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Authors: George R. R. Martin

Tags: #Aventuras, #Ciencia ficción

Los viajes de Tuf (6 page)

BOOK: Los viajes de Tuf
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Rica Danwstar rió y le dio una sonora palmada a Tuf en la espalda.

Tuf alzó la cabeza y la miró.

—Y ahora, además, soy ferozmente golpeado por la temible Rica Danwstar. Por favor, señora, no me toquéis.

—Esto es un chantaje —graznó Celise Waan—. ¡Habrá que meterle en prisión por esto!

—Y ahora se pone en duda mi integridad y se deja caer sobre mí un diluvio de amenazas. Champiñón, ¿te parece acaso extraño que me sea imposible pensar?

Kaj Nevis lanzó un bufido.

—Está bien, Tuf, has ganado. —Miró a los demás—. ¿Hay alguna objeción a que hagamos de Tuffy un participante con todos los derechos en nuestra empresa? ¿Un reparto entre cinco?

Jefri Lion tosió levemente.

—Creo que se merece como mínimo eso, si su plan funciona.

Nevis asintió.

—Ya eres parte del negocio, Tuf.

Haviland Tuf se puso en pie con movimientos lentos y cargados de dignidad, apartando a Champiñón de su regazo con la mano.

—¡Mi memoria vuelve! —proclamó—. En el compartimiento hay cuatro trajes presurizados. Si uno de los presentes es tan amable como para vestirse con uno de ellos y prestarme su ayuda, creo que iremos en busca de un aparato de enorme utilidad que se encuentra en el almacén número doce.

—¿Qué diablos...? —exclamó Rica Danwstar cuando estuvieron de vuelta con su trofeo en la sala de control. Luego se rió.

—¿De qué se trata? —preguntó Celise Waan.

Haviland Tuf, que parecía inmenso con su traje azul plateado, puso los pies en el suelo y ayudó a Kaj Nevis a enderezar el objeto. Luego se quitó el casco y lo examinó con aire satisfecho.

—Es un traje espacial, señora —dijo—. Pensaba que sería obvio.

Desde luego, era un traje espacial, pero no se parecía en nada a los que habían visto antes y estaba muy claro que, fuera quien fuera su constructor, no había pensado en los seres humanos al hacerlo. Era tan alto que ni tan siquiera Tuf podía tocar el complejo adorno que coronaba su casco, el cual estaría situado a unos buenos tres metros de la cubierta, rozando casi la mampara superior. Los brazos del traje poseían dobles articulaciones y había dos pares de ellos: los de abajo terminaban en unas pinzas relucientes provistas de dientes de sierra, en tanto que las piernas del traje habrían bastado para contener el tronco de un árbol mediano y terminaban en grandes discos circulares. En la espalda del traje, de forma abombada, se veían cuatro enormes tanques y del hombro derecho brotaba una antena de radar. El duro metal negro, con el que había sido construido, mostraba en toda la superficie intrincadas filigranas de colores rojo y oro. El traje se alzaba entre ellos como un gigante vestido con una armadura de la antigüedad.

Kaj Nevis lo señaló con el pulgar.

—Aquí lo tenemos —dijo—. ¿Y qué? ¿De qué modo nos ayudará esta monstruosidad? —Meneó la cabeza—. Yo creo que es sólo un viejo cacharro inútil.

—Por favor —dijo Tuf—, este mecanismo, al que de tal modo despreciáis, es una pieza cargada de historia. Adquirí este fascinante artefacto alienígena a un precio nada módico en Unqi, durante un viaje por el sector. Se trata de un auténtico traje de combate Unqi, señor, y se supone que pertenece a la época de la dinastía Hamerin, la cual fue depuesta hace unos mil quinientos años, mucho antes de que la humanidad alcanzara las estrellas de los Unqi. Ha sido totalmente restaurado.

—¿Qué puede hacer, Tuf? —dijo Rica Danwstar, siempre dispuesta a ir al grano.

Tuf pestañeó.

