Los señores de la instrumentalidad (31 page)

BOOK: Los señores de la instrumentalidad
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Magno Taliano no esperó.

Extendió lentamente el brazo y estrujó la mano de su esposa Dolores OH.

—Cuando muera, al fin, estarás segura de que te amo.

Tampoco esta vez las mujeres vieron nada. Advirtieron que las habían llamado tan sólo para dar a Magno Taliano un último atisbo de su propia vida.

Un callado luminictor conectó un electrodo con el paleocórtex del capitán Magno Taliano.

La sala de planoforma despertó. Extraños cielos giraron alrededor de ellos como leche batida en un cuenco.

Dita advirtió que su capacidad parcial para la telepatía estaba funcionando aun sin auxilio de una máquina. Podía sentir con la mente la muerta pared de las láminas. Sentía la oscilación de la
Wu-Feinstein
mientras brincaba de espacio en espacio, vacilando como un hombre que cruza un río saltando de una piedra resbaladiza a otra.

De alguna extraña forma llegó a intuir que la región paleocortical del cerebro de su tío al fin se estaba abrasando de manera irrecuperable, que las configuraciones estelares de las láminas continuaban viviendo en la trama infinitamente compleja de la memoria del capitán, y que con la ayuda de sus luminictores telepáticos él se estaba quemando el cerebro célula a célula para encontrar un modo de llevar la nave a destino. Era su último viaje.

Dolores OH contemplaba a su esposo con una hambrienta avidez que superaba toda expresión. Poco a poco, la cara del capitán se distendió y adquirió una expresión idiotizada.

Dita pudo ver el centro del cerebro abrasado, mientras los controles de la nave, con la ayuda de los luminictores, sondeaban el intelecto más espléndido de sus tiempos en busca de un derrotero.

De pronto Dolores OH cayó de rodillas, sollozando junto a la mano del esposo.

Un luminictor tomó a Dita del brazo.

—Hemos llegado a destino —dijo.

—¿Y mi tío?

El luminictor le dirigió una mirada extraña. Ella comprendió que él le hablaba sin mover los labios, mente a mente, con telepatía pura.

—¿No lo ves?

Ella negó con la cabeza, aturdida.

El luminictor proyectó una vez más su enfático pensamiento.

—Cuando tu tío se abrasó el cerebro, tú recibiste sus habilidades. ¿No lo sientes? Tú misma eres una capitana de viaje, una de las mejores.

—¿Y él?

El luminictor proyectó un pensamiento piadoso. Magno Taliano se había levantado de la silla y su esposa Dolores OH lo sacaba de la sala. Magno Taliano tenía la blanda sonrisa de un idiota; en la cara, por primera vez en más de cien años, le temblaba un tímido y tonto amor.

Del planeta Gustible

Poco después de la celebración del cuarto milenario de la apertura del espacio, Angary J. Gustible descubrió el planeta de Gustible. El descubrimiento resultó ser un trágico error.

El planeta de Gustible estaba habitado por formas de vida muy inteligentes. Tenían moderados poderes telepáticos. Al instante leyeron la vida de Angary J. Gustible en su mente, y lo avergonzaron componiendo una ópera acerca de su reciente divorcio.

En el punto culminante de la ópera, la esposa arrojaba a Gustible una taza de té. Esto creó una impresión desfavorable acerca de la cultura de la Tierra, y Angary J. Gustible, que cumplía las funciones como subjefe de la Instrumentalidad, quedó muy confundido al descubrir que no había comunicado a esas gentes las realidades superiores de la Tierra, sino datos íntimos y desagradables.

Al continuar las negociaciones, surgieron más situaciones desconcertantes.

Los habitantes de Gustible, que se denominaban apicios, parecían grandes patos de más de un metro de altura. En las puntas de las alas habían desarrollado pulgares yuxtapuestos con forma de aleta, que les servían para alimentarse.

El planeta de Gustible se parecía a la Tierra en varios aspectos: la deshonestidad de sus habitantes, su entusiasmo por la buena comida, su capacidad instantánea para comprender la mente humana. Antes de que Gustible se dispusiera a regresar a la Tierra, descubrió que los apicios habían copiado su nave. Era inútil ocultarlo. La habían copiado tan detalladamente que el descubrimiento de Gustible significó el descubrimiento simultáneo de la Tierra...

Por parte de los apicios.

Las implicaciones de este trágico hecho no se evidenciaron hasta que los apicios siguieron a Gustible. Tenían una nave de planoforma tan capaz de viajar por el no-espacio como la del terráqueo.

El rasgo más importante del planeta Gustible era su gran parecido con la bioquímica de la Tierra. Los apicios constituían la primera forma de vida inteligente descubierta por los humanos que era capaz de oler y disfrutar de todo aquello que los seres humanos olían y disfrutaban, de escuchar música humana con placer y de comer y beber cuanto tenían a la vista.

Los primeros apicios que llegaron a la Tierra fueron recibidos por embajadores algo alarmados que descubrieron en los visitantes una avidez por la cerveza de Munich, el queso camembert, las tortillas y las enchiladas, así como las mejores formas del
chow mein
, que superaba cualquier interés cultural, político o estratégico por parte de los visitantes.

