El temperamento de Ospero era más poético que práctico. No se interesaba mucho por lo que sucedía en el real palacio Miraldra ni por la guerra contra Lyonesse. Tenía vocación de erudito y anticuario. Para la educación de Aillas hizo venir a Watershade a sabios de gran reputación; Aillas recibió instrucción en matemáticas, astronomía, música, geografía, historia y literatura. El príncipe Ospero sabía poco de técnicas marciales, y delegó esta fase de la educación de Aillas en Tauncy, su mayordomo, un veterano de muchas campañas. Aillas aprendió a usar el arco, la espada y también ese recóndito arte de los bandidos galaicos: el de arrojar el cuchillo.
—Este uso del cuchillo —declaraba Tauncy— no es cortés ni caballeresco. Es más bien el recurso del desesperado, una treta del hombre que debe matar para sobrevivir hasta el día siguiente. El cuchillo arrojado es eficaz hasta diez metros; para mayor distancia, es mejor la flecha. Pero si el enemigo está cerca, una batería de cuchillos es una confortante compañía.
»Como te decía, prefiero la espada corta al equipo pesado que usa el caballero. Con mi espada corta puedo mutilar a un hombre con armadura completa en medio minuto, o matarlo si prefiero. Es la supremacía de la habilidad sobre la fuerza bruta. ¡Ten! Toma este espadón, atácame.
Aillas alzó el arma dubitativamente y dijo:
—Temo cortarte en dos.
—Hombres más fuertes que tú lo han intentado, ¿y quién está aquí para contarlo? ¡Ataca con ímpetu!
Aillas atacó; la hoja fue desviada. Lo intentó de nuevo; Tauncy lo eludió y el espadón voló de las manos de Aillas.
—Una vez más —dijo Tauncy—. ¿Ves de qué se trata? ¡Abajo, al costado, fuera! Tú debes dirigir el arma con todo tu peso. Yo me interpongo, me aparto, la espada se te va de las manos. Apuñalo las hendeduras de la armadura: entra mi espada y sale tu vida.
—Es una habilidad útil —dijo Aillas—. Especialmente contra los ladrones de gallinas.
—¡Ja! No vivirás en Watershade toda tu vida… no con nuestra región en guerra. Deja que yo me encargue de los ladrones de gallinas. Ahora, continuemos. Caminas por las callejas de Avallon; entras en una taberna a beber vino. Un energúmeno afirma que quisiste seducir a su esposa; empuña su machete y se te abalanza. ¡Ahora! ¡Con el cuchillo! ¡Desenvaina y arroja! ¡Todo en un solo movimiento! Avanzas, extraes el cuchillo del cuello del villano, lo limpias en su manga. Si de veras te interesa la esposa del muerto, despídete de ella. El episodio te ha abatido el ánimo. Pero otro esposo te ataca desde el otro lado. ¡Deprisa!
Así continuó la lección. Al final, Tauncy dijo:
—Considero que el cuchillo es un arma muy elegante. Aun al margen de su eficacia, hay belleza en su vuelo, y se clava profundamente en el blanco; hay un espasmo de placer cuando penetra.
En la primavera del año en que cumplió los dieciocho, Aillas se alejó sombríamente de Watershade, sin mirar jamás por encima del hombro. El camino lo llevó junto a los pantanos que bordeaban el lago, a través del Ceald y colina arriba hasta la Grieta del Hombre Verde. Aillas se volvió para mirar el Ceald. A lo lejos, junto al destello del lago Janglin, una arboleda oscura ocultaba las macizas torres de Watershade. Aillas se quedó mirando un instante los entrañables lugares que dejaba atrás, y las lágrimas le empañaron los ojos. Hizo girar el caballo abruptamente y se internó en la boscosa grieta y en el valle del río Rundle.
Al caer la tarde divisó el Lir, y poco antes de la puesta de sol llegó al puerto Hag, bajo Cabo Bruma. Fue directamente a la Posada del Coral Marino, donde conocía al dueño, y allí le ofrecieron una buena comida y un cómodo cuarto donde pasar la noche.
