Anakin se revolvió inquieto. Por primera vez se daba cuenta de lo en serio que se tomaba Daeshara'cor su búsqueda. Cuando ella le amenazó con matarle si le percibía intentando entrar en la Fuerza. Y ahora se hallaba sentada, con dos sables láser sobre el regazo y el intercomunicador en la mano. Apagó el intercomunicador y le miró.
—Ya lo has oído. Te cambiaré por los datos. No saldrás herido.
De rodillas, en la esquina de un sórdido apartamento sin amueblar y con las manos atadas a la espalda y a los tobillos, Anakin suspiró.
—Estás diciendo que no saldré más herido de lo que ya estoy. —Ha sido algo inevitable. No puedo arriesgarme a que te escapes. —No me refería a eso, Daeshara'cor —se encogió de hombros cuanto pudo—. Siempre admiré tu esfuerzo. ¿Por qué haces esto?
Ella suspiró.
—No lo entenderías.
—¿No? ¿Por qué no? ¿Porque no soy un twi'leko? ¿Porque crecí en Coruscant y después en la Academia? —Anakin frunció el ceño.
Antes de que ella pudiera abrir la boca, la puerta del apartamento saltó con un chasquido. Chalco apareció en el umbral, con una carabina láser en una mano y una cosa gruñona y gris envolviéndole el cuello. Era como si alguien le hubiera arrancado una tira de piel a un talz y la hubiera convertido en estola, para después atarla a una vaina en alguna carrera de larga duración.
—Quieta, Daeshara'cor —farfulló Chalco en tono grave—. No te preocupes, chaval, ya estás a salvo.
—¿Eso crees? —la twi'leko cogió el sable láser y lo encendió. La hoja derramó reflejos mortales sobre el rostro de Chalco—. Vete ahora y no saldrás herido.
—No soy yo el que va a salir herido, nena —pulsó el gatillo y lanzó un rayo azulado hacia la Jedi, que alzó el sable láser con toda facilidad y le devolvió el haz azul. Dio a Chalco en la rodilla, y subió como un rayo por su cuerpo y alrededor de su estómago. El temblor involuntario de sus músculos borró rápidamente la mirada de sorpresa en su rostro y le hizo caer al suelo.
Daeshara'cor le arrastró al interior de la habitación empleando la Fuerza y cerró la puerta. Le quitó la carabina láser de las manos y lo arrastró hasta situarlo junto a Anakin.
El hombre se quedó inmóvil durante unos segundos, parpadeó y comenzó a susurrar.
—No lo entiendo.
—¿Entender qué, Chalco?
—Se suponía que no iba a poder… —se estremeció—. Me dijeron que servía para quitar los poderes a los Jedi.
Daeshara'cor frunció el ceño.
—¿De qué hablas?
—El miripiel.
Anakin arqueó una ceja mirando a su amigo.
—¿Piel de ysalamiri? ¿Es eso?
—Sí. Me costó lo suyo.
—Eh, Chalco, sólo funciona si el ysalamiri está vivo.
La twi'leko resopló.
—Y lo más cerca que ha estado esa cosa de la vida fue cuando alguien la cogió para sacarla del telar.
Chalco gruñó.
—¿Has hablado con Skywalker? —Daeshara'cor apagó el sable láser—. No, querías cogerme tú solo. Da igual, sigo teniendo algo de tiempo. Anakin alzó la mirada.
—Ibas a decirme por qué haces esto.
—No, iba a decirte por qué no lo entenderías —la mirada de la twi'leko se endureció—. Has tenido una vida privilegiada, Anakin. Tus hermanos y tú fuisteis tratados como héroes desde que nacisteis. Habéis ejercido fascinación sobre millones de seres. Las expectativas con respecto a vosotros eran enormes, son enormes, y he de decir en vuestro favor que lo lleváis bastante bien. Sin embargo, os sitúa en una posición desde la que no podéis entender al resto.
—Lo que no puedo entender es por qué quieres encontrar un arma capaz de matar a miles de millones de seres. ¿Ha habido algo tan malo en tu vida como para llevarte a eso?
—¿No puedes imaginar lo que es querer matar a millones de seres?
—No.
—¿Ni siquiera para proteger a tu familia? ¿Para salvar a tu madre? ¿A tu padre? —ella le miró directamente—. ¿Acaso no cambiarías la vida de mil millones de yuuzhan vong para recuperar a Chewbacca?
