Dejaron a Puonvangi en el 303 en compañía de un alborotado grupo de birilisi que habían acudido a un congreso. Los birilisi eran una especie aviar y muy dados a los excesos narcóticos. Estaba garantizado que Puonvangi y ellos se iban a llevar bien. Los revoloteos eran constantes.
Se pusieron los trajes y fueron a un sitio que conocía Quike donde se reunían los acuatizados, que eran humanoides adaptados por completo a los hábitats acuáticos. El espacio estaba lleno de lo que parecía todo tipo de especie acuática, o, al menos, aquellos por debajo de cierto tamaño. El agua cálida y brumosa estaba llena de aromas a piel, sonidos incomprensibles de todo tipo de frecuencias apreciables y curiosas pulsaciones musicales. No podían quitarse los trajes y hacían burbujas al reírse cuando intentaban beber debajo del agua con copas inteligentes y pajitas que se autosellaban. Hablaban a través de lo que era básicamente un tubo acústico de antes de que hubiera electricidad.
Se terminaron las copas a la vez.
Djan no miraba a Quike sino a dos criaturas delgadas con unos volantes fabulosos de colores extravagantes que medían tres metros y tenían unas cabezas y unas caras grandes, largas y carentes de expresión, pero de algún modo dignas a la vez. Flotaban a poca distancia de ella y permanecían una enfrente de la otra, justo fuera del alcance de los respectivos volantes, que se agitaban tan rápido que parpadeaban. Djan se preguntó si estaban hablando, discutiendo o flirteando.
Quike le tocó un brazo para llamar su atención.
–¿Nos vamos? –le preguntó–. Hay algo que quiero que vea.
Djan bajó la cabeza y miró la mano masculina que permanecía en su brazo.
Cogieron un coche burbuja para atravesar la galaxia cerrada del gran espacio interno principal de la Gran Nave hasta el alojamiento de Quike. Seguían con los trajes puestos, sentados uno al lado del otro en el coche, que aceleraba por el espacio interior, y se comunicaban por el encaje mientras las desconcertantes y llamativas extensiones del interior de la nave pasaban a su alrededor a toda velocidad.
De verdad que tiene que ver esto,
le dijo él con una mirada.
Tampoco hace falta exagerar,
le dijo ella.
Ya estoy aquí, voy con usted.
A Djan nunca se le había dado muy bien lo de ser romántica. El cortejo y la seducción, incluso cuando se trataba de una especie de juego, le parecía algo deshonesto. Una vez más, le echaba la culpa a su educación, aunque tampoco habría insistido demasiado si la hubieran presionado. En último caso estaba dispuesta a admitir que, quizá, a cierto nivel que estaba más allá incluso del adoctrinamiento infantil, era cosa suya y nada más.
El espacio vital de Quike era un trío de esferas de cuatro metros agrupadas con miles de otras en una sarta de kilómetros de largo de hábitats alienígenas situados cerca del inmenso muro curvado de la periferia exterior del espacio principal. A la habitación se entraba por la esclusa de gel más pegajosa y lenta que Djan se hubiera encontrado jamás. El interior era bastante pequeño y estaba muy iluminado. El aire sabía a limpio, casi ácido. No había nada que pareciera personal. Había muebles o mobiliario de utilidad discutible esparcidos por el suelo y las paredes. La mezcla de colores era de componentes verdes sobre fondos de color cereza. Lo que, para el gusto de Djan Seriy, no era la mejor combinación. Muchas de las superficies parecían brillar, como si lo hubieran envuelto todo con una película o una membrana muy ceñida.
–¿Otra copa? –sugirió Quike.
–Oh, supongo.
–Tengo algo de licor de Chapantlic –dijo él mientras revolvía en un pequeño cofre que tenía en el suelo. Después la vio pasar un dedo por el borde de lo que parecía un asiento cubierto de esponja. Como la vio fruncir el ceño cuando su piel se topó con algo resbaladizo y suave que lo cubría, dijo–: Lo siento. Es que está todo sellado, recubierto. Es todo un poco antiséptico. Le pido disculpas. –Parecía avergonzado mientras agitaba un par de copas relucientes con forma de campanas invertidas y una botella pequeña–. He cogido una especie de alergia rara en alguno de mis viajes y solo pueden arreglarla en la Cultura. Allá donde viva tiene que estar muy limpio. Ya me ocuparé de ello, pero por el momento, bueno...
Djan Seriy no estaba convencida en absoluto.
–¿Es infeccioso, de alguna manera? –preguntó. Su sistema inmune, todavía completamente funcional y situado desde luego en el extremo integral del espectro de la protección congénita de la Cultura, no había señalado que hubiera nada raro. Después de un par de horas en contacto tan cercano con el señor Quike, habría habido al menos alguna insinuación de algún virus o espora adverso o algún otro tipo de síntoma desagradable.
–¡No! –dijo Quike mientras le hacía un gesto para que se sentase. Se sentaron en lados opuestos de la estrecha mesa. El joven sirvió un poco del licor, que era de color marrón y muy viscoso.
