—Yo respeto a los muertos que han hecho algo meritorio para serlo. Por ejemplo, Franco. Yo he luchado contra el franquismo, señor…
—Carvalho.
—Señor Carvalho. Pero respeto a ese muerto que nos estuvo jodiendo hasta el último segundo, entubado, acribillado, y él aguantando para no darnos la satisfacción de morirse. ¿Comprende? Pero ¿por qué he de respetar a una mujer que muere sin querer, tropezando con la cabeza contra una botella de champán?
—Tal vez un recuerdo o un fragmento de recuerdo. La primera noche en la que se acostaron. La primera sonrisa de la niña. Algo solidario.
Alfarrás se estremece y abre los ojos para ver mejor a Carvalho o para que Carvalho le vea mejor a él.
—Tardé ocho años en comprender que la odiaba y cuatro en volver a ser yo mismo. No tengo ganas de recordarla. No quiero perder ni un segundo más por culpa de Celia Mataix. Quizá hasta la piedra más pequeña tiene sentido en el equilibrio del universo, pero hay personas que no tienen ningún sentido, y Celia era una de ellas.
El último sol del verano parecía haberlo consumido la piel de Pepón Dalmases, moreno brillante de piel enriquecida con las mejores leches hidratantes o deshidratantes según la ocasión. Algo de aprendiz de ballet en sus gestos de director de "mise en scéne" de los estudios de grabación Laser, con niños en el estudio y músicos locos con avidez de cello, contemplándose el propio cello como si se lo fueran a masturbar, y los papás de los niños, en la desenvoltura exigida por su condición de padres de niños cantores a fines del sigloXx, es decir, nada que ver con padres emocionados, competitivos o aniñados según la vieja usanza. A través del cristal, Carvalho sólo veía sus gestos de tocador de cello cuando hablaba con los del cello, de niño cantor cuando hablaba con los niños cantores y de padre de niño cantor cuando hablaba con los padres de los niños cantores. Niños cantores rubios y con zapatos caros, hijos de perito químico para arriba y aun de perito químico establecido por su cuenta hace diez o quince años, cuando los peritos químicos estaban en condiciones de establecerse por su cuenta. Madre de niño cantor y esposa de perito químico, viejas jóvenes, jóvenes viejas con la cabeza rubia teñida a destiempo, las varices siempre a medio secar o a medio extirpar, las cremas usadas sólo cuatro de las ocho veces imprescindibles para que se notara el tratamiento y el libro recomendado por el marido a medio leer desde que tuvieron que preparar la última "soirée" con invitados en Aiguafreda, Lloret, Salou, Llansá. "Los gozos y las sombras" de Torrente Ballester.
—La de la novela no es tan mona como la de la tele.
—No siempre es igual.
—Y Cayetano era más sinvergüenza en la tele.
—Bueno, en la novela "Déu n’hí do" [¡No veas!].
—Pero no es lo mismo, ¿eh?
—No. No es lo mismo. Claro que no es lo mismo.
—Mira. Te diré que me gusta más en la tele que leyéndolo.
—Es que en la novela hay mucha paja.
—No, a mi la paja ya me gusta. Pero como primero lo vi en la tele, pues es aquello de que todo te lo dan, ¿no? Ya sabes cómo son, y cuando lo lees pues no encaja siempre.
—Me perdonará. Es una grabación para un colegio.
La explicación de Pepón Dalmases buscaba la complicidad de Carvalho con lo moroso del proceso o con la intención, benéfica desde luego, insistían los padres en su rincón, de la grabación de una versión libre de Mary Poppins hecha por el maestro Sureda Palols.
—Es un hombre de mucho talento, pero, lo que son las cosas, tiene que ganarse la vida dando clases de música a estos salvajes. Yo siempre se lo digo a mi mujer. Admiro a estos hombres y a estas mujeres que tienen que aguantar a tus hijos. Fíjate si no durante las vacaciones. Los ves más que nunca y no sabes qué hacer con ellos.
—¿De qué se trata exactamente?
