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Authors: Nathan Long

Tags: #Aventuras,Fantástico,Infantil y Juvenil

Mataelfos (5 page)

BOOK: Mataelfos
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—Félix Jaeger —dijo Maximilian Schrieber—. No has envejecido ni un solo día.

Capítulo 3

En una cámara situada debajo de las bodegas más profundas de Altdorf, el Vidente Gris Thanquol le daba de comer en la mano a su rata ogro personal, Rompehuesos, la decimotercera que llevaba ese nombre. Con aquellas bestias era importante asegurarse de que recibían la comida —y los castigos— sólo de su amo. Así se ganaban su humilde devoción y fiera lealtad. De ese modo eran suyas y sólo suyas.

Con cierto esfuerzo sacó una gorda pierna humana de la cesta de restos que le había llevado el sirviente, y la arrojó hacia el rincón donde estaba agachada la descomunal rata ogro, devorando otro selecto bocado. Esta encarnación de Rompehuesos resultaba particularmente impresionante, ya que era blanca como la leche, desde las patas de gruesas garras hasta la deforme cabeza de cuernos romos, y tenía los típicos ojos de los albinos, rosados como visceras. De entre los cachorros de la carnada que el Clan Moldeador le había ofrecido, Thanquol la había escogido especialmente por el color, que era el mismo que el suyo.

Dejó de observar a Rompehuesos, que sorbía el tuétano de un fémur cuando su sirviente sin cola, Issfet Colamocha, apartó la cortina de piel humana de la puerta y, con su eterna sonrisa boba, hizo una reverencia para que entrara un skaven delgado que llevaba el atuendo y máscara negros de un corredor nocturno. El skaven, asesino consumado conocido sólo como Colmillo Umbrío, y que Thanquol había alquilado al Clan Eshin a un elevado precio, se arrodilló ante él, con la cabeza inclinada y la cola baja, sometido. Sólo se estremeció al oír que Rompehuesos partía el fémur con los dientes.

—He regresado, oh, sabio de la oscuridad inferior —susurró el asesino.

—Sí-sí —replicó el vidente, con impaciencia. ¿Acaso no era obvio que había regresado?—. ¡Habla-habla! ¿Los tienes? ¿Son míos al fin?

Colmillo Umbrío vaciló.

—Imploro… imploro tu perdón, vidente gris. El secuestro no ha ido según lo planeado.

Thanquol descargó un huesudo puño sobre la mesa, y casi derribó el tintero. Rompehuesos gruñó ominosamente.

—¡Me prometiste que tendrías éxito! ¡Prometiste que habías previsto todas las contingencias!

—Pensaba que lo había hecho, supremacía —dijo el asesino.

—¿Pensabas? Entonces, pensabas incorrectamente, ¿sí? ¿Qué sucedió? ¡Dime, rápido-rápido! —La cola de Thanquol se agitaba con impaciencia.

—Sí-sí, vidente gris. Comienzo —dijo Colmillo Umbrío, que tocó el suelo con el hocico y le lanzó una nerviosa mirada a la rata ogro—. El de la cresta desvió los dardos de dormir de Mao Shing (que ha sido castigado por su incompetencia, os lo aseguro) y entonces, como yo había previsto, el de la cresta y el de pelaje amarillo salieron corriendo, rápido-rápido, del sitio de bebida para pelear. Allí cayeron en mi segunda trampa y casi logramos el éxito.

—¿Casi? —preguntó Thanquol, burlón.

La cola del asesino tembló ante el devastador desdén.

—¡No es culpa mía, oh, el más benevolente de los videntes! —chilló—. Si hubiera podido contratar a valientes y orgullosos corredores de alcantarillas, en lugar de valerme de hombres esclavos enfermos, los objetivos estarían ahora mismo en vuestras nobles zarpas. Pero en el exterior, a la luz del día y en las madrigueras de lo alto, los skaven podrían haber sido descubiertos, así que tenía que bastar con los esclavos-hombres.

—Pero no bastó —gruñó Thanquol.

—No, vidente gris —dijo Colmillo Umbrío, que tragó saliva—. Fracasaron. El enano y el humano los mataron-mutilaron, a todos y luego escaparon.

