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Authors: Brent Weeks
Su indecisión paralizó a Mediombre. No podía moverse sin interponerse en el camino de los infantes.
—Además —prosiguió Tavi—, los harenes están demasiado vigilados. Pero la torre de los Tygres solo tiene dos terrores abajo y los eunucos sordomudos de la chica.
—Te matará —dijo el otro infante. No parecía complacerle estar teniendo esa conversación delante de Mediombre.
—¿Quién va a contárselo? ¿La chica? ¿Para que también la mate a ella? ¡Joder! ¿Dónde estamos? Llevamos diez minutos por este camino. Todos estos pasillos son iguales.
—Ya te he dicho que deberíamos haber cogido por el otro... —empezó a decir el segundo infante.
—Cállate, Rivik. Tú —dijo Tavi, dirigiéndose a Mediombre, que se encogió como haría un esclavo—. ¡Khali, apestas! ¿Por dónde se va a las cocinas?
Mediombre señaló a regañadientes hacia el camino por el que habían llegado los infantes.
Rivik se rió. Tavi lanzó una maldición.
—¿Están lejos? —preguntó.
Mediombre habría encontrado otro modo de responder, pero Dorian no pudo contenerse.
—Unos diez minutos.
Rivik volvió a reírse, más alto.
Tavi abofeteó a Dorian con el dorso de la mano.
—¿Cómo te llamas, medio hombre?
—Mi señor, este esclavo se llama Mediombre.
—¡Jo, jo! —exclamó Rivik—. ¡Mira tú qué vivo!
—No por mucho tiempo —dijo Tavi.
—Si lo matas, me chivo —advirtió Rivik.
—¿Te chivas? —El desdén y la incredulidad del rostro de Tavi aseveraban a Mediombre que los días de Rivik como compinche estaban contados.
—Me ha hecho reír —dijo Rivik—. Vamos. Ya llegamos tarde a la lección, y sabes que Draef intentará volver eso contra nosotros.
—Vale, solo un segundo. —El vir se elevó a la piel de Tavi, que empezó a entonar un cántico.
—Tavi...
—No lo matará.
La magia fue una ligera contusión a unos centímetros del pecho de Mediombre. El impacto lo lanzó contra la pared como un muñeco de trapo. El mimbre se hizo astillas y la jarra de arcilla estalló, derramando un chorro de residuos humanos sobre Mediombre y la pared que tenía detrás.
Rivik se rió con más ganas.
—Tenemos que recordar esto la próxima vez que estemos aburridos. ¡Por las tetas de Khali, qué peste! Imagínate que pudiéramos romper uno de estos trastos en la habitación de Draef.
Los infantes dejaron a Mediombre boqueando en el suelo y limpiándose la mugre de la cara. Pasaron cinco minutos antes de que se levantara pero, cuando lo hizo, fue con celeridad. Llevado por el miedo y la imitación del miedo, casi se le había pasado por alto. La nueva concubina solo podía ser una mujer. Su futura esposa se encontraba en lo alto de la torre de Bertold, y estaba en peligro.
La sierpe del abismo atravesó el agujero en la realidad y fue por Kylar. La gran sierpe era tubular, de al menos tres metros de diámetro, con una piel ennegrecida cuyas grietas dejaban ver un fuego interior. La inmensa mole acometió con brío y su ciega parte frontal se abrió entera al vomitar su boca cónica. Kylar saltó mientras los anillos concéntricos se proyectaban veloces hacia él. Todos los anillos estaban circundados de dientes y, cuando el tercero topó con un árbol, esos dientes del tamaño del antebrazo de Kylar rodearon el tronco con un movimiento brusco. La sierpe del abismo deslizó su corpachón adelante mientras la boca de lamprea se iba invirtiendo y los anillos mordían uno por uno la madera. Antes de que Kylar volviese al suelo, había arrancado una sección de tres metros del tronco.
