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Authors: Jack Kerouac

Tags: #Relato

Los subterráneos (15 page)

BOOK: Los subterráneos
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De allí fuimos al Mask como de costumbre, bebimos cerveza, cada vez más borrachos, y luego salimos para volver a casa a pie; como Yuri acaba de llegar de Oregón y no tiene dónde dormir nos pregunta si puede venir a dormir con nosotros, yo por mi parte dejo que Mardou responda porque la casa es suya, aunque débilmente murmuro tal vez «bueno», en medio de la confusión, y Yuri se viene a casa con nosotros; por el camino encuentra un carrito de mano, y dice: «Subid, haré de taxista y os llevaré a casa colina arriba». Muy bien, subimos y nos acostamos en el carrito, borrachos como sólo es posible emborracharse con el vino tinto, y Yuri nos empuja desde la Playa a casa, pasando por ese parque fatal (donde habíamos estado aquella triste tarde de domingo de mi sueño y mis presentimientos), y nos dejamos llevar en el carrito de la eternidad, el ángel Yuri nos empuja, veo solamente las estrellas y de vez en cuando el techo de algunas casas; ausente de nuestras mentes toda idea (salvo a ratos en la mía, y tal vez en las de los demás) del pecado que cometemos, de la pérdida que esta broma representa para el pobre proletario italiano que ha perdido su carrito; y luego seguimos por Broadway hasta llegar a casa de Mardou, siempre en el carro; en cierto momento yo los empujo y ellos se dejan llevar, Mardou y yo cantamos un poco de
bop
y también la melodía
¿Han salido las estrellas esta noche?
al estilo
bop
, perfectamente borrachos, para terminar abandonando estúpidamente el carrito delante de la casa de Adam y luego subir corriendo y haciendo mucho ruido. Al día siguiente, después de haber dormido en el suelo, mientras Yuri ronca sobre el sofá, esperamos que llegue Adam, como si fuéramos a darle una gran alegría con nuestra hazaña; por fin vuelve Adam del trabajo, con cara lúgubre y dice: «Realmente no imagináis el sufrimiento que estáis causando a algún pobre viejo trapero armenio, esas cosas no se os pasan nunca por la imaginación, lo único que sabéis hacer es comprometer mi domicilio dejando ese carro delante de la puerta, suponed que la policía lo encuentra y, ¿qué pasa entonces?» Y Carmody que me dice: «Leo, pienso que has sido tú el que ha perpetrado esta obra maestra», o «Esta brillante idea proviene sin duda de tu cerebro genial», o algo así, aunque no había sido yo en realidad; y nos pasamos el día entero subiendo y bajando las escaleras para ir a ver el carrito que ni sueña con ser descubierto por la policía, sino que está siempre en el mismo lugar; pero ahora con el encargado de la casa de Adam, preocupado, yendo y viniendo delante del objeto, esperando para ver quién viene a reclamarlo, oliéndose alguna complicación inesperada, y encima el pobre bolso de Mardou que se ha quedado en el carro, donde lo hemos olvidado por culpa de la borrachera, y el encargado de la casa finalmente lo confisca y se queda esperando para ver qué sucede ahora (con lo que Mardou se despide de unos cuantos dólares y de su único bolso). «Lo único que puede ocurrir, Adam, es que la policía descubra el carrito, que vean el bolso, y dentro la dirección, y se lo lleven a Mardou, pero lo único que debe decir es “¡Oh, finalmente han encontrado mi bolso!” y se acabó, y no pasará nada». Pero Adam me grita: «Mira, incluso si no pasa nada has puesto en peligro la seguridad de mi domicilio, entras haciendo ruido, me dejas un vehículo provisto de su patente reglamentaria delante de la puerta de la calle, y luego me dices que no ha sucedido nada». Pero como ya me había imaginado que se enojaría, estoy preparado y le digo: «Al diablo, Adam, puedes levantarles la voz a éstos, pero no puedes levantarme la voz a mí, no te lo permitiré; ha sido sencillamente una broma de borrachos», agrego, y Adam dice: «Ésta es mi casa y cuando estoy en mi casa puedo cabrearme con quien…» Por lo tanto me levanto y le arrojo las llaves (las llaves que él me había hecho hacer para que yo pudiera entrar y salir cuando me diera la gana), pero están endiabladamente enredadas con la cadenita del llavero de mi madre, y durante unos segundos forcejeamos seriamente con los dos grupos mezclados de llaves, que ahora han