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Authors: George R. R. Martin

Tags: #Aventuras, #Ciencia ficción

Los viajes de Tuf (8 page)

BOOK: Los viajes de Tuf
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De hecho Anittas estaba prácticamente hiperventilándose. Logró mover la cabeza, asintiendo.

El traje de combate le derribó al suelo de un empujón. —¡ENTONCES!, ¡AL TRABAJO! —le dijo Nevis.

En ese instante fue cuando Rica Danwstar empezó a ponerse nerviosa. Retrocedió unos pasos con disimulo y se apoyó en la puerta exterior, alejándose de Kaj Nevis todo lo posible y, mientras Anittas se quitaba los guantes y los restos de su traje hecho pedazos, intentó analizar la situación. Anittas deslizó su mano derecha, la metálica, dentro de la conexión del ordenador. Rica había colocado la funda de su arma sobre el traje por lo que el aguijón le resultaba accesible pero de repente su presencia no le resultó tranquilizadora como de costumbre. Examinó el grueso metal de la armadura Unqi y se preguntó si no habría cometido una idiotez al escoger su aliado. Estaba claro que una tercera parte del botín era algo mucho más ventajoso que la pequeña tarifa de Jefri Lion pero... ¿y si Nevis había decidido que el reparto no iba a ser entre tres?

Oyeron un ruido repentino y agudo y la puerta interior empezó a deslizarse a un lado. Detrás de ella había un pasillo no muy ancho que se perdía en la oscuridad. Kaj Nevis avanzó hasta el umbral y examinó el pasillo en tanto que su visor lanzaba reflejos escarlata sobre las paredes. Luego se volvió lentamente hacia ellos.

—¡TU, MERCENARIA! —le dijo a Rica Danwstar—. VE A EXPLORAR.

Rica tomó una rápida decisión. —Vale, vale, jefe —contestó. Sacó su arma y avanzó rápidamente hacia la puerta, cruzándola y metiéndose en el corredor, siguiéndolo durante unos diez metros hasta llegar a una encrucijada. Una vez allí se detuvo y se volvió a mirar. Nevis, con su enorme coraza metálica, llenaba prácticamente todo el hueco de la puerta. Anittas permanecía inmóvil a su lado. El cibertec, normalmente tan callado, tranquilo y eficiente, temblaba un poco—, No os mováis de ahí —les gritó Rica—. ¡No parece seguro! —Luego se volvió, escogió una dirección al azar y echó a correr como si la persiguiera el diablo.

Haviland Tuf tardó mucho más de lo que había previsto en localizar los trajes. La nave más próxima era el caza Hruun, una máquina de color verde literalmente repleta de armamento que parecía perfectamente cerrada desde dentro y aunque Tuf la rodeó varias veces, estudiando los instrumentos que le parecieron tener como función la de permitir la entrada a la nave, no logró obtener el resultado que deseaba por mucho que los manipuló. Finalmente tuvo que ceder en sus intentos y siguió hacia otra nave.

La segunda nave, que era una de las desconocidas, resultó estar totalmente abierta y Tuf la recorrió con cierta fascinación intelectual. Su interior era un laberinto de angostos pasillos cuyos muros eran tan irregulares y rugosos como los de una caverna, pero que resultaban blandos al tacto. El instrumental resultaba imposible de entender. Una vez encontró los trajes presurizados, éstos le parecieron en condiciones de funcionar, pero totalmente inútiles para cualquier ser cuya estructura superase el metro y fuera de simetría bilateral.

La tercera, el mercante Rianés, había sido prácticamente desguazado y Tuf no logró encontrar nada útil.

