Los señores de la instrumentalidad (36 page)

BOOK: Los señores de la instrumentalidad
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El almirante se paseaba por el puente. La cabina era pequeña, de siete metros por diez. La zona de control de la nave medía apenas treinta metros. Todo el resto era una burbuja dorada, una apariencia, tan sólo una espuma delgada e increíblemente rígida con diminutos alambres que la entrecruzaban para dar la ilusión de metal duro y defensas fuertes.

Los ciento cincuenta millones de kilómetros de longitud eran reales. El resto no.

La nave era un gigantesco simulacro, el mayor espantajo jamás creado por la mente humana.

Siglo tras siglo había descansado en el no-espacio interestelar, esperando a que la usaran. Ahora avanzaba, desamparada e indefensa, contra el recalcitrante y loco dictador Raumsog y su horda de muy tangibles naves guerreras.

Raumsog había violado las normas del espacio. Había matado a los luminictores. Había encarcelado a los capitanes de viaje. Había contratado a renegados y aprendices para saquear las inmensas naves interestelares y había armado hasta los dientes las naves cautivas. En un sistema que no había conocido la auténtica guerra, y menos aún la guerra contra la Tierra, él había planeado bien todos los pasos.

Había sobornado, estafado, mentido. Esperaba que la Tierra cayera ante la mera amenaza. Luego lanzó su ataque.

Ante el ataque, la Tierra cambió. Bribones corruptos se convirtieron en lo que eran nominalmente: los dirigentes y defensores de la humanidad.

Tedesco había sido un petimetre jactancioso. La guerra lo convirtió en un capitán agresivo que dirigía la nave más grande de todos los tiempos como si fuera una raqueta de tenis.

Interceptó sin dilación la flota de Raumsog.

Tedesco maniobró hacia la derecha, al norte, arriba, de lado.

Aparecía ante el enemigo y lo eludía: subía, bajaba, viraba, se alejaba.

Se presentó una y otra vez ante el enemigo. Un buen disparo podía destruir la ilusión de la cual dependía la seguridad de la humanidad. La misión de Tedesco consistía en no permitir que hicieran ese disparo.

Tedesco no era tonto. Libraba una extraña clase de guerra, pero no podía dejar de preguntarse cuándo se desataría la guerra real.

4

El raro nombre del príncipe Lovaduck provenía de un ancestro chino que amaba los patos, los patos a la pequinesa: la suculenta piel de pato le evocaba sueños ancestrales de éxtasis culinario.

Otra antepasada, una dama inglesa, había dicho: «¡Lovaduck, este nombre resulta apropiado para ti!» Y el nombre se había adoptado orgullosamente como apellido familiar. El príncipe Lovaduck tenía una pequeña nave. La nave era diminuta y tenía un nombre sencillo y amenazador:
Cualquiera.

La nave no estaba inscrita en el registro espacial, y el príncipe no formaba parte del Ministerio de Defensa Espacial. La nave estaba asignada a la Oficina de Estadística e Investigación —bajo la denominación de «vehículo»— del erario de la Tierra. Tenía un sistema defensivo muy elemental. Acompañaba al príncipe un idiota cronopático que resultaba imprescindible para las maniobras fundamentales.

También lo acompañaba un monitor. El monitor, como de costumbre, estaba rígido, catatónico, inconsciente, insensible, excepto por el grabador de su mente, que registraba inconscientemente cada movimiento mecánico de la nave y estaba preparado para destruir a Lovaduck, al idiota cronopático y a la nave misma si intentaban escapar de la autoridad de la Tierra o levantarse contra ella. La vida de un monitor era difícil, pero era mucho mejor que la ejecución por haber cometido un delito, la alternativa habitual. El monitor no presentaba problemas. Lovaduck contaba también con una pequeña colección de armas exquisitamente seleccionadas para la atmósfera, el clima y las condiciones del planeta de Raumsog.

También llevaba un talento psiónico, una pobre niña loca y sollozante a quien los Señores de la Instrumentalídad se habían negado cruelmente a curar, pues su talento funcionaba mejor en su desamparo que si la hubieran integrado en la comunidad humana. La niña era una interferencia etiológica de clase tres. Lovaduck acercó la pequeña nave a la atmósfera del planeta de Raumsog. Había pagado buen dinero para capitanear esta nave y se proponía recuperarlo y lo recuperaría con creces si triunfaba en su arriesgada misión.

Los Señores de la Instrumentalidad eran los dirigentes corruptos de un planeta corrupto, pero habían aprendido a lograr que esta circunstancia estuviera al servicio de sus objetivos civiles y militares, de forma que no toleraban errores. Si Lovaduck fracasaba, más le valdría no regresar. Ningún soborno lo salvaría. Ningún monitor le permitiría salvarse. Si triunfaba, sería casi tan rico como un norstriliano o un mercader de
stroon
.