Arthur Djohn, un Señor de la Instrumentalidad que estaba a cargo de este asunto, designó a un agente de la Instrumentalidad llamado Calvin Dredd como principal diplomático de la Tierra para organizar la situación.

Dredd trató con un tal Schmeckst, que parecía ser el líder apicío. La entrevista no tuvo gran éxito.

—Alteza —comenzó Dredd—, nos sentimos encantados de recibirte en la Tierra...

—¿Esas cosas son comestibles? —preguntó Schmeckst, y procedió a engullir los botones de plástico de la chaqueta de Dredd antes de que éste atinara a decir que no eran comestibles, a pesar de su aparente atractivo.

—No trates de comerlos —advirtió Schmeckst—. No resultan muy sabrosos.

Dredd, mirándose la chaqueta abierta, dijo:

—¿Te apetece comer algo?

—Claro que sí —respondió Schmeckst.

Y mientras el apicio se comía un plato italiano, un plato pequinés, una salpimentada comida szechuanesa, una cena
sukiyaki
japonesa, dos desayunos británicos, un
smorgasbord
y cuatro porciones completas de
zakonska
ruso de categoría diplomática, escuchó las propuestas de la Instrumentalídad de la Tierra.

No le impresionaron. Schmeckst era inteligente, a pesar de sus groseros y ofensivos hábitos en la mesa.

—Nuestros dos mundos tienen el mismo poder de armamento —señaló—. No podemos luchar. Mira —indicó a Calvin Dredd en tono amenazador.

Calvin Dredd se puso rígido, en la postura defensiva que había aprendido. Schmeckst también lo puso rígido.

Por un instante, Dredd no supo qué había ocurrido. Luego advirtió que al adoptar una postura corporal tensa y controlada había hecho el Juego a los escasos pero versátiles poderes telepáticos de los visitantes. Permaneció en la misma postura hasta que Schmeckst lo liberó con una carcajada.

—Como ves, estamos empatados —dijo Schmeckst—. Yo puedo paralizarte. Nada podría liberarte salvo la pura desesperación. Si tratáis de pelear con nosotros, os liquidaremos. Vamos a mudarnos aquí para vivir con vosotros. Tenemos suficiente espacio en nuestro planeta, así que también podéis trasladaros a vivir con nosotros. Nos gustaría contratar a vuestros cocineros. Sólo tendréis que compartir el lugar con nosotros, eso será todo.

Y eso fue todo. Arthur Djohn comunicó a los Señores de la Instrumentalidad que no se podía hacer nada, por el momento, con los repulsivos habitantes del planeta Gustible.

Los visitantes actuaron con mesura, por ser apicios. Sólo setenta y dos mil apicios recorrieron la Tierra, invadiendo cada bodega, restaurante, bar, café y centro de placer del mundo. Comían maíz tostado, alfalfa, fruta fresca, peces vivos, aves en vuelo, comidas preparadas, comidas cocidas y enlatadas, alimentos concentrados y diversas medicinas.

Aparte de la descomunal capacidad de retener muchos más alimentos de los que podía tolerar el cuerpo humano, revelaban efectos muy parecidos a los de las personas. Miles de ellos contrajeron diversas enfermedades locales, a veces denominadas con nombres tan poco decorosos como «rápidos del Yang Tse», «vientre de Delhi», «gruñido romano» y cosas parecidas. Otros miles sintieron náuseas y tuvieron que aliviarse al estilo de los antiguos emperadores. Aún así, seguían acudiendo a la Tierra.

Nadie les tenía simpatía, pero la aversión no era tanta como para desencadenar una guerra desastrosa.

El comercio era mínimo. Los apicios compraban gran cantidad de alimentos y pagaban con metales raros. Pero la economía de su planeta natal producía muy pocas cosas que la Tierra deseara. Las ciudades de la humanidad habían alcanzado tal extremo de molicie que seres relativamente monoculturales, como los habitantes del planeta Gustible, no podían causar mucha impresión. La palabra «apicio» cobró desagradables connotaciones de malos modales, avaricia y pago inmediato. Esta última característica se consideraba poco educada en una sociedad de créditos, pero a fin de cuentas era mejor que no recibir ningún pago.

La tragedia de la relación entre ambos grupos se puso de manifiesto en la infortunada merienda de la dama Ch'ao, quien se enorgullecía de tener antigua sangre china. La dama Ch'ao pensó que si Schmeckst y los demás apicios quedaban ahítos, tal vez atendieran a razones. Organizó un banquete que, en calidad y cantidad, no se había visto desde los tiempos históricos anteriores, mucho antes de las muchas interrupciones de la guerra, el colapso y la reconstrucción de la cultura. Registró los museos del mundo en busca de recetas.

La cena se proyectó en las telepantallas de todo el mundo. Se celebró en un pabellón construido al viejo estilo chino. Un suelo tangible de bambú seco y paredes de papel; el edificio del festival tenía techo de bálago según la antigua tradición. Faroles de papel con auténticas velas iluminaban la escena.

