Más allá de las estrellas (20 page)

BOOK: Más allá de las estrellas
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—No. Y la lista de posibilidades es terriblemente corta.

Han escuchó los ligeras pisadas de Atuarre sobre los peldaños y la apuntó cuando salía del pozo de la escalera. Una máscara de odio felino cubrió las facciones de la trianii.

—¿Cómo te atreves a apuntarme con un arma?

—Silencio. Deposita tu pistola aquí, con cuidado, después da un paso atrás y deja tu cinturón de herramientas. Alguien ha matado a Rekkon y muy bien puedes haber sido tú. Conque no me pongas nervioso. No pienso decírtelo dos veces.

Atuarre se le quedó mirando con los ojos muy abiertos. La noticia de la muerte de Rekkon parecía haberle hecho olvidar toda su furia. ¿Pero cómo puedo saber si su reacción es auténtica o si está fingiendo?, se preguntó Han.

Una vez los tuvo a los dos en el compartimiento delantero, seguía sin detectar nada aparte de sorpresa y desaliento. Al menos, el desánimo de los otros le sirvió de estímulo para olvidar el suyo.

Un claqueteo metálico de las planchas de la cubierta acompañó la aparición de Bollux procedente de la carlinga. Han no se volvió a mirarlo hasta que captó el tono angustiado de la voz del droide.

—¡Capitán!

Han giró en redondo, apoyando una rodilla en el suelo, con el revólver levantado. Junto al umbral que comunicaba el pasillo con la carlinga estaba agazapado el cachorro, Pakka, blandiendo su pequeña pistola en una mano-garra, mientras sostenía un botiquín en la otra. Parecía vacilar indeciso sobre cómo debía actuar.

—¡Cree que me estás amenazando! —dijo Atuarre con voz ronca, mientras se disponía a acudir junto a su cachorro.

Han volvió la pistola sobre ella y siguió vigilando al cachorro.

—Dile al chico que deje la pistola y corra hacia ti, Atuarre. ¡Ahora mismo!

Ella así lo hizo y el cachorro, paseando una sorprendida mirada de Han a su madre, obedeció.

Torm cogió el botiquín de manos del cachorro y se lo dio a Han. Sin dejar de apuntar a sus pasajeros, Han se instaló en un sillón de aceleración y abrió el botiquín con la mano libre. Aplicó la boquilla de una ampolla de irrigación a la herida que tenía en la frente y después la secó con una compresa desinfectante.

Luego, dejó el botiquín en el suelo, recogió las tres armas confiscadas, las dejó a un lado, y se dispuso a enfrentarse con Torm, Atuarre y Pakka. Su cerebro daba vueltas en círculos sin encontrar una solución.

¿Cómo averiguar quién habla sido? Todos disponían de un arma y habían tenido tiempo suficiente. O bien Pakka había vuelto atrás antes de cumplir su cometido, o bien uno de los otros dos había abandonado su torreta el tiempo suficiente para cometer un asesinato. Han casi lamentó no haber intercambiado algunos disparos con el
«Shannador's Revenge»
; entonces al menos habría sabido si una de las cúpulas estaba desatendida.

Atuarre y Torm habían empezado a intercambiar recelosas miradas.

—Rekkon ya me contó —estaba diciendo Torm que tuvo muchas dudas antes de aceptaros a ti y al cachorro.

—¿Yo? —exclamó ella—. ¿Y por qué no tú? —Se volvió hacia Han—. ¿O tal vez tú?

Esa acusación le hizo reaccionar.

—Mira, hermana, yo os he sacado de allí, ¿recuerdas? Y además, ¿cómo iba a despegar y asesinar a Rekkon al mismo tiempo? Y, por otra parte, Bollux ha estado constantemente a mi lado.

Han volvió a hurgar en el botiquín, extrajo un parche de piel sintética y se lo aplicó sobre la herida, con la cabeza hecha un torbellino.