Finalmente no le quedó más remedio que dirigirse hacia una de las cinco lanzaderas que estaban algo más lejos, alineadas en sus soportes de lanzamiento. Eran grandes, más que su nave, y sus cascos de color negro estaban llenos de desperfectos, pero, a pesar de ello y de las extrañas alas que tenían en la cola, estaba claro que habían sido construidas por seres humanos y parecían hallarse en buen estado. Tuf logró finalmente entrar en una de ellas: en un soporte había una placa metálica con la silueta de algún animal legendario grabada en ella y debajo una leyenda proclamando que el nombre de la nave era El Grifo. Los trajes se encontraban donde él había esperado encontrarlos y su estado era notablemente bueno teniendo en cuenta que tenían como mínimo mil años de edad. Eran bastante abigarrados y su color dorado y en el pecho de cada traje había una letra theta de oro. Tuf escogió dos trajes y cruzó nuevamente con ellos la llanura sumida en penumbra de la zona de aterrizaje, dirigiéndose hacia la bola metálica, ennegrecida y más bien maltrecha, que se alzaba sobre sus tres soportes de aterrizaje.

Cuando llegó a la base de la rampa que ascendía hasta la escotilla principal de su nave, estuvo a punto de tropezar con Champiñón.

El gato estaba sentado en el suelo y al ver a Tuf se acercó a él, emitiendo un maullido quejumbroso y frotándose contra su bota.

Haviland Tuf se quedó inmóvil por un instante y contempló a su gato. Luego se inclinó con cierta dificultad, lo cogió en brazos y lo estuvo acariciando durante uno o dos minutos. Cuando subió por la rampa hasta la escotilla, Champiñón fue detrás de él y Tuf se vio obligado a impedirle la entrada. Tuf pasó por las compuertas llevando un traje en cada mano.

—Ya era hora —dijo Celise Waan al entrar Tuf.

—Ya te dije que Tuf no nos había abandonado —añadió Jefri Lion.

Haviland Tuf dejó caer los trajes presurizados al suelo donde se quedaron formando un confuso montón de tela verde y oro.

—Champiñón está fuera —dijo Tuf con voz totalmente desprovista de inflexiones.

—Bueno, pues sí —dijo Celise Waan—, lo está. —Cogió uno de los trajes y empezó a ponérselo. Le venía algo estrecho por la cintura, ya que al parecer los miembros del Cuerpo de Ingeniería Ecológica no habían sido tan abundantes en carnes como ella—. ¿No había una talla más grande? —dijo con voz quejosa—. ¿Está seguro de que todavía funcionan?

—Parecen sólidos —dijo Tuf—. Será necesario introducir en los tanques de aire las bacterias vivientes que aún quedan en los cultivos de la nave. ¿Cómo pudo salir champiñón?

Jefri Lion carraspeó con expresión algo preocupada. —Esto... sí —dijo—. Celise tenía miedo de que no fueras a volver, Tuf. Llevabas tanto tiempo fuera... Pensé que nos habías dejado abandonados aquí.

—Una sospecha francamente baja e infundada —dijo Tuf.

—Ya, claro... —dijo Lion, apartando la mirada y tendiendo la mano hacia el otro traje.

Celise Wala se puso una bota y cerró los sellos de protección.

—Todo es culpa tuya —le dijo a Tuf—. Si no hubieras tardado tanto tiempo en volver, no me habría puesto nerviosa.

—Cierto —dijo Tuf—. ¿Y puedo arriesgarme a preguntar qué relación hay entre su nerviosismo y la situación de Champiñón?

—Bien, pues pensaba que no ibas a volver y debíamos salir de aquí —dijo la antropóloga, sellando su segunda bota—. Pero con tanto hablar de plagas me habías puesto muy nerviosa y por eso metí al gato en la escotilla y la abrí. Intenté coger a ese condenado animal blanco y negro pero no paró de correr y además me soltó un bufido. Ese otro en cambio se dejó coger. Lo dejé ahí fuera y hemos estado observándolo por las pantallas. Imaginé que así podríamos ver si se ponía enfermo o no. Si no había ningún tipo de síntomas... bueno, entonces probablemente podíamos correr el riesgo de salir ahí fuera.

—Me parece comprender el principio teórico —dijo Haviland Tuf.

Desorden entró dando brincos en la estancia, jugando con algo. Vio a Tuf y se dirigió hacia él, balanceándose como si fuera un cachorro.

—Jefri Lion, por favor —dijo Tuf—, coja a Desorden y llévela a los camarotes y déjela confinada allí.

