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Authors: Jean M. Auel

Los refugios de piedra (73 page)

BOOK: Los refugios de piedra
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Al cabo de un rato llegaron al nacimiento del riachuelo, una pequeña fuente que brotaba de la tierra, con un entramado de ramas de sauce por encima, y rodeado de abedules, abetos y algún que otro alerce. Al otro lado de la fuente se había formado un estanque profundo. Toda la zona estaba llena de manantiales, los cuales conformaban un pequeño afluente del Río. Detrás de los árboles del otro lado del estanque había una vertiente bastante pronunciada con rocas sueltas de todos los tamaños, desde minúsculos guijarros hasta riscos enormes. Delante del estanque vieron un valle estrecho que conducía a una playita de arena fina, tierra y piedras redondeadas por el agua, con una barrera de matorrales tupidos a la orilla del estanque. Era un paraje idílico. Joharran pensó que si viajara solo o con poca gente, levantaría allí el campamento, pero para toda la caverna no sólo necesitaba más espacio, sino que debían acomodarse más cerca del campamento principal. Los tres hombres regresaron por la margen del riachuelo, y cuando llegaron al prado que se extendía junto al Río, Joharran se detuvo.

–¿Qué os parece? –preguntó–. Está un poco lejos de todas partes.

Rushemar metió la mano en el riachuelo y probó el agua. Era cristalina y fresca.

–Tendrá agua todo el verano. En cambio, al final de la estación, el arroyo que atraviesa el campamento principal y la parte del Río situada frente al campamento y río abajo no conservarán sus aguas claras y limpias.

–Todo el mundo irá a buscar leña a los bosques más grandes –añadió Solaban–. Esta zona no estará tan transitada, y hay más recursos de lo que parece.

La Novena Caverna plantó el campamento en la llana pradera entre el bosque y el Río, junto al riachuelo. Casi todo el mundo consideró que era un buen sitio. Era poco probable que otra caverna se instalara riachuelo arriba y ensuciara el agua, ya que estaban algo alejados del centro de actividades. Dispondrían de agua limpia para bañarse y lavar la ropa. La fuente les proporcionaría agua para beber, por sucio que bajase el Río después de que centenares de personas lo usaran. El bosque ofrecía sombra y leña, y por sus reducidas dimensiones probablemente no atraería a otras personas que buscaran los mismos recursos, o al menos no los primeros días. La mayoría iría a los bosques más grandes río abajo. La zona boscosa y los prados proporcionaban también verduras silvestres: bayas, frutos secos, brotes, hojas, y también caza mayor. En el Río había peces y moluscos para todos. El emplazamiento tenía muchas ventajas.

Su principal inconveniente era la distancia que todos deberían recorrer para llegar a la zona donde se desarrollarían la mayor parte de las actividades. Hubo personas que consideraron que estaba demasiado lejos, sobre todo aquellos con familiares y amigos en otras cavernas que habían levantado sus campamentos en lugares que consideraban más convenientes. Algunos de éstos decidieron acampar con otras cavernas. Jondalar, en parte, se alegró. Así habría espacio cuando llegaran Dalanar y los lanzadonii, siempre que a éstos no les importara acampar un poco lejos del centro de actividades.

Para Ayla, el lugar era perfecto. Los caballos estarían alejados de las aglomeraciones de gente y tendrían un prado donde pastar. Los animales empezaban ya a ser objeto de mucha atención, lo cual significaba, obviamente, que también Ayla lo era. Recordaba el miedo que habían pasado Whinney, Corredor y Lobo al llegar a la reunión de los mamutoi, pese a que por entonces parecía ya que aceptaban mejor las concentraciones numerosas de personas, puede que incluso mejor que ella. La gente hablaba sin reparo, y ella no podía evitar oír sus comentarios. Por lo visto una de las cosas que mayor admiración despertaba era el hecho de que los caballos y el lobo se toleraran entre ellos –mejor dicho, que parecieran amigos– y obedecieran a la forastera y al hijo de Marthona.

Ella y Jondalar llevaron los caballos corriente arriba y encontraron el prado idílico con su estanque. Era la clase de sitio que les encantaba. Era perfecto para ellos; les producía la sensación de que era de ellos, pese a que, claro está, podía usarlo cualquiera. Sin embargo, Jondalar dudaba que alguien más llegara hasta allí. La mayoría de la gente iba a la Reunión de Verano para participar en las actividades colectivas y tenía menos necesidad de momentos de soledad que Ayla, los animales o, incluso, él mismo. Ayla descubrió con entusiasmo que los densos matorrales eran casi todos avellanos, cuyo fruto era una de sus comidas preferidas. Las avellanas aún no estaban maduras, pero parecía que la cosecha sería buena. Por su parte, Jondalar pensaba que regresaría allí para ver si alguna de las rocas y piedras de la vertiente del otro lado del estanque era pedernal.