Por la mañana cabalgó hacia el oeste por el camino de la costa, y por la tarde llegó a la ciudad de Domreis. Se detuvo en las lomas que se extendían sobre la ciudad. Era un día ventoso; el aire parecía más que transparente, como una lente que magnificara claramente los detalles. El Garfio de Hob, con una barba de oleaje espumoso en su superficie rodeaba la bahía. En un extremo del Garfio de Hob se erguía el castillo Miraldra, residencia del rey Granice, con un largo parapeto que se extendía hasta un faro al final del garfio. Miraldra había sido originariamente una torre de observación y con el tiempo había sufrido un sinfín de complejos añadidos: salas, galerías, y torres de masa y altura aparentemente azarosa.
Aillas bajó la loma y dejó atrás el Palaeos, un templo consagrado a Gea, donde un par de doncellas de doce años en túnicas blancas cuidaba una llama sagrada. Atravesó la ciudad, y los cascos del caballo resonaron en la calle adoquinada. Pasó los muelles, donde había varios barcos amarrados, y tiendas y tabernas de fachada angosta. Luego siguió por la carretera que conducía al castillo.
Las murallas exteriores se elevaban a gran altura. Eran innecesariamente macizas y el portal de entrada, flanqueado por un par de barbacanas, lucía desproporcionadamente pequeño. Dos guardias, vestidos con el atuendo marrón y gris de Miraldra, con lustrosos cascos y corazas de plata, vigilaban con las alabardas apoyadas en el suelo. Desde la barbacana reconocieron a Aillas, y los heraldos tocaron una fanfarria. Los guardias alzaron las alabardas y se cuadraron cuando Aillas cruzó el portal.
En el patio Aillas desmontó y entregó su caballo a un palafrenero. El imponente senescal, Este, le salió al encuentro con un gesto de sorpresa.
—¡Príncipe Aillas! ¿Has venido solo, sin séquito?
—Preferí venir solo, senescal.
El senescal Este, famoso por sus aforismos, no pudo contener un comentario sobre la condición humana.
—¡Es extraordinario que quienes disfrutan de privilegios sean quienes están mas dispuestos a ignorarlos! Es como si las bendiciones de la Providencia fueran sustanciosas y notables sólo en su ausencia. Ah, bien, rehúso hacer especulaciones.
—Confío en que estés bien, y disfrutando de tus propios privilegios.
—¡Plenamente! He sentido el arraigado temor de que si no disfrutaba de uno solo de ellos, la Providencia me guardara rencor y me los arrebatara. Ven ahora, debo encargarme de tu comodidad. El rey fue a Ardlemouth por hoy; inspecciona un nuevo navío que, según dicen, es veloz como un pájaro. —Llamó a un lacayo—. Lleva al príncipe Aillas a su cuarto, encárgate de su baño y dale vestimentas adecuadas para la corte.
Esa tarde el rey Granice regresó a Miraldra. Aillas lo encontró en el gran salón; ambos se abrazaron.
—¿Y cómo se encuentra mi buen hermano Ospero?
—Rara vez sale de Watershade. El aire parece morderle la garganta. Se cansa con facilidad y respira entrecortadamente, de modo que temo por su vida.
—¡Ha sido débil todos estos años! Al menos, tú pareces gozar de excelente salud.
—Mi rey, tú también pareces encontrarte muy bien.
—Es verdad, y compartiré contigo mi pequeño secreto. Todos los días a esta hora bebo un par de vasos de buen vino tinto. Enriquece la sangre, da brillo a la mirada, endulza el aliento y endurece el miembro frontal. Los magos buscan por doquier el elixir de la vida, y ya lo tienen en sus manos, sólo que ignoran nuestro pequeño secreto. —Granice palmeo a Aillas en la espalda—. Vamos a fortalecernos.
—Con placer, mi señor.
Granice lo condujo a una sala adornada con estandartes, escudos de armas y trofeos de guerra. Un fuego ardía en el hogar; Granice entró en calor mientras un sirviente servía vino en tazones de plata.