Al instante, la sierpe volvió a atacar. No tenía medio visible de propulsar semejante masa. No se encogía antes de lanzarse como una serpiente, sino que se movía como si aquello no fuera más que la cabeza o el brazo de una criatura mucho mayor, agazapada al otro lado de aquel agujero. Una vez más, se lanzó hacia Kylar.
Este voló por los aires dando vueltas mientras el árbol que la sierpe del abismo había cortado caía al suelo y levantaba una nube de polvo en la neblinosa luz de la mañana. Kylar se agarró a un árbol y lo utilizó para girar, hundiendo en la corteza las garras que le otorgó el ka’kari para impulsarse de vuelta por encima del lomo de la sierpe. Su espada destelló mientras volaba sobre la criatura del abismo, pero el filo rebotó contra la piel acorazada.
Kylar vislumbró algo blanco con el rabillo del ojo. Aterrizó en el suelo del bosque y lo vio: un minúsculo homúnculo blanco con alas y la cara del vürdmeister, sonriendo a Kylar bajo una enorme nariz. El hombrecillo intentó arañarle la cara.
Kylar bloqueó el ataque y el homúnculo hundió sus garras en su espada como si fuera de mantequilla.
La sierpe del abismo volvió a atacar mientras Feir la golpeaba en el costado. La espada del mago resonó entre la niebla pero no causó ningún daño y ni siquiera frenó a la criatura. La sierpe del abismo era imposible de distraer, no se detendría hasta alcanzar su objetivo.
Su objetivo no era Kylar. Era el homúnculo.
Kylar soltó la espada y saltó por los aires una vez más. Se posó en el lateral de un árbol, a diez metros de altura, con los dedos de las manos y los pies hundidos en la madera. La sierpe del abismo se abalanzó sobre la espada de Kylar, en el suelo, y el cono de dientes se cerró en torno al homúnculo y fue hundiéndose en el suelo a medida que cada anillo de dientes se volvía hacia delante, devorando la criaturilla blanca y todo cuanto la rodeaba. La sierpe del abismo se echó hacia atrás entre una lluvia de tierra, raíces y hojas muertas. Satisfecha, empezó a deslizarse de vuelta al infierno del que la hubiesen invocado.
Entonces se estremeció.
Feir seguía golpeando a la criatura. Por algún motivo, no estaba usando magia. El ciclópeo mago atacó de nuevo, asestando un poderoso martillazo con su espada... que no tuvo efecto alguno.
Cuando los ojos de Kylar hallaron el auténtico motivo del estremecimiento de la sierpe del abismo, Lantano Garuwashi ya le había atravesado medio cuerpo. Estaba segándola cerca del agujero en la realidad. Solo que, bien mirado no la segaba: allá donde Garuwashi cortaba con Ceur’caelestos, la carne de la sierpe del abismo se abría de sopetón, humeando. La expresión del rostro del sa’ceurai revelaba a Kylar que el hombre estaba embelesado: era el mejor espadachín del mundo, blandía la mejor espada del mundo y se enfrentaba a un monstruo salido de las leyendas. Lantano Garuwashi estaba viviendo su propósito.
La espada del ceurí se movía con la tremenda velocidad de quien la blandía. En dos segundos hubo cortado a la sierpe entera. La sección de diez metros de monstruo cayó con estrépito al suelo del bosque, se sacudió una vez y entonces se descompuso en palpitantes pedazos rojinegros, que se disolvieron en un pestilente humo verde hasta que no quedó nada. El tocón restante se agitó sin sangrar hasta que Garuwashi le lanzó seis tajos en vertiginosa sucesión y aquello que lo controlaba, fuese lo que fuera, lo devolvió de un tirón al infierno.
Kylar salió disparado desde el árbol y aterrizó a diez pasos de Lantano Garuwashi. Como no había luchado nunca contra una sierpe del abismo, el sa’ceurai no podía saber que no aparecían sin más, que había que llamarlas. Bajó la guardia.
