Pero, de todas formas, en combate, ¿puede ser innecesario matar?
Jaina no supo nunca si el piloto yuuzhan vong se había dado cuenta de que Anni le había dejado acelerar antes de dispararle, o si murió pensando que ella había tenido un golpe de suerte. Intentó generar otro vacío, pero tardó en materializarse y sólo alteró ligeramente la trayectoria del segundo torpedo. El primero dio de lleno en el blanco. Hizo explosión, provocando una llamarada de fuego plateado que se expandió por la nave como el rayo. El coralita se deshizo en pedazos ante sus ojos, y el segundo torpedo atravesó el mismo centro de la explosión, estallando a unos cien metros.
—Buen disparo, Doce —Jaina sonrió y contempló el
Esperanza Perdida.
Podía percibir a su hermano a bordo.
Ya estáis a salvo, Jacen.
Entonces, una terrible explosión hizo saltar la parte de babor del carguero, y la maltrecha nave comenzó a caer en picado hacia Garqi.
Jacen sintió más el impacto de la sorpresa y la ira de Jaina que el de la propia explosión. Él mismo había intentado neutralizar su propia ira al presentir instantes antes la explosión, pero el dolor y la sensación de pérdida le llegaron mediante la Fuerza en descarnadas oleadas. Él quiso llamarla a través de la Fuerza y decirle que todo iba bien, pero no pudo.
En lugar de eso, se refugió en su propio interior y eliminó su presencia en la Fuerza. No le gustaba la idea de mentir a su hermana sobre cómo iban a entrar en Garqi, pero había sido necesario. Nadie sabía hasta qué punto podían los yuuzhan vong captar sus comunicaciones o emociones.
El hecho de que nosotros no podamos verles con la Fuerza no implica que ellos no nos vean a nosotros.
Sólo haciendo creer a la gente de la nave y los cazas que el carguero había caído podían tener la seguridad de que las comunicaciones y las emociones serían las deseadas.
—Jacen, el monitor muestra una junta averiada en J-14. Mala conexión o…
—Un momento, Corran —los dedos de Jacen volaban sobre la consola—. Parece que la explosión ha deformado el metal. J-14 se ha roto y se ha soltado demasiado pronto. J-13 y J-15 aguantan, pero la presión que soportan es incalculable.
—¡Babas de sith! —Corran se giró en su asiento para mirar a Jacen—. Prepara las cargas secundarias. Suéltalas en secuencia de a dos cuando yo te lo ordene.
Estáte atento. No es momento de preocuparte por tu hermana.
—Sí, señor —Jacen abrió el diagrama del patrón de las explosiones en secuencia de a dos. Seis de las ocho cargas brillaban en verde, pero había dos rojas.
Las dos junto a J-14—.
Hay un problema, Corran. Las cargas junto a J-14 están dañadas.
—Recibido.
Jacen miró por encima de la cabeza de Corran al visualizador holográfico situado en la pantalla de visión delantera del
Mejor Suerte.
La imagen procedía de holocámaras colocadas en el casco del
Esperanza
que permitían al piloto ver lo que pasaba fuera mientras el carguero caía en picado hacia el planeta.
Estaban a punto de entrar en la atmósfera de Garqi. Partes de la cubierta comenzaron a brillar por la fricción, y la pintura empezó a deshacerse en esquirlas que relucían como chispas.
Corran pulsó un intercomunicador.
—Ganner, mira a estribor. ¿Ves las dos cargas en aquella barra? Son las que están en rojo.
—Las veo.
—¿Puedes emplear la Fuerza para comprimir los detonadores hasta que exploten?
—Nunca lo he hecho antes.
—Bueno, pues ahora es el momento. Si no puedes con las dos, ocúpate de la de arriba. Cuando yo te diga.
—Entendido.
—Jacen, prepárate. Cuando él termine, haz explotar la tuya.
—A sus órdenes.
El carguero comenzó a estremecerse cuando la atmósfera se hizo más densa.
La mano de Corran bailaba sobre el panel de mando. Dio más potencia a los propulsores giratorios, lo cual aisló ligeramente a la nave de los temblores que sacudían el
Esperanza.
El
Suerte
se movía un poco, y aumentó la presión sobre los conectores que mantenían juntas ambas naves, pero no se soltó nada más.