Una vez se instalaron todos e inspeccionaron bien el lugar, la mayoría decidió que había sido una elección magnífica. Joharran se alegró de haber llegado a tiempo de reclamarlo. Pensaba que seguramente le habrían quitado el sitio de no haber sido por un segundo afluente, un poco más grande, que serpenteaba por el centro del gran campo en torno al que se había dispuesto la Reunión de Verano. Casi todas las cavernas que habían llegado antes se habían instalado en las orillas de aquel río, porque sabían que las aguas del Río se contaminarían pronto por la utilización excesiva. Era la zona que había inspeccionado primero Joharran, pero ahora se alegraba de haber buscado más arriba.

Jondalar pensó que la conversación con su hermano había inducido a éste a buscar un lugar más cómodo para los caballos y le dio las gracias. Joharran no corrigió su impresión. Era consciente de que se había preocupado sólo por la comodidad de su gente, pero quizá el comentario acerca de los animales también le había influido de alguna manera y lo había ayudado a encontrar aquel lugar. No podía decir que no fuese así, y si su hermano se sentía en deuda con él, adelante. Era muy complicado dirigir una cueva tan grande, y no se sabía nunca si algún día podría necesitar la ayuda de Jondalar.

Como ya era tarde decidieron esperar al día siguiente para montar los alojamientos de verano y plantaron las tiendas para pasar la noche. Una vez levantado el campamento algunas personas fueron hacia la zona principal a buscar amigos o parientes que no habían visto desde la última Reunión de Verano, así como para averiguar qué se había organizado para el día siguiente, pero la mayoría de la gente estaba cansada y decidió quedarse en las tiendas. Muchos inspeccionaron la zona para decidir dónde situarían exactamente su alojamiento individual y para localizar dónde crecía la diversa vegetación, sobre todo los materiales que necesitaban para construir sus residencias de verano. Ayla y Jondalar ataron los caballos cerca del bosque y del riachuelo, pensando que era mejor tenerlos cerca, más para protegerlos de la gente que por temor a que se escaparan. Habrían deseado darles más libertad. Quizá cuando todo el campamento se hubiese acostumbrado a verlos y nadie sintiese la tentación de cazarlos, podrían dejarlos moverse a placer, como hacían en la Novena Caverna.

Por la mañana, después de echar un vistazo a los caballos, Jondalar y Ayla acompañaron a Joharran a la zona principal de la Reunión de Verano, donde él iba a reunirse con los otros jefes. Era necesario tomar decisiones para organizar partidas de caza y recolección y para repartir los productos obtenidos. Además, tenían que planificar actividades y ceremonias, incluida la primera ceremonia matrimonial del verano. Lobo seguía a Ayla de cerca. Todo el mundo había oído hablar de la mujer que tenía un misterioso control sobre los animales, pero una cosa era oír hablar y otra verlo uno con sus propios ojos. Las expresiones de consternación los acompañaban por todo el campamento, y si alguien no los veía venir y se los encontraba de repente, la primera reacción era de sobresalto y miedo. Incluso quienes conocían a Joharran y Jondalar quedaban boquiabiertos en lugar de responder a su saludo.

Caminaban por detrás de unos matorrales bajos, que ocultaban al lobo, cuando se les acercó un hombre.

–Jondalar, oí que habías vuelto de tu viaje y que habías traído a una mujer –gritó el hombre corriendo hacia él–. Me gustaría conocerla.

Tenía un extraño defecto del habla que Ayla no supo identificar en un primer momento, y entonces cayó en la cuenta de que hablaba como un niño pero con voz de hombre: ceceaba.

Jondalar alzó la cabeza y arrugó la frente. No se alegraba especialmente de ver a aquel hombre. De hecho, era el único de todos los zelandonii a quien no esperaba ver, y no le gustaba que el otro diera por sentada una amistad entre ellos. No obstante, comprendió que no le quedaba más remedio que hacer las presentaciones.

–Ayla de los mamutoi, te presento a Ladroman de la Novena Caverna –dijo sin darse cuenta de que la había presentado con su antiguo nombre.

Pese a su tono de voz inexpresivo, ella advirtió de inmediato un dejo de desaprobación y lo miró. La tensión de su mandíbula ponía de manifiesto que faltaba poco para que sus dientes rechinaran, y la postura rígida y fría era también un indicio de que aquel individuo no era una presencia grata para él.

El hombre le tendió las dos manos y sonrió, revelando que había perdido dos dientes delanteros. Luego avanzó hacia ella. Ayla sospechaba ya quién podía ser, y la mella en su boca se lo confirmó. Ése era el hombre con quien Jondalar se había peleado; él le había golpeado, saltándole esos dos dientes. Como consecuencia del altercado, Jondalar había tenido que abandonar la Novena Caverna y marcharse a vivir con Dalanar durante un tiempo, lo cual, como se demostró, fue probablemente lo mejor que podía haberle ocurrido. Eso le dio la oportunidad de conocer al hombre de su hogar, y aprender de quien todos consideraban el mejor tallador de pedernal el oficio que con el tiempo acabaría entusiasmándole.