—Creo que usted está metido en lo del crimen de la botella de champán.
—Bueno, metido, metido… yo era amigo de la víctima.
Pero Pepón Dalmases no mira a Carvalho. Está pendiente de los músicos, de los niños, de los padres de los niños.
—A veces es conveniente tener información propia. No digo yo que usted busque al asesino, pero sí tener sus propios datos. Soy detective privado y me ofrezco a iniciar una investigación paralela a la de la policía.
—¿Por qué?
—Soy un profesional.
—Yo creí que los detectives privados esperaban en sus despachos a que llegasen los clientes.
—Eso es en las novelas y en las películas.
—¿Y qué haré con la información cuando la tenga?
—Usted verá. La policía puede encariñarse con la idea de que usted ha podido ser el asesino.
—La policía puede encariñarse con la idea de que yo puedo ser el asesino.
Repitió Dalmases para hacerse un hueco de espacio y tiempo que diera sentido a su conversación de pie en el pasillo de los estudios de grabación, con un desconocido de aspecto poco simpático y que en definitiva buscaba trabajo.
—Pero yo no sé quién es usted.
—Tengo más de diez años de experiencia en el oficio.
—¿Ha traído un currículum o algún folleto?
—No, pero tengo facilidad de palabra. Puedo explicárselo en unos minutos y de paso estos niños podrán hacer pis y sus padres les preguntarán cosas sobre la fascinante peripecia que están viviendo.
—Es que se trata del alquiler de un estudio y eso cuesta dinero. ¿Qué le parece si quedamos más tarde? ¿A la hora del café?
—¿Le gusta a usted comer bien?
—Como para vivir, no vivo para comer.
—Entonces es preferible que quedemos a la hora del café. ¿Cuál es su hora de tomar café?
—Las cuatro, por ejemplo.
—¿Dónde?
—Aquí al lado. Hay un café en la esquina y como luego he de volver a los estudios me irá muy bien que quedemos allí.
Los músicos se masturbaban el cello a un ritmo preocupante y los niños habían iniciado algunas ofensivas zonales cuerpo a cuerpo e incluso dos de ellos trataban de destruirse mutuamente mediante la utilización de llaves de judo que Carvalho consideró decididamente criminales. Animales cansados, hambrientos y enjaulados, los niños no tardarían en devorarse entre sí, y si no tenían bastante se comerían a Pepón Dalmases y a sus padres.
—Otro telegrama, jefe.
—¿De Teresa?
—Sí, de Teresa Marsé debe ser, porque viene de Bangkok. ¿Se lo leo?
—No. Está loca. Le salen más caros los telegramas que el viaje.
—¿Ya ha comido, jefe?
—No.
—Pues ya es hora. Son las tres. ¿Por qué no viene por aquí y le caliento la carne guisada con berenjenas y "rovellons"?
—Estoy lejos, Biscuter. Ya me apañaré por aquí.
Colgó el teléfono y se fue calle arriba. No estaba lejos del Cathay y el cuerpo no le dijo que no cuando le interrogó sobre qué tal le sentaría la comida china. Además, siempre era estimulante la conversación con el dueño, un profesor de Historia de la Universidad que había dado tumbos por medio mundo y seguía siendo un chino tan nacionalista que había deificado a Mao, como gran hacedor real de la nación china.
—¿Ha visto usted cómo se cargaron al enano?
El enano era el dirigente que había iniciado la desmaoización de China.
—Pero los otros tampoco valoran lo que hizo el gran gigante. Son unos pigmeos. También ellos son unos enanos.
El dueño del Cathay sabía que Carvalho iba a pedir arroz frito, abalones y ternera al curry con acompañamiento de champán frío. Carvalho no había estado desde antes de los procesos de Pekín y eran por lo tanto muchos los temas aplazados.
—La viuda llorar, pero ella tampoco haber respetado la obra del gigante.
Para los postres tenía reservada la última y, en cierto sentido, universal reflexión sobre el tema.
—¿Qué habría sido de China sin Él?
