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Authors: George R. R. Martin

Tags: #Aventuras, #Ciencia ficción

Los viajes de Tuf (18 page)

BOOK: Los viajes de Tuf
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—Maestre de Puerto Mune —dijo—, los gatos no pueden ser calificados de alimañas sin cometer un grave error. A decir verdad, el felino es un enemigo implacable de casi todos los parásitos y plagas, pero éste no es sino uno de los muchos atributos fascinantes y benéficos de esta admirable especie. ¿Sabe que en tiempos lejanos la humanidad les adoró como dioses? Ésta es Desorden. La gata empezó a emitir una especie de ronquido ahogado, al acunarla Tuf en el hueco de uno de sus enormes brazos y empezar a pasarle lenta y sosegadamente la mano por su pelaje.

—Oh —dijo ella—. Un... un animal doméstico, ¿se dice así? Los únicos animales existentes en S'uthlam son los que nos comemos, pero de vez en cuando recibimos visitantes que poseen animales domésticos. No deje que su... ¿felino?

—Ciertamente —dijo Tuf.

—Bueno, no le deje salir de la nave. Recuerdo que cuando era ayudante de M.P. en una ocasión tuve un jaleo absolutamente espantoso. Una mosca que debía tener el cerebro estropeado perdió a su maldito animal, justo cuando teníamos de visita a ese enviado alienígena y nuestras patrullas de seguridad les confundieron. Le resultaría casi imposible creer lo nervioso que se puso todo el mundo.

—La gente suele excitarse en demasía muchas veces —dijo Haviland Tuf.

—¿De qué clase de reparaciones y cambios me hablaba?

Tuf respondió con un encogimiento de hombros.

—Pequeñas cosas que sin duda serán fácilmente realizables para expertos tan eficientes como los suyos. Tal y como he señalado, el Arca es ciertamente una nave muy antigua y las vicisitudes de la guerra y la falta de cuidados han dejado sus marcas en ella. Hay cubiertas enteras y sectores a oscuras y sin funcionar que han sido dañados incluso más allá de las admirables capacidades de autorreparación que posee el navío. Deseo que tales partes sean reparadas y puestas de nuevo en pleno funcionamiento.

»Por otra parte, como quizá ya sepa por sus estudios históricos, el Arca tenía una tripulación de doscientos hombres. Se encuentra lo suficientemente automatizada como para que me haya resultado posible hacerla funcionar yo solo, pero no sin ciertos inconvenientes, debo admitirlo. El centro de mando, localizado en la torre del puente, representa un agotador viaje diario desde mis aposentos y, además, he descubierto que el puente no ha sido adecuadamente diseñado para satisfacer mis necesidades. Tengo que ir constantemente de una estación de control a otra para ejecutar la multitud de complejas tareas requeridas para el manejo de la nave. Existen también otras funciones para las cuales debo abandonar el puente y viajar de un lado a otro de esta inmensa nave. Y hay tareas que me ha resultado imposible llevar a cabo pues, al parecer, requerirían mi presencia simultánea en dos o más lugares separados por kilómetros de distancia y situados en cubiertas distintas. Cerca de mis aposentos se encuentra una pequeña pero cómoda sala de comunicaciones auxiliares, que parece estar en perfecto funcionamiento. Me gustaría que sus cibertecs reprogramaran y diseñaran otra vez los sistemas de mando para que en el futuro me resulte posible llevar a cabo todo lo que necesite desde aquí, sin necesidad de realizar el agotador viaje diario hasta el puente. A decir verdad, sin que ni tan siquiera deba levantarme de mi asiento.

»Aparte de esas tareas de mayor importancia tengo en mente unas pocas alteraciones más. Puede que alguna modernización, incluso. Me gustaría añadir una cocina con todas las especias y condimentos posibles, así como una biblioteca de recetas para que pueda tomar unas colaciones más variadas e interesantes al paladar que los nada atractivos aunque nutritivos menús militares que el Arca está ahora programada para servir. Una amplia provisión de vinos y cervezas, los mecanismos necesarios para que, en el futuro, pueda fermentar mis propios licores durante los prolongados viajes espaciales y también aumentar mis posibilidades recreativas adquiriendo algunos libros, hologramas y cristales musicales de este último milenio. Ah, también algunos nuevos programas de seguridad y unos cuantos cambios de poca importancia y complejidad. Ya le daré una lista completa.

