Más Allá de las Sombras (20 page)

BOOK: Más Allá de las Sombras
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Kylar se detuvo ante una mesa llena de mapas. Nunca los había visto tan detallados. Había mapas de la ciudad con las manzanas pintadas de tres colores para indicar los distintos objetivos bélicos. No estaba seguro de lo que significaban los colores. Había mapas del terreno que rodeaba la ciudad, en los que se recogía la elevación, las condiciones de los caminos y una carta de navegación notablemente precisa del archipiélago de los Contrabandistas. Unos pequeños bloques con banderitas encima representaban a las diversas fuerzas que formaban dentro y fuera de la ciudad, incluidos los nuevos regimientos de conejos, lo que significaba que ya tenían espías en la ciudad con capacidad para sacar mensajes. Había mapas nacionales más amplios, en los que se marcaba tanto lo conocido como lo ignoto. No sabían quién defendía Aullavientos en el norte. No estaban seguros de los efectivos de los lae’knaught al sudeste. Sin embargo, sobre el último mapa había unos bloques que representaban la muerte de Cenaria.

Los bloquecitos de ese mapa nacional representaban a la fuerza de Logan, que calculaban algo más nutrida de lo que era; detrás de ella habían colocado refuerzos ceuríes.

No soy un general, soy solo un matarife. Y un necio.
Kylar había echado un vistazo rápido a lo que tenía ante sus narices y había creído tener una visión más certera de la situación que los generales de la ciudad. Lantano Garuwashi se había lanzado hacia la ciudad sin caballos ni bagaje, pero eso no significaba que no les hubiese ordenado que lo siguieran.

Y lo había hecho. Estaban a unos pocos días de distancia, tras el ejército de Logan, que no los había visto en ningún momento. Entretanto, Garuwashi ya había despachado un contingente de sa’ceurai para que sorteasen a las fuerzas de Logan y retrocedieran para defender la caravana de aprovisionamiento.

Entre los papeles había planes para pagar a piratas que cortasen las rutas de entrada a la ciudad de los contrabandistas y otros para fomentar una insurrección en las Madrigueras. Ya habían entablado negociaciones con el Sa’kagé, pues los generales sabían que controlaba rutas clandestinas de entrada a la ciudad. Por el momento, el Sa’kagé no ofrecía buenas condiciones, pero los generales confiaban en que sus ofertas se endulzarían en cuanto llegara la caravana de suministros y los hambrientos cenarianos presenciasen cómo se daban un banquete.

Cuanto más leía, peor se sentía Kylar. Por supuesto que el Sa’kagé llegaría a un trato con los ceuríes. Una cosa era negarse a colaborar con los khalidoranos, que pretendían exterminar toda Cenaria, y otra muy distinta traicionar a una reina impopular con un hombre razonable que no interferiría en los negocios del Sa’kagé. En cuanto llegase aquella caravana de suministros, Mama K vería el fin. Intentaría minimizar el derramamiento de sangre, pero ¿qué era mejor, que millares muriesen de hambre en las Madrigueras o que rodaran las cabezas de un centenar de nobles? Los túneles de contrabando pronto se llenarían de sa’ceurai.

—Ángel de la Noche —saludó Lantano Garuwashi, levantándose de su estera.

Kylar se aseguró de que seguía siendo invisible. Miró los papeles que tenía en la mano, que parecían flotar en el aire. Se desprendió de la invisibilidad.

—Buenos días, adalid.

Lantano Garuwashi era uno de esos pocos hombres que parecían más temibles medio desnudos que cubiertos de una armadura completa. No había grasa en su cuerpo y, aunque la mayoría de los espadachines rápidos poseían una musculatura esbelta como la de Kylar, de cintura para arriba Garuwashi parecía un herrero de músculos perfectamente definidos... y grandes. Tenía unas cuantas cicatrices repartidas por los brazos, el pecho y el estómago, pero ninguna era lo bastante profunda para haber cortado músculo y en consecuencia haber entorpecido sus movimientos. Eran las heridas de un hombre cuyos errores habían sido infrecuentes y pequeños.