caído al suelo, tratando de separarlos, y él por fin recoge las suyas y yo digo: «No, ésa no, ésa es mía», y se la mete en el bolsillo, y así quedan las cosas. Siento deseos de levantarme y salir corriendo, como en casa de Larry. Mardou está presente, viendo cómo me da el ataque, en vez de ayudarla a evitar los ataques que le dan a ella (una vez me preguntó: «Si me da el ataque, ¿qué harás, me ayudarás? Suponte que yo esté convencida de que te has propuesto hacerme daño, ¿qué harías?» «Querida», le contesto, «haré lo posible, te aseguro que te haré comprender que no estoy tratando de hacerte ningún daño, y así recobrarás la lucidez, te protegeré», con el aplomo del hombre adulto, pero en realidad el ataque me da a mí más a menudo que a ella). Siento vastas oleadas de oscura hostilidad, más bien odio, malignidad y destructividad, que emanan de Adam sentado en un rincón, apenas si puedo quedarme sentado bajo esa desoladora oleada telepática, y por si fuera poco todo el equipaje de Carmody por el cuarto, una cantidad de maletas, es demasiado para mí (por otra parte es una pura comedia; en eso estamos de acuerdo, que luego nos parecerá todo una comedia), hablamos de otra cosa, de pronto Adam me arroja la llave disputada, que aterriza sobre mi pierna, y en vez de dejarla pender ostentosamente del dedo (como si estuviera reflexionando, como un astuto canadiense que calcula el pro y el contra) me levanto como una criatura de un salto y me meto la llave en el bolsillo, con una risita, para que Adam se sienta más a sus anchas, y también para hacer ver a Mardou qué «buen muchacho» soy, aunque ella ni se dio cuenta, en ese momento estaba mirando hacia otro lado; de modo que ahora, restablecida la paz, digo: «Y en todo caso la culpa fue de Yuri, y no se trata, como dice Frank, de una prueba de ingenio de mi parte» (el carrito de mano, la oscuridad, exactamente como cuando Adam en el sueño profético bajaba los escalones de madera para ir a ver al «patriarca ruso», también allí había un carrito de mano). Por lo tanto, en la carta que escribo para contestar la hermosura que me ha mandado Mardou, ya citada, inserto afirmaciones estúpidas y airadas pero «simulando ecuanimidad», «calma, profundidad, poesía», como por ejemplo: «Si me enfurecí y le devolví las llaves de mal modo a Adam, fue porque “la amistad, la admiración, la poesía reposan en el misterio respetuoso”, y el mundo invisible es demasiado beatífico para arrastrarlo ante el tribunal de las realidades sociales», o algún trabalenguas por el estilo, que Mardou habrá sin duda leído con un solo ojo; la carta, inspirada por la pretensión de retribuir el calor de la suya, su obra maestra de ensimismamiento otoñal, empezaba con esta confesión, que si algo es, es sencillamente estúpida: «La última vez que escribí una misiva de amor resultó ser todo un error (refiriéndome a un amorío que tuve con Arlene Wohlstetter a principios del año) y me alegro de que seas franca» o «de que tengas ojos tan francos», decía la frase siguiente; la intención de mi carta era que llegara el sábado por la mañana, para que así pudiera sentir mi cálida presencia, mientras yo acompañaba a mi madre (que bien se lo merece trabajando como trabaja) de compras por la calle Market y después al cine, como hacemos cada seis meses (ya que tratándose de una anciana obrera canadiense desconoce completamente el confuso trazado de las calles de San Francisco), pero en cambio llegó bastante después, cuando ya nos habíamos visto; la leyó estando yo presente, y la encontró aburrida no desde el punto de vista literario, pero algo en ella debió desagradar a Mardou, la injusticia y la estupidez en lo que se refería a mi ataque contra Adam («Viejo, no tenías ningún derecho a gritarle así, realmente, es su apartamento, tenía derecho»), ya que la carta era una larga defensa de este «derecho a levantar la voz delante de Adam», y de ningún modo era una respuesta a su misiva amorosa…