Lovaduck materializó la nave a la distancia necesaria para tener contacto de radio con el planeta. Atravesó la cabina y abofeteó a la niña, que se puso frenética. Cuando ese frenesí alcanzó el punto álgido, Lovaduck le puso un casco en la cabeza, lo conectó al sistema de comunicación de la nave y envió las radiaciones emocionales psiónicas de la niña a todo el planeta.

Esa niña era capaz de cambiar la suerte. Logró hacerlo: por unos instantes, en todos los lugares del planeta, debajo del agua y en la superficie, en el cielo y en el aire, la suerte cambió. Estallaron riñas, sucedieron accidentes, el infortunio excedió los límites de la probabilidad. Todo ocurrió simultáneamente. Mientras se difundía información sobre los tumultos, Lovaduck desplazó la nave a otra posición. Éste era el momento más crítico. Descendió sobre la atmósfera. Lo detectaron de inmediato. Armas voraces lo buscaron, armas capaces de abrasar el aire y de arrancar a todo ser vivo del planeta un chillido de alarma.

5

Ningún arma de la Tierra podía defenderlo de semejante ataque.

Lovaduck no se defendió. Aferró los hombros del idiota cronopático, lo pellizcó; el pobre idiota huyó arrastrando la nave consigo. La nave retrocedió tres o cuatro segundos en el tiempo, a un período ligeramente anterior al de la primera detección. Todos los instrumentos del planeta de Raumsog se apagaron. No había nada contra lo cual reaccionar.

Lovaduck estaba preparado. Disparó las armas, aunque no eran armas nobles.

Los Señores de la Instrumentalidad jugaban a ser caballerosos y amaban el dinero, pero cuando era cuestión de vida o muerte no les interesaba el dinero ni el prestigio, ni siquiera el honor. Luchaban como los animales del antiguo pasado de la Tierra: a muerte. Lovaduck había disparado una combinación de venenos orgánicos e inorgánicos con una elevada tasa de dispersión. Diecisiete millones de personas, novecientos cincuenta de cada mil habitantes, morirían esa noche.

Abofeteó de nuevo al idiota cronopático. El pobre monstruo gimió. La nave retrocedió dos segundos más en el tiempo.

Mientras descargaba más veneno, sintió que los relés automáticos lo buscaban.

Retrocediendo en el tiempo por última vez, se desplazó al otro lado del planeta, arrojó una descarga de elementos cancerígenos virulentos y lanzó la nave al no-espacio, hacia los confines de la nada. Allí estaba fuera del alcance de Raumsog.

6

La nave dorada de Tedesco avanzó plácidamente hacia el planeta moribundo mientras los cazas de Raumsog la rodeaban.

Dispararon y Tedesco los evadió con una agilidad inesperada en una nave tan inmensa, una nave mayor que cualquier sol del firmamento de esa región del espacio. Pero mientras las naves se acercaban a su presa, las radios informaron:

—La capital ha enmudecido.

—Raumsog ha muerto.

—No hay respuesta en el norte.

—La gente muere en las estaciones retransmisoras. La flota se desplazó, se intercomunicó y empezó a rendirse. La nave dorada apareció una vez más y desapareció, quizá para siempre.

Tedesco regresó a sus aposentos para conectar los centros de placer de su cerebro a la corriente eléctrica. Pero mientras se acostaba en el aire dispuesto a pulsar el botón que activaría la electricidad, su mano se detuvo. De pronto comprendió que ya sentía placer. La evocación de la nave dorada y de lo que él había logrado —solo, con astucia, sin el elogio de todos los mundos por su solitaria audacia— le causaba mayor placer que la electricidad. Se acostó en la corriente de aire y recordó la nave dorada, experimentando más placer que nunca.

En la Tierra, los Señores de la Instrumentalidad reconocieron graciosamente que la nave dorada había destruido to4a la vida en el planeta de Raumsog. Los muchos mundos humanos les rindieron honores. Lovaduck, el idiota, la niña y el monitor fueron internados en hospitales. Se les borró de la mente todo recuerdo de su hazaña.

Lovaduck compareció ante los Señores de la Instrumentalidad. Creía haber combatido en la nave dorada y no recordaba lo que había hecho. No sabía nada sobre un idiota cronopático. Y no recordaba su pequeño «vehículo». Le corrieron lágrimas por las mejillas cuando los Señores de la Instrumentalidad le otorgaron las más altas condecoraciones y le pagaron una inmensa suma de dinero.

—Nos has servido bien y quedas en libertad —le dijeron—. Las bendiciones y la gratitud de la humanidad te acompañarán para siempre.

Lovaduck regresó a sus dominios preguntándose en qué consistía el gran servicio que había prestado. También se preguntó, en los siglos que le quedaban de vida, cómo podía ser un héroe y no recordar su hazaña.

7

En un planeta muy remoto, los supervivientes de un crucero de Raumsog fueron liberados. Por órdenes especiales de la Tierra, les habían alterado la memoria para que no revelaran las características de la derrota. Un obstinado reportero insistía en formular preguntas a un piloto del espacio. Al cabo de muchas horas de reflexión, la respuesta del superviviente era aún la misma:

—Dorada era la nave... ¡oh! ¡oh! ¡oh! Dorada era la nave... ¡oh! ¡oh! ¡oh!