Ayla ya conocía lo suficiente acerca de los tatuajes faciales para comprender que aquel hombre era un acólito, que estaba formándose para llegar a ser zelandoni. Para su sorpresa, notó el roce de Lobo contra su pierna cuando acudió a interponerse entre ella y el desconocido, y oyó su grave gruñido de advertencia. Lobo sólo actuaba así cuando creía que ella estaba bajo alguna amenaza. «Tal vez ha percibido la tensión y el rechazo de Jondalar», pensó. En todo caso, por alguna razón aquel hombre también despertaba la aversión del animal. Ladroman vaciló y, con los ojos desmesuradamente abiertos a causa del miedo, retrocedió.

–¡Lobo! ¡Atrás! –ordenó Ayla en mamutoi a la vez que avanzaba un paso para responder al saludo formal–. Yo te saludo, Ladroman de la Novena Caverna. –Cogió las dos manos del hombre, notando que tenía húmedas las palmas.

–Ya no soy Ladroman, ni de la Novena Caverna. Ahora soy Madroman de la Quinta Caverna de los zelandonii, y acólito de la zelandonia. Bienvenida seas, Ayla de los… ¿cómo era? ¿Mu… Mutoni…? –dijo él, sin apartar la vista del lobo, cuyo gruñido había subido de volumen. Le soltó las manos de inmediato. Había notado el peculiar acento de Ayla, pero la presencia del lobo lo desconcertó de tal modo que apenas le prestó atención.

–Y ella tampoco es ya Ayla de los mamutoi, Madroman –rectificó Joharran–. Ahora es Ayla de la Novena Caverna de los zelandonii.

–¿Ya has sido aceptada por los zelandonii? Bien, mamutoi o zelandonii. Me alegro de haberte conocido, pero ya he de irme… a una reunión –pretextó Madroman separándose lo más deprisa que pudo. Se dio media vuelta y casi se echó a correr por donde había venido.

Ayla observó a los dos hermanos, en cuyos rostros se dibujaron sonrisas casi idénticas.

Joharran vio al grupo de gente que andaba buscando. La Zelandoni estaba entre ellos. Hizo una seña a los tres para que se acercaran, pero fue el cuarto, Lobo, quien más atención recibió. Ayla le ordenó que se quedara atrás mientras se procedía a las presentaciones formales. No sabía si reaccionaría con otra persona tal como había hecho con Madroman. Varios de los allí presentes se sorprendieron cuando la forastera de extraño acento era presentada como zelandonii, antes mamutoi, pero se explicó que, como no había duda de dónde viviría cuando ella y Jondalar se unieran, la Novena Caverna la había aceptado ya.

Una vez tomada la decisión de emparejarse, la siguiente decisión en orden de importancia era si el hombre viviría con la gente de la mujer, o si la mujer iría a vivir con la de él. En cualquiera de los dos casos, se requería la aceptación de ambas cavernas, pero principalmente la de aquella que habría de convivir con un nuevo miembro. Puesto que sabían dónde vivirían Jondalar y Ayla, el asunto quedaba zanjado si la Novena Caverna la aceptaba.

Ayla no permitió al lobo apartarse de su lado mientras ella y Jondalar escuchaban a los jefes seculares y a los guías espirituales discutir los planes. Se decidió celebrar una ceremonia la noche del día siguiente para averiguar la dirección que convenía tomar en la primera cacería. Si todo iba bien, la primera ceremonia matrimonial tendría lugar poco después. Ayla había sabido que cada verano se celebraban dos ceremonias matrimoniales: la primera para unir a aquellas parejas, por lo general de la misma región, que habían decidido vivir juntos ya durante el invierno anterior; en la segunda, programada normalmente para poco antes del regreso a sus hogares, casi en otoño, la mayoría de las parejas eran de cavernas más dispersas y tomaban la decisión durante la Reunión de Verano, quizá tras conocerse ese mismo año, o a lo sumo una o dos estaciones antes.

–A propósito de la ceremonia matrimonial –dijo Jondalar–, me gustaría formular una petición. Dado que Dalanar es el hombre de mi hogar y planea venir, me gustaría que la primera ceremonia se atrasara hasta que él llegue. Desearía que estuviera aquí para mi emparejamiento.

–Yo no tendría inconveniente en aplazarla unos días –respondió la Zelandoni–, pero ¿y si Dalanar no viene hasta mucho después?

–Preferiría emparejarme durante la primera ceremonia, pero si Dalanar se retrasa demasiado, estoy dispuesto a esperar a la segunda. Me gustaría que esté presente cuando nos unamos.

–Me parece una propuesta admisible –declaró la Zelandoni, Que Era la Primera–, pero debería decidirse cuánto tiempo puede postergarse la primera ceremonia matrimonial, y eso depende de los otros que quieren unirse.

Una mujer de cierta edad con el tatuaje de zelandoni en la cara se unió a la conversación.

–Según tengo entendido –dijo a Joharran–, Dalanar y los lanzadonii se reunirán con nosotros durante esta estación. Mandó un mensaje a la Zelandoni de la Decimonovena, puesto que ésta es la caverna más cercana al emplazamiento de la Reunión de Verano, para que todos lo supiéramos. La hija de su compañera va a emparejarse este verano, y Dalanar quiere para ella una ceremonia matrimonial completa. Me consta también que le gustaría encontrar a un donier para su gente. Podría ser una excelente oportunidad para un acólito experimentado o un zelandoni reciente.

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