Lyonesse - 1 - Jardines de Suldrun (21 page)

Read Lyonesse - 1 - Jardines de Suldrun Online

Authors: Jack Vance

Tags: #Fantástico

BOOK: Lyonesse - 1 - Jardines de Suldrun
9.78Mb size Format: txt, pdf, ePub

Suldrun corrió sendero abajo y regresó un instante después con el oro. Fueron a la capilla. El hermano Umphred estaba junto a la mesa, mirando el fuego.

—Sacerdote —dijo Aillas—, tú y yo haremos un viaje. Vuélvete, debo atarte los brazos para que no cometas ninguna imprudencia. Obedece y no sufrirás daño.

—¿Qué hay de mi comodidad? —balbuceó el hermano Umphred.

—Deberías haber pensado en eso antes de venir aquí esta noche. Vuélvete, quítate la sotana y pon los brazos a tus espaldas.

En cambio, el hermano Umphred se abalanzó sobre Aillas y lo golpeó con otro leño que había sacado de la pila.

Aillas trastabilló; el hermano Umphred apartó a Suldrun y huyó de la capilla por el sendero, seguido por Aillas. Cruzó la poterna y salió al Urquial, gritando a todo pulmón:

—¡Guardias a mí! ¡Socorro! ¡Traición! ¡Asesinato! ¡Socorro! ¡A mí! ¡Capturad al traidor!

Desde la arcada llegó un grupo de cuatro soldados, el mismo que Aillas y Suldrun habían eludido al entrar en el naranjal. Corrieron hacia Umphred y Aillas para aprehenderlos a ambos.

—¿Qué pasa aquí? ¿A qué viene este escándalo?

—¡Llamad al rey Casmir! —gritó el hermano Umphred—. ¡No perdáis el tiempo! Este vagabundo ha molestado a la princesa Suldrun, un acto terrible. ¡Traed al rey Casmir, os digo! ¡Deprisa!

El rey Casmir fue llevado al lugar, y el hermano Umphred dio una apresurada explicación.

—¡Los vi en el palacio! Reconocí a la princesa, y también vi a este hombre. ¡Es un vagabundo de las calles! Los seguí hasta aquí, y tuvieron la audacia de pedirme que los casara por el rito cristiano. Me negué enérgicamente y los previne sobre su delito.

Suldrun, que estaba junto a la poterna, se les acercó.

—Señor, no te enfades con nosotros. Este es Aillas, somos marido y mujer. Nos amamos entrañablemente; por favor, déjanos partir para vivir en paz. Si así lo decides, nos marcharemos de Haidion para no volver nunca.

El hermano Umphred, aún excitado por su papel en el asunto, no cerraba la boca.

—Me amenazaron. La maldad de ambos casi me hace perder el juicio. ¡Me obligaron a presenciar la boda! Si no hubiera firmado, me habrían roto la cabeza.

—¡Silencio! —ordenó fríamente Casmir—. De ti me encargaré más tarde. —Dio una orden—: Traed a Zerling. —Se volvió hacia Suldrun. En sus momentos de furia o excitación Casmir siempre hablaba con voz pareja y neutra, y así lo hizo ahora—. Parece que has desobedecido mi orden. Sea cual fuere tu razón, está lejos de satisfacerme.

—Eres mi padre —murmuró Suldrun—. ¿No te interesa mi felicidad?

—Soy el rey de Lyonesse. No importa cuáles hayan sido mis sentimientos, pero tu desobediencia los alteró, como bien sabes. Ahora te sorprendo casándote con un patán. ¡Así sea! Mi furia no se aplaca. Regresarás al jardín y vivirás allí. ¡Vete!

La abatida Suldrun fue hacia la poterna y bajó al jardín. El rey Casmir se volvió hacia Aillas.

—Tu presunción es asombrosa. Tendrás mucho tiempo para reflexionar sobre ella. ¡Zerling! ¿Dónde está Zerling?

—Aquí estoy, señor. —Un hombre calvo de hombros macizos, barba parda y ojos saltones, se adelantó: Zerling, el principal verdugo del rey, el hombre más temido de Lyonesse después de Casmir.