—Sus capacidades son tan amplias como variadas y hay dos que guardan estrecha relación con nuestro problema actual. Posee un exoesqueleto multiplicador que cuando funciona a plena carga es capaz de aumentar la fuerza de quien lo ocupe en un factor aproximado de diez. Además, su equipo incluye un excelente cortador láser que ha sido concebido para penetrar aleaciones especiales de hasta medio metro de grosor, pudiendo llegar a penetrar placas mucho más considerables si éstas son de simple acero, siempre que se aplique directamente sobre el metal. Resumiendo, este viejo traje de combate será nuestro medio para entrar en esa antigua nave de guerra, que se cierne allí en la lejanía como única salvación.

—¡Espléndido! —dijo Jefri Lion, aplaudiendo.

—Puede que funcione —se limitó a comentar Kaj Nevis—. ¿Cómo se impulsa?

—Debo admitir que el equipo presenta ciertas deficiencias en lo tocante a las maniobras en el espacio —replicó Tuf—. Nuestros recursos incluyen cuatro trajes presurizados del tipo habitual pero sólo dos propulsores de aire. Me alegra informar de que el traje Unqi posee sus propios medios de propulsión y el plan que propongo es el siguiente. Me introduciré en el traje de combate y saldré de nuestra nave acompañado por Rica Danwstar y Anittas en sus trajes presurizados con los propulsores de aire. Nos dirigiremos hacia el Arca tan rápido como nos sea posible y, caso de que la trayectoria concluya sin problemas, utilizaremos las inigualables capacidades de dicho traje para penetrar por una escotilla. Se me ha dicho que Anittas es todo un experto en cuanto a los viejos sistemas cibernéticos y los ordenadores de modelos anticuados. Bien, una vez dentro sin duda no tendrá demasiados problemas para hacerse con el control del Arca y podrá eliminar los programas hostiles que ahora la controlan. En ese momento Kaj Nevis será capaz de hacer que mi maltrecha nave se acerque al Arca para atracar en ella y todos nosotros nos encontraremos sanos y salvos.

Celise Waan se puso de un color rojo oscuro.

—¡Nos abandona para que muramos! —chilló—. ¡Nevis, Lion, debemos detenerles! ¡Una vez que estén en el Arca nos harán pedazos! No podemos confiar en ellos.

Haviland Tuf pestañeó. —¿Por qué debe verse mi moralidad constantemente en entredicho por este tipo de acusaciones? —preguntó—. Soy un hombre de honor y el plan que acaba de ser sugerido ahora jamás me ha pasado por la cabeza.

—Es un buen plan —dijo Kaj Nevis, sonriendo y empezando a quitar los sellos de su traje presurizado—. Anittas, mercenario, a vestirse.

—¿Piensas permitir que nos abandonen aquí? —le preguntó Celise Waan a Jefri Lion.

—Estoy seguro de que no pretenden causarnos daño alguno —dijo Lion, dándose leves tirones de la barba—, y aunque lo pretendieran, Celise... ¿cómo quieres que les detenga?

—Llevemos el traje de combate hasta la escotilla principal —le dijo Haviland Tuf a Kaj Nevis mientras que Danwstar y el cibertec se vestían. Nevis asintió, se quitó su traje con una contorsión y se unió a Tuf.

No sin ciertas dificultades lograron transportar el enorme traje Unqi hasta la escotilla principal. Tuf se quitó el traje presurizado que aún llevaba y abrió los seguros de la escotilla, luego cogió una escalerilla portátil y emprendió la difícil tarea de subir al traje Unqi.

—Un momento, Tuffy —dijo Kaj Nevis, cogiéndole por el hombro.

—Señor —dijo Haviland Tuf—, no me gusta ser tocado. Suélteme. —Se volvió a mirarle y la sorpresa le hizo pestañear. Kaj Nevis blandía un vibrocuchillo. La delgada hoja que producía un agudo zumbido y que era capaz de cortar acero sólido se movía con tal celeridad que resultaba invisible y estaba menos de un centímetro de la nariz de Tuf.