Se notaba que había dicho el pronombre con mayúscula y Carvalho asumió el ser o no ser de la Historia en función de haber existido o no Mao Tsetung.
—Un día de éstos le mandaré a Biscuter para que le enseñe algunos platos.
—Mi mujer se sentirá muy honrada enseñando a Biscuter. Ya vino dos veces.
—Sí, pero me dijo que aún no se consideraba seguro con la cocina ampurdanesa, que es la que está aprendiendo. De hecho coge un plato de aquí y otro de allá. Es un japonés, es un ecléctico. Quiero mandarlo a París a que le enseñen a hacer sopas.
—La sopa es un plato mágico. Lo puede ser todo y nada.
—¿De qué depende?
—De que las cosas hiervan en ella o contra ella.
—¿No lo habrá sacado del libro del Tao?
—Yo de Confucio, no del Tao.
Carvalho estuvo a punto de llegar tarde a la hora del café de Pepón Dalmases. Lo sorprendió consultando el reloj en un bar lleno de ex comensales víctimas de un menú del día arrasadoramente típico: ensalada catalana y butifarra con judías.
—Si prefiere evitarse la conversación, ante todo he de decirle que no pienso tomar sus servicios como investigador privado. No podía tener la cabeza en este asunto porque hoy es un día de trabajo muy especial, ¿comprende usted? Pero luego, mientras comía un bocadillo, he pensado y a mí esto ni me va ni me viene. Yo salí de la casa con todos los demás, nos fuimos a tomar una copa y ella se había quedado con Marta Miguel, a la que yo no conocía de casi nada, me parece que coincidí una vez en una fiesta, en la Costa Brava. Bien. Luego, casi en seguida vino Marta Miguel y dijo que la había dejado de muy mal humor, y eso es todo. O sea que la última que la vio fue Marta Miguel, y vaya lío le armaron por eso, pero nada, porque, mire usted, considere usted lo que voy a decirle y le voy a hablar con toda sinceridad. ¿Qué sabíamos todos de Celia? Pues que había estado casada con un arquitecto, y eso es todo, o que tenía una casa de antigüedades con la Donato y que la Donato es una bollera de narices, y eso es todo. Pero de lo que Celia hacía con su tiempo, yo nada de nada. Es cierto que salí algunas veces con ella este verano porque me interesaba ese aire de mujer distinguida, distante, y sí, he de reconocer que me interesaba y que me atraía y me atraía desde el primer momento que la vi, allí en Fanals, en la costa, en medio de un grupo en el que el que no era maricón pronto iba a serlo, y basta que uno trabaje en un medio así, digamos artístico, para que vayan con los ojos como pulpos y uno tenga que ir con una mano detrás para que no se la metan, ¿me comprende? Pues la Celia estaba en medio de aquel grupo como otras, casi todas ellas separadas o reajuntadas, servían de coartada para los mariquitas. Así los veían en la playa con aquellas señoras y se diluían las sospechas, o vaya usted a saber. Se tontea en las fiestas del verano. Luego se queda para salir alguna noche durante el invierno y eso es lo que yo esperaba y me hice ilusiones, claro está. Me invitó a la fiesta de aquella noche desgraciada y fui con toda la ilusión del mundo, porque la tía estaba un rato bien y tenía clase, como a mí me gustan las mujeres, que estén un rato bien y que tengan clase, que tengan donde agarrarse uno y que uno las pueda llevar a cualquier parte y quedar bien, y la Celia si hubiera querido era de ésas. Yo soy miembro de la sociedad Pro Música y pensaba invitarla, porque es una mujer a la que vale la pena lucir, en fin, qué cosas digo: valía la pena lucir. Y yo, la verdad, aquella noche pensé, yo a ésta le voy, porque me había invitado después de lo del verano, nada del otro mundo porque durante el verano tuvo a la Donato encima como una carabina, pero alguna tarde pudimos escaparnos y yo me dije ésta me invita a cenar y a ver qué da de sí la noche, y va la tía ¿y no se me pone a ligar con la Miguel? Y lo hacía