Granice indicó a Aillas que se sentara y se acomodó en una silla junto al fuego.
—Te hice venir por una razón. Como príncipe de nuestro linaje es hora de que te familiarices con los asuntos de estado. Lo único cierto en esta precaria existencia es que nunca puedes quedarte quieto. En esta vida todos caminamos con zancos; debemos andar, brincar y movernos, de lo contrario nos caemos. ¡Lucha o muere! ¡Nada o ahógate! ¡Corre o se pisoteado! —Granice bebió un tazón de vino de un sorbo.
—¿Entonces la placidez de Miraldra es mera ilusión? —sugirió Aillas. Granice soltó una risa amarga.
—¿Placidez? No sé de qué hablas. Estamos en guerra con Lyonesse y el malvado rey Casmir. Es como un pequeño tapón para impedir que gotee el tonel. No revelaré la cantidad de naves que patrullan la costa de Lyonesse, pues es un secreto de guerra que los espías de Casmir se alegrarían de conocer, tal como yo me alegraría de conocer el número de espías de Casmir. Están por todas partes, como moscas en un establo. Tan sólo ayer colgué a dos de ellos, y sus cadáveres están suspendidos en lo alto de la Colina de las Señas. Desde luego, yo también contrato espías. Cuando Casmir bota un nuevo buque yo me entero, mis agentes lo incendian mientras está en el muelle y Casmir aprieta los dientes. Así va la guerra: un empate, hasta que el perezoso rey Audry crea conveniente intervenir.
—¿Y entonces?
—¿Y entonces? Batalla y sangre, naves hundidas, castillos en llamas. Casmir es astuto, más flexible de lo que parece. Arriesga poco a menos que la ganancia sea grande. Cuando no pudo atacarnos, pensó en las Ulflandias. Trató de trabar amistad con el duque de Valle Evander. El plan fracasó. Las relaciones entre Casmir y Carfilhiot ahora son, en el mejor de los casos, correctas.
—¿Qué hará a continuación?
El rey Granice hizo un críptico ademán.
—En última instancia, si lo frenamos el tiempo necesario, tendrá que hacer las paces con nosotros y atenerse a nuestras condiciones. Mientras tanto, lucha y se escabulle, y tratamos de adivinarle el pensamiento. Desciframos los informes de nuestros espías; miramos el mundo tal como se debe ver desde los parapetos de Haidion. Bien, basta de complots e intrigas, por ahora. Tu primo Trewan está por aquí: un joven con poco sentido del humor, pero honesto, o eso espero, pues si los acontecimientos siguen su curso normal, será rey. Vayamos al comedor, donde sin duda habrá más de este noble Voluspa.
Durante la cena Aillas se sentó junto al príncipe Trewan, quien era un joven corpulento y apuesto, de cara un poco grande, con ojos oscuros y redondos separados por una larga nariz patricia. Trewan vestía atildadamente, en un estilo acorde con su rango; ya parecía preparado para el día en que sería rey, que llegaría con la muerte de su padre Arbamet, si Arbamet en efecto sucedía a Granice.
Aillas se negaba a tomar a Trewan en serio, lo cual fastidiaba y exasperaba a Trewan. En esta ocasión, Aillas contuvo sus bromas para poder aprender todo lo posible, y Trewan estuvo más que dispuesto a instruir a su primo de la campiña.
—En verdad —dijo Trewan—, es un placer verte lejos de Watershade, donde el tiempo transcurre como un sueño.
—Pocas cosas nos sobresaltan —concedió Aillas—. La semana pasada una criada de la cocina fue a extraer hortalizas y le picó una abeja. Fue el acontecimiento más notable de la semana.
—Te aseguro que las cosas son diferentes en Miraldra. Hoy inspeccionamos un navío nuevo, que según esperamos aumentará nuestro poder y le provocará un tumor a Casmir. ¿Sabías que quiere aliarse con los ska y volverlos contra nosotros?
—Parece una medida extrema.