—Un buen plan —dijo Nevis—, pero debe hacerse un pequeño cambio en él—. Yo iré en el supertraje acompañando a la pequeña Rica y al cibertec. Tú vas a quedarte aquí a morir.

—No apruebo la sustitución —dijo Haviland Tuf—. Me apena enormemente ver cómo también aquí se sospecha sin el menor motivo de mis actos. Puedo asegurar, del mismo modo que se lo he asegurado antes a Celise Waan, que jamás ha pasado por mi cabeza ni la más mínima idea de traición.

—Qué extraño —dijo Kaj Nevis—. Por la mía sí, y me pareció una idea excelente.

Haviland Tuf asumió su mejor aspecto de dignidad herida.

—Sus bajos planes han sido reducidos a la nada, señor —anunció—. Anittas y Rica Danwstar están detrás de usted. De todos es sabido que Rica Danwstar fue contratada justamente para evitar tal tipo de conducta por parte suya. Le aconsejo que se rinda ahora mismo y todo será más fácil para usted.

Kaj Nevis sonrió.

Rica llevaba el casco bajo el brazo. Estuvo examinando el cuadro que formaban Tuf y Nevis, meneó levemente su linda cabeza y suspiró.

—Tendrías que haber aceptado mi oferta, Tuf. Te dije que llegaría un momento en el cual lamentarías no contar con una aliada. —Se puso el casco, cerró los sellos y tomó uno de los propulsores de aire comprimido—. Vámonos, Nevis.

El rollizo rostro de Celise Waan se iluminó finalmente con algo parecido a la comprensión de lo que ocurría y en su honor debe decirse que esta vez no sucumbió a la histeria. Miró a su alrededor en busca de un arma y al no encontrar nada obvio, acabó agarrando a Champiñón, que estaba junto a ella observando los acontecimientos con curiosidad.

—¡Tú, tú... tú! —gritó, lanzando el gato al otro extremo de la habitación. Kaj Nevis, se agachó. Champiñón lanzó un sonoro aullido y se estrelló contra Anittas.

—Tenga la amabilidad de no molestar más a mis gatos —dijo Haviland Tuf.

Nevis, ya recobrado de la sorpresa, agitó el vibrocuchillo ante Tuf de un modo más bien desagradable y Tuf retrocedió lentamente. Nevis se detuvo un instante a recoger el traje presurizado de Tuf y lo convirtió en unos segundos en unas cuantas tiras de tejido azul y plata. Luego trepó cuidadosamente hasta el interior del traje Unqi y Rica Danwstar se encargo de cerrarlo. Nevis necesitó cierto tiempo para entender los sistemas de control del traje alienígena, pero unos cinco minutos después el visor del casco empezó a brillar con un apagado resplandor rojo sangre y los pesados miembros superiores se movieron lentamente. Nevis movió con precaución los brazos provistos de pinzas en tanto que Anittas abría la parte interior de la doble escotilla. Kaj Nevis se metió dentro de ella caminando pesadamente y haciendo chasquear sus pinzas, seguido primero por el cibertec y luego por Rica Danwstar.

—Lo siento, amigos —anunció ella mientras la puerta se cerraba—. No es nada personal, solamente aritmética.

—Muy cierto —dijo Haviland Tuf—. Sustracción.

Haviland Tuf estaba sentado ante los controles, inmóvil y silencioso en la oscuridad, observando el leve brillo de los instrumentos. Champiñón, altamente ofendido en su dignidad, se había instalado de nuevo en el regazo de Tuf y le permitía benévolamente que le acariciara para calmarle.

—El Arca no está disparando sobre nuestros antiguos compañeros —le dijo a Jefri Lion y Celise Waan.

—Todo ha sido culpa mía —replicó Jefri Lion.

—No —dijo Celise Waan—. La culpa es de él. —Y su gordo pulgar señaló a Tuf.

—No es usted precisamente un dechado de amabilidad y de discernimiento femenino —observó Haviland Tuf.

—¿Discernimiento? ¿Qué se supone que debo discernir? —dijo ella enfadada.

Tuf cruzó las manos ante su rostro.

