El alba sorprendió al Smaadra en el Estrecho de Palisidra. Al mediodía avistaron al Cabo Palisidra, el extremo occidental de Troicinet. Pronto desapareció, y el Smaadra se internó en las aguas del Lir.
Por la tarde el viento amainó y el Smaadra flotó inmóvil, con mástiles rechinantes y velas batientes. El viento regresó hacia poniente, pero desde otro rumbo; el capitán viró hacia estribor para navegar casi directamente hacia el norte. Trewan manifestó su insatisfacción.
—¡Con este rumbo no llegaremos mañana a Domreis!
El capitán, que se había adaptado a Trewan sólo con dificultad, se encogió de hombros.
—Señor, el impulso de babor nos lleva hacia el cementerio marino de Twirles. Los vientos nos llevarán mañana a Domreis, si las corrientes no nos desvían.
—¿Qué pasa con esas corrientes?
—Son imprevisibles. La marea sube y baja en el Lir; las corrientes pueden arrastrarnos en cualquier dirección. Son veloces, y forman un remolino en el centro del Lir. Han arrojado muchas buenas naves contra los arrecifes.
—En ese caso, mantente alerta y dobla la vigilancia.
—Señor, todo lo que hay hacer ya está hecho.
Al atardecer el viento murió de nuevo y el Smaadra perdió impulso.
El sol se puso en un resplandor brumoso y anaranjado, mientras Aillas cenaba con Trewan en la cabina de popa. Trewan parecía preocupado y apenas habló durante la comida, así que Aillas se alegró de marcharse.
El resplandor del crepúsculo se perdía en un cúmulo de nubes; la noche era oscura. En lo alto brillaban las estrellas. Una brisa helada sopló de pronto desde el sudeste, pero el Smaadra mantuvo su rumbo.
Aillas se dirigió a popa, donde los marineros en descanso se divertían. Se puso a jugar a los dados. Perdió unos cobres, los recuperó, y finalmente perdió todas las monedas que llevaba en el bolsillo.
A medianoche cambió la guardia y Aillas regresó a popa. En vez de recluirse en su cubículo subió a la cubierta por la escalerilla. La brisa aún henchía las velas. Una estela chispeante y fosforescente burbujeaba a popa. Inclinándose sobre la barandilla, Aillas observó las luces fluctuantes.
A sus espaldas, una aparición. Unos brazos le aferraron las piernas; lo alzaron y lo arrojaron al aire. Por un instante vio girar el cielo y las estrellas, luego chocó contra el agua. Mientras se hundía en la turbulencia de la estela, su principal sensación aún era el asombro. Subió a la superficie. Todas las direcciones eran iguales. ¿Dónde estaba el Smaadra? Abrió la boca para gritar y tragó agua. Jadeando y tosiendo, Aillas quiso pedir auxilio pero sólo le salió un gemido ronco. Lo intentó de nuevo, pero sólo emitió el débil y estridente graznido de un ave marina.
La nave se había ido. Aillas flotó a solas en el centro de su cosmos privado. ¿Quién lo había arrojado al mar? ¿Trewan? ¿Por qué haría semejante cosa? No había ninguna razón. ¿Pero quién entonces? Las especulaciones se desvanecieron de su mente; eran irrelevantes, parte de otra existencia. Su nueva identidad era una con las estrellas y las olas. Sentía una pesadez en las piernas; se retorció en el agua, se quitó las botas y las dejó hundir. Ahora flotaba con menos esfuerzo. El viento soplaba del sur; Aillas nadó con el viento a favor, lo cual era más cómodo que nadar con las olas rompiéndole en la cara. Las olas lo elevaban y lo impulsaban.
Se sentía cómodo, casi exaltado, aunque el agua, al principio fría, luego tolerable, volvía a aguijonearlo. De nuevo comenzó a relajarse, y temió esa sensación de sopor. Si se dormía, no despertaría nunca. Peor aún, nunca descubriría quién lo había arrojado al mar.
