Los señores de la instrumentalidad (32 page)

BOOK: Los señores de la instrumentalidad
10.61Mb size Format: txt, pdf, ePub

Recordó que el subjefe había dicho con amargura:


Así que tenéis licencia para viajar juntos en el tiempo. ¡Estúpido! No sé si ha sido idea tuya o de ella tener una «luna de miel en el tiempo», pero piensa que todos presenciarán tu matrimonio y que tendréis hasta el último sensiblero detrás de vosotros. «¡Luna de miel en el tiempo!» ¿Por qué? ¿Acaso esa mujer está celosa de tus viajes en el tiempo? No seas idiota. Tasco. Sabes que esa nave no está construida para dos. Ni siquiera tienes la obligación de ir, podemos enviar a Vomact. Él es soltero.

Tasco también recordó su aguijonazo de celos ante la mención de Vomact. Si necesitaba algo para consolidar su determinación, era ese nombre. ¿Cómo echarse atrás después de la publicidad que se había dado a su vuelo para hallar el Nudo? El subjefe debía de haber captado sus sentimientos, pues añadió con sonrisa picara:


Bien, si alguien puede encontrar el Nudo, ése eres tú. Pero escucha, déjala aquí. Llévala luego si quieres, pero primero viaja en solitario.

Sin embargo, Tasco también recordaba el cuerpo gatuno de Dita acurrucándose contra el suyo, la mirada y el murmullo de su amada:

—Pero querido, me lo habías prometido.

Sí, se lo habían advertido, pero eso no reducía la tragedia. Sí, la podía haber dejado pero ¿qué matrimonio habrían tenido si la mancha de la amargura empañaba los primeros días? ¿Habría podido vivir consigo mismo si hubiera permitido que Vomact lo reemplazara? Más aún, ¿qué habría pensado Dita? No podía engañarse; sabía que Dita lo amaba, lo quería entrañablemente, pero él había sido un héroe desde que la conocía. ¿Cómo lo habría amado sin esa imagen heroica? Tasco la quería tanto que no deseaba averiguarlo. Y ahora uno de ellos debía irse, perderse para siempre en el espacio y el tiempo. Tasco miró a Dita, su amada. Pensó:
Te quise durante una eternidad, pero nuestra «eternidad» duró sólo tres días terrícolas. ¿Te amaré desde el espacio y la atemporalidad?

Para postergar el eterno adiós al menos unos minutos, fingió encontrar algún otro instrumento que se pudiera desechar y arrojó por la escotilla una porción de nutrientes para una persona. Ahora la decisión era irrevocable. Dita se le aproximó.

—¿Bastará con eso, Tasco? ¿La nave es lo bastante ligera para permitirnos llegar al Nudo?

En vez de responder. Tasco la abrazó con fuerza.
Hice lo que tenía que hacer
, pensó.
Dita, Dita, no poder abrazarte nunca más...

Con suavidad, para no alterar la curva lunar del pelo, le acarició la cabeza. Luego la soltó.

—Prepárate para hacerte cargo, Dita. No podría asesinarte, oh querida mía, y a menos que aligeremos la nave del peso de uno de nosotros, ambos moriremos aquí en el Nudo. Debes llevarla de regreso. Debes llevar la nave de regreso con los datos que han reunido los instrumentos. Ya no se trata de ti ni de mí ni de nosotros. Somos servidores de la Instrumentalidad. Debes comprenderlo.

Aún en brazos de Tasco, Dita retrocedió para mirarle la cara. Tenía los ojos húmedos, reverentes, temerosos. Los labios le temblaban de afecto. Era adorable, ¡pero qué inepta! Sin embargo lograría llegar; tenía que hacerlo. Al principio Dita calló, tratando de aquietar los labios y luego dijo una frase exasperante:

—No, querido, no lo hagas. No podría soportarlo. Por favor, no me abandones.

Tasco reaccionó espontáneamente: le abofeteó la mejilla con la mano abierta, con fuerza. Una furia recíproca relampagueó en los ojos y la boca de Dita, pero ella se dominó. Reanudó sus súplicas.