—Yo... sí, claro —dijo Lion y cogió a Desorden, que en ese instante jugueteaba a su lado—. ¿Por qué?

—De ahora en adelante prefiero tener a Desorden a salvo y bien lejos de Celise Waan —dijo Tuf.

Celise Waan, con el casco bajo el brazo, lanzó un resoplido despectivo.

—Oh, tonterías. Ese animal de color gris se encuentra perfectamente.

—Permítame mencionar un concepto con el cual quizá no se halle convenientemente familiarizada —dijo Haviland Tuf—. Se lo suele denominar periodo de incubación.

—¡Mataré a esa perra! —dijo Kaj Nevis en tono amenazador mientras él y Anittas se abrían paso por una gran habitación en tinieblas—. ¡Maldita sea! Ya no se puede conseguir una mercenaria medianamente decente... —La enorme cabeza del traje de combate se volvió hacia el cibertec con el visor brillando levemente—. ¡Date prisa!

—No puedo dar zancadas tan largas como tú con ese traje —dijo Anittas apresurando el paso. Le dolían los costados por el esfuerzo de mantener el ritmo de Nevis. Su mitad cibernética era tan fuerte como el metal con el que estaba hecha y tan rápida como sus circuitos electrónicos, pero su mitad biológica no era sino pobre carne cansada y herida. De los cortes que le habían causado Nevis en la cintura todavía manaba un poco de sangre. Además, tenía mucho calor y se encontraba algo mareado—. Ya no está muy lejos —dijo—. Por este pasillo y luego a la izquierda, la tercera puerta. Es una subestación de relativa importancia, lo noté al conectarme. Allí podré unirme al sistema principal. —y descansaré, pensó. Se encontraba increíblemente cansado y su mitad biológica palpitaba dolorosamente.

—¡QUIERO LAS MALDITAS LUCES ENCENDIDAS! —ordenó Nevis—. Y LUEGO QUIERO QUE LA ENCUENTRES, ¿ME HAS ENTENDIDO?

Anittas asintió y trató de caminar un poco más rápido. Ya hacía rato que dos puntos de luz roja ardían en sus mejillas sin que sus ojos metálicos pudieran percibirlos. Sintió que su visión se nublaba y oyó un fuerte zumbido en los oídos. Anittas se detuvo.

—¿QUÉ SUCEDE AHORA? —le preguntó Nevis.

—Estoy experimentando ciertas pérdidas funcionales —dijo Anittas—. Debo llegar hasta la sala del ordenador y comprobar mis sistemas. —Se dispuso a reemprender la marcha y vaciló. Entonces su sentido del equilibrio le traicionó por completo y se sintió caer.

Rica Danwstar estaba segura de haberles despistado. Kaj Nevis resultaba muy impresionante con su gigantesco traje metálico, sin duda, pero no resultaba precisamente silencioso al moverse. Rica tenía una visión tan buena como los gatos de Tuf, lo cual resultaba otra ventaja en su profesión. Donde podía ver, corría, y en aquellos lugares que estaba totalmente a oscuras, tanteaba las paredes tan rápida y silenciosamente como podía. Esta parte del Arca era un laberinto de pasillos y compartimientos. Rica se fue abriendo paso a través de él, girando y desviándose, volviendo a veces sobre sus pasos y escuchando siempre cautelosamente el estruendo metálico producido por los pasos de Nevis, que fue haciéndose más y más débil hasta terminar por desvanecerse.

Sólo entonces, una vez supo que se encontraba a salvo, empezó a explorar el lugar en el cual se hallaba. En los muros había placas luminosas. Algunas respondieron a su contacto, pero otras no. Siempre que le resultó posible fue encendiéndolas. La primera sección que atravesó había sido claramente destinada para alojamientos. Consistía en pequeñas habitaciones dispuestas a lo largo de pasillos no muy amplios y en cada una de ellas había una cama, un escritorio, una consola de ordenador y una pantalla. Algunas habitaciones estaban vacías y muy limpias pero en otras encontró camas por hacer y ropas esparcidas por el suelo, pero incluso ésas parecían bastante limpias.

