Más allá de las estrellas (27 page)

BOOK: Más allá de las estrellas
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Entretanto Hirken se habla levantado de su asiento y gritaba:

—¡Anula! ¡Anula, Ajusticiador, anula, es una orden!

Los técnicos empezaron a correr agitadamente de un lado a otro, chocando unos contra otros, pero el Marca-X había dejado de recibir las órdenes que le dirigían. Su complejo circuito de control sintonizado al timbre de la voz del Vicepresidente Ejecutivo había sido una de las primeras cosas desbaratadas.

El autómata evolucionaba desorientado sobre el ruedo, descargando sus pistolas desintegradoras, lanzallamas y cápsulas-misiles al azar, amenazando sobrecargar el sistema de supresión de ruidos.

Las paredes de acero transparente que cerraban el ruedo se convirtieron en una ventana abierta sobre el infierno mientras el Ajusticiador seguía embistiendo furioso, haciendo girar el tronco, con todas sus armas retumbando, buscando un enemigo con el cual enfrentarse que su sistema de dirección averiado no sabía encontrar.

La metralla de sus propios misiles rebotaba sobre él. Columnas de humo y llamas brotaban de sus ventiladores. Bollux se había colgado ahora con ambas manos del vientre del Marca-X, que le arrastraba de un lado a otro, y el droide empezó a preguntarse serenamente si conseguiría mantenerse sujeto hasta el final.

El Ajusticiador rebotó contra una de las paredes del ruedo. Los circuitos de selección de objetivo que todavía le quedaban creyeron que la máquina había dado finalmente con su enemigo. El autómata retrocedió, preparándose para embestir de nuevo, con los motores rugiendo.

Bollux decidió correctamente que había llegado el momento de la despedida y simplemente se soltó. El Ajusticiador arremetió velozmente otra vez, con toda la atención que le restaba concentrada en la inocente pared. El droide empezó a arrastrarse hacia la salida, chirriando fatigosamente.

El Ajusticiador se estrelló de cabeza contra la pared del ruedo y rebotó por efecto del terrible choque. Frustrado, empezó a disparar todas sus armas a corta distancia y quedó envuelto en el reflujo de rayos desintegradores, fragmentos de dardos y chorros de ácido.

Entonces, mientras Hirken gritaba un último «¡Nooo!», la temperatura interna del Marca-X alcanzó el punto crítico, agravado además por el daño exterior.

El Ajusticiador Marca-X, la última palabra en materia de autómatas de combate, quedó destrozado por una espectacular explosión, en el momento mismo en que Bollux, el droide obrero de uso general semiobsoleto, conseguía sacar su fatigado chasis de la arena.

Han se arrodilló a su lado, palmeando la espalda del viejo droide y Max Azul se las compuso de algún modo para extraer un grito de aplauso del codificador de voz. El piloto levantó la cabeza y se echó a reír, olvidándolo todo ante el terrible absurdo de ese momento.

—Dejadme descansar un minuto, por favor —suplicó Bollux, hablando todavía con mayor lentitud que antes—. Tengo que intentar poner un poco de orden en mis mecanismos.

—¡Yo puedo ayudarte! —chilló Max—. Conéctame a tus circuitos cerebrales, Bollux, y yo me encargaré de establecer las derivaciones necesarias. Así tú podrás ocuparte tranquilamente de los problemas de ciberoestasis.

Bollux abrió las planchas de su tórax.

—Si tiene la bondad, capitán.

Han depositó la pequeña computadora otra vez en su sitio.

—Conmovedor, quienesquiera que seáis —dijo una seca voz astuta a espaldas de Han—, pero no os servirá de nada. Los desmontaremos a los dos hasta conseguir la información que deseamos. ¿Y qué se ha hecho de todos tus bonitos galones y medallas, ahora que caigo en la cuenta?

Han se giró y en seguida volvió a la realidad para encontrarse cara a cara con Uul-Rha-Shan, que le aguardaba con el revólver en la mano. La pistola de Han colgaba sobre el hombro del reptil todavía en su pistolera.

Hirken apareció detrás de Uul-Rha-Shan, seguido del mayor y los demás espos, sus ejecutivos y su esposa, todos los símbolos de su importancia corporativa.

Un olor a circuitos chamuscados y metal fundido, únicos restos del precioso Marca-X, impregnaba el aire.

Las facciones de Hirken traslucían una rabia inexpresable. Señaló a Han con un dedo tembloroso.

—¡Debí comprender que formabais parte de la conspiración! Trianii, droides, el Gremio del Espectáculo... «todos» están comprometidos. Nadie podrá negármelo ahora en el Consejo de Administración; ¡esta conspiración contra la Autoridad y contra mi persona en particular abarca a todo el mundo!

Han meneó la cabeza, sorprendido. Hirken, bañado en sudor, chillaba a todo pulmón con una expresión enloquecida en la cara.

—No sé cuál es tu verdadero nombre, Marksman, pero se te han acabado las intrigas. Lo que quiero saber, ya se lo sonsacaré a tu droide y los trianii.