El vürdmeister narizón actuó antes de que Kylar lo localizase y salió de detrás de un árbol mientras lanzaba una bola de fuego verde. Garuwashi alzó a Ceur’caelestos, pero no estaba preparado para lo que pasó cuando esa espada entró en contacto con la magia.
Cuando Ceur’caelestos chocó con el vir, una sacudida sorda desprendió las agujas doradas de los alerces. La niebla matutina se infló, formando un globo visible, el musgo de los árboles se marchitó y humeó y la onda expansiva mandó por los aires a Feir, Garuwashi y el vürdmeister.
Solo Kylar permaneció de pie, protegido de la explosión mágica por el ka’kari que cubría su piel. Los hombres cayeron en todas las direcciones, pero Ceur’caelestos se quedó en el centro de su propia tormenta. Dio una vuelta en el aire y se clavó en el suelo del bosque.
Kylar la recogió con un gesto rápido de la mano. El vürdmeister caído no intentó levantarse. Acumuló poder mientras el vir de sus brazos se retorcía con movimientos lentos, ondulando según un patrón que Kylar, para su sorpresa, pudo descifrar: la magia sería un chorro de llamas de un metro de ancho y cinco de largo.
Antes de que el vürdmeister pudiera disparar la llamarada, Kylar lo atravesó.
El vürdmeister abrió sus fríos ojos azules por el dolor, y después los desorbitó de puro terror cuando hasta el último trazo espinoso azabache del vir de su cuerpo se llenó de una luz blanca. De su piel surgió una explosión de luz. El vürdmeister se revolvió y pataleó, y después quedó inerte. El vir había desaparecido sin dejar rastro y la piel del muerto quedó con el tono blancuzco habitual de los norteños. Hasta el aire parecía limpio.
En la distancia, al noreste, una corneta lae’knaught tocó la orden de cargar. Sonaba lejos, dentro del bosque del Cazador Oscuro.
—Los muy idiotas —murmuró Kylar. Él los había atraído hasta allí, pero seguía costándole creer que hubiesen picado. Contempló a Curoch.
Las cosas que hago por mi rey.
—No irás a tirarla de verdad, ¿no?
Di mi palabra.
—Tienes el Talento y las vidas que harían falta para llegar a ser amo de esa espada.
No puedo dejarme ver en público con una mano negra de metal como si tal cosa, ¿o sí?
—Ponte guantes.
—Tenemos que irnos, ya mismo —dijo Feir Cousat—. Usar magia tan cerca del bosque es como suplicar que venga el Cazador Oscuro. Y en el caballo del vürdmeister hay una especie de baliza mágica. La he ahuyentado, pero probablemente sea demasiado tarde.
De modo que por eso Feir no había usado magia cuando luchaba contra la sierpe del abismo. Muy listo.
—Has cogido mi ceuros —dijo Lantano Garuwashi con una indignación moral que Kylar no entendió. Entonces lo recordó. El alma de un sa’ceurai era su espada. Lo creían literalmente. ¿Qué clase de abominación robaría el alma de otro hombre?
—¿No la cogiste tú de otro? —preguntó Kylar.
—Los dioses me entregaron la espada —respondió Lantano Garuwashi. Temblaba de ira y aversión, aunque el desespero luchaba por saltar a primera línea de su expresión—. Tu robo no es honorable.
—No —reconoció Kylar—. Tampoco, me temo, lo soy yo.
Un aullido lastimero que no se parecía a nada que Kylar hubiese oído nunca atravesó el bosque. Era agudo y triste, inhumano.
—Demasiado tarde —dijo Feir, con un hilo de voz—. El Cazador se acerca.
El Lobo le había dicho a Kylar que se situase a cuarenta pasos de distancia del bosque del Cazador, de modo que se colocó a cincuenta. Contempló a través de los árboles, más pequeños, del bosque natural la prodigiosa altura y grosor de las secuoyas. Se sintió pequeño, atrapado en unos acontecimientos que superaban con creces su comprensión. Oyó el silbido de algo que avanzaba raudo hacia él. Levantó a Curoch y la lanzó tan adentro del bosque como pudo. La espada voló como una flecha. Al cruzar el aire por encima del bosque, prendió como una estrella que cayera a la tierra.