—¿Escaparon? —preguntó Thanquol—. ¿Adónde-adónde?

—No… no lo sé.

—¿No lo sabes? —La voz de Thanquol ascendía con rapidez hacia un imperioso chillido. Rompehuesos percibió que estaba alterado y gimió, descontento—. ¿No lo sabes? ¿Tú, de quien me dijeron que podía olfatear, olfatear, la cola de una corneja a través de un pantano siete días después de que hubiera pasado volando? ¿Tú no lo sabes?

—Piedad-piedad, eminencia —gimoteó Colmillo Umbrío—. Efectué… efectué una retirada estratégica después de que murieran los esclavos-hombres, y cuando regresé al lugar de bebida, habían desaparecido.

—Una retirada estratégica —dijo Thanquol, con sequedad—. Huiste-corriste. Echaste el almizcle del miedo.

—No-no, magnificencia —insistió Colmillo Umbrío—. Me desplacé, meramente, a una posición de retaguardia.

Thanquol cerró los ojos para no tener que ver la miserable excusa del asesino que estaba arrodillado ante él. Se sintió tentado de hacer estallar al indigno incompetente con un rayo de fuego brujo, o dárselo de comer a Rompehuesos, pero luego recordó cuántas piedras de disformidad largamente atesoradas había gastado para procurarse los servicios de aquel idiota, y resistió el impulso. Primero haría que lo compensara por el gasto, y luego dejaría que se lo comiera la rata ogro.

—Si me permites hablar, oh, temible…

Thanquol suspiró y abrió los ojos.

—Ah, sí, te ruego que hables, oh, iluminado. Habla-habla. Que tu sabiduría nos alumbre.

Detrás de la máscara, los ojos rojos del asesino parpadearon de confusión. Al parecer, desconocía el sarcasmo.

—Eh… si me hubieras permitido matar-mutilar a los moradores de superficie, en lugar de atraparlos-capturarlos, incluso los inferiores hombres habrían podido lograrlo…

—¡No-no! —chilló Thanquol, cosa que hizo que Rompehuesos bramara, Colmillo Umbrío se envolviera con su propia cola a causa del miedo, e Issfet se encogiera—. ¡No! Tengo que ser yo quien les quite-quite la vida. Tengo que ser yo quien imponga la venganza sobre sus cuerpos indefensos por todo el dolor-vergüenza que me han causado. Sólo yo puedo darme ese gusto. ¡Sólo yo! ¿Lo has oído?

Removió entre las cosas de la mesa hasta encontrar un tarro al que le quitó el corcho antes de metérselo en una cancerosa fosa nasal. Inhaló profundamente y se estremeció hasta la punta de la cola cuando la piedra de disformidad en polvo comenzó a inundarle el cuerpo. Issfet y Colmillo Umbrío retrocedieron un paso más cuando los ojos del vidente se encendieron con un verde maléfico.

—Morirán —dijo Thanquol, cuando al fin pudo controlar el temblor—. Sí-sí, pero sólo cuando yo quiera, y mucho después de que hayan rogado-chillado que les quiten la vida. —Los relumbrantes ojos se volvieron bruscamente hacia el asesino—. ¡Encuéntralos! ¡Encuéntralos! ¡Y esta vez no dejes que se te escapen!

—Sí, vidente gris —dijo Colmillo Umbrío, que volvió a tocar el suelo con el hocico—. De inmediato, vidente gris. Me marcho, vidente gris.

—Señor —dijo Issfet, que se balanceaba con precario equilibrio sobre las patas posteriores—. Un hombre espía me ha dicho que el de la cresta y el de pelaje amarillo han abandonado la madriguera de bebida y se han llevado sus tesoros. Podría ser que viajaran otra vez.

—¿La han abandonado? —dijo Thanquol, que se volvió a mirarlo—. ¿Por qué no me has dicho esto antes?

—Acabo de saberlo, oh, gran malhechor —replicó Issfet—. Venía a decírtelo cuando llegó el señor Colmillo Umbrío.

—Pero ¿cómo voy a encontrarlos? —gimoteó Thanquol—. Podrían volver a desvanecerse durante otros veinte años.