—Todo eso podrías haberlo hecho a través del computador, Solo, o puedes haberle matado justo antes de que yo subiera —dijo Torm—. ¿Y qué valor puede tener el testimonio de un droide? De momento, tú eres el que está apuntando a los demás con una pistola, matón.

Han descartó el botiquín y respondió:

—Ya sé lo que voy a hacer. Todos vosotros, los tres, vais a vigilaros unos a otros. El único que estará armado seré yo. Y si no me gusta cómo me mira alguno de vosotros, lo liquidaré. Todos sois presa fácil, ¿entendido?

Atuarre se acercó al tablero de juego.

—Te ayudaré a trasladar a Rekkon —dijo.

—No lo toques —gritó Torm—. Tú lo has matado, o bien ese cachorro tuyo, o tal vez los dos.

El enorme pelirrojo había cerrado amenazadoramente los puños.

Atuarre y también Pakka sacaron sus garras. Han los obligó a calmarse con un movimiento de su pistola.

—Tranquilo todo el mundo. Yo me ocuparé de Rekkon; Bollux puede ayudarme. Los tres os meteréis en ese compartimiento de carga, junto al pasillo central.

Han acalló sus objeciones indicándoles el cañón de la pistola. Primero Torm y luego los dos trianii se pusieron en marcha. Han los vigiló hasta que estuvieron dentro del compartimiento de carga.

—Si cualquiera de vosotros asoma la cabeza sin que yo se lo haya ordenado, supondré que intenta atacarme y lo achicharraré. Y si alguien sufre algún daño ahí dentro, arrojaré al espacio al que quede sano, sin más contemplaciones.

Dicho esto, cerró la escotilla y los dejó.

Bollux le esperaba en silencio en el compartimiento delantero en compañía de Max Azul, al que había depositado sobre un pupitre a su lado. Han contempló el cadáver.

—En fin, Rekkon, hiciste todo lo que estuvo en tu mano, pero no fue suficiente, ¿no crees? Y ahora me has cargado el muerto a mí. Mi compañero está prisionero y tengo a tu asesino aquí a bordo conmigo, Eras un viejo simpático, pero quizá preferiría no haberte conocido jamás.

Han levantó uno de los pesados brazos e intentó levantar el cadáver.

—Cógelo por el otro lado, Bollux; no era un peso liviano.

Entonces descubrió el mensaje. Han apartó torpemente el cuerpo de Rekkon y se agachó a leer un mensaje garabateado sobre el tablero de juego que había quedado oculto bajo el brazo del hombre. La letra era poco clara, trazada presurosa e irregularmente por una mano débil y dolorida.

Han movió la cabeza en uno y otro sentido mientras iba descifrando el mensaje en voz alta:

—Confín de las estrellas, Mytus VII.

Se arrodilló y en seguida descubrió la estilográfica de Rekkon manchada de sangre tirada en el suelo junto al pie del tablero de juego. Con las pocas fuerzas que le restaban, cuando ya lo habían dejado por muerto, Rekkon había conseguido dejar una nota comunicando lo que había averiguado a partir de la placa de la computadora. Aun moribundo, no había abandonado su campaña.

—Insensato —comentó Han—. ¿A quién intentaba comunicárselo?

—A vos, capitán Solo —respondió automáticamente Bollux.

Han se volvió sorprendido hacia él.

—Rekkon dejó ese mensaje para vos, señor. La herida indica que le dispararon por la espalda y, en consecuencia, lo más probable es que no llegara a ver a su atacante. El único ente vivo en quien podía confiar érais vos, capitán, y era lógico por su parte suponer que estarías presente cuando se levantara su cadáver. De este modo se aseguró de que llegaríais a recibir la información.

Han se quedó mirando el cuerpo sin vida durante un largo instante.

—Muy bien, tú ganas, viejo testarudo.

Alargó el brazo y difuminó y borroneó las palabras con la mano.