Cuando la grieta del casco empezó a absorber la atmósfera, el carguero comenzó a girar a babor. Corran intentó rectificarlo para que la nave describiera una trayectoria de vuelo simple, y pulsó un botón que apagaba los motores del
Esperanza.
La nave entera se estremeció y giró al recibir las sacudidas de la atmósfera.
—Todo el mundo preparado. Esto no va a ser ni fácil ni divertido —Corran pulsó un par de botones del panel—. ¡Ganner, explosión de cargas ahora!
La Fuerza se arremolinó detrás de Jacen y se centró en los explosivos. El primero no tardó nada y desapareció de la pantalla de Jacen. Sin esperar al segundo, el joven Jedi pulsó un botón de su consola, encendiendo los otros explosivos en una secuencia rítmica que destrozó la popa del carguero.
Corran pulsó un interruptor, soltando los enganches que sujetaban el
Mejor Suerte
al
Esperanza Perdida.
El pequeño transbordador salió despedido dando tumbos de la nave que lo había introducido en la atmósfera. Corran no intentó estabilizar el vuelo o dirigirlo, sino que lo dejó caer como cualquier otro resto.
Cuando la nave dio la vuelta, Jacen pudo ver por la ventanilla el brutal descenso del
Esperanza
hacia Garqi.
El altímetro del panel de Jacen contaba a velocidad vertiginosa los metros que quedaban hasta la superficie. De seis kilómetros pasó a cuatro, tres, dos.
Jacen se dio cuenta de que su seguridad dependía de un simple clic, e intentó percibir algún tipo de ansiedad en Corran mientras la pequeña nave traspasaba esa barrera.
No percibió nada, lo cual le hizo sonreír. Podía imaginar fácilmente a su padre en el asiento del piloto, esperando y esperando a dar potencia a la nave, ampliando los márgenes de seguridad con una generosidad excesiva. Jacen no creía que la capacidad de Corran para asumir riesgos formara parte de su origen corelliano, sino más bien de su pertenencia a la Rebelión. Los pilotos tuvieron que acometer hazañas increíbles para conseguir la libertad de la galaxia. Para ellos, la prudencia le quitaba espacio a la eficacia.
Corran dio toda la potencia a los repulsores cuando estaban a quinientos siete metros de la superficie de selvas tropicales de Garqi. Eso ralentizó ligeramente el descenso, pero no impidió que la nave se hundiera entre los árboles, cortando ramas, desparramando madera y asustando a una bandada de pájaros de todos los colores. El
Mejor Suerte
se hundió hasta que los propulsores encontraron suficiente resistencia en la masa planetaria como para hacer rebotar el vehículo.
Corran dejó que la pequeña nave flotara en el aire mientras hojas púrpuras y ramas quebradas resbalaban por el cristal de la cabina, marchitándose y ardiendo en la hirviente carcasa.
—¿Estáis todos bien?
—Yo estoy bien —dijo Jacen mirando hacia atrás, al resto. Todos asintieron.
Los altavoces de la nave dieron un chasquido.
—Aquí el mando de escuadrón del
Ralroost
llamando a todos los cazas. La cuenta atrás para la evacuación ha comenzado.
—Aquí, Pícara Once. Un carguero ha caído.
—Lo sabemos, Once. La nave quedó destrozada. No hay señales de vida.
Jacen sintió un escalofrío. Los sensores del Ala-X de Jaina eran demasiado poco potentes para detectar señales de vida a tanta distancia, así que ella le daría por muerto. Estuvo a punto de entrar en la Fuerza para hacerle saber que estaba bien, pero se contuvo.
Corran se dio la vuelta y asintió.
—Sé que es duro, Jacen, pero le contarán la verdad cuando el
Ralroost
salga de aquí.
Jacen negó con la cabeza.
—Creo que es la primera vez que le hago algo así a mi hermana… o a cualquiera.
—Y sería maravilloso que no tuvieras que volver a hacerlo nunca más, pero hay veces en las que un poco de crueldad puede dar muchos beneficios. Es lo malo de hacerse mayor —Corran le sonrió.
—Recibido —Jacen pulsó un interruptor del panel y seleccionó una frecuencia especial—. Tengo un punto de localización en la frecuencia de contacto, dirección dos, uno, nueve.