El rey de Casmir le dijo una palabra al oído.

Zerling puso un cabestro alrededor del cuello de Aillas y lo llevó por el Urquial hasta detrás del Peinhador. Bajo el claro de la luna, le quitó el cabestro y ciñó el pecho de Aillas con una soga. Lo alzó sobre un brocal de piedra y lo bajó a un pozo. Los pies de Aillas al fin tocaron el fondo y Zerling soltó la cuerda.

No había ruidos en la oscuridad. El aire olía a piedra húmeda y podredumbre. Durante cinco minutos, Aillas se quedó mirando hacia arriba. Luego avanzó a tientas hasta una pared: tres o cuatro pasos. Sus pies se toparon con un objeto duro y redondo. Al bajar la mano descubrió un cráneo. Se hizo a un lado y se sentó de espaldas a la pared. La fatiga le hizo cerrar los párpados; sintió somnolencia. Al fin se durmió.

Despertó, y sus temores se confirmaron. Al recordar gritó de incredulidad y angustia. ¿Cómo era posible semejante tragedia? Las lágrimas le inundaron los ojos; hundió la cabeza en los brazos y lloró.

Transcurrió una hora, durante la cual permaneció acurrucado y abatido.

Entró luz por la abertura, y Aillas pudo discernir las dimensiones de su celda. El suelo era una superficie circular de unos cuatro metros de diámetro, con pesadas losas de piedra. Las paredes, también de piedra, se elevaban casi dos metros y luego subían hacia el conducto central, situado a unos tres metros por encima del suelo. Había huesos y cráneos apilados contra las demás paredes; Aillas contó diez cráneos, y quizá hubiera otros escondidos bajo la pila de huesos. Cerca de donde estaba había otro esqueleto: evidentemente, el último ocupante de la celda.

Aillas se puso de pie. Fue al centro de la celda y miró hacia arriba. En lo alto vio un retazo de cielo azul, tan airoso, ventoso y libre que se le empañaron los ojos.

Reflexionó. El conducto tenía aproximadamente metro y medio de diámetro, estaba revestido de piedra tosca y se elevaba unos dieciocho o veinte metros por encima del punto donde entraba en la celda.

Aillas se apartó. En las paredes los previos ocupantes habían tallado nombres y tristes inscripciones. El prisionero más reciente había tallado unos doce nombres encolumnados en la pared que estaba sobre su esqueleto. Aillas, demasiado desanimado como para interesarse en nada salvo sus propias penurias, desvió los ojos.

La celda no tenía muebles. La cuerda formaba un bulto bajo el conducto. Cerca de la pila de huesos vio restos podridos de otras cuerdas, ropas, viejos cinturones y correas de cuero.

El esqueleto parecía observarlo desde las cuencas oculares vacías. Aillas lo arrastró hacia la pila de huesos y volvió el cráneo hacia la pared. Luego se sentó. Una inscripción de la pared le llamó la atención: «Recién llegado: bienvenido a nuestra hermandad».

Aillas gruñó y miró hacia otra parte. Así comenzó su vida de prisionero.

12

El rey de Casmir envió a Tintzm Fyral un emisario que a su debido tiempo regresó con un tubo de marfil, del cual el heraldo principal extrajo un rollo. Se lo leyó al rey Casmir:

Noble señor:

Como de costumbre, mis respetuosos saludos. Me agrada enterarme de tu inminente visita. Ten la certeza de que nuestro recibimiento será apropiado a tu regia persona y tu distinguido cortejo, el cual, sugiero, no debería sumar más de ocho personas, pues en Tintzin Fyral carecemos de los costosos lujos de Haidion.

De nuevo, mi cordialísimo saludo.

Faude Carfilhiot Duque de Valle Evander.

El rey Casmir inmediatamente se dirigió al norte con un cortejo de veinte caballeros, diez sirvientes y tres carretas.

La primera noche el grupo se detuvo en el Twannic, el castillo del duque Baldred. El segundo día siguieron hacia el norte a través del Troagh, un caos de cumbres y desfiladeros. El tercer día cruzaron la frontera y entraron en Ulflandia del Sur. A mitad de la tarde, en las Puertas de Cerbero, los riscos les cerraron el paso, que estaba bloqueado por la fortaleza Kaul Bocach. La guarnición consistía en una docena de soldados harapientos y un comandante para quien los asaltos resultaban menos rentables que cobrar peaje a los viajeros.