Anakin sintió que se le hacía una bola en el estómago. Luchó para que no se reflejara en su rostro. Intentó parpadear para alejar las lágrimas, pero notó cómo le inundaban las mejillas. Sorbió e intentó limpiarse la nariz en el hombro, pero no pudo. Le temblaban los labios y recordó la última vez que vio a Chewbacca, valiente y desafiante. Y
después nada…
Anakin volvió a sorber y alzó la barbilla, estirando la garganta.
—Ni miles de millones de vidas podrían devolvérmelo. Y matar a millones de yuuzhan vong no podría equipararse al heroísmo de su muerte. Chewie había vivido mucho. Era un esclavo cuando mi padre le liberó…
—Entonces él lo entendería.
Anakin frunció el ceño.
—Yo no…
—No, ni lo harás —ella se dio la vuelta y comenzó a juguetear con los botones del intercomunicador—. Necesito volver a hablar con tu tío. Chalco se enderezó lentamente y se apoyó contra la pared.
—Intentaría desatarte, chaval, pero los dedos todavía no me funcionan muy bien. La cabeza… Me late la cabeza.
—A mí también —Anakin se apartó de la pared y se enderezó de nuevo. Le dolía la cabeza, le escocían las rodillas y le quemaba la garganta. El comentario de Daeshara'cor sobre Chewie le había dolido enormemente. Contempló una vena que palpitaba en la sien de Chalco. Llevaba el mismo ritmo que el latido de su cabeza, como si le estuvieran martilleando el cráneo. Suspiró.
Levantó la cabeza un momento y volvió a bajarla antes de que Daeshara'cor se diera cuenta. Con cuidado, muy despacio, concentrándose totalmente, apartó el malestar y tocó la Fuerza.
Daeshara'cor se dio la vuelta mientras Anakin se envolvía en la Fuerza.
Avanzó un paso hacia él, y entonces la carabina láser se elevó del suelo y se clavó sólidamente en la frente de la twi'leko, que parpadeó un par de veces y se desplomó en el suelo.
Anakin se apoyó en los talones y accedió a la Fuerza para encontrar a su tío.
Lo hizo, y rápidamente; Luke estaba más cerca de lo que Anakin esperaba.
Anakin abrió los ojos y vio a Chalco mirándole con una enorme sonrisa de satisfacción.
—¿Qué es tan gracioso?
—Tienes suerte de que me diera por aparecer. Sin mí, ella habría conseguido escapar sin problemas.
—¿Crees que el hecho de enfrentarse a ti la ha dejado exhausta?
—No, no tanto.
—Y lo de darle con la carabina, ¿eso lo hiciste tú?
—No —Chalco negó con la cabeza—. Pero si yo no la hubiera traído, no habrías ténido nada que usar contra ella.
Suspirando, Anakin empleó la Fuerza para arrastrar la carabina láser hacia Chalco.
—Ahora dispárale un rayo para aturdirla y que no se despierte. Luego comprueba si ya tienes bien lo dedos para poder desatarme.
—Dame un minuto.
—Lo haría si lo tuviera, pero mi tío está al caer —Anakin sonrió al hombre—. Y soy consciente de que va a estar enfadado por el hecho de que estemos aquí, en esta situación, ¿crees que será mejor que me encuentre maniatado o libre?
—Vale. Eres un chico listo —Chalco se quitó la miripiel del cuello y la tiró a un rincón—. Eso será nuestro secreto.
—Claro, Chalco, será nuestro secreto. Ya tenemos bastantes problemas —Anakin sonrió—. Mi tío no tiene por qué saberlo todo.
¡No voy a matar a la gente que debería proteger!,
gruñó Jacen para sus adentros.
Luego convocó a la Fuerza, haciendo retroceder a la horda de esclavos humanos que se abalanzaban sobre él. Los dos primeros cayeron hacia atrás, derribando a los que iban detrás. Jacen hizo ascender a uno de los humanoides caídos y lo empujó de espaldas y a baja altura hacia las rodillas de los otros esclavos. Los cuerpos volaron por el aire y chocaron violentamente contra el suelo.
A su derecha, Corran y su sable láser plateado entraron en combate. El Jedi dio una estocada que atravesó a dos reptiloides, y siguió salpicando todo el lugar de cadáveres humeantes, hasta que llegó a ponerse cara a cara con el líder yuuzhan vong. Corran atacó desde arriba y bajó el sable de golpe. La hoja plateada hizo saltar chispas de las espinilleras de la armadura de cangrejos vonduun que cubría al yuuzhan vong, pero no llegó a rozar la carne. El guerrero dio medio paso atrás y blandió su anfibastón en un barrido que llegó a Corran desde el flanco izquierdo. El Jedi giró dentro de la trayectoria del arma y la esquivó ampliamente, cogiendo el sable con la mano derecha. Esto provocó que, por un segundo, Corran se quedara de espaldas al yuuzhan vong.