—Enviaré a mis corredores de alcantarillas a todos los rincones de la superficie —dijo Colmillo Umbrío.

—Yo interrogaré a mis hombres espías —añadió Issfet.

—No —los atajó Thanquol, que alzó una zarpa amarilla—. ¡Ya lo tengo! —El polvo de piedra de disformidad le aclaraba la cabeza una vez más, y permitía que floreciera su genio—. El de pelaje amarillo habló con su progenitor hoy, ¿sí-sí?

—Sí-sí, excelencia —respondió Colmillo Umbrío—. Lo seguí desde allí.

—Entonces allí volverás —dijo Thanquol, que enseñó los dientes al permitirse un chillido de triunfo—. Para averiguar lo que sabe ese progenitor sobre su cría.

Max alzó una copa de vino con una mano adornada de anillos.

—Por las cálidas reuniones —dijo, y bebió un sorbo.

Félix levantó la suya y bebió a su vez.

—Por las cálidas reuniones.

Gotrek bebió sin más.

Se encontraban sentados en el elegante camarote que Max tenía a bordo del Jilfte Bateau, sólo ligeramente más grande que el pequeño camarote de Gotrek y Félix, pero mucho más lujoso, con revestimiento de caoba en las paredes y cristales de colores en las ventanas. Una estufa de hierro que había contra una de las paredes irradiaba un agradable calor. De no haber sido por el balanceo de la embarcación, Félix habría creído que se encontraba en un estudio de lujo.

—I odos os creímos muertos, ¿sabéis? —dijo Max—. Cuando no regresasteis del extraño portal de Silvana, perdimos toda esperanza.

Félix asintió.

—Malakai dijo lo mismo.

Max alzó las cejas entrecanas.

—¿Lo habéis visto?

—Estábamos a bordo de la Espíritu de Grungni cuando se estrelló —explicó Félix—. ¿No te has enterado de eso?

—Sí que oí hablar del asunto —asintió Max—, pero no se mencionaron vuestros nombres.

Max había envejecido bien, pensó Félix. Aún era apuesto, y las canas grises de la barba pulcramente recortada aumentaban el aire de grave dignidad que siempre había proyectado. Ahora tenía casi completamente gris el cabello, que le caía hasta por debajo de los hombros en una melena regia.

—No he regresado de Middenheim hasta hace muy poco —explicó—. Había mucho que hacer tras la batalla final. Mucha purificación que llevar a cabo.

Ante la mención de Middenheim, Gotrek soltó un gruñido.

—¿Cómo se produjo el accidente de la Espíritu de Grungni. —preguntó Max.

Félix guardó silencio. ¿Por dónde comenzar? Era una historia cuya narración podría requerir toda una velada. Antes de que pudiera empezar, alguien llamó a la puerta.

—Adelante —dijo Max.

Al abrirse, entró la joven vidente, ahora ataviada con un ropón mucho menos ostentoso, de lana azul oscuro, sin bordados. Inclinó la cabeza hacia Max.

—Buenas noches, magíster —saludó, sonriente—. Espero no molestar.

—En absoluto —dijo Max, mientras él y Félix se ponían de pie.

Gotrek ni siquiera alzó la mirada.

—Permitidme hacer las presentaciones que las prisas no permitieron cuando estábamos en cubierta —dijo Max—. Félix, Gotrek, permitidme presentaros a fraulein Claudia Pallenberger, oficial del Colegio Celestial y vidente de gran percepción.

Félix hizo una reverencia. Gotrek gruñó.

—Fraulein Pallenberger —continuó Max—, permitidme que os presente a Félix Jaeger, poeta, aventurero y espadachín de renombre, y Gotrek Gurnisson, matador de trolls, dragones y demonios, y el más peligroso compañero con quien he tenido el honor de viajar.

Gotrek soltó un bufido al oír eso.

Claudia hizo una cortesía y les sonrió a Félix y Gotrek.

—Me complace conoceros, herr Jaeger, y a vos, herr Gurnisson.

—El placer es todo mío —replicó Félix, al tiempo que volvía a inclinarse—. ¿Viajáis hacia Marienburgo?