—Tasco, Tasco, no seas malo conmigo. Si hemos de morir juntos, puedo enfrentarlo. No me abandones, por favor. No te culpo.

¡No te culpo!
—pensó él—.
¡Por el Dios Olvidado, vaya comentario!

En voz alta replicó, tratando de controlarse:

—Ya te lo he dicho. Alguien tiene que conducir esta nave a nuestro tiempo y lugar. Hallamos el Nudo. Éste es el Nudo del Tiempo. Mira.

Tasco señaló el panel de control: el Metrocón oscilaba violentamente de -1.000.000:1 a -500.000:1.

—Mira con atención, veinte-años-un-minuto-más a diez-años-un-minuto-menos. La nave podrá escapar si aligeramos la carga. Hemos arrojado todo lo que podíamos. Ahora me iré yo. Te amo. Me amas. Para mí será tan difícil dejarte como para ti verme partir. Una vida contigo no habría bastado. Pero, Dita, me debes esto... lleva la nave de vuelta. No me dificultes las cosas. Si puedes sostenerla en Probabilidad Subformal Izquierda, hazlo. De lo contrario, continúa tratando de desacelerar en tiempo inverso.

—Pero querido...

Tasco deseaba ser tierno. Las palabras se le atascaban en la garganta. Pero el tiempo se había agotado. Esa luna de miel había sido una apuesta, y ahora la apuesta y esa vida en común habían terminado. ¡Sus días terrícolas! La Instrumentalidad permanecía, los Jefes y Señores aguardaban; un millón de vidas habrían sido un precio exiguo por una aproximación al Nudo del Tiempo. Dita podía lograrlo. Incluso ella lo conseguiría si la nave se aligeraba del peso de un tripulante.

El beso de despedida no fue memorable. Tasco tenía prisa por terminarlo; cuanto antes se fuera, más probabilidades tendría ella de regresar. Pero ella seguía mirándolo como si esperase que él se quedara a charlar. Tasco sospechó que Dita intentaba retenerlo. Encendió el micrófono del casco y dijo:

—Adiós. Te amo. Tengo que irme deprisa. Por favor, haz lo que te digo y no te interpongas. Ella sollozaba.

—Tasco, vas a morir.

—Quizás —admitió él.

Ella tendió las manos procurando abrazarlo.

—Querido, no te vayas. No te apresures.

Él la empujó brutalmente hacia el asiento de control. Trató de contenerse, pero le enfurecía que ella le impidiera realizar bien ese acto de sacrificio. Dita tenía que montar una escena.

—Querida —suspiró—, no me hagas repetirlo todo de nuevo. Y además, quizá no muera. Buscaré un planeta lleno de ninfas y viviré mil años.

Casi esperaba despertarle celos o furia, al menos otra emoción, pero ella pasó por alto la mala broma y continuó sollozando. Una voluta de humo en el aire caliente y turbulento de la cabina les hizo mirar el panel de control. El selector probabilístico relucía. Tasco mantuvo la cara inmóvil, feliz de que ella no comprendiera el significado de esa lectura...

Nadie me encontrará jamás, aunque sobreviva
, pensó.
¡Pero debo partir!

Le sonrió a través del traje rutilante. Le tocó el brazo con la zarpa de metal. Antes de que ella pudiera detenerlo, retrocedió hacia la escotilla de escape, cerró la puerta, buscó a tientas el mecanismo de eyección y pulsó el botón. Lo pulsó con fuerza.

Trueno y un torrente como de agua. Allá iban su mundo, su esposa, su tiempo, él mismo. Flotaba libremente en Anacrón. Otros se habían extraviado entre las probabilidades, ninguno había regresado. Suponía que habían resistido. Si ellos podían, él también. Entonces cayó en la cuenta: ¿los demás habían abandonado esposas y novias? ¿Para ellos también representaba una tragedia personal?
Él y Dita no habían tenido por qué venir. Vanidad, arrogancia, envidia, obstinación. Y ahora: él mismo en Anacrón.

