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Authors: Jean M. Auel

Los refugios de piedra (34 page)

BOOK: Los refugios de piedra
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Joharran reanudó la marcha, guiando a la larga fila de gente que se encaminaba hacia el hogar de la Tercera Caverna de los zelandonii. Ayla vio que al frente los aguardaban ya algunas personas que les estaban saludando con las manos. Reconoció entre ellas a Kareja y a la Zelandoni de la Undécima Caverna. Al sumarse estas gentes a la cola, la fila se alargó. Cuando se acercaban al elevado precipicio que se alzaba ante ellos, Ayla vio mejor la colosal pared rocosa, una de las espectaculares formaciones de piedra caliza existentes en el valle del río.

Por efecto de las mismas fuerzas naturales que habían creado todos los refugios de roca de la región, presentaba dos niveles, en algunos sitios había incluso tres, de terrazas dispuestas verticalmente. En la franja central de la imponente pared rocosa, una repisa de unos cien metros de longitud se extendía frente a una abertura resguardada. Era el nivel principal, donde se desarrollaban las actividades cotidianas más importantes en la vida de la Tercera Caverna y donde se encontraban la mayoría de las moradas. Esta terraza hacía las veces de techo al refugio situado debajo, al tiempo que ella estaba al abrigo de otro saliente.

Jondalar notó que Ayla observaba la gran pared de piedra caliza y se detuvo un momento para que ella le diera alcance. El sendero ya no era tan estrecho, y podían caminar uno al lado del otro.

–El sitio donde se unen el Río de la Hierba y el río se llama Dos Ríos –explicó Jondalar–. Conocemos ese precipicio como Roca de los Dos Ríos porque desde lo alto se ve la confluencia.

–Pensaba que era la Tercera Caverna –dijo Ayla.

–Es el hogar de la Tercera Caverna de los zelandonii, pero lleva por nombre Roca de los Dos Ríos, del mismo modo que la Decimocuarta Caverna se llama Pequeño Valle y el hogar de la Undécima es Sitio del Río –aclaró Jondalar.

–¿Cómo se llama, pues, el hogar de la Novena Caverna? –preguntó Ayla.

–Novena Caverna –respondió Jondalar, y advirtió que en la frente de Ayla aparecían arrugas de perplejidad.

–¿Por qué no tiene también otro nombre, igual que las demás?

–No sabría decirte. Sencillamente siempre nos hemos referido a ella como la Novena Caverna. Supongo que podría haberse llamado también Roca de los Dos Ríos, dado que confluyen cerca de allí el Río del Bosque y el Río, pero ese nombre lo llevaba ya la Tercera Caverna. Y la Gran Roca podría haber sido otra posibilidad, pero también existe ya otro sitio que se llama así.

–Habría otros posibles nombres. Algo relacionado con la Piedra que Cae, tal vez. En ninguna otra parte se da una formación tan poco común, ¿no? –preguntó Ayla en su esfuerzo por comprender. Era más fácil conservar algo en la memoria si resultaba coherente, pero por lo visto siempre había alguna excepción.

–No, no que yo sepa –admitió Jondalar.

–Aun así, la Novena Caverna es simplemente la Novena Caverna, sin ningún otro nombre –concluyó Ayla–. Es curioso, ¿no?

–Quizá se deba a que nuestro refugio es único por muy diversas razones. Nadie ha visto ni oído hablar de un refugio de roca tan espacioso, o tan poblado. Desde allí se ven dos ríos, como desde otros refugios, pero el valle del Río del Bosque tiene más árboles que la mayoría de los valles. La Undécima Caverna siempre nos pide permiso para cortar árboles de allí cuando necesitan troncos para sus balsas. Y está por otra parte, como tú has dicho, la Piedra que Cae. No hay un solo nombre que describa todas sus características y, sin embargo, todo el mundo ha oído hablar de la Novena Caverna. Supongo que el sitio se dio a conocer por la propia gente que vivía aquí.

Ayla movió la cabeza en un gesto de asentimiento, pero aún seguía pensativa, tratando de entender lo que Jondalar le había explicado.