—Bollux, nunca has visto esto, ¿entendido? Tú, como si fueras mudo.

—¿Debo borrar esta porción de mi memoria, señor?

Han le respondió lentamente, como si empezara a contagiársele la manera de hablar del droide:

—No. Tal vez tengas que comunicárselo a otros si yo no consigo llegar. Y asegúrate de que Max Azul también mantenga el pico cerrado.

—Sí, capitán.

Bollux se acercó a coger el otro brazo de Rekkon mientras Han se disponía a levantarlo otra vez. Las articulaciones del droide crujían y sus servo
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pinzas chirriaban.

—Era un gran hombre, ¿no creéis, capitán?

Han debía de hacer un gran esfuerzo para sostener el peso del cadáver.

—¿A qué te refieres?

—Simplemente que tenía una función, una finalidad que le importaba por encima y más allá de su vida, señor. ¿No creéis que eso es señal de grandeza de miras?

—Tú tendrás que encargarte de la elegía, Bollux; lo único que yo puedo decirte es que ha muerto. Y tendremos que arrojarlo por la escotilla de emergencia; todavía corremos el riesgo de que nos aborden y no podemos tenerlo por aquí.

Sin más comentarios, los dos arrastraron el cuerpo de Rekkon, que había conseguido comunicarse con ellos más allá de la muerte para ofrecerle a Han las respuestas que precisaba.

Han abrió la escotilla. Atuarre, Pakka y Torm levantaron las cabezas al unísono. Se habían instalado sobre el suelo desnudo de la cubierta, el hombre en un extremo del compartimiento vacío y los trianii en la otra punta.

—Hemos tenido que deshacernos de Rekkon —les dijo Han—. Atuarre, quiero que tú y Pakka os dirijáis ahora mismo al compartimiento delantero. Y de paso puedes poner algo de comer en el módulo calentador. Tú, Torm, vendrás conmigo; necesito que me ayudes a reparar los daños sufridos durante el despegue.

Atuarre protestó.

—Pertenezco a la Guardia Montada Trianii y soy piloto diplomado, no una sirvienta. Además, capitán Solo, ese hombre es un traidor.

—Ahórrate la saliva —la interrumpió Han—. He guardado bajo llave todas las demás armas que había en la nave, incluida la otra ballesta de Chewie. El único que va armado soy yo y pienso mantener esta situación hasta que decida qué debo hacer con todos vosotros.

Ella le lanzó una hosca mirada y le dijo:

—Eres un necio, capitán Solo.

Luego salió, con Pakka a la cola.

Torm se levantó, pero Han le cortó el paso cruzando un brazo sobre la escotilla. El pelirrojo retrocedió hacia el interior del compartimiento y permaneció a la espera.

—Sólo puedo confiar en ti —le dijo Han—. Bollux realmente no sirve para gran cosa y acabo de descubrir quién mató a Rekkon.

—¿Cuál de los dos lo hizo?

—Pakka, el cachorro. Ha estado bajo la custodia de la Autoridad y algo debieron hacerle. Por eso no habla. Creo que le programaron el cerebro y luego dejaron que Atuarre lo recuperara. Rekkon no habría permitido que ningún otro miembro del grupo se acercara a él.

Torm asintió tristemente. Han extrajo la pistola del hombre de la parte posterior de su pistolera y se la tendió. El indicador de carga marcaba lleno.

—Guárdate esto. No sé con certeza si Atuarre ya lo ha adivinado, pero estoy dispuesto a seguirles un poco el juego e intentar descubrir si alguno de los dos sabe algo que pueda sernos de utilidad.

Torm se guardó la pistola en el bolsillo del mono.

—¿Y ahora qué hacemos?

Rekkon dejó un mensaje antes de morir, lo inscribió sobre el tablero de juego. La Autoridad tiene detenidos a sus prisioneros especiales en un lugar llamado Confín de las Estrellas, en Mytus VI. Cuando hayamos reparado la nave, nos reuniremos todos en el compartimiento delantero y examinaremos toda la información contenida en los archivos y computadoras sobre este lugar. Tal vez Pakka o Atuarre se traicionarán cuando lo hagamos.