—¡Soy Aillas de Watershade! —se dijo.
Recobró las fuerzas; movió los brazos y las piernas para nadar y por un momento sintió un incómodo frío. ¿Cuánto tiempo había flotado en esas aguas oscuras? Miró el cielo. Las estrellas habían cambiado; Arcturus se había ido y Vega colgaba a poca altura en el oeste. Se amodorró durante un rato y conoció sólo una borrosa conciencia que comenzó a extinguirse. Algo le perturbaba. De pronto reaccionó. Había un fulgor amarillo en el cielo del este; pronto amanecería. El agua que le rodeaba era negra como el hierro. A unos cien metros las olas se encrespaban alrededor del pie de una roca. La miró con triste interés, pero el viento, las olas y la corriente lo arrastraron más allá.
Un sonido rugiente le llenó los oídos; sintió un impacto súbito y brusco. Una ola lo succionó, lo recogió y lo arrojó contra algo filoso. Con brazos aturdidos y dedos resbaladizos intentó aferrarse, pero otra ola lo arrebató.
Durante el reinado de Olam I, gran rey de las Islas Elder, y de sus sucesores inmediatos, el trono Evandig y la sagrada mesa de piedra Cairbra an Meadhan se encontraban en Haidion. Olam III el Vano trasladó el trono y la mesa a Avallon. Este acto y sus consecuencias fueron un resultado al margen de la discordia entre los archimagos de la comarca. En esa época eran ocho: Murgen, Sartzanek, Desmëi, Myolander, Baibalides, Widdefut, Coddefut y Noumique
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. Murgen era considerado el primero entre sus colegas, aunque no por unanimidad. Sartzanek se rebelaba ante la severidad de Murgen, mientras que Desmëi deploraba las restricciones que le impedían inmiscuirse en los problemas locales, que eran su diversión.
Murgen residía en Swer Smod, una mansión de piedra en el noroeste de Lyonesse, donde el Teach tac Teach se despeñaba en el Bosque de Tantrevalles. Basaba su edicto en la tesis de que cualquier asistencia ofrecida a un favorito, tarde o temprano atentaría contra los intereses de otros magos.
Sartzanek, quizás el más antojadizo de los magos, residía en Pároli, en el corazón del bosque, en lo que era entonces el gran ducado de Danaut. Durante mucho tiempo había estado en desacuerdo con las prohibiciones de Murgen, y las contravenía tan flagrantemente como podía.
Sartzanek realizaba a veces experimentos eróticos con la bruja Desmëi. Irritado por el desprecio de Widdefut, Sartzanek replicó con el Hechizo del Esclarecimiento Total, de modo que Widdefut de pronto supo todo lo que se podía saber: la historia de cada átomo del universo, los desarrollos de ocho especies de tiempo, las posibles fases de cada instante sucesivo: todos los sabores, sonidos, visiones y olores del mundo, así como las percepciones relacionadas con otros nueve sentidos. Widdefut quedó aturdido y paralizado y ni siquiera pudo alimentarse. Se quedó temblando de confusión hasta que se disolvió y se perdió en el viento.
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Coddefut protestó indignadamente, enfureciendo de tal modo a Sartzanek que éste abandonó toda prudencia y destruyó a Coddefut con una plaga de gusanos. Toda la superficie de Coddefut hervía de gusanos, de tal modo que Coddefut perdió el control de su sabiduría y se desgarró con sus propias manos.
Los magos supervivientes, con la excepción de Desmëi, tomaron medidas que Sartzanek no pudo contrarrestar. Lo comprimieron en un poste de hierro de siete pies de alto y cuatro pulgadas de diámetro, de modo que sus rasgos distorsionados sólo se notaban mirando atentamente. Este poste era similar al que estaba en Rincón de Twitten. Clavaron el poste de Sartzanek en la cima del monte Agón, y se decía que los rasgos tallados de Sartzanek temblaban cada vez que lo tocaba el rayo.