Sacudió la cabeza como si quisiera despejarse, pero Kylar sospechó que el gesto estaba calculado más bien para que cascabelearan los extremos atados de aquellos sesenta y pico mechones que llevaba en el pelo, como un cuenco lleno de canicas. Después sonrió sin alegría a Kylar.

—Te estaba esperando —dijo.

Kylar no podía creérselo, pero ¿cómo si no dormiría tan ligeramente que lo despertara el roce de unos papeles hojeados a quince metros de distancia?

—Si me esperases, habría cincuenta sa’ceurai rodeando esta tienda de campaña.

—Supe que vendrías en cuanto mi centinela informó de que alguien le había atado las grebas.

Kylar se quedó boquiabierto.

—¿Se denunció a sí mismo?

Garuwashi sonrió, ufano. Kylar quería tomarlo por un engreído, pero era una sonrisa contagiosa.

—Le impuse un castigo ligero y una gran recompensa... tal y como él se esperaba.

—Hay que jod... —Cada vez que Kylar daba algo por sentado, acababa comiéndoselo con patatas.

—¿No habrá una lección que aprender en todo esto?

Kylar hizo caso omiso del ka’kari.

—Entonces, si me estabas esperando... Todo esto son cagarrutas de alcantarilla. —Tiró los papeles sobre la mesa—. No hay caravana de suministros.

La sonrisa de Garuwashi se esfumó.

—Ya llega —dijo—. Si no me crees, espera dos días. Dime, ¿crees que todos estos informes podrían haberse escrito desde que has jugado con mi centinela hasta ahora? Sería un esfuerzo descomunal, ¿no te parece? Y sería una estupidez por mi parte echarlo a perder diciéndote que te esperaba.

Kylar parpadeó.

—Entonces, ¿cuál es el truco?

Garuwashi empezó a ponerse la ropa.

—Anda, ¿ahora somos sinceros entre nosotros?

—Podría ser más rápido que mentir.

Garuwashi vaciló.

—Tienes razón. Me estoy preparando para ser rey, Ángel de la Noche.

—¿Gran Rey? —preguntó Kylar.

Garuwashi parecía desconcertado.

—Lo dices como si eso significara algo para ti.

Kylar maldijo su ineptitud.

—Es un rumor que he oído.

—¿Por qué iba a querer ser Gran Rey? Ni Cenaria ni Ceura son grandes ni están lejos entre ellas. Nombrar virreyes solo me procuraría rivales. —Descartó la idea con un gesto de la mano y se ató a la cintura la fina bata de seda—. Dentro de un año, seré rey de Ceura. Ya me he ganado una reputación y en su mayor parte sirve para mis fines. Ahora bien, en nuestra capital, Aenu, los nobles repipis me llaman bárbaro.
Diestro en la guerra, sí, pero ¿puede ser rey un carnicero?
Así es como difaman a un hombre que es demasiado excelente. Por tanto, tengo cierto interés en capturar esta ciudad sin matanzas. Los dos sabemos que puedo tomar Cenaria. Te he dejado leer el tiempo suficiente para que lo vieses, ¿sí?

—Entonces, ¿qué quieres? —preguntó Kylar.

—La rendición. Incondicional. Os doy mi palabra de que seré misericordioso. Partiremos en primavera para reclamar mi trono y, una vez que lo tenga, concederé este reino una vez más a vuestra reina.

Kylar no pudo contener un tic de irritación. A Garuwashi no se le escapó.

—¿Prefieres que haga rey al duque de Gyre? Hecho. Hasta devolveré la mitad del tesoro real. Más allá de eso, mis hombres pasarán el invierno exterminando al Sa’kagé. Dime, ¿acaso no vale solo eso el precio de alimentarnos y alojarnos? ¿No vale eso más de la mitad del tesoro?

—¿Sobre todo considerando que el tesoro está vacío?