El bosque entero se iluminó con un resplandor dorado.
El silbido cesó.
Los tres hombres contemplaban el bosque uno al lado del otro. Feir creía que era el único que sentía el terror debido. Kylar había distraído al Cazador lanzando a Curoch entre las secuoyas, pero no había nada que le impidiese volver.
Kylar dobló con calma las piernas y se sentó en el suelo del bosque. La piel negra se retiró al interior del joven y lo dejó en paños menores. Estudió el muñón donde antes estaba su mano metálica y apenas reparó en que el resplandor otoñal del bosque se intensificaba hasta adquirir un rojo sangre que después empezó a palidecer hacia el verde.
Lantano Garuwashi, ya sin alma, tenía la mirada fija e incrédula. Sin embargo, no veía nada salvo la desaparición de Ceur’caelestos. El hombre que iba a ser rey de repente se veía aceuran, sin espada, un paria, un exiliado que no merecía siquiera que reconocieran su existencia. La lluvia cruel de las consecuencias estaba reduciendo a polvo su futuro.
En la semana anterior, Feir había visto a aquel hombre actuar en público como si Ceur’caelestos hubiese estado destinada a sus manos. Sin embargo, en momentos de intimidad, Feir había captado atisbos del joven sa’ceurai marginado con una espada de hierro, consciente de que, por mucho que se destacase, nunca sería aceptado entre los nacidos para empuñar espadas más ilustres. Era un enorme vuelco para un hombre que se había reconciliado con unas realidades muy duras, y en ese momento contemplaba a la cara otra nueva y mucho más cruel.
Feir se preguntó cuánto tiempo pasaría antes de que Garuwashi decidiera suicidarse. Lantano Garuwashi no era un hombre de los que renunciaban a su vida a las primeras de cambio. Creía demasiado en sí mismo. Sin embargo, aquella deshonra sin duda se impondría a ese talante.
El pensamiento causó en Feir una extraña sensación de vacío. ¿Por qué debía llorar la muerte de Lantano Garuwashi? Significaría que Cenaria escapase a otra ocupación brutal y que Feir se viera libre de su servicio a un hombre duro y difícil. Sin embargo, no quería que muriese. Lo respetaba.
Estalló un fogonazo de magia tan intenso que la visión de Feir se quedó blanca. Solo duró una fracción de segundo. Kylar lanzó una exclamación ahogada.
Parpadeando con los ojos llorosos, Feir lo miró. Kylar parecía inalterado: seguía medio desnudo y mirando hacia el bosque. Se puso en pie poco a poco y estiró los brazos.
—Mucho mejor —dijo Kylar, con una sonrisilla.
Tenía los dos brazos. Estaba entero. Se sacudió y su piel volvió a enmascararse de negro. No cubrió su cara con la torva máscara del juicio; en esa ocasión, llevaba una fina espada negra en la mano.
Lantano Garuwashi se hincó de rodillas y se dirigió a Feir:
—
Se extiende ante ti el siguiente camino: lucha contra Khalidor y conviértete en un gran rey.
Eso me dijiste, y yo no escuché más que lo que deseaba mi corazón: que demostraría a esos nobles afectados de Aenu lo que valían sus befas, que sería rey de Ceura. No luché contra Khalidor, y ahora he perdido mi ceuros. Así ha cosechado Lantano Garuwashi la muerte por su deslealtad. —Se volvió—. Ángel de la Noche, ¿serás mi segundo?
Una fugaz expresión confusa surcó las facciones de Kylar, y después lo comprendió. Cuando Garuwashi se practicara un corte lateral en el estómago con una espada corta, su segundo le separaría la cabeza de los hombros para consumar su suicidio. Era un honor, por bien que macabro, y Feir no pudo evitar sentirse algo ofendido.