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Authors: Jean M. Auel

Los refugios de piedra (116 page)

BOOK: Los refugios de piedra
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Ayla sabía que los fabuladores habían empezado a narrar historias sobre los animales de la Novena Caverna. A veces trataban de lo útiles que podían ser; por ejemplo, en el caso de los caballos, que podían transportar cargas pesadas, o en el caso de Lobo, que la ayudaba a cazar, como ocurrió en la demostración con el lanzavenablos, en que espantó a unas aves. Corría una nueva historia sobre cómo el lobo la había ayudado a encontrar la nueva caverna, pero los relatos de los fabuladores contenían por lo general algún elemento sobrenatural o mágico. En esas historias, Lobo no cazaba porque ella lo hubiera adiestrado con ese fin, sino porque entre ambos existía un especial entendimiento, lo cual era cierto, pero no era ésa la razón por la que cazaban juntos. El relato sobre el lobo que amaba a la mujer se había convertido ya en la historia de un hombre que se había transformado en lobo al visitar el mundo de los espíritus y luego había olvidado recuperar su naturaleza humana al regresar a este mundo.

Esas historias se habían contado y vuelto a contar ya muchas veces e iban camino de incorporarse a las tradiciones y leyendas populares. Algunos fabuladores inventaron otras historias sobre animales que eran criados por personas, y en ocasiones invertían los términos, siendo las personas quienes eran criadas por los animales. A veces se convertían en espíritus de animales que ayudaban a la gente. Con toda probabilidad estas historias se transmitirían de generación en generación, manteniendo viva la idea de que los animales podían adiestrarse, domesticarse o criarse, y no únicamente cazarse.

–Lobo estará bien con Folara –aseguró Jondalar–. Se encuentra a gusto con los visitantes, y éstos cada vez son más cuidadosos y, antes de venir, se aseguran de avisar a alguien de la Novena Caverna. No atacará inesperadamente a nadie; ahora sabemos por qué se comportó de una manera tan agresiva con Lenadar. Lo está pasando mal; los últimos sucesos forzosamente lo han hecho cambiar, pero en esencia sigue siendo el Lobo que tú has amado y adiestrado desde que era un cachorro. No obstante, no creo que convenga llevarlo a la reunión. Ya sabes lo mucho que se exaltan algunas personas, y Lobo podría ponerse nervioso. Es posible que no le guste ver a gente gritar o alborotar, sobre todo si tú estás allí y cree que te amenazan.

–¿Quiénes asistirán? –preguntó Ayla.

–Básicamente los jefes de las cavernas y los zelandonia, además de aquellos que han hablado en contra de Echozar –contestó Joharran.

–Es decir, Brukeval, Laramar y Marona –dedujo Ayla–. Ninguno de ellos es amigo nuestro.

–Peor aún –prosiguió Jondalar–, el Zelandoni de la Quinta Caverna y Madroman, su acólito, que desde luego no es mi mejor amigo, también estarán presentes. Y también Denanna de la Vigésimo novena Caverna, aunque no acabo de entender por qué presentó quejas.

–Creo que no le gusta la idea de que haya animales vivos cerca de las personas. Recuerda que cuando nos detuvimos allí, no quería que los animales llegaran hasta su refugio –dijo Ayla–. Aunque yo incluso prefería acampar en el prado.

Cuando llegaron al alojamiento de los zelandonia, la cortina se abrió antes de que anunciaran su presencia, y de inmediato los hicieron pasar. Sin concederle demasiada importancia, Ayla se preguntó por qué, al parecer, sabían siempre en qué momento iba a llegar ella, tanto si se la esperaba como si no.

–¿Conoces ya al nuevo miembro de la Novena Caverna? –preguntó la Zelandoni. Se dirigía a la mujer de aspecto amable y sonrisa conciliadora en quien, no obstante, Ayla percibía una fortaleza subyacente.

–Estuve en la presentación, claro está, y en la ceremonia matrimonial, pero aún no la conozco personalmente –respondió la mujer.

