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Authors: George R. R. Martin

Tags: #Aventuras, #Ciencia ficción

Los viajes de Tuf (4 page)

BOOK: Los viajes de Tuf
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—¿Puedo permitirme indicar que esa misma presencia representa una complicación adicional?

Rica sonrió lúgubremente. —Indícaselo a Lion —le dijo, poniéndose en pie y desperezándose—. Y piensa en todo eso, Tuf. Tal y como yo veo las cosas, Nevis te ha subestimado. Pero tú no debes subestimarle, y a mí tampoco. Nunca, nunca me subestimes. Quizá llegue un momento en el que desees contar con un aliado y puede que ese momento llegue más pronto de lo que piensas.

Cuando faltaban tres días para la llegada, Celise Waan se quejó nuevamente de la comida. Tuf les había servido una bruhaha de vegetales picantes al estilo de Halagreen: el plato resultaba exótico y sabroso, pero ya era la sexta vez que aparecía en la mesa durante el viaje. La antropóloga esparció los vegetales por todo el plato, con una mueca de repugnancia, y dijo:

—¿Por qué no podemos comer un poco de comida auténtica?

Tuf, en silencio, pinchó hábilmente un gran hongo con su tenedor y lo alzó hasta tenerlo delante de la cara. Lo estuvo contemplando durante unos instantes, inclinó la cabeza a un lado para contemplarlo desde otro ángulo, lo hizo girar examinándolo atentamente y por último lo tocó con la punta del dedo.

—No consigo entender por completo la naturaleza de su queja, señora —dijo por fin—. Debo decir que, para mis pobres sentidos, este hongo resulta francamente real, aunque debo confesar también que no es sino una pequeña muestra del plato en su conjunto. Es posible que el resto del bruhaha sea una mera ilusión, pero no lo creo.

—Ya sabes a qué me refiero —dijo Celise Waan con voz aguda—. Quiero carne.

—Ah, ya —dijo Haviland Tuf—, y yo deseo ser inconmensurablemente rico. Es fácil concebir tales fantasías pero es mucho más difícil convertirlas en realidad.

—¡Estoy harta de esos condenados vegetales! —chilló Celise Waan—. ¿Pretendes decirme acaso que, en esta maldita nave, no hay ni un miserable trozo de carne?

Tuf entrelazó los dedos formando un puente con ellos. —Ciertamente, no entraba en mis intenciones dar pie a un error tal —dijo—. Yo no como carne, pero no me importa admitir que a bordo de la Cornucopia de Mercancías Excelentes a Bajos Precios hay cierta cantidad de carne, aunque no hay demasiada.

En el rostro de Celise Waan apareció una furiosa satisfacción. Se volvió sucesivamente a mirar a los demás ocupantes de la mesa y vio que Rica Danwstar intentaba ocultar una sonrisa. Kaj Nevis ni tan siquiera lo intentaba, mientras que Jefri Lion parecía inquieto.

—¿Veis? —les dijo—. Estaba segura de que se estaba guardando toda la buena comida para él —luego, con gestos lentos y cuidadosos, cogió su plato y lo lanzó al otro extremo de la habitación. El plato se estrelló ruidosamente en una mampara metálica, dejando caer su contenido de bruhaha picante sobre el lecho de Rica Danwstar. Rica sonrió dulcemente.

—Acabas de cambiar tu catre por el mío, Waan —le dijo.

—No me importa —replicó Celise Waan—. Voy a conseguir una comida decente, aunque sólo sea por una vez, y supongo que ahora los demás estaréis dispuestos a conseguir vuestra parte de ella también, ¿no?

Rica sonrió.

—¡Oh, no! Querida. Es toda tuya. —Terminó su bruhaha y limpió el plato con una corteza de pan horneado con cebolla. Lion seguía pareciendo algo inquieto y Kaj Nevis dijo:

—Si puedes conseguir que Tuf te dé esa carne, es tuya.

—¡Excelente! —proclamó ella—. ¡Tuf, tráeme la carne!