–En fin, imagino que darle un nombre por la gente que la habita la hace realmente única.

Cuando se acercaban a la Tercera Caverna, Ayla vio, agrupados entre el pie del precipicio y el Río, cobertizos, tiendas de campaña, armazones y soportes. Dispersos entre las estructuras sin aparente orden había círculos oscuros de antiguas fogatas, así como hogueras aún encendidas. Era el área de trabajo principal de la Tercera Caverna donde se realizaban actividades al aire libre y que incluía un pequeño muelle a lo largo de la orilla del Río donde amarraban las balsas.

El territorio de la Tercera Caverna no abarcaba sólo el precipicio, sino también el espacio que se extendía bajo las terrazas hasta el borde del agua de ambos ríos y, en algunas zonas, incluso más allá. No eran los dueños de esas tierras. La gente, en particular la de otras cavernas cercanas, podía entrar en el territorio de una determinada caverna y utilizar sus recursos, pero lo más correcto era pedir antes permiso o esperar a ser invitado. Tales restricciones tácitas eran asumidas por los adultos; los niños, naturalmente, podían pasar por donde quisieran.

La región situada a orillas del Río, entre el Río del Bosque –al norte, poco más allá de la Novena Caverna– y el Río de Hierba –al sur, a la altura de Roca de los Dos Ríos– se consideraba una comunidad muy unida por los zelandonii que vivían en la zona. De hecho, constituía un poblado en sentido extenso, pese a que ellos no poseían un nombre para esa clase de asentamiento ni conocían siquiera el concepto. No obstante, cuando Jondalar, viajando por otros lugares, aludía a la Novena Caverna de los zelandonii como su hogar, no sólo se refería a la gente de ese refugio de piedra particular, sino a toda la comunidad.

Los visitantes empezaron a ascender por el sendero hacia el nivel principal de Roca de los Dos Ríos, pero se detenían al llegar al nivel inferior para aguardar a una u otra persona que deseaba sumarse a la reunión. Mientras se hallaban allí, Ayla alzó la vista e inconscientemente buscó a tientas la pared cercana para apoyarse. La parte superior del precipicio sobresalía de tal modo que al recorrer con la mirada la descomunal pared rocosa, daba la impresión de que ésta se inclinaba junto con el observador.

–Ahí está Kimeran –anunció Jondalar sonriendo mientras el hombre a quien se refería saludaba a Joharran.

Ayla miró al desconocido, rubio y más alto que Joharran. Sorprendida, reparó en el sutil lenguaje corporal de ambos hombres, que parecían considerarse iguales.

El recién llegado observó al lobo con recelo, pero continuó ascendiendo hacia el nivel superior sin hacer comentario alguno. Una vez arriba, Ayla tuvo que parar de nuevo, en esta ocasión sobrecogida por la espectacular vista. Se le cortó la respiración. El porche delantero del refugio de roca de la Tercera Caverna ofrecía una panorámica de los alrededores. Río de la Hierba arriba, se veía otro pequeño cauce de agua que desembocaba en el afluente.

Ayla oyó pronunciar su nombre y se volvió. Joharran se hallaba detrás de ella en compañía del hombre que acababa de incorporarse al grupo.

–Quiero presentarte a alguien, Ayla.

El hombre dio un paso al frente y le tendió las manos, pero mantenía una cauta mirada fija en el lobo, el cual a su vez lo contemplaba a él con curiosidad. Era tan alto como Jondalar y, con su cabello rubio, se parecía vagamente a él. Ayla bajó una mano para indicarle al animal que se quedara detrás mientras ella se aproximaba al hombre para saludarlo.

–Kimeran, ésta es Ayla de los mamutoi… –empezó a decir Joharran. Kimeran le cogió las dos manos mientras el jefe de la Novena Caverna continuaba recitando sus títulos y lazos de parentesco. Había notado la expresión de inquietud de Kimeran y comprendía bien cómo se sentía–. Ayla, éste es Kimeran, jefe del Hogar del Patriarca, la Segunda Caverna de los zelandonii, hermano de Zelandoni de la Segunda Caverna, descendiente del fundador de la Séptima Caverna de los zelandonii.