Los cincuenta selectos invitados apicios relucían como ídolos antiguos. Las plumas resplandecían bajo la luz. Chasqueaban los pulgares yuxtapuestos mientras hablaban, telepática y fluidamente, en cualquier idioma terráqueo que hubieran captado en la mente de sus interlocutores.

La tragedia fue el fuego. Un incendio arrasó el pabellón y arruinó el banquete. La dama Ch'ao fue rescatada por Calvin Dredd. Los apicios huyeron. Todos escaparon menos uno:

Schmeckst. Schmeckst murió en el incendio.

Lanzó un grito telepático que resonó en la voz de todos los humanos, apicios y animales que había cerca, de modo que los espectadores de televisión de todo el mundo recibieron una repentina cacofonía de pájaros que graznaban, perros que ladraban, gatos que maullaban, nutrias que chillaban y un solitario oso panda que soltó un agudo gruñido. Luego Schmeckst murió. Fue una lástima.

Los dirigentes de la Tierra se preguntaron cómo podrían resolver la tragedia. Al otro lado del mundo, los Señores de la Instrumentalidad contemplaban la escena. Lo que veían era asombroso y terrible. Calvin Dredd, un agente frío y disciplinado, se acercó a las ruinas del pabellón. Tenía la cara fruncida en una expresión incomprensible. Sólo cuando se relamió los labios por cuarta vez y descubrieron un hilillo de saliva en su barbilla comprendieron que se había vuelto loco de apetito. La dama Ch'ao lo siguió, impulsada por una fuerza implacable.

Estaba fuera de sus cabales. Le brillaban los ojos. Caminaba con el sigilo de un gato. En la mano izquierda sostenía un cuenco y palillos.

Los espectadores de todo el mundo no atinaban a comprender. Dos alarmados y aturdidos apicios siguieron a los humanos, preguntándose qué estaba ocurriendo.

Calvin Dredd se movió. Extrajo el cuerpo de Schmeckst.

El fuego había abrasado al apicio. No le quedaba ni una pluma. Y luego, el incendio, a causa de la sequedad del bambú y el papel y los miles y miles de velas, lo había asado. El operador de televisión tuvo una inspiración. Encendió el control de olores.

En todo el planeta Tierra, donde la gente se había reunido para presenciar la imprevista e interesante tragedia, circuló un olor que la humanidad había olvidado. El característico aroma a pato asado.

Era la fragancia más deliciosa que habían olido los seres humanos. Millones de bocas se hicieron agua. En todo el mundo, las personas se alejaron de los televisores para ver si había apicios en el vecindario. Mientras los Señores de la Instrumentalidad ordenaban que se interrumpiera la repulsiva escena, Calvin Dredd y la dama Ch'ao comenzaron a devorar al apicio asado Schmeckst.

A las veinticuatro horas, la mayoría de los apicios de la Tierra estaban servidos: con salsa de arándano, asados, o fritos al estilo del Sur norteamericano. Los dirigentes serios de la Tierra temieron las consecuencias de una conducta tan salvaje. Mientras se enjugaban los labios y pedían otro emparedado de pato, juzgaban que esta conducta iba a crear dificultades imprevisibles.

Los bloqueos que los apicios habían impuesto a los actos humanos no operaban cuando se aplicaban a humanos que veían un apicio y hurgaban en los recovecos de su propia personalidad para descubrir un hambre que trascendía toda civilización.

Los Señores de la Instrumentalidad se las ingeniaron para encontrar al lugarteniente de Schmeckst y otros apicios y enviarlos de vuelta a su nave.

Los soldados los miraban relamiéndose los labios. El capitán intentó improvisar un accidente mientras escoltaba a sus visitantes. Por desgracia, los apicios no se partían el cuello al tropezar, y los extranjeros insistían en proyectar violentos bloqueos mentales a los humanos en un intento desesperado por salvarse.

Uno de los apicios fue tan imprudente como para pedir un emparedado de pollo y casi perdió un ala, cruda y viva, ante un soldado cuyo apetito se había estimulado mediante esa alusión a la comida.

Solo en Anacrón

Tiempo hay y Tiempo hubo y el Tiempo continúa, antes... ¿Pero cuál es el Nudo que ata el Tiempo, que lo sujeta aquí, y más...? OH, el Nudo del Tiempo es un lugar secreto que en tiempos de antaño buscaron en alguna parte del Espacio. Aún lo buscan pero Tasco abandonó la cacería... ¡ÉL LO ENCONTRÓ!

De La canción de Dita la Loca

Primero arrojaron todas las máquinas que no fueran esenciales para la vida ni para el funcionamiento de la nave. Luego se deshicieron de los objetos que Dita había atesorado en la luna de miel (tonta y previsiblemente, los había valorado más que los instrumentos). Después se libraron de las reservas alimenticias, excepto lo imprescindible para sobrevivir dos personas. Tasco supo entonces que no bastaría. Aún había que aligerar la nave.

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