Entonces Kylar se dio cuenta de que Lantano Garuwashi sabía que los khalidoranos se lo habían llevado todo. Se estaba limitando a ofrecer a la reina una victoria para su orgullo: ¿quieres la mitad del tesoro? ¡Aquí tienes la mitad de nada! Y dejar que sus ceuríes hablaran de que Garuwashi había condonado la mitad del tesoro cenariano contribuiría a su reputación de magnanimidad, por parca que fuese esa mitad.

—¿Quieres que Cenaria confíe en ti? ¿Le estás diciendo eso a un pueblo que acaba de sufrir bajo el tirano más brutal imaginable?

—Es un contratiempo. —Garuwashi se encogió de hombros—. Podemos hacer esto como te plazca pero, si mis hombres tienen que pagar con su sangre por esta ciudad, se cobrarán sangre a cambio. Lleva estos papeles a la reina. Tomaos unos días para ver si voy de farol. Y por cierto, este ataque de esta mañana no es buena idea. Enviad a esos conejos a por mis señores de las espadas, y este asedio terminará hoy.

Kylar le restó importancia con un gesto de la mano.

—Ya está cancelado. Era una idea estúpida.

—Así que en efecto tienes poder para cambiar las cosas. Me lo estaba preguntando.

Fue un comentario de pasada, pero a Kylar le sorprendió.
¿Cómo he llegado a esto?
Estaba negociando alegremente decenas de miles de vidas y el destino de un país.

¿Cómo se lo tomaría Logan? Kylar podía obedecer la letra de su juramento y todos salvo Terah saldrían ganando. No mataría a la reina: Lantano Garuwashi lo haría por él.

Garuwashi era un hombre de honor, pero eso no era lo mismo que un buen hombre. La cultura ceurí no le exigía disculparse por ansiar el poder. Sería fiel a sus juramentos. Sería misericordioso, pero según su propia definición de misericordia, y Kylar no tenía ocasión de llegarlo a conocer lo bastante para saber cuál era. ¿Los nobles ceuríes lo llamaban bárbaro? ¿Y si tenían razón?

Sin embargo, Cenaria se jugaba algo más que vidas. Kylar no se había quedado mucho tiempo en la ciudad después de matar al rey dios Ursuul, pero todo el mundo rebosaba de anécdotas y orgullo por la Nocta Hemata.

Cenaria había sido arrasada, y algo bueno intentaba crecer entre las cenizas. ¿Era Cenaria una tierra donde los pequeños se hacían grandes a pesar de tenerlo todo en contra, como había pasado en la Nocta Hemata y la batalla de la arboleda de Pavvil? ¿O eran el pelele de Midcyru, condenados a ser invadidos por sus vecinos, repeliendo las agresiones solo mediante la amenaza de una corrupción tan arraigada que nadie quería gobernarlos?

Había grandes almas en Cenaria. Mama K, Logan, el conde Drake y Durzo eran gigantes. ¿No podían ser héroes como tal vez habrían sido en otro país? ¿No podría Wrable Cicatrices haber sido un célebre soldado en vez de un asesino a sueldo? Kylar creía que sí, pero dos cosas lo imposibilitaban: la invasión de ese hombre y Terah de Graesin.

—Me temo que no puedo dejarte hacer eso —dijo.

Ya vestido, Lantano Garuwashi metió los pulgares bajo su faja, que en circunstancias normales sostenía sus espadas. Debía de tener ese hábito, un recordatorio no demasiado sutil de su pericia para quienquiera que lo desafiase. Sacó los pulgares con aire desenfadado.

—¿Vas a matarme? —preguntó—. Se me hará difícil luchar contra un hombre invisible, pero pensaba que ya habíamos pasado por eso.

Kylar no le hizo caso. Estaba mirando más allá del ceurí, a su estera para dormir. Allí, idéntica a Ceur’caelestos por increíble que pareciera, había una espada en su funda. Una espada que Lantano Garuwashi no se había puesto al cinto. Una espada que Kylar había lanzado al bosque de Ezra.

—Bonita espada —dijo.