El asiento que ocupaba Djan Seriy era resbaladizo. En la cabeza de la agente había entrado una nueva y diminuta sospecha. ¿A aquel tipo se le había ocurrido llevarla allí para otra cosa que no fuera sexo? La naturaleza del envoltorio del mobiliario del alojamiento de aquel hombre le parecía inquietante. ¿Qué estaba pasando allí en realidad? ¿Debería preocuparse? Era casi inimaginable que a un civil en su sano juicio se le ocurriera intentar dañar o maltratar a un agente de CE aunque ya le hubieran quitado los colmillos, claro que las personas no eran nada sino variadas y extrañas. ¿Quién sabía las cosas extrañas que se les pasaban por la cabeza?
Solo para prevenir, Djan monitorizó los sistemas disponibles en la Gran Nave a través de su encaje neuronal. El alojamiento estaba protegido en parte, pero eso era bastante normal. Vio dónde estaba en la nave y la nave sabía dónde estaba ella. Un alivio, supuso.
El joven señor Quike le ofreció una copa de campana de cristal que resonó un poco en cuanto la tocó.
–Se supone que tienen que hacer eso –le explicó él–. Se supone que las vibraciones hacen que sepa mejor.
Djan cogió la copa y se inclinó hacia delante.
–P. C. Quike –dijo–, con exactitud, ¿cuáles son sus intenciones? –Podía oler el licor, aunque solo un poco.
El joven pareció incluso acalorado.
–Primero, un brindis –dijo mientras levantaba la copa.
–No –dijo Djan, que había bajado un poco la cabeza y había entrecerrado los ojos–. Primero, la verdad. –Su nariz no informaba de nada inesperado en los vapores que se alzaban de la copa de licor que tenía en la mano, pero quería estar segura, darle a varios trozos de su cerebro tiempo suficiente para hacer un procesamiento como era debido de los elementos químicos que percibían sus membranas nasales–. Dígame qué era lo que quería enseñarme aquí.
Quike suspiró y posó la copa. Después clavó los ojos en ella.
–Durante mis viajes adquirí el talento de leer la mente –dijo muy rápido, quizá un poco molesto–. Solo quería presumir, supongo.
–¿Leer la mente? –dijo Djan Seriy con tono escéptico. Las mentes de las naves podían leer las mentes humanas, aunque se suponía que no debían hacerlo. Había equipo especializado que podía leer la mente humana y la agente se imaginaba que se podía fabricar una especie de máquina andrógina que encarnara la misma tecnología y que podría hacerlo también, ¿pero un ser humano normal? No parecía muy probable.
Aquello era deprimente. Si Klatsli Quike era un fantasioso o aunque solo estuviera loco, desde luego que ella no pensaba tener relaciones sexuales con él.
–¡Es cierto! –le dijo Quike. Después se inclinó hacia delante. Tenían las narices separadas por solo unos centímetros–. Míreme a los ojos.
–¿Habla en serio? –preguntó Djan Seriy. Oh, vaya, aquello no estaba resultando como ella hubiera deseado, en absoluto.
–Hablo muy en serio, Djan Seriy –dijo Quike en voz baja y hubo algo en su voz que la convenció para seguirle la corriente solo un poco más. Suspiró otra vez y dejó la copa de licor en la estrecha mesa. A esas alturas, estaba claro que la bebida tenía un contenido de alcohol muy alto aunque de otro modo era inofensiva.
La agente lo miró a los ojos.
A los pocos instantes hubo la insinuación de que allí había algo. Una chispa roja y diminuta. Djan se echó hacia atrás y parpadeó. El hombre que tenía delante de ella y que esbozaba una ligera sonrisa (con un aspecto bastante serio y en absoluto satisfecho de sí mismo) se llevó un dedo a los labios.
¿Qué estaba pasando? La agente hizo lo que básicamente era una comprobación de sistemas internos para asegurarse de que no había estado inconsciente ni siquiera por un momento ni había realizado algún movimiento o función de la que no tuviera conciencia, ni tampoco había pasado menos tiempo del que ella suponía. No había nada raro, no pasaba nada. Parecía estar bien.
Djan Seriy frunció el ceño y se inclinó otra vez hacia delante.
La chispa roja seguía allí, en los ojos masculinos, tan leve que casi había desaparecido. Djan se dio cuenta de que era una luz coherente, una única frecuencia, pura y restringida. Parpadeaba. Muy rápido.
Algo que se aproximaba...
¿Pero qué se aproximaba? ¿De dónde había salido aquel pensamiento? ¿Qué estaba pasando allí?
Volvió a echarse atrás, parpadeó muy rápido y frunció el ceño mientras volvía a comprobar sus sistemas. Seguía sin haber nada extraño. Se inclinó hacia delante de nuevo. Ah. Empezaba a adivinar lo que estaba pasando.