Una vez tuvieron reparados, en la medida de sus posibilidades, los ligeros desperfectos que había sufrido el
Halcón Milenario
durante su huida de Orron III, la tripulación de la nave se reunió en el compartimiento delantero. Han traía consigo cuatro pantallas de lectura portátiles.

Distribuyó una a cada uno de los demás y se quedó con la cuarta. Bollux lo observaba todo, sentado en un rincón, con Max otra vez en su emplazamiento habitual, asomado al tórax del droide.

He acoplado estas pantallas a las computadoras de la nave —explicó Han—. Cada una está sintonizada para recibir un tipo determinado de información. Yo me encargaré de los datos de navegación, Atuarre tiene la información planetológica; Pakka puede obtener el material no clasificado de la Autoridad y a Torm le corresponden los archivos de los técnicos clandestinos. Adelante, pulsad Confín de las Estrellas y a ver qué averiguamos. Los otros tres siguieron en seguida su sugerencia.

La pantalla de Torm permaneció en blanco, sólo con la pregunta. Otro tanto le ocurrió a Atuarre. La trianii levantó la vista, al igual que los demás, para ver qué obtenía Han en su pantalla.

—Las pantallas portátiles que os he dado no están conectadas —les dijo éste—, sólo la mía funciona.

—Atuarre, muéstrale tu pantalla a Torm.

Atuarre vaciló un instante, pero finalmente hizo lo que le pedían e hizo girar la pantalla para que el pelirrojo pudiera verla. En ella se leía simplemente la pregunta formulada, MYTUS VIII.

—Tú también, Pakka —le indicó Han al cachorro.

En su pantalla se leía MYTUS V.

—Observad su cara —les indicó Han a los demás, refiriéndose a Torm, que se había puesto pálido—. ¿Comprendes lo que has hecho, lo comprendes, Torm? Deja que todos vean tu pantalla. Ahí pone MYTUS VII, pero yo te había dicho que el Confín de las Estrellas estaba en MYTUS VI, igual como les indiqué un planeta falso a los demás. Pero tú ya sabías cuál era el correcto, porque lo leíste por encima del hombro de Rekkon, antes de asesinarlo, ¿verdad?

Su voz perdió su falso tono jovial.

—He dicho, ¿verdad, traidor?

Torm se puso de pie con impresionante velocidad, empuñando la pistola. Atuarre también desenfundó la suya y le apuntó. Pero ni el disparo de Torm contra Han ni el de Atuarre contra aquél surtieron ningún efecto.

—¿Dos fallos? —inquirió inocentemente Han, mientras sacaba su propia arma de la pistolera—. Te apuesto que la mía funciona, Torm.

Torm, furioso, arrojó la pistola contra él. Han reaccionó con los reflejos propios de un piloto espacial, derribando la pistola a medio camino con un certero golpe de la mano izquierda. Pero Torm ya se había vuelto y tenía agarrada a la sorprendida Atuarre con una salvaje llave de combate, preparado para romperle el cuello con un ligero movimiento. Cuando ella intentó resistirse, le dobló el cuello hasta casi el punto de fractura y la obligó a rendirse.

—Deja ese revólver, Solo —bramó—, y pon las manos sobre el tablero de juego, o...

Torm no pudo terminar la frase, pues Pakka, en un salto espectacular, aterrizó sobre sus hombros y empezó a clavarle los colmillos en el cuello y a arañarle los ojos con las garras, mientras intentaba estrangularlo con la flexible cola. Torm se vio obligado a soltar a Atuarre para impedir que el cachorro le dejara ciego. La trianii intentó volverse y ofrecer batalla, e incluso Bollux se había incorporado ante la emergencia, sin saber demasiado bien qué debía hacer.

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