con mala leche, una de dos, O para tomarme el pelo a mí o para sacar de quicio a la Donato, aunque, no sé qué decirle, pero entre la Donato y la Miguel sólo es cuestión de tamaño de pipa, de a ver cuál de las dos la tiene más larga, porque si la Donato parece el increíble Hulk, la Miguel es igual que el John Wayne pero en más chaparro, es que se les ve lo que son ya en el caminar, igual que a un pluma se le ve en la forma de las cejas, ¿comprende? ¿Se ha fijado usted en que a los plumas se les ponen las cejas puntiagudas? Y tienen una extraña simetría de cara, como si tuvieran mucha cara, pero no en plan de cachondeo: ese tío tiene mucha cara sino en el sentido real, en el de tener mucha superficie de cara, sobre todo los dantes, en cambio entre los tomantes ya hay excepciones, y no se sorprenda de que entienda tanto de maricones, pero es que lo de Fanals es un escándalo. Empezó a comprar casa allí un conocido maricón de Barcelona. Luego sus amantes, a continuación los amantes de sus amantes, y cuando se dieron cuenta del pastel que habían armado pues trataron de colocar casas a las amigas, para que no se dijera, y yo fui a parar allí por Susi Sisquella, la ex señora Velate, ¿no ha oído usted hablar de Velate, el constructor? Pues Susi es muy amiga mía y me dijo: vente, que te divertirás, porque a mí eso de los maricones me atrae, me atrae la curiosidad, quería decir. Y sí, sí. Todos se han arreglado las casas muy bien y las chicas que suben pues imagínese, la una no se casará nunca, la otra es una separada y la de más allá una bollera, mujeres sin sentido, ¿comprende? Y no es que yo sea un carcundia y piense que la función de la mujer es tener hijos, casarse, llevar una casa, etc., etc., etc. Eso, no, eso me da asco. Pero lo que me pone frito es ese tipo de gente que no es ni lo uno ni lo otro, ¿comprende? Por ejemplo, la propia Celia. Estaba separada del marido. Muy bien. Pues yo de ella hubiera follado como una loca. ¿Ella? No. Si le metías mano por aquí, no era el momento. Si se la metías por allá, se echaba a llorar. Cuatro tardes de lluvia, en la segunda quincena de agosto, en Fanals, ella, yo. Sólo una se la pude meter y aun casi aprovechando un descuido y meterla y sacarla porque me daba la impresión de que me estaba tirando a una muñeca hinchable. No sabía lo que quería. Ponía los ojos así y miraba al cielo, como si de allí le fuera a llegar algo. Y no es que la Donato la tuviera acojonada, porque ella misma, Celia, me lo comentó, y con la Donato nada, eran socias comerciales y eso es todo; le diré más, a la Donato el negocio le costaba mucha pasta y ella lo mantenía para continuar trabajando y así viendo a Celia, y Celia en parte lo sabía y lo consentía, porque de algo le servía la compañía y la adoración de la Donato. Pero de cama, nada. Y no es que fuera frígida, porque a veces cuando le metías mano, para qué engañarnos, cuando le metías mano en la patata, trempaba, porque se le ponía a sudar la patata y ése es el síntoma más claro de que una mujer tiene algo entre pierna y pierna. Me va a dar la noche, me dije. Porque yo estaba a cien y ella venga darle palique a la Miguel, que de palique tiene un rato largo porque es profesora de no sé qué en la Universidad Autónoma, y les dio por hablar de la cuestión femenina, de que a la verdad se llega por el error y de que ha sido preciso el error de las primeras promociones de feministas para que las próximas no se equivoquen. A nosotros nos llamaban los machitos y yo tuve que intervenir en una ocasión porque se estaban poniendo pesaditas. Mirad, chicas, les dije. Yo soy autosuficiente. Me guiso lo que me como, me compro la ropa y me lo tengo montado de tal manera que no exploto a ninguna mujer. Follo con quien se deja y a otra cosa, mariposa. O sea que de machito explotador y violador, yo