Tolly Mune le había estado escuchando con asombro creciente.

—Maldición —dijo al terminar Tuf—. Entonces, ¿realmente tiene una nave sembradora del CIE?

—Ciertamente —dijo Haviland Tuf, con un tono de voz que a ella le pareció algo envarado.

Tolly sonrió. —Mis disculpas. Voy a reunir una cuadrilla de cibertecs especializados y les mandaré allí, a gritos si hace falta, para que echen un vistazo, con lo cual podrán darle una valoración. De todos modos, no se haga ilusiones. Con una nave tan grande, hará falta bastante tiempo antes de que empiecen a solucionarlo todo. Será mejor que disponga también algún tipo de patrulla de seguridad o tendrá a todo tipo de mirones y curiosos andando por la nave y robándole recuerdos de ella. —Sus ojos recorrieron pensativos de arriba a abajo su holograma. Le necesitaré para que hable con mi cuadrilla y les indique dónde están las cosas, pero después será mejor que no se meta en su camino y les deje a su aire. No puede meter esa condenada monstruosidad en la telaraña, es infernalmente grande. ¿Tiene algún modo de salir de ahí?

—El Arca se encuentra equipada con todas las lanzaderas necesarias y todas ellas funcionan —dijo Haviland Tuf—, pero no tengo grandes deseos de abandonar la comodidad de mis aposentos. Mi nave es realmente lo bastante grande como para que mi presencia no resulte un serio inconveniente durante los trabajos.

—Demonios, usted y yo lo sabemos, pero ellos trabajan mejor si no creen tener a alguien mirando por encima de sus espaldas —dijo Tolly Mune—. Por otra parte, había pensado que le gustaría airearse un poco fuera de esa lata. ¿Cuánto tiempo ha estado encerrado en ella?

—Varios meses —admitió Tuf—, aunque no me encuentro lo que se dice estrictamente solo. He gozado de la compañía de mis gatos y me he ocupado muy placenteramente aprendiendo lo que el Arca es capaz de hacer y aumentando mis conocimientos de ingeniería ecológica. Con todo, admitiré que quizá se imponga ahora un poco de diversión. La oportunidad de catar una nueva cocina es siempre apreciable.

—¡Espere a probar la cerveza de S'uthlam! Y el Puerto posee también otras diversiones, como gimnasios y deportes, hoteles, salones de droga, sensorias, casas de sexo y apuestas, teatro en vivo.

—Poseo cierta pequeña habilidad en algunos juegos —dijo Tuf.

—Y también está el turismo —dijo Tolly Mune—. Puede coger el tubotrén por el ascensor hasta la superficie y todos los distritos de S'uthlam serán suyos para que los explore.

—Ciertamente —dijo Haviland Tuf—. Ha conseguido intrigarme Maestre de Puerto Mune. Me temo que soy curioso por naturaleza. Es mi gran debilidad. Por desgracia, mis fondos excluyen la posibilidad de una estancia prolongada.

—No se preocupe por ello —le replicó ella sonriendo—. Lo pondremos todo en la factura de reparaciones y luego ya nos arreglaremos. Ahora, métase en su condenada lanzadera y venga hasta... veamos... ahora tenemos vacía la cubierta nueve-once. Vea primero la Casa de la Araña y luego coja el tren hacia abajo. Debería resultarle condenadamente interesante: ya está en las noticias, por si quiere saberlo. Los gusanos de tierra y las moscas van a caer sobre usted como una plaga.

—Quizás esa perspectiva le resultara atrayente a un pedazo de carne en descomposición —dijo Haviland Tuf—, pero a mí no.

—Bueno —dijo la Maestre de Puerto—, entonces vaya de incógnito.