Haviland Tuf la contempló con expresión impasible.

—Cierto, el contrato que hice con Kaj Nevis requiere de mí la manutención a lo largo de todo el viaje. Sin embargo, nada se dijo sobre la naturaleza de tal manutención. Siempre acabo siendo el perdedor: ahora parece que debo plegarme a vuestros caprichos culinarios. Muy bien, ése es el pobre destino que me ha correspondido en la vida. Sin embargo, ahora me siento repentinamente dominado por un capricho particular. Ya que debo plegarme al vuestro, ¿no resultaría equitativo el que se obrara de igual modo respecto al mío?

Waan frunció el ceño con aire de sospecha.

—¿A qué te refieres?

Tuf extendió las manos ante él.

—Oh, realmente no es nada importante. A cambio de la carne que tanto anheláis pido sólo un breve instante de indulgencia. En los últimos tiempos mi curiosidad ha aumentado hasta extremos alarmantes y me gustaría satisfacerla. Rica Danwstar me ha advertido de que la curiosidad insatisfecha terminará seguramente matando a mis gatos.

—Estoy a favor de eso —dijo la gorda antropóloga.

—Ya... —replicó Tuf—. Sin embargo, debo insistir. Ofrezco un trato: comida del tipo que tan melodramáticamente me ha sido exigida a cambio de un pequeño dato carente de valor y que nada os ha de costar proporcionarme. No tardaremos en llegar al sistema de H'Ro Brana, el destino previsto para el viaje. Me gustaría saber la razón de dicho viaje y qué esperáis encontrar en esa estrella de la plaga sobre la cual os he oído hablar.

Celise Waan se volvió nuevamente hacia los otros.

—Hemos pagado adecuadamente para ser bien alimentados —dijo—, y ahora se me somete a chantaje. Jefri, ¡termina con todo esto!

—Bueno... —dijo Jefri Lion—. Celise, la verdad es que no veo ningún mal en que lo sepa y, de todos modos, acabará descubriéndolo en cuanto lleguemos. Quizá sea el momento de hablar.

—Nevis —dijo ella—, ¿es que no piensas hacer nada?

—¿Por qué? —le preguntó él—. No cambia nada del asunto. Díselo y obtendrás tu carne. O quizá no. A mí me da igual.

Waan clavó ferozmente los ojos en Kaj Nevis y luego con una ferocidad aún mayor su mirada se desvió hacia el pálido e inmutable rostro de Haviland Tuf. Acabó cruzándose de brazos y dijo:

—Muy bien, si no queda otro remedio, cantaré para obtener mi cena.

—Un tono de conversación normal resultará perfectamente aceptable —dijo Tuf—. Celise Waan le ignoró.

—Voy a ser breve y concisa. El descubrimiento de la estrella de la plaga es mi mayor triunfo y el punto culminante de mi carrera, pero ninguno de vosotros posee la inteligencia o la cortesía necesarias para apreciar el trabajo ímprobo que me representó. Soy antropóloga en el Centro ShanDellor para el Progreso de la Cultura y el Conocimiento. Mi especialidad académica es el estudio de un tipo peculiar de culturas primitivas: las de los mundos coloniales que fueron dejados de lado en su aislamiento y que retrocedieron tecnológicamente después de la Gran Guerra. Naturalmente, muchos mundos humanos resultaron también afectados por ella y unos cuantos han sido estudiados de modo bastante amplio, pero yo trabajaba en campos menos conocidos: investigaba culturas no humanas y en particular las de los antiguos mundos esclavos de los Hranganos. Uno de los mundos que estudié fue H'Ro Brana: en tiempos era una colonia floreciente y un buen terreno de cría para los Hruun, los dactiloides y algunas otras razas esclavas menores de los Hranganos, pero hoy en día es un desierto a efectos prácticos. Las formas de vida que siguen encontrándose allí tienen existencias cortas y poco agradables, no estando muy por encima del nivel de las bestias aunque, como casi todas las culturas que han descendido a su estado actual, poseen historias sobre una edad de oro desaparecida. Pero lo más interesante de H'Ro Brana es una leyenda, una leyenda absolutamente única: La estrella de la plaga.