nada, monada. Se lo dije tal como suena y va la Miguel y se echa a reír, porque es lista y sabe que no hay que apurar las situaciones, pero la otra, la bestia parda de la Donato, el increíble Hulk, casi me salta encima y me acusa de corresponsabilidad de clase: "¡Los hombres sois una clase social y tú eres corresponsable!" Y yo venga decirle, con prudencia, porque tampoco es que uno la conozca mucho, pero yo venga decirle: no seas burra, Donato, entonces ¿un hijo de la burguesía, por ejemplo, no puede ser comunista? No, me contestaba ella. De verdad no puede serlo. ¿Y Marx qué? ¿Y Trotski? ¿Y el mismo Lenin? Ésa fue mi línea argumental. Pero eso era antes, decía el increíble Hulk. ¿Antes de qué? Antes de que la burguesía supiera de qué iba y empezase a destinar niños al marxismo. ¿Usted ha oído alguna vez tamaña burrada? A mí la política me la trae floja, pero me sacan de quicio los extremistas y sobre todo estos extremistas modernos, feministas, maricones, ecologistas. Son más beatos que los antiguos católicos y tienen una voluntad de apostolado que marea. Así que la noche no tiraba, no, y uno por aquí, otro por allá, todos nos planteamos marcharnos y tomar unas copas. Así que nos fuimos despidiendo de Celia y de pronto ella que va y le dice a Marta Miguel: ¿te quedas? Mire, la cara que puso de bollera la Marta Miguel no se la he puesto yo ni a la tía más buena con la que he ligado, y piense que yo empecé como cantante de la Nova Cançó y ligaba cantidad. ¿No se acuerda de mi nombre? Pepón Dalmases. Yo empecé cantando en catalán Don Quijote y "The South Pacific". Pues a la Miguel se le abrió el cielo y nosotros nos fuimos al Ideal, con una llorera que llevaba la Donato de inundación, y al poco entra la Miguel también en el local y comenta que Celia estaba de mala leche, que la ha utilizado, porque en verdad esperaba a otra persona, y con la excusa de que ella se quedara nos ha echado a los demás. Que no consiguió ver a esa persona, pero que Celia se lo dijo, así, en la cara, y ella le dijo de todo y luego la dejó allí preparando una botella de champán. ¿Quién podía ser? Pues de la fiesta nadie, porque quien no se había ido aparejado estaba con nosotros en el Ideal tomando una kaipiriña o un gimlet, y te encuentras en cada situación, haciendo unos papeles, porque a la Donato tenía que consolarla y a la miguel que calmarla. Es como una niña, decía la Donato. Pues que la aguante su madre, contestaba la Miguel, y así hasta las cuatro. Luego cada cual a su casa, y al día siguiente el diario y la policía, casi al mismo tiempo. Porque se vinieron a por mí, a por mí y a por la Miguel, y ella lo tenía más negro porque se había quedado, pero es lo que yo digo, casi no se conocían, era la primera noche en que entraban en contacto y se queda la Miguel sabiéndolo todo el mundo, un cuarto de hora después ya está con nosotros, y de haber sido ella la habría tenido que matar, como quien dice, estando aún nosotros en la escalera. No hay otra explicación que la más simple. Esperaba a alguien. A un fulano. Y allí había historia larga, porque los tiquis miquis del verano conmigo, luego lo he pensado, eran un intento de olvidar algo, de compensar algo. Y se armó. Y le dieron. Porque todo hombre puede tener un mal momento y era una chica difícil. Yo porque soy así, tranquilo y no me altero. ¿Que quieren follar? Follo. ¿Que no quieren follar? Pues no follo. Pero no todo el mundo es así. Y de la paciencia vivo, porque otros en mi lugar, con una grabación como la que tengo empantanada en el estudio, no estarían aquí dale que te pego con un desconocido. Detective privado, me ha dicho. Ya ve. Es el primer detective privado que conozco. ¿Tendría inconveniente en enseñarme el carnet? No es que no me fíe, pero es que corren unos tiempos en los que toda seguridad es poca.