Materia (78 page)

Read Materia Online

Authors: Iain M. Banks

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: Materia
8.08Mb size Format: txt, pdf, ePub

–Pero ¿y después? –insistió Hippinse mientras sacudía al hombre herido–. ¿Qué fue lo que dijo? ¿Qué dijiste? ¡Repite eso! ¡Repítelo!

Djan Seriy y Holse estiraron la mano para tocar a Hippinse.

–Tranquilo –le dijo Djan Seriy al avatoide–. ¿Qué pasa? –Holse no entendía nada. ¿Qué era lo que disgustaba tanto a Hippinse? No era su hermano el que yacía muerto en la otra habitación. El tipo ni siquiera era un humano de verdad. Aquel no era su pueblo, porque él no tenía pueblo alguno.

–¡Repítelo! –gimió Hippinse y volvió a zarandear a Puibive. Djan Seriy cogió la mano de Hippinse que tenía más cerca para impedirle que siguiera sacudiendo al jovencito moribundo.

–Todos los demás se fueron, señores, los que pudieron, en los trenes, cuando todos empezamos a ponernos enfermos la segunda vez –dijo Neguste Puibive, los ojos se le ponían en blanco y le temblaban los párpados–. Siento... Todos sufrimos una terrible fiebre gástrica después de la gran explosión, aunque después nos encontramos mejor, pero luego...

–En el nombre de vuestro Dios del Mundo –le rogó Hippinse–, ¿qué dijo Oramen?

–Fue su última palabra comprensible, creo, señores –les dijo Puibive, mareado–, aunque no son reales, ¿verdad? Solo monstruos de hace mucho tiempo.

Oh, mierda, no,
pensó Anaplian.

–¿De qué se trata, muchacho? –preguntó Holse al tiempo que apartaba la otra mano de Hippinse.

–Esa palabra, señor. Esa fue la palabra que no dejaba de decir, al final, cuando pudo hablar otra vez por unos momentos, cuando lo trajeron de la cámara donde estaba el sarcófago. Una vez que supo que el conde Droffo estaba muerto. «Iln», no hacía más que decir. Al principio no le entendí pero lo dijo mucho, aunque cada vez que lo decía era en voz más baja y débil. «Iln», decía: «iln, iln, iln».

Hippinse se quedó mirando a la nada.

–Los iln –le susurró el traje a Holse–. Antiguos aeroespiniformes de nivel medio de gigantes gaseosos, originarios de la Ligadura Zunzil; adoptaron un nivel de tecnología equivalente contemporánea y sofisticada, involucrados entre punto ochenta y tres y punto setenta y ocho miles de millones de años atrás, inexistentes durante varios decieones, se creían extintos, no sublimados, no se les atribuye descendencia. Recordados sobre todo por la destrucción de unos dos mil trescientos mundos concha.

Para Djan Seriy Anaplian fue como si el mundo cayese bajo sus pies y las estrellas y el vacío se precipitaran a su alrededor.

Anaplian se levantó.

–Dejadlo –dijo mientras volvía a ponerse la máscara y salía a zancadas del compartimento. Hippinse se levantó y la siguió.

~
Es la palabra que alguien le oyó decir a un moribundo transmitida por otro,
le envió el avatoide a la agente de CE.
Podría ser falso.

Anaplian sacudió la cabeza.

~
Algo pasó eras geológicas en una ciudad enterrada, acabó con varios cientos de miles de personas al irse solo porque le apeteció y después desapareció,
respondió la agente.
Vamos a suponer lo peor del muy cabrón.

~
Fuera lo que fuera, puede que no fuese la fuente de...

–¿No puedo quedarme...? –empezó a decir Holse.

–Sí, puede, pero voy a necesitar su traje –le dijo Anaplian desde el pasillo–. Puede funcionar como un dron extra. –Su voz cambió cuando el traje de Holse decidió que la voz de la mujer se estaba debilitando y cambió al sistema de comunicaciones–. Lo mismo se aplica a mi hermano –le dijo Djan Seriy.

–¿No podemos llorarlo aunque solo sea un momento? –los interrumpió la voz de Ferbin.

–No –dijo Anaplian.