—Hacia Marienburgo y más allá —replicó Claudia mientras avanzaba hasta una silla que había junto a la estufa y se sentaba. Alzó la barbilla con expresión misteriosa—. He tenido premoniciones.

Max estuvo a punto de dejar caer la copa de vino que estaba sirviendo para ella.

—Ésta es una misión secreta, fraulein —murmuró.

Claudia se sonrojó y su expresión de misterio se vino abajo. De repente pareció estar más cerca de los diecisiete que de los veinte años de edad.

—Lo siento, magíster. No lo he pensado. Yo…

Max sonrió y le entregó la copa a Claudia.

—No os preocupéis, estamos entre amigos. Pero, por favor, intentad ser más cuidadosa en el futuro.

Ella asintió, cohibida.

Max miró a Félix y Gotrek.

—No habléis de esto.

—Por supuesto que no —le aseguró Félix.

Gotrek negó con la cabeza y volvió a beber.

—Gracias. En ese caso, podéis contarles el resto, vidente.

Claudia volvió a asentir, y luego le dirigió a Félix una mirada solemne.

—He visto a Altdorf destruida en medio de fuego y sangre. He visto a Marienburgo arrasada de la faz de la tierra por una ola gigantesca. He visto muerte y ruina en una escala inimaginable, y la llegada de una gran era oscura.

—Ah —dijo Félix—. Ya veo. —No parecía haber nada más que decir.

—Y me siento atraída hacia el norte por la sensación de que la prevención de estos acontecimientos podría encontrarse allí.

—Las visiones de fraulein Pallenberger han sido confirmadas como auténticas por los magísteres de su colegio —intervino Max—. También determinaron que ella está particularmente sintonizada con esas líneas de posibilidad, y la han enviado a seguirlas hasta el origen. Yo la acompaño como mentor y, eh… protector.

Félix frunció el ceño, confundido.

—¿Estás con el Colegio Celestial, Max? Siempre había pensado…

Max sonrió y bebió otro sorbo.

—No, aún pertenezco a la Orden de la Luz. Pero se juzgó que, eh… que un hombre que había visto algo de mundo…

—Los magísteres de mi colegio —lo interrumpió Claudia, con los ojos encendidos— son un atajo de polvorientos ancianos de barba gris que nunca salen de sus habitaciones. Siempre tienen los ojos en el telescopio y la mente en las nubes. Se escondieron detrás de sus puertas como gallinas cuando pregunté quién iba a acompañarme.

Max tosió para ocultar la risa.

—Me escogieron porque, durante mi deambular de juventud, antes de encontrar empleo con el Graf de Middenheim, había pasado algún tiempo en Marienburgo y trabado conocimiento con algunos de los líderes de la fraternidad mágica de la ciudad.

—Y porque habéis lanzado de verdad un hechizo en batalla —añadió Claudia, con vehemencia.

Max asintió.

—También por eso. Aunque espero que esto no será más que una misión de reconocimiento y que no habrá necesidad de violencia.

Félix miró a Max con el ceño fruncido.

—Perdóname, Max, pero ahora estoy confundido. Cuando Makaisson dijo que estabas en los colegios, no lo pensé, pero ¿tú no estabas…? Es decir, ¿cómo se ha producido esto? Creo recordar que me dijiste que, eh… habías roto con ellos. ¿No fue ésa la causa de tu «deambular de juventud»?

Max sonrió con aire melancólico.

—En la vida de un hombre… —al decir esto le lanzó a Félix una penetrante mirada—. Al menos en la vida de algunos hombres… llega un momento en el que se dejan atrás los vagabundeos y se desea una mayor seguridad. —Bebió otro sorbo de vino—. Aquel año, la Zarina me honró por mi participación en la defensa de Praag. Eso me ganó la reacia aceptación de mis colegas, y unos años más tarde, después de muchos carraspeos y vacilaciones, me ofrecieron un puesto de profesor y una oportunidad de continuar con mis estudios… dentro de lo razonable. —Le echó una mirada a Gotrek, que continuaba contemplando el interior de la jarra con ojos inexpresivos—. De todos modos, correr aventuras ya no era lo mismo, después de que vosotros dos desaparecierais, así que acepté la plaza. Y allí he permanecido desde entonces.

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