El camarero del tubotrén apareció con una bandeja de bebidas, un poco después de que Haviland Tuf se hubiera abrochado el cinturón, disponiéndose para el descanso. Tuf había probado la cerveza de S'uthlam en los restaurantes de la Casa de la Araña, y la había encontrado aguada, con poco cuerpo y notablemente desprovista de sabor.

—Quizás entre sus ofertas se incluyan algunos productos destilados fuera del planeta, destilados de malta —dijo—. De ser ése el caso, me alegraría adquirir uno.

—Por supuesto —dijo el camarero y extrajo de su bandeja una ampolla llena de un líquido marrón oscuro en la cual había una etiqueta en letras cursivas que Tuf reconoció como la escritura de ShanDellor. Le ofreció una pequeña tarjeta placa y Tuf marcó en ella su número de código. La moneda de S'uthlam era la caloría y el precio del recipiente era unas cuatro veces y media el contenido calórico de la cerveza.

—La importación —le explicó el camarero. Tuf sorbió su bebida con rígida dignidad, mientras el tubotrén iba cayendo por el ascensor hacia la superficie del planeta. El viaje no era demasiado cómodo. Haviland Tuf había descubierto que el precio de los pasajes en la clase estelar resultaba prohibitivo y, por lo tanto, se había instalado en clase especial, que venía en segundo lugar después de la clase estrella, sólo para descubrirse, encajado casi a presión, en un asiento aparentemente diseñado para un niño de S'uthlam (un niño, además, no demasiado crecido), situado en una hilera de ocho asientos similares divididos por un angosto pasillo central.

Por fortuna, la casualidad le había deparado el asiento del pasillo pues, de no ser por ello, el trayecto le hubiera resultado difícilmente soportable. Incluso en ese asiento resultaba imposible moverse sin rozar el delgado y desnudo brazo de la mujer que tenía a su izquierda, un contacto que Tuf encontraba extremadamente repulsivo. Cuando se irguió en su asiento, tal y como solía hacer, su coronilla golpeó el techo, con lo cual se vio obligado a inclinarse y, como resultado de ello, a aguantar una rigidez creciente y muy molesta en su cuello. Tuf pensó que en la parte trasera del tubotrén debían encontrarse las plazas de primera, segunda y tercera clase y se decidió a evitar, al precio que fuera, sus dudosas comodidades.

Una vez empezó el descenso, la mayor parte de los pasajeros cubrieron sus cabezas con capuchones para asegurar la intimidad y escogieron la diversión que más les apetecía. Haviland Tuf vio que las ofertas incluían tres programas musicales distintos, un drama histórico, dos bobinas de fantasía erótica, una conexión de negocios, algo que se definía en la lista como «pavana geométrica» y estimulación sensorial directa del centro del placer. Tuf estuvo pensando en investigar la pavana geométrica, pero descubrió que la capucha de intimidad resultaba demasiado pequeña para su cabeza, dado que la longitud y anchura de su cráneo excedían en mucho las dimensiones normales en S'uthlam.

—¿Es usted la gran mosca? —preguntó una voz desde el otro lado del pasillo.

Tuf alzó la mirada. Los demás pasajeros estaban sumidos en silencioso aislamiento con las cabezas envueltas por sus oscuros cascos desprovistos de toda abertura. Aparte de los camareros, que se encontraban en la parte trasera del vagón, el único pasajero que seguía en el mundo real era el hombre sentado junto al pasillo, una fila más atrás que Tuf. Tenía el cabello largo y recogido en trencillas, la piel de color cobrizo y unas mejillas más bien fofas que le etiquetaban como no perteneciente a este mundo, de un modo tan claro como el mismo Tuf.

—La gran mosca, ¿no?

—Soy Haviland Tuf, ingeniero ecológico.

—Sabía que era usted una mosca —dijo el hombre—. Yo también lo soy. Me llamo Ratch Norren y soy de Vandeen. —Extendió su mano hacia Tuf.

Haviland Tuf le miró. —Estoy familiarizado con el viejo ritual del estrechamiento de manos, señor. Me he dado cuenta de que no lleva usted armas. Tengo entendido que esta costumbre fue establecida, en sus inicios, para dejar bien claro tal hecho. Yo también me encuentro desarmado. Ya puede usted retirar la mano, si es tan amable.