Continuó girando, equilibrándose sobre el pie derecho, y alzó el pie izquierdo, lanzando una patada lateral que incrustó su talón justo en la máscara del guerrero.
El yuuzhan vong se tambaleó hacia atrás y se enredó en un macetero. Perdió el equilibrio, cayó y quedó atrapado entre las espinosas ramas de un árbol frutal ornamental. Corran se acercó y le asestó dos golpes. El primer corte dibujó una herida en el vientre acorazado del alienígena, y el segundo le partió por la mitad.
El tercer yuuzhan vong siseó una orden que hizo que los reptiloides comenzaran a retroceder. Antes de que le diera tiempo a organizar algún tipo de defensa o de retirada, los francotiradores de la resistencia fueron a por él.
Una andanada de flamígeros disparos láser le cayó encima desde todos los ángulos, sacudiéndolo. Dio unos cuantos bandazos, se tambaleó y alzó una mano como para protegerse de los aguijones de las armas. Su armadura de cangrejos vonduun podía protegerle de un par de disparos errantes, pero un fuego tan concentrado acabó por destrozarla. El yuuzhan vong sufrió espasmos, con las piernas y los brazos estirados, y cayó al suelo de la explanada de ferrocemento.
Los reptiloides, carentes ahora de líder, se dispersaron. Ganner derribó a dos, y la resistencia acabó con más; pero ninguno se acercó en la dirección de Jacen.
En lugar de eso, cerca de él, un esclavo exclamó una orden que hizo que varios de los suyos se le unieran. Se retiraron ordenadamente hacia el norte, de vuelta al edificio desde el que habían lanzado el ataque.
Corran alzó la hoja de su sable y la hizo girar sobre la cabeza.
—Deprisa. Coged a dos de los que ha derribado Jacen. Vámonos.
Dos combatientes de la resistencia cogieron cada uno a un esclavo derribado y, cuando comenzaron a arrastrarlos, una forma oval de color negro resonó al pasar sobre sus cabezas. Desapareció por detrás de los edificios en dirección sur, pero Jacen sintió que la boca se le secaba.
—Eso era un coralita, Corran.
—¡Babas de sith! —Corran echó un vistazo al cronómetro—. Tenemos que salir de aquí rápido, y aún faltan al menos dos horas para que vengan a buscarnos. Sigamos el plan, compañeros. Sacad de aquí a los prisioneros en los vehículos. El resto nos quedaremos para enfrentarnos a los vong.
Ganner asintió sombrío.
—Me han dicho que merece la pena visitar el Jardín Xenobotánico de Pesktda.
—Bueno, pero no pienses que vas a tener tiempo de leer todos los cartelitos.
Ganner frunció el ceño, pero Jacen sonrió.
—Oye, al menos cree que sabes leer.
La réplica del Jedi de más edad fue eclipsada por la reaparición del coralita.
La nave descendió y flotó a unos diez metros por encima de la plaza. El cañón de plasma implantado en el morro soltó un rayo que siseó por encima de la cabeza de los Jedi y creó un cráter de dos metros de ancho en el ferrocemento.
Corran señaló hacia el oeste.
— ¡Largaos de aquí! Yo me quedaré para distraerlo.
Ganner comenzó a correr hacia el oeste, pero Jacen cogió a Corran de la manga.
—¿Estás seguro de que sabes lo que haces?
—No, pero eso nunca ha sido un impedimento —el Jedi corelliano le guiñó un ojo a Jacen y se puso recto, antes de salir corriendo hacia el este. Agitó el sable láser en el aire y gritó—. Venga,
chispitas,
atrévete.
El cañón de plasma giró en dirección a Corran como el ojo de un insecto. El Jedi se preparó, sable láser en mano, listo para rechazar el disparo. La luz dorada comenzó a brillar en el morro de la nave.
— ¡ Vete, Jacen, vete!
El joven Jedi frunció el ceño y arremolinó la Fuerza a su alrededor. Asió la trampilla que Ganner había usado como arma y la elevó en el aire. La incrustó en el morro del cañón y utilizó todas sus fuerzas para mantenerla ahí. Jacen sintió un inmediato golpe de tensión a través de la Fuerza, así que duplicó sus esfuerzos.