—Exacto, y tal vez Casmir no se atreva a tanto. Aun así, debemos prepararnos para toda eventualidad, y así lo he dicho en las reuniones.
—Háblame del nuevo navío.
—Bien, el diseño viene de los mares de Arabia. El casco es amplio en cubierta y estrecho en el agua, de modo que es muy veloz y estable. Hay dos mástiles bajos, cada cual con una verga en el medio. Una punta de la verga baja hasta la cubierta, y la otra se eleva para recibir los vientos altos. La nave debería bogar deprisa aun con aire quieto, y en cualquier dirección. Habrá catapultas en proa y popa, y otros artefactos para luchar contra los ska. Una vez que la hayan puesto a prueba, y ésta es información secreta, debo partir cuanto antes en una misión diplomática de gran importancia, a requerimiento del rey. Por el momento, no puedo decir más. ¿Qué te trae a Miraldra?
—Estoy aquí a solicitud del rey Granice.
—¿Con qué propósito?
—No estoy seguro.
—Bien, veremos —dijo Trewan con cierta pomposidad—. Te mencionaré en mi próxima charla con el rey Granice. Te puede ser favorable, y seguro que no te perjudicará.
—Te lo agradezco —dijo Aillas.
Al día siguiente, Granice, Trewan, Aillas y varios más dejaron Miraldra, atravesaron Domreis, y cabalgaron unos tres kilómetros hacia el norte a lo largo de la costa, hasta un desolado astillero en el estuario del río Tumbling. Cruzaron un portón custodiado por la guardia y caminaron a lo largo de un viaducto hasta una caleta que un recodo del río impedía ver desde el mar.
—Queremos actuar en secreto —le dijo Granice a Aillas—, pero los espías se niegan a complacernos. Vienen por las montañas para mezclarse con los constructores de los barcos. Algunos vienen en bote, otros nadando. Sólo conocemos a aquellos que capturamos, pero es buena señal que sigan viniendo, pues nos indica algo sobre la curiosidad de Casmir. ¡Mira allí la nave! Los sarracenos la llaman falucho. ¡Mira cómo flota! El casco tiene forma de pez y se desliza por el agua sin dejar ninguna estela. Los estibadores están poniendo los mástiles ahora. —Granice señaló un poste que colgaba de una cabria—. El mástil es de madera de abeto, que es ligera y flexible. Allá tienes las vergas, que están construidas con vigas de abeto ensambladas, pegadas y sujetas con alambre de hierro y brea para hacer un palo muy largo, rematado en cada extremo. No hay mástiles ni vergas mejores sobre la faz de la tierra, y en una semana las pondremos a prueba. Se llamará Smaadra, por la diosa del mar de los bithneschasian
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. Vayamos a bordo.
Granice los condujo hasta la cabina de popa.
—No es tan cómodo como un navío mercante, pero el espacio es suficiente. Sentaos allí. —Granice señaló un banco a Aillas y Trewan—. Mozo, trae aquí a Famet, y también algo de beber. —Granice se sentó a la mesa y observó a ambos jóvenes—. Trewan, Aillas: atended con los cinco sentidos. Pronto viajaréis a bordo del Smaadra. Sería lógico someter una nueva nave a cuidadosas pruebas, parte por parte. Lo haremos, pero muy deprisa.
Famet, un hombre canoso y corpulento con una cara tallada en tosca piedra, entró en la cabina. Saludó lacónicamente a Granice y se sentó a la mesa.
Granice continuó su exposición.
—He recibido noticias recientes de Lyonesse. Parece que el rey Casmir, retorciéndose como una serpiente herida, ha enviado una misión secreta a Skaghane. Tiene esperanzas de utilizar una flota ska, al menos para proteger un desembarco de tropas honesas en Troicinet. Hasta ahora los ska no se han comprometido a nada. Por cierto, ninguno de ambos confía en el otro, y cada cual querría sacar partido de la situación. Pero, evidentemente, Troicinet está en grave peligro. Si nos derrotan, las Islas Elder quedaran en manos de Casmir o, peor aún, de los ska.