Pero, ya que has estropeado mi diversión, ahora vas a compensarme el mal rato pasado.

Siguió su camino con el resto de su comitiva y se detuvo una vez dentro del ruedo, al resguardo de las planchas de acero transparente. Uul-Rha-Shan cogió la pistolera de Han que llevaba colgada al hombro y se la ofreció.

—Adelante, pistolero malabarista. Veamos de qué pirueta eres capaz.

Han se acercó lentamente y cogió la pistolera. Una rápida ojeada a su desintegrador le reveló que lo habían vaciado dejándole sólo una última microcarga, insuficiente para dañar el circuito de control primario. Se volvió a mirar a Hirken, que permanecía de pie muy satisfecho tras la invulnerable pared de acero transparente. El módulo de control de su cinturón quedaba descartado. Han empezó a subir lentamente las escaleras del anfiteatro, abrochándose el cinturón y asegurándose la pistolera al muslo. Uul-Rha-Shan le siguió en seguida, enfundando otra vez el desintegrador en la pistolera que llevaba en el antebrazo. Los dos se situaron en el espacio vacío situado directamente frente a la pista; los funcionarios de la Autoridad allí reunidos levantaron los ojos hacia ellos.

Había sido una buena tentativa, se dijo Han, aunque no hubieran llegado a coronarla con éxito. Pero ahora Hirken estaba decidido a verle muerto y a arrastrar a Chewbacca y Atuarre y Pakka a sus cámaras de interrogatorio.

Han había decidido en el acto que, puesto que iba a morir de todos modos, se llevaría todas esas mentes retorcidas de la Seguridad Corporativa consigo al otro mundo.

Siguió avanzando, cautelosamente, y se situó de espaldas a la pared, mientras soltaba la correa de seguridad de su pistolera. Su contrincante, apostado a pocos pasos de distancia, todavía no había terminado sus provocaciones.

—A Uul-Rha-Shan le gusta saber a quién mata. ¿Cómo te llamas, impostor?

Han se puso muy tieso, con los brazos colgando junto al cuerpo, tamborileando nerviosamente con los dedos.

—Solo. Han Solo.

El reptil hizo un gesto de sorpresa.

—He oído hablar de ti, Solo. Al menos, eres merecedor del esfuerzo necesario para matarte.

Han hizo una mueca burlona.

—¿Crees que podrás conseguirlo, lagarto?

Uul-Rha-Shan silbó enfurecido. Han eliminó de su mente todo pensamiento excepto la situación inmediata.

—Buen viaje, Solo —le deseó Uul-Rha-Shan, tensando todo el cuerpo.

Han se puso en movimiento con una leve inclinación del hombro derecho, para volverse luego en redondo, todo con la cegadora prontitud de un experto pistolero. Pero su mano no llegó a coger la empuñadura de su pistola.

En vez de eso, fingió el gesto de disparar y se arrojó al suelo. En su caída, sintió pasar silbando sobre su cuerpo el rayo del desintegrador de Uul-Rha-Shan, que fue a estrellarse contra la pared. El disparo desencadenó una potente explosión que cogió de lleno al reptil, derribándolo de espaldas. Su descarga acababa de destrozar el circuito auxiliar del módulo de control de Hirken, liberando torbellinos de energía.

Una serie de explosiones secundarias indicaron que los conductores de la energía también habían quedado inutilizados.

Han había rodado por el suelo y la explosión había llegado a chamuscarle algún cabello. Se incorporó empuñando la pistola, mientras el pulsador de advertencia de la empuñadura palpitaba silenciosamente en su mano, en invisible señal de que el cargador estaba prácticamente vacío. ¡Como si necesitara que se lo recordaran!

—¡Solooo! —aulló Uul-Rha-Shan, con furiosos gritos de desafío, desde algún punto que Han no consiguió localizar en medio del humo y la penumbra.

Entonces percibió una lejana vibración, la espiral de sobrecarga que Max Azul había introducido en el programa de defensa secundaria siguiendo sus instrucciones. Una vez inutilizado el sistema primario y eliminado el efecto del módulo de control de Hirken, había entrado en acción la desviación del curso de la energía. La cosa ya no podía durar mucho, pensó Han.

Súbitamente, todos los presentes en el Confín de las Estrellas tuvieron la sensación de haber quedado bruscamente sumergidos en un espeso lodo, mientras el peso del planeta parecía gravitar sobre ellos. El campo antichoques... Han lo había olvidado, pero no tenía importancia.

Entonces, con una explosión imposible de describir con palabras, estalló la planta generadora de energía.

X

Atuarre tuvo que hacer un esfuerzo para no echar a correr intentando volver atrás por el laberinto de tuberías del sistema de túneles, consciente de que llevaba un policía de la Espo pisándole los talones.

El desesperado plan de Han no dejaba margen para demasiadas dudas. ¿Qué ocurriría si su bravata fallaba?