Notó que brincaba de probabilidad en probabilidad como un guijarro botando en un techo de plástico ondulado. Ni siquiera sabía si enfilaba hacia Formal o Resuelta. Tal vez aún estaba en alguna parte de Subformal Izquierda.

El estruendo cesó. Esperó más golpes.

Se produjo uno más. Uno solo y brusco.

Sintió que la tensión lo abandonaba. Sintió que las Probabilidades se consolidaban alrededor, oyó los chasquidos del selector del casco mientras escogía una combinación espacio-temporal apta para la vida humana. Esa cosa emitía un murmullo que él nunca había oído en un salto de práctica, pero esto no era una práctica. Nunca antes había salido entre las Probabilidades, nunca había flotado libremente en Anacrón.

Una sensación de peso y dirección le hizo notar que regresaba al espacio normal. Sus pies tocaban tierra. Se quedó quieto, intentando relajarse mientras un mundo cobraba forma alrededor. Había algo muy extraño en todo eso. El color gris del espacio circundante parecía el gris del retroceso rápido en el tiempo, el borrón oscuro que a menudo había visto por la ventana de la cabina cuando, tras escoger una Probabilidad, la seguía hasta que los Selectores le ofrecían una abertura por donde entrar.
¿Pero cómo podía retroceder en el tiempo sin nave, sin energía?

A menos...

A menos que el Nudo del Tiempo, al arrojarlo hacia el exterior, hubiera comunicado a su cuerpo un impulso temporal. Pero aun así, tendría que desacelerar. ¿La proporción descendía? Esto aún parecía temporalidad alta, 10.000:1 o mas.

Trató de pensar en Dita, pero su situación personal excluía cualquier otra cosa. Sintió una nueva preocupación. ¿Cuál era su consumo personal de tiempo? Si el Tiempo era tan elevado fuera, ¿su unidad personal también subía por dentro? ¿Cuánto tiempo duraría su reserva alimentaria? Trató de ser consciente de su propio cuerpo, de sentir hambre, para examinarse a sí mismo. ¿La nutrición automática seguía el ritmo del tiempo cambiante? En un arrebato de inspiración, se frotó la cara contra la máscara para comprobar si las patillas le habían crecido desde que había abandonado la nave.

Tenía barba. Mucha.

Antes de conseguir evaluar la situación, sintió un último chasquido y se desmayó.

Cuando se recobró, aún estaba de pie. Una especie de marco lo sostenía. ¿Quién lo había puesto allí, y cómo? La continuidad gris indicaba que su tiempo fisiológico y el tiempo exterior aún no coincidían. Se impacientó. Tenía que haber un modo de desacelerar. Le pesaba el casco. Desdeñando el peligro, manoteó la máscara hasta arrancarla.

El aire era dulce pero denso, muy denso. Tuvo que esforzarse por respirarlo. El esfuerzo fue casi en vano.

Aún seguía en temporalidad alta, más de lo que había creído que se podía resistir con el cuerpo expuesto. Miró hacia abajo y vio que la barba le temblaba al crecer; tendría que haber habido un corte automático, pero el tiempo avanzaba deprisa. Cerró la mano y se partió las uñas bruscamente. Al parecer las botas habían roto las uñas de los pies y, aunque los sentía incómodos, la presión resultaba tolerable. No podía hacer nada más.

Su inmensa fatiga le advertía que el sistema de nutrición automático no mantenía el ritmo de su tiempo corporal. Con esfuerzo, se llevó la zarpa de metal al cinturón y la hizo girar para abrir el recipiente de alimentación suplementario. Sintió que la aguja le atravesaba la piel del vientre; manipuló de nuevo el instrumental hasta que el caliente chorro de alimentos le indicó que el inyector había tocado una vena. Casi de inmediato se sintió recuperado.