Pronto se estableció un tal Tamurello en Pároli, la morada de Sartzanek, y todos comprendieron que era la prolongación o alter ego de Sartzanek: en cierto sentido, una extensión de Sartzanek mismo. Al igual que Sartzanek, Tamurello era alto y corpulento, con ojos y rizos negros, boca carnosa, barbilla redonda y temperamento fogoso.
La bruja Desmëi, que había realizado conjunciones eróticas con Sartzanek, ahora se solazaba con el rey Olam III. Se le aparecía como una mujer vestida con una suave piel negra y una máscara gatuna de extraña hermosura. Esta criatura conocía mil trucos lascivos y el tonto rey Olam sucumbió a su voluntad. Para irritar a Murgen, Desmëi persuadió a Olam de trasladar su trono Evandig y la mesa Cairbra an Meadhan a Avallon.
La antigua tranquilidad se acabó. Los magos se llevaban mal, y cada cual recelaba del otro. El disgustado Murgen se aisló en Swer Smod.
Vinieron tiempos difíciles para las Islas Elder. El rey Olam, ahora trastornado, intentó aparearse con una hembra de leopardo, que lo destrozó. Su hijo, Uther I, un mozalbete frágil y tímido, ya no gozaba del respaldo de Murgen. Los godos invadieron la costa norte de Dahaut y asolaron la isla de Whanish, donde saquearon el monasterio e incendiaron la gran biblioteca.
Audry, gran duque de Dahaut, reunió un ejército y desbarató a los godos en la batalla de Hax, pero sufrió tantas pérdidas que los celtas godelianos se desplazaron al este y tomaron la península de Wysrod. El rey Uther, tras meses de titubeos, dirigió su ejército contra los godelianos sólo para ser derrotado en la batalla del Vado de Wanwillow, donde perdió la vida. Su hijo Uther II huyó a Inglaterra, donde con el tiempo engendró a Uther Pendragon, padre del rey Arturo de Cornualles.
Los duques de las Islas Elder se reunieron en Avallon para escoger un nuevo rey. El duque Phristan de Lyonesse aspiraba a ser rey en virtud de su linaje, mientras que el viejo duque Audry de Dahaut citaba el trono Evandig y la mesa Cairbra an Meadhan en respaldo de su propio reclamo; el cónclave se disolvió conflictivamente. Cada duque regresó a su casa y se nombró rey de su propio dominio.
Ahora había diez reinos en vez de uno: Ulflandia del Norte, Ulflandia del Sur, Dahaut, Caduz, Blaloc, Pomperol, Godelia, Troicinet, Dascinet y Lyonesse.
Los nuevos reinos encontraron abundantes razones para luchar. El rey Phristan de Lyonesse y su aliado el rey Joel de Caduz combatieron contra Dahaut y Pomperol. En la batalla de la Colina de Orm, Phristan mató al viejo pero recio Audry I y le mató una flecha; la batalla y la guerra terminaron de forma indecisa con cada bando lleno de odio por el otro.
El príncipe Casmir, conocido como el «Presuntuoso», luchó en la batalla con valentía pero sin temeridad y regresó a la ciudad de Lyonesse como rey. Pronto cambió sus elegantes afectaciones por una actitud estrictamente práctica, y emprendió la tarea de fortalecer el remo.
Un año después de su coronación, Casmir se casó con la princesa Sollace de Aquitania, una bella doncella rubia con sangre goda en las venas, cuyo semblante imponente ocultaba un temperamento estólido.