El incidente del carrito no tenía ninguna importancia en sí, pero sí lo que vi, lo que devoraron mis ojos al acecho y mi voraz paranoia, un gesto de Mardou que me hizo caer el alma a los pies, aunque en el fondo dudaba de lo que estaba viendo; tal vez había interpretado mal, como tan a menudo me sucede. Habíamos entrado y subido las escaleras corriendo, y nos habíamos echado sobre la ancha cama de matrimonio, despertando a Adam, gritando y tirándonos de los pelos, y también estaba Carmody, sentado en el borde de la cama, como diciendo «Bueno, tranquilos, tranquilos», aunque en realidad éramos un grupo de borrachos consuetudinarios; en cierto momento, entre tantas idas y venidas de un cuarto a otro, Mardou y Yuri terminaron acostados en el diván, uno encima del otro, creo que también yo había caído sobre el diván, pero no sé por qué motivo me fui al dormitorio, conversando, y al volver vi a Yuri, que me había oído entrar, rodando del diván al suelo, y mientras él caía vi que Mardou (seguramente no me había oído entrar) le tendía la mano como diciéndole «Oh, sinvergüenza», como si antes de rodar del diván al suelo le hubiera hecho quién sabe qué, jugando; y por primera vez advertí la exuberancia juvenil de esos dos muchachos, en la cual yo, en parte por austeridad y en parte por mi condición de escritor, no había querido participar, y también por mi mayor edad, lo que me instaba a repetirme constantemente: «Eres viejo, eres un viejo desgraciado, y tienes suerte de haber dado con esa florecilla tan joven» (aunque al mismo tiempo cavilando, como había estado haciendo ya durante las últimas tres semanas, acerca del modo de deshacerme de Mardou, sin causarle daño, y aun si fuera posible «sin que ella se diera cuenta», lo que me permitiría retornar a un sistema de vida más cómodo, como sería por ejemplo quedarme en casa toda la semana escribiendo para adelantar un poco las tres novelas y así ganar una cantidad de dinero; yendo a la ciudad solamente para divertirme un poco, y si no podía hacerlo con Mardou daba lo mismo cualquier otra muchacha de su edad, eso había estado pensando durante las tres últimas semanas y en realidad de allí provenía la energía oculta o tal vez la energía superficial que había dado origen a la Fantasía de los Celos, en el Sueño Gris y Culpable del Mundo en Torno a Nuestro Lecho); pero ahora, cuando vi que Mardou empujaba a Yuri, gritándole «Oh, sinver…» me estremecí al pensar que tal vez algo había entre esos dos que yo ignoraba; por otra parte, también me infundía sospechas la rapidez, la inmediatez con la cual Yuri me había oído entrar y se había separado, tal vez sintiéndose culpable, como digo, después de alguna forma de insinuación o pasada de mano, algún tanteo ilegal a Mardou que le hacía con los labios una mueca amorosa y le empujaba rechazándolo; en fin, como dos criaturas. Mardou era en efecto como una niñita, recuerdo la primera noche que la conocí cuando Julien, en el suelo, liaba la marihuana, y ella estaba detrás de él en cuclillas, y yo les expliqué por qué esa semana no quería beber una gota (en ese momento decía la verdad, a causa de ciertos incidentes que habían tenido lugar a bordo del barco en Nueva York, que me habían asustado, por eso me había dicho: «Si sigues bebiendo así te irás a la tumba, ya ni siquiera eres capaz de conservar un trabajo», de modo que desde que había vuelto a San Francisco no había bebido una sola copa y todos me decían «¡Oh, qué buen aspecto tienes!»), y así fue cómo esa primera noche les dije que no bebía; nuestras cabezas, la mía, la de Julien y la de Mardou estaban casi juntas, y ellos tan infantiles con su inocente «¿por qué?» cuando se lo dije, escuchando con un aire tan infantil mi explicación de que un vaso de cerveza traía otro, las repentinas explosiones y chisporroteos de los intestinos en la barriga, el tercer medio litro, el cuarto, «Y después ya no sé qué hago y me paso varios días seguidos bebiendo, y me descubro del otro lado, viejo, casi diría que soy un alcohólico inveterado», y ellos, como chicos, como muchachos de la nueva generación, no hacían ningún comentario, me escuchaban impresionados, con curiosidad; con la misma relación que se establece entre ella y este joven Yuri (tiene su edad) cuando le empuja fuera del diván. ¡Oh, tú, a quien en mi borrachera no he prestado suficiente atención! Luego dormimos, Mardou y yo en el suelo, Yuri en el diván (tan infantil, animado, gracioso, algo de todo eso hay en él); ésta fue la primera revelación de la realidad de los misterios del sueño de los celos culpables, que debía terminar, partiendo de la noche del carrito, la noche en que fuimos a casa de Bromberg, la peor de todas.

