Más allá de las estrellas (23 page)

BOOK: Más allá de las estrellas
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Al frente del batallón de espos estaba un oficial, un mayor, muy envarado, con su bastón de mando cogido por detrás de la espalda y la cara ceremoniosamente rígida. Atuarre bajó la rampa como si estuvieran a punto de entregarle las llaves del planeta, saludando con la mano como para responder a una tumultuosa ovación.

—Mi querido, querido general —dijo canturreando, ascendiendo ex profeso al oficial—, ¡casi no sé cómo expresarle mi alegría! El Vicepresidente Hirken se ha excedido, de eso no cabe duda. Por favor, permítame expresarle mi más profundo agradecimiento, a usted y sus galantes hombres. ¡En nombre de Madame Atuarre y sus Cómicos Ambulantes, muchas gracias!

Se acercó hasta casi rozar al oficial, haciendo caso omiso de los fusiles y las bombas y otros artefactos de destrucción, y se puso a examinar con una mano las cintas y medallas del mayor, mientras seguía saludando efusivamente con la otra a la masa de confusos espos. Una oscura mancha carmesí empezó a extenderse por encima del cuello del uniforme del mayor y no tardó en alcanzar el nacimiento de sus cabellos en un irreprimible sonrojo.

—¿Qué significa esto? —farfulló—. ¿Intenta decirme que ustedes son la Compañía de variedades que está esperando el Vicepresidente Ejecutivo Hirken?

El rostro de Atuarre expresó una seductora confusión.

—Naturalmente. ¿No me diga que no les habían comunicado nuestra fecha de llegada al Confín de las Estrellas? En el Gremio Imperial del Espectáculo me aseguraron que se pondrían en contacto con ustedes; siempre exijo que se anuncie mi actuación con la debida anticipación.

Luego señaló con un gesto grandilocuente el extremo superior de la rampa.

—¡Caballeros! ¡Madame Atuarre les presenta a sus Cómicos Ambulantes! ¡Con ustedes, Master Marksman, el genio de las armas, que ha sorprendido a los auditorios de todos los confines con sus malabarismos con las pistolas y su infalible puntería!

Han descendió por la rampa, procurando representar su papel, sudoroso bajo los reflectores del túnel. Atuarre y los demás podían utilizar impunemente sus auténticos nombres, puesto que éstos no figuraban en los archivos de la Autoridad. Pero era posible que Han estuviera fichado, por lo cual se había visto obligado a adoptar aquella nueva personalidad.

Una vez llegado el momento, no se sentía demasiado satisfecho con ella. Cuando los espos vieron su pistola, se apresuraron a apuntar sus armas sobre él, y Han tuvo buen cuidado de mantener las manos lejos de ella.

Pero Atuarre ya había reanudado su cháchara.

—Y, para sorprenderles y divertirles con un increíble despliegue de ejercicios gimnásticos y audaces acrobacias, Atuarre se complace en presentarles a su prodigio favorito...

Han extendió un aro que llevaba consigo. Era un estabilizador anular procedente del armazón de un viejo repulsor, pero lo habían forrado y le habían adaptado una agarradera de material aislante y una unidad de distorsión. Han accionó una palanca con el pulgar y el aro quedó convertido en un círculo de luz danzarina y ondulantes colores mientras la unidad de distorsión recorría todo el espectro de la luz visible, en medio de un torbellino de chispas y llamaradas.

—...¡Pakka! —anunció Atuarre.

El cachorro saltó a través de los inocentes efectos de luz, rebotó sobre la rampa y ejecutó un triple salto mortal hacia delante, girando dos veces sobre sí mismo, para acabar con una profunda reverencia frente al sorprendido mayor. Han arrojó el aro al interior de la nave y se mantuvo apartado.

—Y por último —siguió diciendo Atuarre—, el sorprendente autómata, gran rapsoda robótica y magnifica máquina de humor y diversión, ¡Bollux!

Y el droide empezó a bajar muy tieso por la rampa, balanceando sus largos brazos y mimando de algún modo el efecto de una marcha militar. Han había alisado la mayor parte de los golpes y abolladuras y le había aplicado un radiante acabado de pintura, cinco capas de liqui-brillo escarlata, según lo prometido, con centelleantes rayitas plateadas, trabajosamente dibujadas. El droide obsolescente había quedado transformado en una figura clásica. El emblema del Gremio Imperial del Espectáculo con la máscara y el sol en llamas adornaba un lado de su tórax, un detalle que en opinión de Han podía hacer más verosímil su cobertura.

El mayor de la Espo estaba perplejo. Sabía que el Vicepresidente Ejecutivo Hirken esperaba la llegada de cierto grupo de variedades, pero no tenía noticia de que se hubiera concedido autorización de aterrizaje a ninguna troupe. Sin embargo, el Vicepresidente Ejecutivo concedía gran importancia a sus diversiones y sin duda no aceptaría con agrado ninguna interferencia o retraso. No, con ningún agrado.

El mayor adoptó la expresión más cordial que pudo conseguir con su hosca cara.