–Ésta es Ayla de la Novena Caverna de los zelandonii, compañera de Jondalar de la Novena Caverna de los zelandonii, hijo de Marthona, ex jefa de la Novena Caverna, antes Ayla de los mamutoi, miembro del Campamento del León, hija del Hogar del Mamut, elegida por el espíritu del León Cavernario y protegida por el Oso Cavernario –dijo la Primera.

–Ayla, ésta es la Zelandoni de la Vigésimo novena Caverna.

La joven saludó a la mujer, pero le sorprendió oír una presentación formal tan breve. No obstante, no hacía falta más. Como Zelandoni, había renunciado a su identidad individual y se había convertido en la personificación de la Vigésimo novena Caverna de los zelandonii, aunque si ella lo hubiera deseado, podría haber incluido en la presentación su nombre original y sus anteriores lazos. Simplemente resultaba innecesario en la mayoría de los casos, puesto que ya no era esa persona.

Pensó en su última adquisición de títulos y lazos de parentesco. Le gustaba el modo en que la Zelandoni la había presentado. Se había convertido en Ayla de los zelandonii y en compañera de Jondalar, y eso mencionaba en primer lugar, pero antes había sido Ayla de los mamutoi, no había perdido sus vínculos con ellos, unos lazos que para ella tanto significaban. Y seguía siendo la elegida por el espíritu del León Cavernario y protegida por el Oso Cavernario. Le complacía que se incluyeran incluso su tótem y sus vínculos con el clan.

A su llegada, cuando oía recitar aquellas largas listas de títulos y lazos en las presentaciones formales, se preguntaba por qué lo hacían. ¿Por qué no las simplificaban y enunciaban sólo los nombres utilizados habitualmente por las personas, como por ejemplo Jondalar, Marthona, Proleva? Pero en ese momento le había producido tal satisfacción oír sus propios vínculos familiares, que se alegraba de la costumbres de los zelandonii de incluir las referencias pasadas. En otro tiempo pensaba en sí misma como «Ayla de Nadie», una mujer sin otra compañía que un caballo y un león. En el presente mantenía lazos con muchas personas, estaba emparejada y esperaba un niño.

Cuando se disponía a centrar nuevamente su atención en las personas allí reunidas, otro pensamiento pasó por su cabeza. Deseó poder incluir «madre de Durc del clan» en su lista de títulos y lazos, pero considerando el motivo de la reunión, y recordando la noche de su emparejamiento, así como los problemas causados a raíz de la aparición de Echozar, dudaba si algún día podría revelar a los zelandonii la existencia de su hijo Durc.

Cuando la Primera se situó en el centro del alojamiento, en seguida se hizo el silencio.

–Empezaré advirtiendo que esta reunión no cambiará nada –dijo la donier–. Joplaya y Echozar están emparejados, y eso sólo ellos pueden cambiarlo. Pero, según parece, existe un trasfondo de crueles rumores y una general animadversión hacia ellos, circunstancia que yo considero vergonzosa. No me hace sentir precisamente orgullosa ser la Zelandoni de una gente tan despiadada con dos jóvenes que acaban de iniciar su vida juntos. Dalanar, el hombre del hogar de Joplaya y yo decidimos sacar este asunto a la luz. Si alguien tiene quejas sinceras, éste es el momento de exponerlas.

Se produjeron movimientos nerviosos, y todos eludían las miradas de los demás. Algunos estaban visiblemente abochornados, sobre todo aquellos que habían escuchado las maliciosas habladurías con avidez o quizá incluso las habían difundido. Ni siquiera los jefes espirituales y seculares se hallaban por encima de tales defectos humanos. En apariencia, nadie quería sacar a relucir el tema, como si fuera demasiado absurdo incluso para mencionarlo, y la Primera se disponía ya a pasar a la siguiente razón por la que se había convocado la reunión.

Laramar percibió que se le escapaba de las manos el momento que tanto se había esforzado en provocar, y él había sido uno de los principales instigadores del descontento.

–Es verdad, pues, que la madre de Echozar era una cabeza chata, ¿no? –dijo.