Ratch Norren la retiró con una sonrisa.

—Como una cabra, ¿eh? —dijo.

—Señor —dijo Haviland Tuf—, no soy una cabra ni soy una mosca grande. Había pensado que tal hecho le resultaría evidente a cualquier persona de una inteligencia normal. Quizás en Vandeen los promedios intelectuales varían.

Ratch Norren alzó la mano y se dio un pellizco en la mejilla. La mejilla era muy carnosa y rosada y estaba cubierta por un polvo rojizo. El pellizco que le propinó parecía bastante fuerte. Tuf decidió que o se trataba de un tic particularmente psicopático o era un gesto típico de Vandeen, cuyo significado se le escapaba por completo.

—Todo eso de las moscas —dijo el hombre—, es el modo de hablar en este sitio. Es un idioma. A los que no son de aquí les llaman moscas.

—Ciertamente —dijo Tuf.

—Usted ha llegado en la gran nave de guerra, ¿no? ¿La que salía en todas las noticias? —Norren no esperó a que le respondiera—. ¿Por qué lleva esa peluca?

—Estoy viajando de incógnito —dijo Haviland Tuf—, aunque al parecer usted ha logrado descubrir mi disfraz.

Norren se pellizcó nuevamente la mejilla.

—Llámame Ratch —dijo, examinando atentamente a Tuf—, El disfraz no me parece especialmente bueno. Con peluca o sin ella, sigue siendo un enorme gigantón grueso y con cara de hongo.

—En el futuro emplearé el maquillaje —dijo Tuf—. Por fortuna, ninguno de los nativos de aquí ha sido capaz de tanta perspicacia como usted.

—Son demasiado corteses para mencionarlo. La gente de S'uthlam es así. Hay tantos... La mayor parte de ellos no pueden permitirse ningún tipo de auténtica intimidad y por eso respetan mucho a los demás. En público, harán como si no le vieran y no le dirán nada, a no ser que usted deje claro que así lo desea.

—Los habitantes de Puerto S'uthlam con los que me he encontrado hasta ahora no me parecieron excesivamente reticentes, ni tampoco sobrecargados por el peso de una elaborada etiqueta —dijo Haviland Tuf.

—Oh, los hiladores son diferentes —replicó con un gesto despreocupado Ratch Norren—. Ahí arriba todo es más relajado. Oiga, ¿Puedo darle un pequeño consejo? No venda aquí esa nave suya, Tuf. Llévela a Vandeen. Le daremos un precio mucho mejor por ella.

—No entra en mis intenciones vender el Arca —replicó Tuf.

—Venga, no hace falta que se ande con tapujos conmigo —dijo Norren—. De todos modos, no tengo la autoridad necesaria para comprarla, ni tampoco los medios. Ojalá los tuviera. —Rió en voz alta. Lo único que debe hacer es ir a Vandeen y ponerse en contacto con nuestra junta de Coordinadores. No lo lamentará. —Miró a su alrededor, como si estuviera asegurándose de que los camareros seguían bien lejos y que los demás pasajeros aún soñaban bajo sus cascos. Luego bajó aún más la voz hasta convertirla en un murmullo de conspirador—. Además, incluso si el precio no fuera un factor a considerar, he oído decir que esa nave suya tiene un poder francamente terrorífico, ¿no? No querrá entregarle a S'uthlam un poder tal. No miento, créame, les aprecio, realmente les aprecio. Vengo aquí regularmente por negocios y son buena gente, si se les toma en pequeños grupos pero... Tuffer, hay tantos y lo único que hacen es reproducirse y reproducirse como si fueran unos malditos roedores. Ya verá, ya. Hace un par de siglos hubo una gran guerra local justo por eso. Los sutis estaban metiendo colonias por todas partes y comprando todas las propiedades que se les ponían a tiro y si resultaba que ya había alguien viviendo ahí lo único que debían hacer era reproducirse hasta superarles en número. Al final tuvimos que acabar con ello.

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