Como de costumbre, habíamos empezado en el Mask.

Noches que empiezan tan claras, deslumbrantes de esperanzas: vayamos a visitar a los amigos, se toman medidas, suenan los teléfonos, la gente va y viene, abrigos, sombreros, afirmaciones, buenas noticias, atracciones metropolitanas, una ronda de cervezas, otra ronda de cervezas, la conversación se vuelve más hermosa, más excitada, más acalorada, otra ronda, suena medianoche, más tarde todavía, las caras felices acaloradas se vuelven cada vez más salvajes, pronto aparece el amigo tambaleante
da de ubab bab
, caída, humo, borrachera, madrugada, locura que termina con el dueño del bar, el cual, como un vidente de Eliot, declara
la hora de cerrar
, de este modo más o menos habíamos llegado al Mask cuando entró un muchacho llamado Harold Sand; Mardou le había conocido por casualidad un año antes, un joven novelista de aspecto muy semejante a Leslie Howard a quien acababan de aceptarle un manuscrito, y por lo tanto había adquirido ante mis ojos una gracia extraña que yo hubiera querido devorar; me interesaba su persona por los mismos motivos que me interesaba Lavalina, avidez literaria, envidia; por lo tanto, como de costumbre, prestando a Mardou (que estaba con nosotros en la mesa) menos atención que a Yuri, cuya continua presencia a nuestro lado no me inspiraba ya sospechas, cuyas lamentaciones: «No tengo un solo lugar adonde ir, ¿te das cuenta, Percepied, de lo que es no tener siquiera un lugar donde poder escribir? No tengo ni una muchacha, no tengo nada, Carmody y Moorad no quieren que siga durmiendo en su apartamento, son un par de solteronas», no me hacían mucho efecto; el único comentario que le había hecho a Mardou acerca de Yuri había sido, cuando se fue: «Es exactamente como ese mexicano que viene a verte para que le des el último cigarrillo», lo que nos hizo reír a los dos porque cada vez que Mardou se encontraba en mala situación pecuniaria, bang, se presentaba alguno que necesitaba una «ayuda»; no es que pretenda decir que Yuri sea un parásito, en absoluto (por motivos obvios, no quiero insistir demasiado en este aspecto de la cuestión). (Esa misma semana Yuri y yo tuvimos una larga conversación en un bar, mientras bebíamos una copita de oporto; de pronto declaró que todo era poesía, yo traté de recordarle la antigua distinción entre poesía y prosa, pero él dijo: «Oye, Percepied, ¿tú crees en la libertad? Pues entonces di lo que quieras, es poesía, poesía, todo lo que digas es poesía, la buena prosa es poesía, la gran poesía es poesía». «Sí», le dije, «pero los versos son versos y la prosa es prosa». «No, no», chilló, «todo es poesía». «Muy bien», le dije «veo que crees en la libertad, y tal vez tengas razón, bebamos otra copa». Y entonces me leyó su «mejor verso» que incluía la expresión «escasamente nocturno» la cual, le dije, sonaba demasiado como poesía de revista literaria, y sin duda no era lo mejor que había escrito; porque ya había visto versos suyos, mucho mejores, relacionados con su dura infancia, que hablaban de gatos, de madres en el arroyo, de Jesús entre los cubos de basura, apareciendo encarnado, resplandeciente entre las casas de inquilinato miserables o sea pasando a grandes pasos a contraluz; en fin, algo podía hacer, y bastante bien. «No,
escasamente nocturno
no es tu expresión más feliz», pero él insistía en que era grandiosa, «Admitiría que es grandiosa, hasta cierto punto, si la hubieras escrito repentinamente, improvisadamente». «Pero si así fue, se me ocurrió de repente y lo escribí, parecería una cosa muy trabajada pero no es así, se me ocurrió todo de un golpe; como quien dice una visión espontánea». De esto ahora no estoy tan seguro, aunque el hecho de que haber escrito «escasamente nocturno» hubiera sido espontáneo hizo que de pronto lo respetara algo más; alguna falsedad se escondía bajo nuestros gritos de borrachos en un local de Kearney). Yuri no se separaba casi ni de Mardou ni de mí una sola