La Primera lo miró con desprecio e indignación.

–Nunca lo ha negado.

–Eso significa que es hijo de espíritus mixtos, y un hijo de espíritus mixtos es una abominación, lo cual lo convierte en una abominación –adujo Laramar.

–¿Quién te ha dicho que un hijo de espíritus mixtos es una abominación? –preguntó la Zelandoni, Que Era la Primera.

Laramar miró alrededor con expresión ceñuda.

–Todo el mundo lo sabe.

–¿Por qué? –insistió la Primera.

–Porque lo dice la gente.

–¿Qué gente dice eso?

–Todos –contestó Laramar.

–Si todos dijeran que mañana no saldrá el sol, ¿sería verdad? –preguntó la donier.

–Bueno…, no. Pero la gente siempre ha dicho que...

–Si no recuerdo mal, yo se lo he oído decir a algún Zelandoni –comentó uno de los presentes.

La Primera se volvió para mirar a la persona que había hablado; había reconocido la voz.

–¿Estás diciendo que es una enseñanza de los zelandonia, que un niño de espíritus mixtos es una abominación, Marona?

–Pues sí –respondió la joven con tono desafiante–. Estoy segura de habérselo oído decir a algún Zelandoni.

–Marona, ¿sabías que incluso una mujer hermosa puede parecer fea cuando miente? –replicó la Primera.

La joven se sonrojó y lanzó una virulenta mirada a la Primera. Varias personas se volvieron a mirarla para ver si se cumplía la afirmación de la Primera, y algunas estuvieron de acuerdo en que la rencorosa expresión de la joven desvirtuaba su reconocida belleza. Ella desvió la mirada, pero masculló:

–¿Y tú qué sabes, vieja gorda?

Alrededor, varios ahogaron exclamaciones al oír tal insulto dirigido a la Primera Entre Quienes Servían a la Gran Madre Tierra. Ayla, que estaba en el lado opuesto de la amplia estancia, contuvo también la respiración; a pesar de la distancia había oído a Marona, al igual que algunos otros de los presentes, entre ellos la Primera, que también tenía un oído bastante fino.

–Observa con atención a esta vieja gorda, Marona, y recuerda que, como a ti, en otro tiempo se me consideró la mujer más bella de la Reunión de Verano –repuso la Zelandoni–. La belleza es un don muy efímero. Utilízalo con sensatez mientras lo conservas, porque cuando lo pierdas, serás muy desdichada si no te queda nada más. Yo nunca he lamentado la pérdida de la belleza, porque lo que he acumulado en conocimientos y experiencia es mucho más satisfactorio. –A continuación, volvió a dirigirse al resto del grupo–. Marona ha dicho, y Laramar ha insinuado, que los zelandonia enseñan que los niños nacidos como resultado de la mezcla del espíritu de uno de nosotros con el espíritu de uno de aquellos a quienes llamamos cabezas chatas son abominaciones. Estos últimos días me he sumido en una profunda meditación y he rememorado todas las Historias y Leyendas de los Ancianos, así como las tradiciones que sólo los zelandonia conocemos, para investigar el origen de esa idea, ya que Laramar tiene razón en un sentido. Se trata de algo que «todo el mundo» cree saber. –Guardó silencio un instante y miró a los allí reunidos–. Pero esa idea nunca ha formado parte de las enseñanzas de los zelandonia.

Los zelandonia habían permanecido muy callados al verla meditar a solas con la placa del pecho vuelta del revés de manera que los grabados y adornos permanecían ocultos y quedaba a la vista el lado liso, dando a entender que no quería que la interrumpiesen. Ahora sabían por qué.

Se produjeron algunas protestas.

–Pero son animales.

–Ni siquiera son humanos.

–Están emparentados con los osos.

La Zelandoni de la Decimocuarta Caverna tomó la palabra y declaró:

–Esa mezcla horroriza a la Madre.

–Son una abominación –afirmó Denanna, la jefa de la Vigésimo novena Caverna–. Siempre lo hemos sabido.