Casmir se consideraba un mecenas de las artes mágicas. En una cámara secreta guardaba curiosidades y artefactos mágicos, incluyendo un libro de encantamientos redactado en una escritura ilegible, pero que relucía en la oscuridad. Cuando Casmir pasaba el dedo sobre las runas, cada encantamiento le comunicaba su propia sensación. Podía tolerar uno solo de esos contactos; dos lo hacían sudar, y no se atrevía a llegar a tres por temor a trastornarse. Una garra de grifo reposaba en una caja de ónice. Un cálculo biliar expulsado por el ogro Heulamides despedía un hedor peculiar. En una botella había un pequeño skak
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amarillo, aguardando pacientemente su liberación. En una pared colgaba un objeto realmente poderoso, Persilian, el Espejo Mágico. Este espejo podía responder tres preguntas a su dueño, quien luego debía entregarlo a otro. Si el dueño hacía una cuarta pregunta, el espejo respondería con gusto y quedaría libre. El rey Casmir había hecho tres preguntas, y ahora reservaba la cuarta para una emergencia.
Según la sabiduría popular, la compañía de los magos traía más complicaciones que beneficios. Aunque Casmir conocía bien los edictos de Murgen, en varias oportunidades pidió ayuda de los archimagos Baibalides y Noumique, y en otras a varios magos menores, y siempre se le negó.
Casmir recibió noticias de la bruja Desmëi, presunta enemiga de Murgen. Según informes confiables ella había ido a la Feria de los Duendes, una celebración anual que ella disfrutaba y nunca dejaba de auspiciar.
Casmir se disfrazó con una armadura azul y gris y un escudo que exhibía dos dragones rampantes. Se hizo pasar por Perdrax, caballero andante, y, con un pequeño cortejo, se internó en el Bosque de Tantrevalles.
A su debido tiempo llegó a Rincón de Twitten. La posada conocida como El Sol Risueño y La Luna Plañidera estaba de bote en bote; Casmir tuvo que aceptar un sitio en el establo. A cuatrocientos metros encontró la Feria de los Duendes, pero no vio a Desmëi. Vagabundeó entre los puestos, vio muchas cosas de interés y pagó buen oro por varias rarezas.
Al caer la tarde reparó en una mujer alta, un poco enjuta, el cabello azul ceñido por una gema de plata. Vestía un tabardo blanco bordado de negro y rojo; causaba al rey Casmir (y a todos los hombres que la veían) una curiosa turbación: fascinación mezclada con repugnancia. Era la bruja Desmëi.
Casmir se acercó con cautela mientras Desmëi regateaba con un viejo bribón que tenía un puesto. El mercader tenía pelo amarillo, piel cetrina, nariz partida y ojos como cápsulas de cobre: sangre de duende le fluía por las venas. Le mostraba una pluma a Desmëi.
—Esta pluma —dijo— es indispensable en la vida diaria, pues infaliblemente detecta la fraudulencia.
—¡Asombroso! —declaró Desmëi con voz de aburrimiento.
—¿Dirías que es una pluma común arrancada de un pájaro muerto?
—Sí. Muerto o vivo. Eso diría.
—Pues cometerías un gran error.
—Vaya. ¿Y cómo se usa esta pluma milagrosa?
—Nada podría ser más simple. Si sospechas de un impostor, un embustero o un embaucador, lo tocas con la pluma. Si la pluma se vuelve amarilla, tus sospechas quedan confirmadas.
—¿Y si la pluma permanece azul?
—Entonces la persona con quien tratas es honesta y sincera. Esta excelente pluma es tuya por seis coronas de oro.
Desmëi soltó una risa metálica.
—¿Me crees tan ingenua? Es casi insultante. Evidentemente esperas que te ponga a prueba con la pluma, que permanecerá azul, para que te pague con mi oro.
—¡Precisamente! ¡La pluma confirmaría mis asertos!
Desmëi tomó la pluma y la acercó a la nariz partida. Al instante la pluma cobró un color amarillo brillante. Desmëi repitió su risa desdeñosa.
—¡Lo que sospechaba! La pluma declara que eres un embaucador.
—¡Ja! ¿Acaso la pluma no hace exactamente lo que digo? ¿Cómo puedo ser un embaucador?
Desmëi miró la pluma frunciendo el ceño y la arrojó en el mostrador.
—No tengo tiempo para acertijos.