A una voz del centinela la caravana de Lyonesse se detuvo mientras los soldados de la guarnición, pestañeando y frunciendo el ceño bajo los cascos de acero, se inclinaban sobre las almenas.

Un caballero, Welty, se adelantó.

—¡Alto! —ordenó el comandante—. ¡Decid vuestros nombres, vuestro origen, destino y propósito, para que podamos calcular el peaje legal!

—Somos nobles al servicio del rey Casmir de Lyonesse. Vamos a visitar al duque de Valle Evander por invitación suya, y estamos exentos de peaje.

—Nadie está exento del peaje, salvo el rey Oriante y el gran dios Mitra. Debéis pagar diez florines de plata.

Welty retrocedió para hablar con Casmir, quien evaluó la fortaleza.

—Paga —dijo el rey Casmir—. A la vuelta ajustaremos cuentas con estos canallas.

Welty regresó al fuerte y desdeñosamente arrojó un puñado de monedas al capitán.

—Pasad, caballeros.

El grupo atravesó Kaul Bocach de dos en dos, y esa noche descansó en un prado junto a la bifurcación sur del Evander.

Al mediodía del día siguiente, la tropa se detuvo ante Tintzin Fyral: el castillo coronaba un alto risco como si formara parte del risco mismo.

El rey Casmir y ocho caballeros se adelantaron; los otros volvieron grupas y acamparon junto al Evander.

Un heraldo salió del castillo e interpeló al rey Casmir.

—Señor, el duque Carfilhiot te manda sus cumplidos y solicita que me sigas. Cabalgaremos por un sinuoso camino en el flanco del risco, pero no temas, es peligroso sólo para los enemigos. Yo iré delante.

Mientras la tropa seguía la marcha, la brisa traía un hedor de carroña. A medio camino el Evander atravesaba un verde prado donde se elevaban unos veinte postes, la mitad con cadáveres empalados.

—No es un espectáculo confortante —le dijo el rey Casmir al heraldo.

—Señor, eso recuerda a los enemigos del duque que su paciencia no es inagotable.

El rey Casmir se encogió de hombros, menos fastidiado por los actos de Carfilhiot que por la pestilencia.

Al pie del risco aguardaba una guardia de honor de cuatro caballeros con armadura ceremonial, y Casmir se preguntó como Carfilhiot sabía con tanta exactitud la hora de su llegada. ¿Una señal de Kaul Bocach? ¿Espías en Haidion? Casmir, que nunca había podido introducir espías en Tintzin Fyral, frunció el ceño.

La procesión escaló el risco por un camino tallado en la roca, que finalmente, en lo alto, doblaba bajo un rastrillo para entrar en el patio de la fortaleza.

El duque Carfilhiot se adelantó, el rey Casmir desmontó y ambos se estrecharon en un abrazo formal.

—Estoy encantado con tu visita —dijo Carfilhiot—. No he dispuesto celebraciones apropiadas, pero no por falta de buena voluntad. En realidad, me avisaste con muy poca antelación.

—No te preocupes —dijo el rey Casmir—. No estoy aquí para frivolidades. Por el contrario, me interesa que examinemos asuntos de mutua conveniencia.

—¡Excelente! Ese es siempre un tema de interés. Es tu primera visita a Tintzin Fyral, ¿verdad?

—Lo conocí cuando era joven, pero desde lejos. Es indudablemente una poderosa fortaleza.

—Ya lo creo. Dominamos cuatro carreteras importantes: la de Lyonesse, la de Ys, la que atraviesa los pantanos ulflandeses y la que conduce a la frontera norte de Dahaut. Nos autoabastecemos. He cavado en la roca viva un profundo pozo que llega hasta una capa de agua. Tenemos provisiones para años de sitio. Cuatro hombres podrían defender la ruta de acceso contra mil, o un millón. Considero que el castillo es inexpugnable.