–En nombre de Doni, la Gran Madre Tierra, te doy la bienvenida a la región de los zelandonii, Ayla de los mamutoi –dijo Kimeran.

–En nombre de Mut, Madre de Todos, también conocida por el nombre de Doni y otros muchos, yo te saludo, Kimeran, jefe del Hogar del Patriarca, la Segunda Caverna de los zelandonii –dijo ella. Luego sonrió y repitió la lista completa de títulos y lazos.

Kimeran advirtió primero su peculiar acento y después su encantadora sonrisa. Era una mujer realmente hermosa, pensó, pero ¿qué menos podía esperarse de Jondalar?

–¡Kimeran! –exclamó Jondalar una vez concluida la presentación formal–. ¡Cuánto me alegro de verte!

–Lo mismo digo, Jondalar.

Se estrecharon las manos y se dieron un abrazo rudo pero afectuoso.

–Así que ahora eres el jefe de la Segunda –dijo Jondalar.

–Sí, desde hace un par de años. Ya no esperaba que volvieras. Llegó a mis oídos la noticia de tu regreso, pero tenía que venir a ver yo mismo si todo lo que contaban de ti era verdad. Sospecho que debe de serlo –añadió Kimeran sonriendo a Ayla, pero manteniéndose aún a una distancia prudencial del lobo.

–Ayla, Kimeran y yo somos viejos amigos. Pasamos juntos por la ceremonia de iniciación, conseguimos los cinturones… Es decir, nos hicimos hombres al mismo tiempo. –Jondalar sonrió y, recordando aquella época, movió la cabeza en un gesto de incredulidad–. Éramos todos poco más o menos de la misma edad, pero yo pensaba que llamaba demasiado la atención porque era el más alto. Me alegré al ver llegar a Kimeran porque era de mi estatura. Solía ponerme a su lado para que no se me notara tanto. Me parece que a él le ocurría lo mismo. –Se volvió hacia el otro hombre. Éste también sonreía, pero su expresión cambió en cuanto oyó las siguientes palabras de Jondalar–. Kimeran, creo que deberías venir a conocer a Lobo.

–¿Conocerlo?

–Sí, Lobo no te hará daño. Ayla os presentará, y así él sabrá que eres un amigo.

Kimeran, desconcertado, se acercó con Jondalar al cazador cuadrúpedo. Era el lobo más grande que había visto en su vida, pero obviamente la mujer no le tenía miedo. Hincando una rodilla en tierra, Ayla rodeó al animal con el brazo y, sonriente, alzó la mirada. Con la boca abierta, el lobo enseñaba los dientes y la lengua le colgaba a un lado. ¿Acaso estaba burlándose de él aquel lobo?

–Extiende la mano para que Lobo la olfatee –instó Jondalar.

–¿Cómo lo has llamado? –preguntó Kimeran frunciendo el entrecejo y resistiéndose a acercar la mano al animal. Aunque no estaba muy convencido de querer hacerlo, había gente alrededor observando, y tampoco quería mostrar temor.

–Es el nombre que le puso Ayla. Significa «lobo» en mamutoi.

Cuando Ayla le cogió la mano derecha, Kimeran supo que ya no podía echarse atrás. Respiró hondo y permitió a la mujer que aproximara esa importante parte de su cuerpo a aquella boca llena de dientes afilados.

Como ocurría a la mayoría de la gente, Kimeran se sometió sorprendido al proceso mediante el cual Ayla le enseñó a tocar al lobo y se sobresaltó cuando éste le lamió la mano. Pero al percibir el contacto cálido y vivo de la piel de Lobo, se preguntó por qué el animal permanecía inmóvil dejándose acariciar, y una vez superado el asombro inicial, prestó aún más atención a la mujer.

«¿Qué clase de poderes posee? ¿Es una Zelandoni?» Kimeran tenía un conocimiento especial de la zelandonia y sus facultades únicas. «Habla un zelandonii claro y comprensible, pero a la vez se nota algo extraño en su pronunciación, y no es exactamente un acento, pensó. Parece casi comerse algunos sonidos. No resulta desagradable, pero llama la atención. Aunque como mujer llamaría la atención de todos modos. Tiene el aspecto de una persona de otras tierras. Salta a la vista que es forastera, pero una forastera hermosa y exótica, y el lobo forma parte de ese exotismo. ¿Cómo lo controlará?» Su semblante denotó admiración, casi un profundo respeto.