Madroman habló en susurros al oído del Zelandoni de la Quinta Caverna:

–Denanna tiene razón. Son mitad humanos, mitad animales.

La Primera aguardó a que se apaciguaran.

–Pensad dónde habéis oído todo eso –dijo–. Intentad recordar un solo ejemplo en las tradiciones o en las Historias y Leyendas de los Ancianos donde se mencione explícitamente que los hijos de espíritus mixtos son abominaciones, o que los cabezas chatas son animales. No hablo de vaguedades o insinuaciones, sino de referencias expresas. –Los dejó reflexionar por un momento y luego prosiguió–. De hecho, si lo pensáis detenidamente, os daréis cuenta de que la Madre nunca se horrorizaría por algo así, ni querría que los consideráramos abominaciones. Son hijos de la Madre, igual que nosotros. Al fin y al cabo, ¿quién elige al espíritu de un hombre que ha de mezclarse con el espíritu de una mujer? No ocurre con frecuencia; no nos relacionamos apenas con los cabezas chatas; pero si en ocasiones la Madre decide crear una nueva vida mezclando el elán de un cabeza chata con el de un zelandonii, es la voluntad de Ella. No está bien que sus hijos menosprecien a esos otros vástagos. La Gran Madre Tierra decidió crearlos, quizá por algún motivo especial. Echozar no es una abominación. Él nació de una mujer, como todos nosotros. No por el hecho de ser su madre una mujer del clan él es menos hijo de la Gran Madre. Si él y Joplaya se han elegido mutuamente, Doni se da por satisfecha, y lo mismo debemos hacer nosotros.

Todos quedaron sorprendidos por sus palabras, y como no oyó claras manifestaciones de rechazo, la Primera decidió seguir adelante.

–El otro motivo por el que hemos convocado esta reunión es que Joharran quiere hablar de esos a quienes llamamos «cabezas chatas», pero antes considero oportuno que sepáis más cosas de ellos a través de alguien que los conoce bien. Ayla fue criada por los cabezas chatas, que ella llama la «gente del clan». Ayla, puedes venir aquí y hablarnos de ellos.

La joven se levantó y se encaminó hacia la Primera. Tenía el estómago revuelto y la boca seca. No estaba acostumbrada a hablar formalmente en público y no sabía por dónde empezar, así que comenzó allí donde se iniciaban sus recuerdos.

–Yo tenía cinco años aproximadamente cuando perdí a la familia en la que nací. No recuerdo bien esa parte, pero creo que un terremoto se los llevó a todos. A veces aún sueño con eso. Supongo que vagué sola un tiempo; recuerdo claramente que no sabía adónde ir ni qué hacer. No sé cuánto tiempo pasé sola antes de que me persiguiera un león cavernario. Creo que me escondí en una cueva pequeña, muy pequeña, porque el león metió la garra para alcanzarme y me arañó la pierna. Aún tengo las cicatrices, cuatro líneas de sus uñas en la pierna. Mi primer recuerdo nítido es que abrí los ojos y vi a Iza, una mujer de esa gente a quienes llamáis «cabezas chatas». Recuerdo que grité al verla, y entonces ella me tuvo abrazada hasta que me calmé.

La gente quedó atrapada de inmediato en el historia de una niña huérfana de no más de cinco años. Ayla explicó que el hogar del clan que la encontró había sido destruido por el mismo terremoto, y que estaban buscando un nuevo lugar donde vivir cuando dieron con ella por casualidad. Les contó que ella era consciente de no pertenecer al clan y sabía que era una de «los Otros», que era el término con el que aquella gente designaba a las personas como ella. Explicó cómo fue adoptada por la entendida en medicinas del Clan de Brun y el hermano de ésta, Creb, que era un gran Mog-ur, una especie de Zelandoni. Mientras hablaba fue tranquilizándose y prosiguió con toda la naturalidad, inspirada por la emoción y los sinceros sentimientos originados por la evocación de su vida con la gente que se hacía llamar «el Clan del Oso Cavernario».

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