O los ocupantes se habían marchado la noche anterior o el Arca había mantenido toda esta parte de la nave cerrada, inaccesible y en perfecto estado, hasta que su presencia la había activado de algún modo desconocido.

La sección siguiente no había sido tan afortunada. Aquí las habitaciones estaban llenas de polvo y escombros. En una de ellas encontró un esqueleto de mujer, acostado todavía en un lecho que hacía siglos se había convertido en una desnuda armazón metálica. Rica pensó que un poco de aire podía provocar grandes diferencias.

Los pasillos acababan desembocando en otros pasillos bastante más amplios. Rica examinó brevemente las salas de almacenaje, algunas llenas de equipo y otras en las que sólo había cajas vacías. Vio también laboratorios de un blanco impoluto, en una sucesión aparentemente interminable, a ambos lados de un pasillo tan grande como los bulevares de Shandicity. El pasillo acabó conduciéndola a un cruce con otro aún mayor. Rica vaciló durante unos segundos y sacó su arma. Por aquí se debe llegar a la sala de control, pensó. Al menos, se debe llegar a algún sitio importante. Una vez en el pasillo de mayor anchura vio algo en un rincón, unas siluetas borrosas que estaban medio ocultas en pequeñas hornacinas de la pared. Rica avanzó hacia ellas cautelosamente.

Cuando estuvo más cerca se rió y guardó el arma. Las siluetas eran solamente una hilera de vehículos no muy grandes, cada uno de los cuales tenía dos asientos y tres grandes ruedas tipo balón. Las hornacinas de los muros parecían ser los lugares donde se efectuaba la recarga.

Rica sacó uno de los vehículos y se instaló de un ágil salto en el asiento, conectando el interruptor. Por los indicadores parecía que el vehículo estaba cargado al máximo; incluso tenía un faro y éste resultaba una bendición capaz de hacer retroceder las tinieblas delante de ella. Sonriendo, Rica enfiló el gran corredor. No iba muy deprisa, desde luego, pero... ¡qué diablos!, al menos, iba por fin a un sitio concreto.

Jefri Lion les condujo hasta el arsenal y allí Haviland Tuf mató a Champiñón. Lion blandía una linterna y su haz luminoso iba de un lado a otro por las paredes, revelando los montones de fusiles láser, lanzagranadas, pistolas ultrasónicas y granadas de luz, mientras Lion lanzaba exclamaciones de nerviosismo y emoción a cada nuevo descubrimiento. Celise Waan se estaba quejando de que no se encontraba familiarizada con las armas y que no se creía capaz de matar a nadie. Después de todo, era una científica y no un soldado y todo esto le parecía francamente digno de bárbaros.

Haviland Tuf sostenía a Champiñón en sus brazos. Cuando Tuf salió nuevamente de la Cornucopia y le cogió, el enorme gato había ronroneado estruendosamente pero ahora estaba muy callado, sólo de vez en cuando emitía un ruidito lamentable, mezcla de maullido y jadeo ahogado. Cuando Tuf intentó acariciarlo se le quedaron entre los dedos mechones del suave pelaje grisáceo. Champiñón lanzó un gemido. Tuf vio que algo le estaba creciendo dentro de la boca. Era una telaraña formada por finos cabellos negros que brotaban de una masa oscura y aspecto de hongo. Champiñón lanzó un nuevo gemido, esta vez más fuerte, y se debatió entre los brazos de Tuf, arañando inútilmente con sus garras la tela metalizada del traje. Sus grandes ojos amarillos estaban velados por una película acuosa.

Los otros dos no se habían dado cuenta, tenían la cabeza muy ocupada con asuntos mucho más importantes que el gato junto al que Tuf había viajado durante toda su vida. Jefri Lion y Celise Waan estaban discutiendo. Tuf apretó el cuerpo de Champiñón, inmovilizándolo pese a sus esfuerzos por liberarse. Le acarició por última vez y le habló con voz suave y tranquila... Luego, con un gesto rápido y seguro, le rompió el cuello.

BOOK: Los viajes de Tuf
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