Atenta a las expresiones de Kimeran, Ayla detectó su admiración y, sintiéndose incapaz de reprimir una sonrisa, desvió la mirada. Finalmente, alzó de nuevo la vista hacia él.

–He cuidado de Lobo desde que era un cachorro –explicó–. Se crio con los niños del Campamento del León. Está acostumbrado a la gente.

Kimeran la escuchó sorprendido. Daba la impresión de que Ayla le hubiera adivinado el pensamiento y contestara a sus preguntas antes de expresarlas de viva voz.

–¿Has venido solo? –preguntó Jondalar cuando por fin Kimeran consiguió apartar la vista del lobo y Ayla y le dedicó de nuevo su atención.

–Vendrán otros. Recibimos el mensaje de que Joharran se proponía organizar una última cacería antes de partir hacia la Reunión de Verano. Manvelar envió un mensajero a la Séptima, y éstos nos mandaron uno a nosotros, pero yo me adelanté porque no quería esperar a todo el mundo.

–La Caverna de Kimeran está por allí, Ayla –informó Jondalar señalando hacia el valle del Río de la Hierba–. ¿Ves aquel afluente menor? –preguntó. Ayla asintió con la cabeza–. Ése es el Pequeño Río de la Hierba. Siguiéndolo se llega a las Cavernas Segunda y Séptima. Están emparentadas, y sólo las separa un prado de ricos pastos.

Los dos hombres comenzaron a charlar. Recordaron viejos tiempos y se pusieron al día sobre sus respectivas vidas, pero Ayla perdió el hilo de la conversación, atraída de nuevo por la panorámica. La espaciosa terraza superior de la Tercera Caverna proporcionaba muchas ventajas a sus habitantes, y además de estar bien protegida de las inclemencias del tiempo por un gran saliente, ofrecía una vista extraordinaria.

A diferencia del valle boscoso próximo a la Novena Caverna, los valles tanto del Río de la Hierba como del Pequeño Río de la Hierba eran exuberantes pastizales, aunque distintos de las anchas praderas de las tierras de aluvión que se extendían a orillas del Río. Diversos árboles y arbustos crecían en las márgenes del río principal, pero al otro lado de esa estrecha franja de bosque había sólo campo abierto, poblado fundamentalmente de la clase de hierba corta que preferían los rumiantes. Mirando en dirección oeste al otro lado del Río, las extensas y llanas tierras de aluvión terminaban en una serie de montes que se alzaban hasta una meseta cubierta de hierba.

Los valles del Río de la Hierba y del Pequeño Río de la Hierba eran más húmedos, casi pantanosos en ciertas épocas del año, y allí se daban variedades de hierba que en algunos lugares alcanzaban alturas superiores a las de un hombre, mezcladas frecuentemente con plantas herbáceas. La gran diversidad de la vegetación atraía a muchas especies de animales pacedores y ramoneadores que en sus migraciones estacionales preferían clases o partes específicas de diferentes tipos de hierbas y plantas con hojas.

Dado que la terraza principal de Roca de los Dos Ríos dominaba ambos valles, el del Río y el del Río de la Hierba, su situación era idónea para observar el paso por la zona de las manadas itinerantes. Como consecuencia de ello, con el tiempo la gente de la Tercera Caverna no sólo había desarrollado una gran pericia a la hora de seguir los movimientos de las manadas, sino también amplios conocimientos acerca de las pautas climáticas y cambios estacionales que auguraban la aparición de las diversas clases de animales. Gracias a esa ventaja sobre los demás, aumentó su aptitud como cazadores. Si bien todas las cavernas cazaban, las lanzas de los cazadores de la Tercera Caverna que vivían en Roca de los Dos Ríos eran las que abatían en las herbosas y llanas tierras de aluvión un mayor número de pacedores y ramoneadores migratorios.

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