»Espero que se me permita recalcar el hecho de que la desolación que reina en H'Ro Brana es prácticamente total y que la población es muy escasa, a pesar de que el ambiente en principio no resulte de una dureza fuera de lo común. ¿Por qué? Bien, los descendientes degenerados, tanto de los Hruun como de los colonizadores dactiloides, poseen culturas muy dispares y son francamente hostiles unos a otros, pero poseen una respuesta común a esa pregunta: se debe a la estrella. Cada tres generaciones, cada vez que están saliendo un poco de su miserable estado habitual, a medida que la población vuelve a subir de número... entonces la estrella de la plaga aumenta su brillo más y más hasta iluminar el cielo por la noche. Cuando la estrella se convierte en el objeto más brillante del cielo, empiezan las plagas. Las epidemias barren toda H'Ro Brana y cada una es peor que la precedente. Nadie puede curarlas. Las cosechas se marchitan y los animales mueren. Tres cuartas partes de la población inteligente del planeta muere también. Los que sobreviven se ven de nuevo arrojados a una existencia brutal, y luego la estrella va palideciendo. Al menguar la luz se van las plagas de H'Ro Brana durante otras tres generaciones. Ésa es la leyenda.»

El rostro de Haviland Tuf había permanecido inmutable mientras escuchaba el relato de Celise Waan.

—Interesante —dijo por fin—. Sin embargo, me veo obligado a suponer que nuestra expedición actual no ha sido puesta en pie sólo para que vuestra carrera se vea beneficiada con la investigación de ese pasmoso mito folklórico.

—No —admitió Celise Waan—. Es cierto que en un principio tuve esa intención. La leyenda me pareció un tema excelente para una monografía e intenté obtener fondos del Centro para una investigación, pero mi petición fue rechazada. Eso me disgustó en grado sumo y creo que tenía razón para ello. Esos imbéciles y su estrechez de miras... Luego, mencioné mi disgusto y la causa de él a mi colega, Jefri Lion.

Lion carraspeó antes de hablar.

—Sí, cierto. Como ya es sabido, mi campo de estudios se centra en la historia militar. Naturalmente, la leyenda me intrigó y estuve un tiempo investigando en los bancos de datos del Centro. Nuestros archivos no son tan completos como los de Avalon y Newholme, pero no había tiempo para una investigación más completa. Debíamos obrar con rapidez. Mi teoría... bueno, en realidad es más que una teoría. De hecho, estoy prácticamente seguro de saber en qué consiste esa estrella de la plaga. ¡No es ninguna leyenda, Tuf! Es real. Admito que debe estar abandonada, sí, pero debe seguir en condiciones de operar y sus programas deben hallarse intactos más de mil años después del Derrumbe. ¿No te das cuenta? ¿No consigues adivinar de qué se trata?

—Debo admitir que me falta la familiaridad necesaria con el tema —dijo Tuf.

—Es una nave de guerra, Tuf, una nave que se encuentra en una gran órbita elíptica alrededor de H'Ro Brana. Se trata de una de las armas más devastadoras que la Vieja Tierra lanzó a los espacios, en la guerra contra los Hranganos y, a su modo, debía ser tan temible como esa mítica flota infernal de la que se habla durante los últimos tiempos anteriores al Derrumbe. ¡Pero su potencial para el bien es tan enorme como el que posee para el mal! Es el almacén de la ciencia biogenética más avanzada del Imperio Federal y un artefacto, en condiciones de operar, repleto de secretos que el resto de la humanidad ha perdido.

—Ya entiendo —dijo Tuf.

—Es una sembradora —dijo Jefri Lion—, una sembradora de guerra biológica del Cuerpo de Ingeniería Ecológica.