Corran viró la nave hacia ese punto y dio potencia a los motores. La pequeña nave empezó a abrirse paso por la selva. Las ramas se quebraban contra el casco, y antropoides peludos huían despavoridos. Avanzaba, permitiendo que el mundo púrpura de Garqi se la tragara, y, con suerte, los ocultara de los yuuzhan vong tanto a ellos como a su misión.
Cuando el
Haz de Púlsar
salió del hiperespacio e inició el descenso hacia Vortex, Luke Skywalker sintió que la paz de los vors le llegaba como las olas a la orilla. Entró en la cabina desde la estancia situada en el centro de la larga nave y sonrió. Mara estaba en el asiento del copiloto, y R2-D2 se había conectado a una entrada de contención instalada detrás de ella. Frente a él, en el asiento del piloto, había un R2 blanco y verde.
Mirax Terrik Horn se había trenzado la larga melena negra y giró para mirar a Luke con su firme mirada de ojos castaños.
—Lo hemos conseguido. Al trazar
Silbador y
Erredós la ruta de navegación hemos acortado mucho el camino.
Los androides silbaron contentos al unísono.
El Maestro Jedi sonrió.
—Una vez más, te agradezco que hayas trazado la ruta por nosotros. Mirax se encogió de hombros.
—Suelo utilizar a
Silbador
para que monitorice las rutas de mensajería. Y todo lo que tenga que ver con los Jedi es para mí una prioridad. Además, con Corran vete tú a saber dónde, mis hijos en la Academia y mi padre haciendo lo que sea que esté haciendo, yo estaría ahora mismo en casa sin hacer nada.
Mara sonrió.
—Es mejor hacer algo que limitarse a esperar.
—Esperar es un aburrimiento.
Luke arqueó una ceja.
—Creo que es la primera vez que os oigo mencionar la palabra "aburrimiento" aplicada a cualquier cosa que hagáis las dos juntas. De hecho, creo que…
Mara alzó una mano.
—Estábamos exentas.
—Y podríamos haber estado en tu academia en aquellos años en lugar de estar viviendo nuestras aventuras. A tus estudiantes les habría encantado esa distracción —Mirax asintió—. Además, los daños colaterales no fueron tan malos.
El Maestro Jedi sonrió.
—Creo que los vors son algo especialitos en lo referente a los daños colaterales.
—Cierto. Tenemos permiso para aterrizar en la pista principal de la Catedral. Después del desafortunado accidente del almirante Ackbar y Leia, los vors establecieron un perímetro de dos kilómetros alrededor de la Catedral en el que está prohibido volar, para que así nadie vuelva a estrellar un caza en la zona —Mirax se dio la vuelta para mirar por la ventanilla—. Atmósfera en quince segundos. Ponte el cinturón si no quieres salir despedido.
—Se lo diré al resto —Luke dio la vuelta y volvió a la sala en la que estaban sentados Anakin y Chalco. Jugaban a algo en la holomesa, pero acabaron discutiendo y acusándose mutuamente de hacer trampas. Anakin pareció ofendido y sólo aceptó parcialmente la disculpa de que los códigos estaban tan manipulados en las mesas donde Chalco jugaba normalmente, que era necesario hacer trampas para poder ganar.
—Y como ibas ganando y yo no hacía trampas, imaginé que estarías haciendolas tú —le dijo.
Luke sonrió.
—Poneos el cinturón. Entramos en la atmósfera.
Anakin lo hizo al momento, pero Chalco se agarró con fuerza al reposa-brazos, hasta que las manos se le quedaron blancas. Luke negó con la cabeza
y
se sentó en un asiento, abrochándose el cinturón.
—Chalco, ¿no te cansas de ser tan duro?
El corpulento hombre se encogió de hombros y casi se cae del asiento cuando el
Haz
se sacudió.
—Sé que tenéis poderes Jedi, pero eso no lo es todo, ¿sabes? Nosotros, los normales, también sabemos hacer cosas —al decir esto, se señaló con el pulgar en el pecho.
Otra sacudida estremeció la nave, y Chalco salió medio despedido del asiento. Luke recurrió a la Fuerza para volver a ponerlo en su sitio, pero descubrió que Anakin ya lo había hecho. Y
lo ha hecho tan suavemente que dudo que Chalco sepa que le ha ayudado.
—Por favor, Chalco, ponte el cinturón de una vez.