Fuera, en el aire frío y desierto, Turminder Xuss bajó en picado para reunirse con Anaplian y Hippinse cuando salieron del vagón.

–Oct –les dijo–. Todavía quedan algunos en la última nave, a un kilómetro de distancia corriente arriba, bajo el hielo. Todos muriéndose. Los sistemas de la nave, reventados por pulsaciones electromagnéticas. Las grabaciones se corrompieron pero tenían imágenes en vivo y vieron un ovoide negro que surgía de un cubo gris alojado en el centro de una cámara destacada bajo el edificio central de la ciudad. Se le unieron tres ovoides más pequeños que salieron de unos objetos que sarlos y oct cooperaron para llevar junto al principal. Lo último que vieron parece una representación de contención concéntrica: vibraciones fuertes y túneles abiertos con fotones justo antes de la confirmación de la caída de contención y la liberación de la bola de fuego.

–Gracias –le dijo Anaplian a la máquina. Después miró a Hippinse–. ¿Convencido?

Hippinse asintió con los ojos muy abiertos y la cara pálida.

–Convencido.

–Ferbin, Holse –dijo Anaplian para llamar a los dos hombres que seguían dentro del vagón–. Tenemos que irnos. Hay un iln suelto, o quizá un arma dejada por el iln. Estará en el núcleo de Sursamen o de camino hacia allí. Lo primero que hará será matar al Dios del Mundo. Después intentará destruir el mundo en sí. ¿Entendéis? Vuestros trajes deben venir con nosotros, con vosotros dentro o no. No sería una deshonra...

–Ya vamos –dijo Ferbin. Su voz sonaba hueca.

–Ya voy, señora –confirmó Holse–. Ya está muchacho, ahora descansa tranquilo, eso es –lo oyeron murmurar.

Los cuatro trajes y la forma diminuta de la máquina que los acompañaba despegaron de los restos humeantes del asentamiento Hyeng-zhar y salieron dibujando una curva rumbo a la torre abierta más cercana, a siete mil kilómetros de distancia. Turminder Xuss aceleró por delante de todos y subió antes de desvanecerse de su vista casi de inmediato. Ferbin supuso que estaban volando con la misma formación de diamante de antes, aunque los trajes iban camuflados otra vez, así que era imposible saberlo. Al menos esa vez les permitían comunicarse sin tener que tocarse.

–Pero esa cosa tiene que ser antiquísima, señora, ¿no es cierto? –protestó Holse–. Lleva una eternidad ahí abajo y todo el mundo sabe que los iln se desvanecieron hace millones de años. Sea lo que sea esa cosa, no puede ser tan peligrosa, no con poderes más modernos como los óptimos, la Cultura y demás. ¿Verdad?

–No funciona así –dijo Anaplian–. Ojalá lo hiciera.

La agente se quedó callada, se elevaron todavía más en el aire y se extendieron. Hippinse se aclaró la garganta.

–El progreso al que están acostumbrados en el Octavo no tiene la misma magnitud en este nivel de civilizaciones. Las sociedades progresan hasta que se subliman, una jubilación casi divina, si se quiere, y entonces otras empiezan de nuevo y van buscando su camino por el acantilado de la tecnología. Pero es un acantilado, no una escala tecnológica. Hay una variedad de rutas que llevan arriba y dos civilizaciones que han alcanzado la cima bien podrían haber descubierto habilidades muy diferentes por el camino. Se sabe que hace eones existían formas de mantener viable la tecnología a lo largo de periodos infinitos de tiempo y solo porque algo sea antiguo no significa que sea inferior. Con una tecnología factible de la época de esta cosa, las estadísticas demuestran que hay una posibilidad de unos sesenta-cuarenta de que su capacidad sea inferior a lo que tenemos ahora, pero es una minoría enorme.

–Siento haberos involucrado en esto –les dijo Anaplian a los dos sarlos–. Vamos a tener que descender al nivel de la Máquina y es posible que al núcleo de Sursamen para enfrentarnos a algo de lo que sabemos muy poco. Podría tener capacidades ofensivas muy sofisticadas. Me temo que nuestras probabilidades de supervivencia no sean muy altas.