—El Vicepresidente Ejecutivo será puesto al corriente de su llegada de inmediato, Madame, mmm, ¿Atuarre?

—Sí, ¡espléndido!

Atuarre recogió su capa para hacer una reverencia y en seguida se volvió hacia Pakka.

—Coge tu material, cariño —le ordenó.

El cachorro subió brincando la rampa y regresó instantes más tarde con varios aros, una pelota de malabarista y varios elementos más pequeños que se habían fabricado a bordo de la nave.

—Les acompañaré hasta el Confín de las Estrellas —anunció el mayor—. Por cierto que mis hombres tendrán que retener el arma de su Master Marksman. Son las normas, usted comprende, Madame.

Han se armó de valor y depositó su pistola, con la empuñadura por delante, en manos de un sargento de la Espo, mientras Atuarre movía comprensivamente la cabeza.

—Naturalmente, naturalmente. Es preciso observar siempre estos detalles de urbanidad, ¿no le parece? Y ahora, mi querido, querido caballero, si es usted tan gentil...

El mayor descubrió sobresaltado que ella esperaba que le ofreciera el brazo y lo extendió, muy tieso, con la cara lívida. Los espos, que conocían muy bien el mal genio de su jefe, disimularon cuidadosamente sus sonrisas. A toda prisa, formaron una improvisada guardia de honor mientras Han pulsaba el control de la rampa. Ésta se enrolló y desapareció rápidamente y la compuerta volvió a cerrarse. La entrada de la nave no volvería a abrirse para nadie excepto él mismo, Chewbacca o uno de los trianii.

El mayor, después de mandar a un mensajero con la noticia, se llevó al grupo conduciéndolos entre el laberinto de túneles. Estaban a una larga distancia a pie de la torre y cruzaron varias de las estaciones de enlace montadas sobre ruedas de oruga, bajo las sorprendidas miradas de los técnicos de control enfundados en sus monos negros. Sus pisadas y el sonido metálico de las articulaciones de Bollux resonaban en las tuberías de los túneles y los recién llegados observaron que la gravedad era marcadamente más baja que la gravedad normalizada inducida a bordo del
Halcón Milenario
. El aire de las tuberías olía a cultivos químicos reciclados, un cambio agradable en comparación con el menú de a bordo.

Por fin llegaron a una gran compuerta permanente. La puerta exterior se abrió en respuesta a una orden verbal del mayor. Han alcanzó a divisar brevemente lo que identificó como la pared de la torre, rodeada por la juntura hermética de la tubería del túnel, lo cual confirmaba algo que había creído observar durante el aterrizaje.

El Confín de las Estrellas, o al menos la cobertura exterior de la torre, era una armadura enlazada molecularmente, toda de una sola pieza. Detalle que la convertía en uno de los edificios de construcción más cara —no, se corrigió, en el edificio de construcción más cara— que Han había visto en su vida. Reforzar los enlaces moleculares de los metales densos era un proceso costoso y la aplicación del procedimiento a semejante escala era algo sencillamente inaudito para él.

Una vez dentro de la torre, recorrieron un largo y ancho pasillo hasta el eje central, un núcleo de servicios que albergaba también los ascensores. Tuvieron que continuar a toda prisa, sin apenas tiempo para mirar un poco a su alrededor, pero aun así pudieron ver varios técnicos, ejecutivos de la Autoridad y espos caminando apresurados de un lugar a otro. El Confín de las Estrellas en sí no parecía particularmente bien vigilado, lo cual no encajaba con la teoría de que allí debía de haber un centro de detención.

Subieron a un ascensor en compañía del mayor y algunos de su hombres y fueron transportados hacia arriba a máxima velocidad. Cuando el ascensor se detuvo y cruzaron la puerta detrás del mayor, se encontraron bajo un techo de estrellas, tan brillantes y tan apretadas sobre sus cabezas que más bien parecían una bruma luminosa.

Entonces Han comprendió que estaban en la cima del Confín de las Estrellas, que estaba recubierta con una cúpula de acero transparente. Una franja de reluciente parket se extendía frente a los ascensores.

Y a continuación se iniciaba un pequeño valle circular, completo con un arroyo en miniatura y flores y vegetación de numerosos mundos, todo reproducido a escala hasta el último capullo y la hoja más minúscula. Se escuchaban cantos de pájaros y el rumor de pequeños animales, así como el zumbido de los insectos polinizadores, todos los cuales permanecían confinados en el jardín de la cúpula, seguramente por medio de campos separadores. El valle estaba ingeniosamente iluminado con globos solares en miniatura de diversos colores.

Un ruido de pisadas les hizo girarse hacia la derecha. Un hombre dobló la esquina del núcleo de servicios de la torre, un hombre alto con una hermosa figura de patriarca. Lucía un atuendo de máximo ejecutivo, espléndidamente cortado —una chaquetilla corta, chaqueta de ceremonias, camisa almidonada y pantalones con la raya meticulosamente planchada, todo coronado por una vistosa corbata roja—. Tenía una sonrisa cálida y convincente, su cabellera era blanca y abundante, sus manos limpias y suaves, con las uñas bien cortadas y pintadas. Han sintió instantáneamente el impulso de golpearle en la cabeza y arrojarle por el pozo del ascensor.