—Me inclino a creerlo —dijo Casmir—. Aun así, ¿qué me dices del paso? Si una fuerza ocupara aquella montaña, podría utilizar máquinas de asalto.

Carfilhiot se volvió para inspeccionar las alturas del norte, que estaban conectadas al risco por un paso, como si nunca hubiera reparado en ese paisaje.

—Eso parece —dijo.

—¿Pero no te alarma?

Carfilhiot rió, mostrando unos dientes blancos y perfectos.

—Mis enemigos han reflexionado mucho y bien sobre el Risco Quiebraespaldas. En cuanto al paso, tengo mis pequeños ardides.

El rey Casmir cabeceó.

—La vista es excepcional.

—Es cierto. En un día claro, desde mi cuarto de trabajo, contemplo todo el valle, desde aquí hasta Ys. Pero ahora debes descansar, para que luego reanudemos nuestra conversación.

Condujeron al rey Casmir a unos aposentos que daban al Valle Evander: una vista de unos treinta kilómetros de paisaje verde claro hasta el lejano destello del mar. El aire, fresco excepto por una ocasional ráfaga pestilente, soplaba a través de las ventanas abiertas. Casmir pensó en los enemigos muertos de Carfilhiot que adornaban calladamente el prado.

Una imagen le cruzó la mente: Suldrun pálida y retirada aquí en Tintzin Fyral, respirando el aire pútrido. Ahuyentó la imagen. Ese asunto estaba terminado.

Dos atezados jóvenes moriscos con el pecho desnudo y turbantes de seda púrpura le llevaron pantalones y sandalias de punta espiralada, lo ayudaron a tomar un baño, lo vistieron en ropa de seda y un blusón tostado decorado con rosetas negras.

Casmir bajó al gran salón, pasando frente a una enorme pajarera donde aves de plumaje multicolor volaban de rama en rama. Carfilhiot le esperaba en el gran salón; los dos hombres se sentaron en divanes y les sirvieron sorbete de fruta helado en tazones de plata.

—Excelente —dijo Casmir—. Tu hospitalidad es reconfortante.

—Es informal, y espero que no te aburras demasiado —murmuró Carfilhiot.

Casmir dejó el sorbete a un lado.

—He venido para hablar de un asunto de importancia. —Echó una ojeada a los sirvientes. Carfilhiot les ordenó que abandonaran el salón.

—Te escucho —dijo. Casmir se reclinó en su diván.

—Recientemente, el rey Granice envió una misión diplomática en una de sus nuevas naves de guerra. Atracaron en Blaloc, Pomperol, Dahaut, Cluggach de Godeha e Ys. Los emisarios se lamentaron de mi ambición y propusieron una alianza para derrotarme. Sólo obtuvieron un respaldo poco entusiasta, cuando lo obtuvieron —Casmir sonrió fríamente—. No he intentado ocultar mis intenciones. Cada cual espera que los otros libren la batalla. Cada cual desea ser el único reino no perturbado. Estoy seguro de que Granice no esperaba mejores resultados; quería reafirmar su liderazgo y su dominio del mar. En esto tuvo éxito. Su nave destruyó una nave ska, lo cual modifica nuestra percepción de los ska. Ya no se los puede considerar invencibles, y el poder marítimo troicino se ha acrecentado. Pagaron un precio, pues perdieron al comandante y a uno de los príncipes que iba a bordo.

»Para mí el mensaje es claro. Los troicinos se vuelven más fuertes; debo atacar y desbaratarlos. El lugar obvio es Ulflandia del Sur, desde donde puedo atacar a los ska de Ulflandia del Norte antes de que consoliden sus fortificaciones Una vez que tome la fortaleza Poéhtetz, Dahaut estará a mi merced. Audry no puede combatir contra mí desde el oeste y el sur a la vez.

Other books

The Crystal Legacy (Book 2) by C. Craig Coleman
Swordsmen of Gor by John Norman
Splintered by Kelly Miller
The Castle in the Attic by Elizabeth Winthrop
An Arm and a Leg by Olive Balla
Marie Antoinette by Antonia Fraser
The Blind Barber by Carr, John Dickson