–No me importa –dijo Ferbin y parecía que hablaba en serio–. Prefiero morir haciendo lo que pueda para matar a esa cosa que mató a nuestro hermano y amenaza al Dios del Mundo.

Comenzaban a abandonar la atmósfera y el cielo se volvía negro.

–¿Qué hay de la nave, señora? –preguntó Holse.

–¿Hippinse? –preguntó Anaplian.

–Estoy emitiendo una llamada de socorro –respondió el avatoide–. A los sistemas oct, nariscenos, morth, lo que sea que nos comunique. No recibo ninguna respuesta del caos del dataverso local. Se sigue extendiendo la alteración de los sistemas y lo bloquea todo. Hay que llevar la rúbrica a otro nivel para encontrar un sistema que funcione y aun así, estará sometido al capricho de otro.

–Yo enviaré la señal –dijo Anaplian.

–Supongo que no tenemos elección –dijo Hippinse–. Con eso deberíamos contar con cierta atención.

–Armando –dijo Anaplian–. Código para encuentro en espacio de Máquina, sin restricciones.

–Modo de pánico absoluto –dijo Hippinse como si hablara consigo mismo.

–¿Cómo podéis enviar la señal a la nave, señora? –preguntó Holse–. Pensé que las señales no podían salir de los mundos concha.

–Oh, algunas señales sí –dijo Djan Seriy–. Mira el barranco de las Cataratas. Donde aterrizamos antes.

Habían subido tan rápido y se habían desviado tanto que no fue fácil. Holse todavía no había ubicado el barranco que había bajo las Hyeng-zhar y no se le había ocurrido pedirle al traje que lo hiciera por él cuando le llamó la atención un destello repentino. Le siguieron cuatro más en grupos de dos. El despliegue entero duró menos de dos segundos. Unas nubes grises semiesféricas se abrieron alrededor de los puntos de luz ya muertos, después desaparecieron a toda prisa y dejaron a su paso torres de color negro grisáceo que se elevaban a toda velocidad.

–¿Qué fue eso? –preguntó Holse.

–Cinco pequeñas explosiones de antimateria –le dijo Anaplian. Las pilas de escombros ya estaban cayendo sobre el horizonte cuando ellos salieron disparados por encima de los márgenes exteriores de la atmósfera–. El
Problema candente
y sus controles remotos están vigilando la superficie a un nivel primario, por si hay vibraciones inusuales. Esas cinco explosiones juntas no golpearán Sursamen tanto como la caída de una sola estrella pero harán que el planeta resuene como una campana durante unos minutos, hasta la propia superficie, que es todo lo que necesitamos. Ondas de compresión de la superficie. Así es como se saca una señal de un mundo concha.

–Así que la nave... –empezó a decir Holse.

–Va camino del núcleo –dijo Anaplian– y no va a aceptar un no por respuesta.

–Ya es algo –dijo Hippinse–. Oh. Parece...

Una luz brillante, cegadora, se extendió a la izquierda de Ferbin, delante de ellos pero desviada. Miró casi sin querer, las imágenes bailaron en sus ojos y el visor del traje bloqueó toda la visión y después ofreció una representación obviamente falsa que mostraba el horizonte, las torres cercanas y no mucho más. La imagen que le quedó fue la de una figura humana iluminada como si estuviera hecha de sol.

–¿Anaplian? –gritó Hippinse.

–Sí –le respondió la voz tranquila–. Láser. Un impacto físico y fuerte. Visión óptica, no hay pulsación de alcance. Mi traje tiene una ligera ablación y yo unas cuantas magulladuras. Quiero todos los espejos alzados. Los trajes ya nos han separado. Habrá más...

Algo golpeó la espalda de Ferbin. Fue como el golpe de una espada sobre una gruesa cota de malla. Intentó escapársele el aliento con un silbido, pero el traje se quedó de repente muy rígido y daba la sensación de que el aliento no tenía dónde ir.

–Ataque de
AERC
, dorsal, arriba –le informó el traje–. No representa amenaza inmediata con potencia y frecuencias actuales.

–Con ese, según mis cálculos, hemos recibido un impacto cada uno, salvo yo, que he recibido dos –dijo Anaplian–. Hubo más que no nos alcanzaron. Estoy leyendo una fuente en el techo, tecnología nariscena, es de suponer...
¡tch! Tres
contra mí. Fuente probablemente comprometida.