Lantano Garuwashi se puso colorado. Aunque sonrió para disimularlo al instante, con su piel clara no podía ocultarse.

—¿Qué dirán tus hombres cuando descubran que es una falsificación? ¿Tienes un interés personal en no derramar sangre? ¿No será más bien un interés personal en no desenvainar tu espada?

Dadas las circunstancias, Kylar pensó que Lantano Garuwashi dominaba su rabia bastante bien. Sus ojos perdieron el brillo y sus músculos se relajaron. No era la relajación de un vago, sino la de un espadachín. Kylar había oído que Garuwashi una vez había rajado la garganta de un adversario antes de que este pudiera desenvainar su espada. No había creído que un hombre sin Talento pudiese hacer semejante cosa, pero empezaba a replanteárselo.

Lantano Garuwashi no atacó, sin embargo. En lugar de eso se limitó a recoger su falsa Ceur’caelestos y metérsela en la faja. Forzó una expresión pasablemente agradable.

—Tengo un secreto tuyo, Ángel de la Noche. Tienes una identidad entera construida como Kylar Stern. No querrás perder eso, ¿verdad? Todos tus amigos, todo tu acceso a la clase de cosas que el Ángel de la Noche no podría encontrar por su cuenta.

—Recuérdame que le dé las gracias a Feir. —Kylar hizo una pausa. ¿Acaso aquel ceurí no se quedaba nunca sin trucos?—. Me perjudicaría en toda una serie de aspectos perder a Kylar Stern. Pero Kylar Stern no es todo lo que tengo ni todo lo que soy. Puedo cambiar de nombre.

—Cambiar de nombre no es nada del otro mundo —reconoció Garuwashi—. En Ceura lo sabemos. A veces lo hacemos para conmemorar grandes acontecimientos de nuestras vidas, pero una cara... —Dejó la frase en el aire cuando Kylar se pasó una mano por la cara y adoptó el rostro de Durzo—. Ah, eso es otra cosa muy distinta, ¿verdad?

—Perder mi identidad me costará años de esfuerzo —dijo Kylar—. Por otro lado, si tú no puedes desenvainar tu espada, no podrás dirigir a tus hombres de ninguna manera, por abrumadora que sea tu superioridad. Conozco Ceura lo bastante bien para saber que un rey no puede gobernar con una espada de hierro, y no puede existir un sa’ceurai aceuran.

Lantano Garuwashi alzó una ceja. Echó un vistazo a la espada enfundada que llevaba a la cadera.

—Si deseas retomar nuestro duelo donde lo dejamos, estaré encantado. Feir Cousat entró en el bosque de Ezra aquel día, a buscar mi espada. Hizo lo que no había logrado nunca nadie y regresó, por mi palabra de sa’ceurai. Todavía soy el portador de Ceur’caelestos. Si me obligas a desenvainarla, saciaré su espíritu con tu sangre.

Era un juramento serio, pero las palabras del voto no significaban lo que él quería que Kylar infiriese.

—No eres el portador de nada más que una funda y una empuñadura. Di que miento, Garuwashi, y me plantaré ante tu tienda y te retaré ante tu ejército. Tus sa’ceurai te harán pedazos con las manos desnudas cuando se enteren de que has perdido a Ceur’caelestos.

Los músculos de la mandíbula de Garuwashi se abultaron. No pronunció palabra durante un largo rato.

—Maldito seas —dijo por fin. El hierro que tenía dentro pareció fundirse—. Maldito seas por llevarte mi espada, y maldito sea Feir por hacerme vivir. Es verdad que salió del bosque. Dijo que había sido elegido para crear otra Ceur’caelestos para mí. Sabía que los sa’ceurai nunca lo entenderían, de modo que me dio esta empuñadura y juró volver en primavera. Le creí. —Garuwashi respiró hondo—. Y ahora tú vuelves para destruirme. No sé si odiarte o admirarte, Ángel de la Noche. Casi te tenía. Te lo he visto en la cara. ¿Acaso nunca te quedas sin trucos?

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