—Bienvenidos al Confín de las Estrellas, Madame Atuarre —dijo el hombre con voz segura y melodiosa—. Soy Hirken, el Vicepresidente Ejecutivo Hirken, de la Autoridad del Sector Corporativo. Es una lástima que no me hayan anunciado con tiempo su visita, pues la habríamos recibido con mayor pompa.

Atuarre fingió estar desolada.

Oh, honorable señor, no sé cómo excusarme. El Gremio nos llamó y nos pidió que acudiéramos aquí en sustitución de otra compañía, todo muy precipitado, la verdad sea dicha. Pero me aseguraron que el secretario encargado de programación, Hokkor Long, se ocuparía de todo.

El Vicepresidente Ejecutivo Hirken sonrió, apartando seductoramente los labios rojos para descubrir unos dientes blancos como la leche. Han pensó que esa sonrisa y esa voz suave debían serle muy útiles en las reuniones de comité de la Autoridad.

—No tiene ninguna importancia, señora —anunció el Vicepresidente Ejecutivo—. Su llegada se ha convertido así en un placer inesperado.

—¡Pero, qué gentil! y no tema, mi apreciado Vicepresidente; ¡nosotros sabremos distraerle de los problemas y tensiones de su alto cargo!

Mientras tanto, para sus adentros, Atuarre pronunciaba el juramento de venganza trianii: ¡Juro que veré tu corazón palpitante entre mis manos, si has causado algún daño a mi compañero!

Han observó que Hirken llevaba acoplado al cinturón un pequeño instrumento plano, un módulo central de control. Dedujo que el hombre debía ser aficionado a mantener una rigurosa vigilancia sobre todo lo que sucedía en el Confín de las Estrellas; el módulo le permitía ejercer un control total sobre sus dominios.

Os he traído algunos de los artistas más destacados de este sector de nuestra galaxia —siguió diciendo Atuarre—. Pakka, aquí presente, es un acróbata de primera fila y yo misma, además de actuar como maestra de ceremonias, ejecuto la música tradicional y danzas rituales de mi pueblo. Y aquí tenéis a nuestro apuesto Master Marksman, experto inigualable en el manejo de las armas de fuego, dispuesto a sorprenderos, venerable Vicepresidente, con sus malabarismos de puntería.

Una ruidosa carcajada acogió esta declaración y alguien dijo despectivamente:

—¿Malabarismos de puntería sobre qué? ¿Sobre su boca, seguramente?

El ser que acababa de pronunciar estas palabras apareció detrás del Vicepresidente Ejecutivo Hirken. Era una criatura reptiliana, sinuosa y de rápidos movimientos. El Vicepresidente Ejecutivo Hirken reprendió gentilmente al humanoide.

—Tranquilo, tranquilo, Uul; estas buenas gentes han venido a mitigar nuestro aburrimiento.

Luego se volvió hacia Atuarre.

—Uul-Rha-Shan es mi guardaespaldas personal y también muy versado en el manejo de las armas. Tal vez más tarde podríamos organizar alguna competición entre ellos. Uul tiene un fino sentido del humor, ¿no os parece?

Han estaba examinando al reptil, cuyas relucientes escamas verdes lucían un dibujo de rombos en rojo y blanco, y el cual estudiaba a su vez a Han con sus grandes e impasibles ojos negros. La mandíbula de Uul-Rha-Shan permanecía ligeramente entreabierta, descubriendo los colmillos y una inquieta lengua sonrosada. Llevaba una pistola, un desintegrador, conjeturó Han, sujeta al antebrazo derecho por medio de una correa y enfundada en una pistolera de resorte o propulsión energética de una u otra clase.

Uul-Rha-Shan habla ocupado su puesto a la derecha de Hirken. Han recordó haber oído mencionar en alguna otra ocasión el nombre del guardaespaldas. La galaxia estaba llena de una gran diversidad de especies, todas las cuales podían hacer gala de unos cuantos matadores excepcionales. Sin embargo, algunos individuos alcanzaban una cierta fama. Uno de ellos era Uul-Rha-Shan, un asesino y pistolero dispuesto, según se decía, a desplazarse a cualquier lugar y matar a cualquiera si el precio le parecía suficiente.

Hirken había cambiado de actitud adoptando un aire de eficiencia comercial.

—Y éste debe de ser el droide que solicité, supongo, ¿no?

Inspeccionó muy serio a Bollux con una expresión capaz de paralizar a todos los presentes.

—El Gremio tenía instrucciones muy concretas; le expliqué a Hokkor Long exactamente qué tipo de droide deseaba y le insistí en que no debía mandarme ningún otro. ¿Long les puso al corriente de mis deseos?

Atuarre tragó saliva y procuró no abandonar su actitud efusiva.

—Naturalmente, Vicepresidente Ejecutivo, estamos al corriente.

Hirken lanzó una última escéptica mirada hacia Bollux.

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