; obedecer al rey, librarse de seducir a las mujeres —esposa, hija o criada— que hubiera en casa de su maestro, librarse de jugar a las cartas en determinadas fiestas religiosas y de frecuentar prostíbulos. Como podemos ver por estas fuentes, el hecho de ser albañil no resultaba, en términos esotéricas o de conocimiento iniciático, distinto de ser zapatero o herrero, fundamentalmente, porque las logias tenían una finalidad meramente profesional.

Sin embargo, a pesar de que no podemos hablar de masonería en sentido estricto en esa época, no resulta menos cierto que en esos gremios de albañiles se daban algunos aspectos que después serían aprovechados por los masones. Por ejemplo, los gremios de albañilería seguían unas reglas estrictas a la hora de admitir a sus miembros y de permitir el ascenso en los distintos grados. Además, el conocimiento que dispensaban se encontraba limitado a unos pocos y estaba estrictamente prohibido el transmitirlo sin permiso de los superiores. Finalmente, la pertenencia a estos gremios exigía la sumisión a una serie de normas, en parte, relacionadas con el catolicismo y, en parte, dirigidas sobre todo a los otros miembros encuadrados en el colectivo. Este conjunto de circunstancias explica, siquiera en parte, la atracción que la albañilería acabaría provocando en algunas sociedades secretas que surgirían ya a finales del siglo XVI. En ellas nos encontramos, al fin y a la postre, con los verdaderos antecedentes históricos —el resto no pasa de ser fábula o improbabilidad— de la masonería.

Capítulo II. El nacimiento de la masonería

Antes de Anderson

Durante el final de la Edad Media y el Renacimiento, los gremios de albañiles no pasaron de ser agrupaciones artesanales que giraban en torno a las disposiciones indicadas en el capítulo anterior. Esta circunstancia resulta obvia siquiera por el hecho de que los registros de miembros de las logias de albañiles incluyen nombres precisamente de gente que pertenece al ejercicio de este oficio y no, como sucederá posteriormente con la masonería, los de personas que se denominan albañiles (
masons, maçons
), pero que rara vez —si es que alguna— tienen una conexión real con la masonería.

Con todo, ya a finales de la Edad Media encontramos documentos en los que aparecen aspectos que reencontramos en las logias masónicas posteriores. Así, el
Regius Manuscript
de 1390, conservado en el Museo Británico, es un poema en el que aparecen referencias a una masonería que podría ser especulativa. Obra de un sacerdote con casi total seguridad, en esta fuente hallamos por primera vez la expresión «
So Mote
» que luego aparecería en los rituales de la masonería.

De mayor importancia aún es el
Cooke Manuscript
, también conservado en el Museo Británico, donde, por primera vez, encontramos referencias a una masonería que es, sin duda alguna, especulativa y no gremial. Su autor lo escribió en 1450 y, como luego veremos, casi tres siglos después las Constituciones de Anderson tomaron bastantes elementos contenidos en este texto, como, por ejemplo, las referencias a las Artes y, de manera muy especial, la mención al Templo de Salomón.

A finales del siglo XVI y, sobre todo, durante el siglo XVII, se realizó una mutación de enorme importancia que derivaría en el nacimiento de la «masonería especulativa» o «masonería» a secas. De hecho, en 1583, un personaje llamado William Schaw fue nombrado por Jacobo VI de Escocia —que más tarde se convertiría en Jacobo I de Inglaterra—
Master of the Work and Warden General
. Quince años después, Schaw promulgaba los Estatutos que llevan su nombren en los que aparecían establecidos los de-beres que los masones debían tener en relación con su logia. Pero aún de mayor relevancia resulta el segundo Estatuto de Schaw publicado en 1599, donde de manera apenas velada se hace una referencia a un conocimiento esotérico comunicado en el seno de la logia y además se indica que la logia madre de Escocia, Lodge Kilwinning 0, ya existía en aquella época. Estas circunstancias —nótese el aspecto secreto y esotérico de las fuentes citadas— han llevado a algunos a considerar a Schaw como el fundador de la masonería moderna.

Sea como sea, la primera iniciación masónica de la que tenemos noticia es la de John Boswell, Laird de Auchenlek. Boswell fue iniciado en la logia de Edimburgo, Escocia, el 8 de junio de 1600. La logia de Edimburgo era, originalmente, operativa o gremial, es decir, no tenía carácter ni secreto ni iniciático. Sin embargo, el texto referido a Boswell ya nos conecta con una masonería especulativa, como la que encontraremos en toda su pujanza a partir del siglo XVIII. Cabe, por tanto, la posibilidad de que a lo largo del siglo xvi se hubiera ido operando una mutación de los antiguos gremios —quizá impregnados de cierto esoterismo ocasionalmente en los siglos anteriores— en sociedades secretas de carácter ocultista en las que, poco a poco, los iniciados estaban dejando de ser albañiles para proceder de otros segmentos sociales.

Las primeras iniciaciones de las que tenemos noticia en Inglaterra son de algunas décadas posteriores. En 1641 tuvo lugar la de Robert Moray y cinco años después la de Elias Ashmole. La iniciación de Ashmole reviste una especial importancia para el historiador por varias razones. Una es que la documentación que nos ha llegado sobre la misma es, relativamente, importante ya que el propio Ashmole recordó el acontecimiento, así como una visita posterior que realizó a la logia de Londres en 1682, en su diario. La iniciación tuvo lugar el 16 de octubre de 1646 en Warrington, Cheshire, en una logia convocada expresamente con esa finalidad y en la que ya no había un solo miembro albañil. La segunda razón por la que el hecho reviste relevancia es que Ashmole mantenía relaciones estrechas con eruditos de la época, como Robert Boyle, Christopher Wren, Isaac Newton o John Wilkins, pero, a la vez, era un claro aficionado al ocultismo. De hecho, dedicaba buena parte de su tiempo a la alquimia y la astrología.

En 1686, la masonería tenía ya la suficiente importancia como para merecer una mención en la
Historia natural de Staff rdshire
, de Robert Plot, y durante la última década del siglo XVII al menos existían siete logias en Londres y una en York que se reunían con regularidad. En 1705, el número de logias londinenses era de cuatro, y a ellas se sumaban una en York y otra en Scarborough. A la sazón, la masonería constituía ya una sociedad de patrones bien definidos. La codificación tendría lugar en la siguiente década.

Las Constituciones de Anderson y la Primera Gran Logia de Inglaterra

El 24 de junio —solsticio de verano y día de San Juan— de 1717, las cuatro logias londinenses se reunieron en la Goose and Gridiron Tavern, situada en la St. Paul's Churchyard, y crearon la Gran Logia de Inglaterra (
The Grand Lodge
). En el mismo acto, los pre-sentes eligieron al caballero Anthony Sayer como el primer Gran Maestro y resolvieron reunirse anualmente en una ceremonia que recibió el nombre de
Grand Feast
. Para la mayoría de los historiadores —y para no pocos masones— esta fecha constituye realmente el acta fundacional de la masonería especulativa. Sin embargo, el hecho de que la creación de la Gran Logia derivara de varias logias preexistentes señala claramente que el acontecimiento, a pesar de su enorme importancia, tuvo que venir precedido por una andadura anterior de la masonería que, como ya hemos apuntado, resulta difícil situar más allá del siglo XVI.

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