—Y es nuestra —dijo Kaj Nevis, con una mueca sarcástica.

Haviland Tuf clavó los ojos durante un breve instante en Nevis, movió la cabeza y se levantó.

—Mi curiosidad ha sido satisfecha —anunció—. Ahora debo cumplir con mi parte del trato.

—¡Ah! —exclamó Celise Waan—. Mi carne.

—La cantidad es abundante —dijo Haviland Tuf—, aunque debo admitir que la variedad disponible no resulta muy amplia. La preparación de la carne, para que resulte lo más placentera posible al paladar, es algo que dejo a la elección de la señora. —Se acercó a un compartimiento, tecleó un código y sacó de él una caja no muy grande que llevó hasta la mesa, sosteniéndola bajo el brazo—. Ésta es la única carne existente a bordo de mi nave. No puedo garantizar nada en lo tocante a su sabor o calidad, pero debo decir igualmente que jamás he recibido la menor queja al respecto.

Rica Danwstar se echó a reír estruendosamente y Kaj Nevis lo hizo de modo más comedido. Haviland Tuf, con gestos lentos y metódicos, sacó de la caja una docena de latas con alimento para gatos y las colocó ante Celise Waan. Desorden saltó a la mesa y empezó a ronronear.

—No es tan grande como esperaba —dijo Celise Waan con voz tan petulante como de costumbre.

—Señora —dijo Haviland Tuf—, los ojos engañan con mucha frecuencia. Admito que mi pantalla principal es más bien modesta y que sólo posee un metro de diámetro, con lo cual, naturalmente, el tamaño de los objetos que aparecen en ella resulta disminuido. En cuanto a la nave, sus dimensiones son considerables.

—¿Cuáles son esas dimensiones? —dijo Kaj Nevis acercándose a la pantalla.

Tuf cruzó las manos sobre su voluminoso estómago.

—No puedo decirlo con precisión. La Cornucopia no es más que una modesta nave mercante y su instrumental sensor no es todo lo delicado que yo desearía.

—Pues, entonces, dígalo de un modo aproximado —replicó Kaj Nevis con voz cortante.

—Aproximado... —repitió Tuf—. Desde el ángulo en que ahora lo muestra mi pantalla y tomando el eje más grande como «longitud», yo diría que la nave a la que nos estamos acercando tiene unos treinta kilómetros de largo y aproximadamente unos tres de ancho, dejando aparte la sección de la cúpula en la parte central, la cual es un poco más grande, y la torre delantera que yo diría tiene aproximadamente un kilómetro más que la cubierta sobre la cual se encuentra situada.

Todos se habían reunido en la sala de control, incluido Anittas, a quien la computadora había despertado de su sopor controlado cuando emergieron del hiperimpulso. Todos se quedaron callados contemplando la imagen y, por unos breves instantes, ni Celise Waan encontró nada que decir. Sus ojos parecían fascinados por la gran forma oscura que flotaba, recortándose contra las estrellas, y en la cual brillaban de vez en cuando débiles chispazos de luz, como si aquella silueta inmensa latiera con energías invisibles.

—Tenía razón —musitó por fin Jefri Lion rompiendo el silencio—. Una sembradora. ¡Una sembradora del CIE! ¡Ninguna otra nave podría ser tan enorme!

Kaj Nevis sonrió.

—¡Maldición! —dijo en voz baja y casi reverente.

—El sistema debe ser muy vasto —dijo Anittas—. Los Imperiales de la Tierra poseían una ciencia mucho más sofisticada que nosotros. Probablemente se trate de una Inteligencia Artificial.

—Somos ricos —barbotó Celise Waan, olvidando por unos instantes sus muchos y variados agravios. Cogió a Jefri Lion por las manos y empezó a bailar con él en círculos frenéticos, que parecían hacer rebotar su gorda figura en el suelo a cada paso de baile—. ¡Somos ricos, ricos, ricos! ¡Somos ricos y famosos! ¡Todos somos muy ricos!

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