–Ídem –dijo Hippinse–. Creo que podemos absorberlo. Fuera de alcance en veinte.

–Sí, pero puede haber otros más adelante. Voy a enviar a Xuss a ocuparse de ellos. Aunque solo sea para que practique.

–Será un placer –dijo Turminder Xuss–. ¿También puedo usar mi antimateria?

–Lo que sea –dijo Anaplian.

–Dejádmelo a mí –ronroneó Xuss–. ¿Vuelvo a adelantarme para anticipar algo parecido?

–Tú mismo –dijo Anaplian–. La cinética me preocuparía más; prioriza y advierte.

–Por supuesto.

–Pese a todo, dispara primero.

–Me mimas demasiado.

–¡Eh! –gritó Holse un momento después–. Por mi fe, ni siquiera mi viejo me pegaba tan fuerte.

–Debería ser el último de esta ronda –dijo Xuss–. Allí; justo por el colimador. ¡Oh! Qué bonito.

–Disparar, no admirar –le dijo Anaplian.

–Ah, no me digas –dijo Xuss, entre divertido y molesto–. Voy para allá.

Sobrevolaron el paisaje a mucha altura unos minutos más sin atraer nuevamente atención hostil. El mundo parecía girar como un gran tambor bajo ellos, brillaba y se oscurecía, las estrellas rodantes y fijas iban y venían y los complejos de palas y la estructura del techo proyectaban sombras sobre ellos.

Ferbin lloró un poco más al pensar en el hermano muerto, desfigurado, atacado en aquel vagón frío y abandonado. Sin nadie que lo llorara cuando ellos se habían visto obligados a partir, sin atenciones salvo por las de un sirviente moribundo que apenas era más que un niño él mismo. No había sido una muerte ni un duelo digno de un príncipe de ninguna época.

Una furia fría y terrible comenzaba a crecerle en las tripas. ¿Cómo cojones se atrevía nadie a hacerle eso a un hombre tan joven, a su hermano, a tantos otros? Ferbin los había visto, había visto cómo habían muerto. Animado por Holse, había hecho que su traje le contara los efectos de las dosis altas de radiación. La certeza absoluta de morir en un plazo de entre cuatro y ocho días, y eran días de una agonía atroz. Parecía que su hermano había sufrido varias heridas antes del estallido letal, aunque eso importaba poco. Quizá todavía hubiera podido sobrevivir, pero incluso esa posibilidad, por grande o pequeña que fuera, se la había arrebatado esa cosa asesina, asquerosa y despiadada.

Ferbin contuvo las lágrimas y el traje mismo pareció absorber lo que no pudo tragar. Sin duda para ser reciclado, reutilizado y purificado, se lo devolvería como agua por la diminuta espita que podía llevarse a la boca siempre que quería. Allí dentro Ferbin era un mundo en miniatura, una granja diminuta y perfecta en la que nada se desperdiciaba y a todo lo que caía o moría se le daba una nueva utilidad, para cultivar nuevos productos o alimentar a los animales, por ejemplo.

Comprendió que él tenía que hacer lo mismo. No podía permitirse no utilizar la muerte cruel e innoble de Oramen. Era muy posible que tuvieran que entregar sus vidas en aquella empresa condenada en la que se habían embarcado, pero él iba a honrar a su hermano menor del único modo que podía significar algo a partir de ese momento, iba a convertir la muerte de Oramen en un refuerzo determinante de su motivación. Lo que había dicho cuando había hablado con Djan Seriy poco antes lo había dicho en serio. No quería morir, pero estaba dispuesto a hacerlo si con ello ayudaba a destruir la cosa que había matado a su hermano y pretendía hacer lo mismo con el Dios del Mundo.

Other books

Yuen-Mong's Revenge by Gian Bordin
Losing Touch by Sandra Hunter
Daisy and Dancer by Kelly McKain
Tagged by Eric Walters
Death of an Outsider by M.C. Beaton
The Viking's Defiant Bride by Joanna Fulford
All Good Things Absolved by Alannah Carbonneau