Vio los edificios borrosos que de pronto cobraban forma alrededor, deteniéndose un instante para derretirse al siguiente. Ahora distinguía un poco mejor el entorno. Parecía estar de pie en la boca de una caverna o en un gran portal. Los edificios le intrigaban. Todos los edificios que había visto en el tiempo funcionaban de manera inversa. Primero la lenta elevación mientras los construían, luego el borrón regular del tiempo y al fin el relámpago de la desaparición. Pero, se recordó, retrocedía en el tiempo, y tal vez ningún otro ser humano hubiera retrocedido con tal rapidez durante un período tan prolongado.

Ahora parecía estar desacelerando deprisa. Un edificio apareció alrededor y pronto Tasco estuvo fuera de él, luego de nuevo dentro. De golpe brilló una intensa luz.

Estaba dentro de un gran palacio. Al parecer estaba situado en un pedestal, en pleno centro de las cosas. Masas fluctuantes empezaron a cobrar forma a intervalos rítmicos: ¿personas? Había algo extraño en los movimientos. ¿Por qué se movían con tal torpeza?

Como la luz persistía y el edificio parecía sólido, Tasco hizo un esfuerzo por entornar los ojos y ver con más claridad. Los ojos eran la única parte de su anatomía que parecía moverse con libertad. Las uñas que se partían y la barba que crecía le recordaron que debía inyectarse otra dosis de alimento. Sentía una intolerable irritación en la piel. Mientras reparaba en la creciente inmovilidad de los brazos, sintió pánico, y aunque todavía había tiempo pulsó el botón de flujo continuo de los alimentos suplementarios. A pesar del alimento, suficiente para mantenerlo con vida en el frío del espacio, ya era incapaz de mover las manos y los dedos. Sin embargo, parecía que hacía sólo minutos que había dejado la nave.
(Dita, Dita, ¿has salido del Nudo? ¿Lograste hacerlo a tiempo Ojalá hubiera calculado bien el peso...)

El edificio continuaba estable. Tasco revolvió los ojos para tratar de averiguar dónde estaba, cuándo estaba.

Todavía estoy vivo
, pensó.
Nadie más ha logrado salir de Anacrón. Es una hazaña. Nadie ha logrado salir del tiempo y ser visto de nuevo.

La desaceleración continuaba. La luz brillante permanecía estable y Tasco advirtió que veía mejor. Enfrente tenía una especie de pintura, alta y grande. ¿Qué era? Paneles o series de paneles, pinturas de un pasado remoto.

Aguzó la vista y reconoció que el panel superior izquierdo era él mismo. Tasco Magnon. Allí estaba: el rutilante traje espacial, los apoyabrazos de mármol, el pedestal. Pero le habían pintado alas semejantes a las de los ángeles de la Vieja Religión Fuerte. Grandes alas blancas. También le habían rodeado la cabeza con una aureola. El panel siguiente lo mostraba tal como se sentía: traje rutilante, cara vieja y cansada.

Los paneles del nivel inferior eran igualmente extraños. El primero mostraba un lecho de hierba o musgo con un fulgor luminiscente. El segundo mostraba un esqueleto de pie en un marco.

Su mente cansada procuró comprender los paneles.

La gente borrosa que lo rodeaba cobró nitidez. A veces casi lograba distinguir individuos. El color de las pinturas cobró brillo hasta volverse chillón y luego desapareció.

Desapareció por completo, sin dejar rastro.

Su viejo y fatigado cerebro luchó con denuedo para hallar la verdad. El tiempo fisiológico estaba desquiciado. Los minutos parecían años. Sus pensamientos se volvían viejos recuerdos aun mientras los pensaba. Pero dio con la verdad:

Todavía retrocedía en el tiempo.

Había pasado la época de su llegada y resurrección en ese mundo. La resurrección estaba sabiamente profetizada por los seres que habían construido el palacio y habían pintado las alas y la aureola.

Other books

Vengeful Bounty by Jillian Kidd
The Long Song by Andrea Levy
Father Christmas by Judith Arnold
A Lesson for the Cyclops by Jeffrey Getzin
Sookie and The Snow Chicken by Aspinall, Margaret
The Delacourt Scandal by Sherryl Woods