noche, era como una sombra nuestra, y como ya lo conocía de antes, cuando entró Sand en el Mask, un joven autor de gran éxito pero de aire «irónico», con un gran ticket de estacionamiento que le asomaba en la solapa, los tres nos lanzamos hacia él con avidez, le hicimos sentar a nuestra mesa, le hicimos hablar. Luego nos fuimos todos juntos del Mask al local de Pater 13 a la vuelta de la esquina, y en el camino (recordando ahora más intensamente, con claras punzadas de dolor, la noche del carrito y el «Oh, sinvergüenza» de Mardou) Yuri y Mardou empiezan a echar carreras, a empujarse, a cogerse entre sí, a luchar en la aceras y finalmente ella recoge una gran caja de cartón vacía y se la arroja y él se la arroja de vuelta, portándose otra vez como dos criaturas, pero yo sigo adelante, sumido en una conversación de carácter serio con Sand; también él le ha echado el ojo a Mardou, pero no sé bien por qué no consigo (en realidad no intento) comunicarle que Mardou es mi amante y que yo preferiría que no la mirara de esa manera tan evidente, como ese Jimmy Lowell, un marinero griego que llamó por teléfono inesperadamente, durante una reunión en casa de Adam, y luego se presentó, con un compañero escandinavo, y se puso a mirar a Mardou, y también a mirarme a mí, intrigado, para preguntarme finalmente: «¿Vosotros dos hacéis el amor?», y yo le contesté que sí, y la noche siguiente, en el Red Drum, mientras Art Blakey aullaba como un demente y Thelonious Monk, sudando, dirigía el
bop
de la nueva generación con sus acordes de codo, mirando con ojos de loco a su banda para que le siguiera, y yo insistía en decirle a Yuri que era «el monje y el santo del
bop
», el terso, agudo, modernísimo Jimmy Lowell se inclina hacia mí y me dice: «Me gustaría acostarme con tu chica» (como en los viejos tiempos, cuando Leroy y yo nos cambiábamos constantemente de compañera, de modo que no me escandalizó), «¿No te importa si se lo digo?», y yo le contesto: «No es ese tipo de muchacha, estoy seguro de que prefiere uno a la vez, y si se lo preguntas, eso es lo que te dirá, viejo» (en esa época, sin sentir todavía ni dolor ni celos; por cierto que esto fue la noche anterior al Sueño de los Celos), sin poder comunicarle a Lowell, como correspondía, que… que yo quería… que ella siguiera… siendo (tartamudeo, tartamudeo) mía… incapaz de hablar claramente y decirle: «Oye, ésta es mi muchacha, qué te pasa por la cabeza, si haces la prueba tendrás que vértelas conmigo, supongo que no será necesario decírtelo dos veces». Así debí hacer con ese mujeriego, y también, aunque de otro modo, con Sand que es un jovencito cortés muy serio y bastante interesante; por ejemplo: «Sand, Mardou y yo somos amigos y sería mejor que, etcétera», pero él ya le ha echado el ojo, y por eso seguramente se queda con nosotros y nos acompaña a la vuelta, al local de Pater 13, aunque es Yuri el que empieza a luchar con ella y a hacer el loco por la calle, de modo que más tarde, cuando nos vamos de Pater 13 (un bar que ahora se ha vuelto de barrio pobre y no vale nada, aunque hace apenas un año estaba lleno de ángeles de camisa roja salidos directamente de Génet y de Djuna Barnes) me acomodo en el asiento delantero del viejo coche de Sand, por fin nos llevará a casa, me siento a su lado delante con el cambio entre las piernas para poder conversar mejor, y evitar (ya que estoy nuevamente borracho) la femineidad de Mardou, dejándole el lado de la ventanilla; pero apenas se ha sentado ella a mi lado, salta por encima del respaldo y se precipita al asiento trasero con Yuri, que está solo, para seguir luchando y haciendo el loco con él, y esta vez con tanta intensidad que me da miedo mirar hacia atrás y ver con mis propios ojos lo que debe estar ocurriendo, y cómo el sueño (el sueño que ya conté a todos, y del cual tanto he hablado, hasta el punto de contárselo también a Yuri) se convierte en realidad.

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