Pero nada más pensarlo, Atuarre se corrigió en seguida; el capitán Solo no estaba bravuconeando y era perfectamente capaz de llevarse a todos sus enemigos consigo al otro mundo en un acto de pasmosa venganza.

Pero Atuarre aprobaba la jugada. Era muy posible que aquel fuera el único momento vulnerable del Confín de las Estrellas. Aun así, empezó a avanzar a grandes zancadas, arrastrando al tambaleante Pakka a una velocidad vertiginosa.

Entraron en la última estación de enlace, la más próxima al
Halcón
. Un técnico de guardia permanecía distraídamente apostado detrás de su pupitre. El enlace de comunicaciones del espo dio una señal y Atuarre pudo escuchar, tan claramente como su propia escolta, la tajante orden de Hirken transmitida a través del mayor de la Espo. Los dos trianii debían ser trasladados otra vez a la torre. Se preguntó si eso era señal de que Han había logrado intervenir con éxito en el combate de Bollux.

Pero Atuarre no tenía intención de volver atrás ya; el capitán Solo le había indicado específicamente que debía volver a bordo del
Halcón Milenario
. Intentó utilizar su tono más razonable.

—Oficial, tengo que recoger un objeto muy importante de mi nave, luego podemos regresar. ¿Me permite? Es una cuestión urgente; ése es el motivo de que me dejaran salir de allí.

El espo no estaba dispuesto a dejarse embaucar y sacó la pistola.

—La orden dice en seguida. ¡En marcha!

El técnico de guardia se había puesto alerta, pero el peligro inmediato lo constituía el guardia. Atuarre levantó la garra de Pakka hasta que las puntas de sus pies apenas rozaron el suelo y lo puso ante el policía.

—Pero también tengo orden de dejar a mi cachorro a bordo de la nave. Su presencia disgustaba al Vicepresidente Ejecutivo.

Atuarre advirtió que los cortos y elásticos músculos de Pakka se ponían en tensión.

Cuando el espo abrió la boca para responder, Atuarre levantó en el aire a su cachorro. Pakka aprovechó el impulso y ambos trianii brincaron por los aires emitiendo fuertes alaridos de animal de presa que dejaron desconcertados a los hombres de la Autoridad.

Pakka pateó en su caída la cara y la garganta del sorprendido espo y Atuarre, siguiendo de cerca a su cachorro, se lanzó sobre el brazo del policía y le agarró la mano intentando arrebatarle la pistola. Los trianii derribaron a su contrincante de espaldas contra el suelo y mientras el cachorro le sujetaba la cabeza y los hombros con las cuatro extremidades y la cola firmemente enlazadas a su alrededor, Atuarre consiguió quitarle el arma.

Entonces escuchó un rumor de pasos a sus espaldas. Se volvió rápidamente y descubrió al técnico de guardia que empezaba a incorporarse de su silla detrás del pupitre. Su índice izquierdo estaba pulsando enérgicamente un botón de su tablero. Atuarre imaginó que debía de ser una alarma, pero la mano derecha del técnico empezaba a emerger apuntándola con una pistola y ésa era la primera prioridad. Atuarre disparó con la celeridad de un Guardia Montado trianii. El breve destello rojo del desintegrador derribó de espaldas al técnico, volcando su silla.

El espo, sangrando a causa de las heridas recibidas, escapó de las manos de Pakka y se abalanzó sobre Atuarre, intentando retenerla con ambas manos.

Ella volvió a disparar y el rojo rayo iluminó toda la estación de enlace. El espo se encorvó y quedó inmóvil. Todo el sistema de túneles resonaba con los timbres de las alarmas.

Atuarre se disponía a acercarse al pupitre de control de la estación de enlace para desconectar las tuberías de los túneles y cerrar el paso a sus perseguidores, cuando la estación se balanceó sobre sus soportes como si la superficie de Mytus VII se hubiera levantado empujándola. Atuarre y Pakka salieron proyectados como juguetes, empujados por los temblores de una explosión de increíble fuerza.

Atuarre se levantó algo mareada y se acercó con paso vacilante a una de las gruesas ventanillas exteriores de observación. No pudo localizar la torre. En el lugar donde se alzaba el Confín de las Estrellas había brotado ahora una columna de fuego incandescente, imposiblemente estrecha y muy alta, que se perdía en la lejanía del vacío del cielo de Mytus VII.

Finalmente, Atuarre comprendió que los generadores de los escudos deflectores que rodeaban la torre habían concentrado la fuerza de la explosión. La columna de destrucción empezó a disiparse, pero el Confín de las Estrellas seguía sin aparecer, no se divisaba ni un fragmento de la torre. Atuarre pensó que era increíble que ni siquiera la explosión de una planta generadora de energía pudiera volatilizar la casi inexpugnable torre.

Luego, obedeciendo a un inexplicable impulso, levantó la mirada más allá del extremo de la llamarada provocada por la explosión. Muy lejos de la superficie de Mytus VII alcanzó a distinguir el destello del pequeño y distante sol al reflejarse sobre la armadura de planchas de enlaces reforzados.

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