Apéndices
Los estudios sobre la obra de Cordwainer Smith

La curiosidad que la obra de Smith despertó en el mundillo de la ciencia ficción, junto con el respeto académico y político de que gozó Linebarger, queda patente en la introducción al segundo volumen de nuestra edición: Los señores de la instrumentalidad II: La Dama muerta de Clown Town (NOVA ciencia ficción, núm. 38). Es un texto escrito por Frederik Pohl en su introducción a la antología The Instrumentality of Mankind (1979) y lo hemos titulado «Cordwainer Smith y la ciencia ficción».

Pero, de entre los múltiples estudios sobre Cordwainer Smith conviene destacar los del norteamericano J. J. Pierce (autor de las introducciones a los volúmenes primero y cuarto de nuestra edición) y, sobre todo, un interesante libro del argentino Pablo Capanna: El señor de la tarde: conjeturas en torno a Cordwainer Smith (Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1984) de fecunda lectura. Con toda seguridad, Capanna es, hoy en día, el principal estudioso de la obra de Smith y a su libro deberá remitirse el lector que desee profundizar en los múltiples significados e interpretaciones de los señores DE LA instrumentalidad e incluso en el estudio de la personalidad misma de Linebarger. En realidad, aun con una formulación final de la que me hago responsable, el presente texto (y tal vez toda esta edición) debe su razón de ser al interés y al contenido de los trabajos de Capanna y Pierce de los que me confieso deudor.

La edición de la obra de Cordwainer Smith en castellano

Hasta hoy, la edición en castellano de la obra de Cordwainer Smith ha sido desigual y claramente incompleta.

En 1976, hace ya una quincena de años, aparecieron en España ediciones de “Norstrilia” y de “En busca de tres mundos” presentadas como novelas independientes. Otros relatos habían aparecido en Argentina en 1973 agrupados en la selección “El juego de la rata y el dragón” (traducción de la antología americana titulada You will never be the same,), posiblemente tras el interés que despertara en 1971 un acertado número monográfico de la revista nueva dimensión. En esa misma revista aparecieron, a lo largo de la década de los setenta, cinco relatos más de Smith, y otros se publicaron en distintas revistas, sobre todo en Argentina.

Por ello, hasta ahora, el lector español tenía acceso tan sólo a una parte de la obra de Smith en donde se encontraba a faltar la disponibilidad actual de textos básicos como “Piensa azul, cuenta hasta dos”, “La Dama muerta de Clown Town” o “La balada de G'Mell”, por citar sólo unos títulos evidentes. Pero, además, el incompleto material disponible en castellano se presentaba de manera deshilvanada, desordenada y bajo una forma literaria que resultaba, ser fruto de criterios de traducción no siempre coherentes entre sí.

Ante esta situación, nos ha parecido conveniente traducir de nuevo todos los textos para lograr la necesaria unidad estilística que la obra debe mantener, incluso en su versión en castellano. Se ha encargado de ello un conocido especialista, Carlos Gardini, quien incluso ha colaborado con la aportación del original de uno de los relatos de Smith nunca editado en forma de libro en inglés.

Gardini ha sabido respetar ciertos convenios de traducción ya existentes, como el de traducir scanners por «observadores», siguiendo la decisión de Marcial Sonto en 1973, y ha respetado así el nombre ya establecido en la versión en castellano de uno de los títulos emblemáticos de la serie: “Los observadores viven en vano”. Pero Gardini también ha mostrado su habilidad creativa al alterar algunas decisiones tal vez poco afortunadas de sus predecesores. Por citar sólo un ejemplo, el neologismo pinlighting, inventado por Smith, se ha convertido ahora en «luminicción» en lugar de los términos utilizados por las traducciones de nueva dimensión (fotofulminar) o de Marcial Sonto (transfixión). Ambos casos son ejemplos puntuales, pero tal vez significativos, de la seriedad con que se ha abordado este aspecto de la edición de esta obra capital dentro de la historia de la ciencia ficción.

La cronología de la publicación de los relatos

La ciencia ficción de Cordwainer Smith sobre “Los señores de la instrumentalidad” se concreta en un total de 28 narraciones de diversa extensión. Además, hay que tener en cuenta la existencia de otros seis relatos de ciencia ficción que, tan sólo de forma un tanto forzada, podrían ser relacionados con la serie de los señores de la instrumentalidad.

Este conjunto de 34 relatos ha tenido una publicación (y también una redacción) un tanto desordenada en lo que respecta a la cronología interna de la serie. Ello no es ningún inconveniente para apreciar su interés, por cuanto la mayoría de relatos están contados con el distanciamiento y el estilo del narrador de hechos ya antiguos y de los que se da por supuesto que ya existe cierto conocimiento genérico en el momento en que se emprende la narración.

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