Volvió la chispa roja que parpadeaba y ella se dio cuenta que le estaba haciendo señales. Una sección de la retina de Quike debía de ser un láser capaz de enviar un haz de luz coherente a través del ojo, hasta ella. La señal se expresaba en maraino nonario, la base binaria de nueve partes del lenguaje de la Cultura. Djan había oído hablar de ese talento durante el adiestramiento de CE, aunque solo como un aparte. Era una enmienda que tenía varios milenios de antigüedad aunque ya casi nunca se usaba, hacía mucho tiempo que la había dejado obsoleta la tecnología que había tras el encaje neuronal. Era algo que incluso ella misma podría haber adquirido en solo unos pocos días, antes de que le quitaran las garras. Se concentró.
¿P
PA
?
Quike estaba enviando una ráfaga de «Permiso para aproximarse». En un principio había sido la señal de una nave. La habían adoptado como una especie de acrónimo las persona de la Cultura que querían entrar en contacto más personal con otras personas cuando no estaban muy seguras si las iban a recibir bien.
¿P
PA
?
Djan asintió apenas.
Djan Seriy,
dijo la señal.
Creo que me está recibiendo pero por favor rásquese la mejilla derecha con la mano izquierda si entiende todo esto. Rásquese una vez si el ritmo de transmisión es demasiado lento, dos si es aceptable y tres veces si es demasiado rápido.
La información entraba más rápido de lo que se podría haber pronunciado de forma inteligible pero no tan rápido como para que fuera incomprensible. Djan se rascó la mejilla derecha con la mano izquierda con suavidad, dos veces.
¡Maravilloso! Permítame presentarme como es debido. El «P. C.» por el que me preguntó antes significa «Problema candente». No soy un ser humano normal propiamente dicho. Soy un avatoide del 'Problema candente', un Supercarguero de clase Arroyo, un UCG de clase Delta modificado, un Nómada de la clase nave y técnicamente fugado.
Ah, pensó Djan. Un avatoide. El avatar de una nave de un biomimetismo tan exquisito que podía hacerse pasar por un humano normal. Un nómada nave. Y un fugado. Los fugados eran naves que habían decidido desprenderse del peso de la disciplina de la Cultura e irse por su cuenta.
Aun así, de una parte se sabía, o al menos había muchos motivos para sospechar, que estaban utilizando ese estado de exilio autoimpuesto como simple disfraz y seguían totalmente comprometidos con la Cultura. Se suponía que adoptaban el estatus de fugado como tapadera para poder llevar a cabo acciones con las que la mayor parte de la Cultura no se atrevería. El abuelo, la figura heroica ejemplar, el dios de tales navíos, era el VSG
Servicio latente,
que había fingido de forma desinteresada ese tipo de indiferencia excéntrica hacia la Cultura durante cuatro décadas y después, unos veintitantos años atrás, se había revelado de repente como una nave leal a la Cultura dominante y además (lo que resultaba muy conveniente) albergaba una flota de guerra fabricada en secreto y disponible al instante, justo cuando la Cultura más la necesitaba. Después había vuelto a desaparecer.
Djan permitió que sus ojos se entrecerraran un poco. Era muy consciente de que esa era su firma: la sospecha, la desconfianza.
Disculpe tanto subterfugio. El aire de esta habitación se mantiene estéril para evitar la posibilidad de que haya nanomecanismos vigilando este tipo de comunicaciones visuales y las cubiertas de la habitación están envueltas en una película por la misma razón. Hasta el humo que inhalé en el bar contiene un aditivo que elimina de mis pulmones cualquier posible contaminación de ese tipo. Solo he podido acercarme lo suficiente para ponerme en contacto con usted después de que llegara a bordo del
Inspiración, fusión, punto final,
y, por supuesto, todo el mundo está teniendo mucho cuidado para no disgustar a los morthanveld. ¡Me pareció mejor adoptar los jaeces de la ultraprecaución! Soy consciente, por supuesto, de que no puede responderme del mismo modo, así que permítame decirle por qué estoy aquí y por qué me pongo en con tacto con usted de este modo.
Djan alzó las cejas apenas unos milímetros.
Soy, como ya le he dicho, un fugado, aunque solo a nivel técnico. Me pasé tres mil quinientos años remolcando sin quejarme naves más pequeñas por los Vehículos de Sistemas de toda la galaxia mayor y tomé parte en el servicio activo durante la guerra idirana, en la que serví, si me permite decirle, con cierta distinción, sobre todo durante los primeros años desesperados. Después de lo cual decidí que se me debían unas vacaciones prolongadas, quizá la jubilación, para ser sincero, ¡aunque me reservo el derecho a cambiar de opinión!
He vagado por la galaxia los últimos ochocientos años y he visto todo lo que he podido de otras civilizaciones y pueblos. Siempre hay más que ver, por supuesto, la galaxia se renueva y reforma más rápido de lo que uno puede recorrerla. En cualquier caso, es cierto que me fascinan los mundos concha y tengo un interés especial en Sursamen, un interés que se concentra en no poca medida en su nivel, el Octavo. Cuando oí rumores respecto a la muerte de su padre (y, por favor, acepte mi más sentido pésame) y los acontecimientos que rodearon tan triste desenlace, incluyendo la muerte de su hermano Ferbin, pensé de inmediato en ponerme a disposición de los sarlos para ayudarlos, en particular a los hijos del difunto rey.