—No carecemos de recursos. Para empezar, Kaj Nevis nos dejó un traje presurizado en buenas condiciones —dijo Tuf señalando hacia el traje intacto.

—Y ningún sistema de propulsión.

—Nuestro aire durará el doble de tiempo, ahora que nuestro número ha disminuido —dijo Tuf.

—Pero seguirá acabándose dentro de ese cierto tiempo —le replicó secamente Celise Waan.

—Kaj Nevis y sus acompañantes no utilizaron el traje de combate Unqi para destruir la Cornucopia, después de abandonarla, como muy bien podrían haber hecho.

—Nevis prefirió dejarnos abandonados para que muriéramos lentamente —replicó la antropóloga.

—No lo creo. De hecho, tengo la impresión de que muy probablemente deseaba preservar esta nave como último refugio para el caso de que su plan de abordar el Arca terminara mal —Tuf se calló durante unos segundos como si estuviera pensando—. Mientras tanto tenemos refugio, provisiones y posibilidad de maniobra, aunque ésta resulte algo limitada.

—Lo único que tenemos es una nave averiada a la cual se le está terminando rápidamente el aire —dijo Celise Waan. Iba a decir algo más pero en ese mismo instante Desorden entró dando saltos en la sala de control como una bola llena de energía y decisión. Venía entusiasmada persiguiendo una pequeña joya que ella misma impulsaba a zarpazos por la cubierta. La joya aterrizó a los pies de Celise Waan y Desorden se lanzó sobre ella mandándola al otro extremo, con un no demasiado decidido golpe de zarpa. Celise Waan dio un alarido—. ¡Mi anillo de piedra azul! ¡Lo he estado buscando! Condenado animal ladrón. —Se agachó y extendió la mano hacia el anillo. Desorden se acercó a la mano y recibió un fuerte golpe de Celise Waan, que nunca llegó a su destino. Las garras de la gata fueron más certeras y Celise Waan lanzó un nuevo alarido.

Haviland Tuf se había puesto en pie. Cogió a la gata y al anillo, colocó a Desorden bajo la protección de su brazo y le extendió el anillo con un gesto más bien despectivo a su ensangrentada propietaria.

—Esto es de su propiedad —dijo.

—Antes de que muera, juro que cogeré a ese animal por el rabo y le reventaré los sesos en una pared, si es que los tiene.

—No aprecia en grado suficiente las virtudes de los felinos —dijo Tuf, retirándose de nuevo a su sillón y acariciando a Desorden hasta tranquilizarla igual que antes había hecho con Champiñón—. Los gatos son animales muy inteligentes y de hecho es bien sabido que todos ellos poseen ciertas facultades extrasensoriales. Los pueblos primitivos de la Vieja Tierra llegaron a considerarles dioses en algunos casos.

—He estudiado pueblos primitivos que adoraban la materia fecal —dijo tozudamente la antropóloga—. ¡Ese animal es una bestia sucia y repugnante!

—Los felinos son casi excesivamente limpios y remilgados —le replicó Tuf con voz tranquila—. Desorden no ha salido todavía de la niñez, prácticamente, y su afán de jugar y su temperamento caótico no han remitido todavía. Es muy tozuda, pero eso es sólo una parte de su encanto pues, curiosamente, es también un animal de costumbres. ¿A quién no podría acabar conmoviéndole la alegría que despliega al jugar con los pequeños objetos que encuentra? ¿Quién no es capaz de divertirse ante la conmovedora frecuencia con que extravía sus juguetes bajo las consolas de esta misma sala? Ciertamente, sólo las personas más amargadas y provistas de corazones de piedra... —Tuf pestañeó rápidamente, una, dos, tres veces. En su pálido e inmutable rostro el efecto fue el de una auténtica tormenta emocional—. Fuera, Desorden —dijo, apartando delicadamente a la gata de su regazo. Se puso en pie y luego se arrodilló con envarada dignidad. A cuatro patas, Haviland Tuf empezó a reptar por la sala de control tanteando bajo las consolas del instrumental.

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