–¿Ocurre mucho, señor?
–Ocurre –suspiró Hippinse–. Por lo general no a las naves de la Cultura. Escriben sus propios sistemas operativos al crecer, así que es como cualquier humano que es un poco diferente en una población normal, casi una especie individual a pesar de las apariencias; los virus no pueden extenderse. A los morthanveld les gusta ejercer un control más centralizado y predecible sobre sus máquinas inteligentes. Cosa que también tiene sus ventajas, pero sigue siendo un posible punto débil. Esta máquina iln parece haberlo explotado. –Hippinse lanzó un silbido–. Debe de haber aprendido mucho y muy rápido de alguna parte.
–Un capacitador –dijo Anaplian con amargura–. Apuesto lo que quieras. Los oct sometieron a esa cosa a una máquina capacitadora.
–Eso encajaría –asintió Hippinse.
–¿Qué hay de la nave? –preguntó Anaplian.
Ferbin y Holse registraron la información que procedía de uno de los tres drones pero no habrían sabido interpretarla.
–¿Lo estáis viendo? –dijo Anaplian. Su voz parecía apagada y sin vida. Holse sintió de repente un terror ciego. Hasta la euforia de Ferbin se pinchó un poco.
–Sí –dijo Hippinse con tono lúgubre–. Lo vemos.
La luz parpadeó y llameó por delante de ellos, tenía cierto parecido con el despliegue del tiroteo con el que se habían encontrado por casualidad antes, entre los drones de la nave y la máquina morthanveld comprometida, pero mucho más lejos. La luz procedía de algún lugar por encima del horizonte y se reflejaba en la superficie inferior que tenían por encima, una luz estroboscópica que destellaba en las estructuras del techo con una lentitud distante que parecía insinuar un conflicto de un peso y una escala a varios órdenes de magnitud por encima de la anterior escaramuza.
–Son ellos, ¿verdad? –preguntó Anaplian.
–Son ellos –respondió Hippinse en voz muy baja.
Ferbin oyó el suspiro de su hermana.
–Esto –dijo la agente sin alzar la voz– no va a tener ninguna gracia.
Llegaron a tiempo de ver las naves que se destruían entre sí. La última acción fue la del Supercarguero de la Cultura
Problema candente,
que cayó sobre la nave guardián morthanveld no tripulada (un puño regordete que embestía una cabeza hinchada) y los dos quedaron aniquilados en parte en una explosión de radiación de espectros absolutos tan extrema que incluso a ochenta kilómetros de distancia fue suficiente para activar las alarmas de los trajes.
–¡He desaparecido! –dijo Hippinse, parecía un niño perdido.
–Ya solo quedamos nosotros –dijo Anaplian con tono seco–. ¡Hippinse! ¿Está bien?
–Sí –dijo el avatoide. Estaban todos mirando la metralla distante, los trozos enormes de nave que se agitaban, rodaban y salían disparados de la zona de la explosión. Las superficies relucientes daban volteretas iluminadas por las radiaciones debilitadas de la carnicería que salía volando y se estrellaba contra aspas, hojas y maquinaria antes de rebotar otra vez seguidas de chispas y chorros líquidos de restos secundarios y terciarios.
–¿Todavía capta a los drones? –preguntó Anaplian–. Yo los he perdido.
–Sí, sí. Los tengo –dijo Hippinse en voz baja–. Están respondiendo.
–Las dos naves han desaparecido –anunció Turminder Xuss–. Estoy cerca y esquivando megatoneladas de mierda por aquí. Y ya veo al artículo causante del conflicto. Tiene al xinthiano.
La sangre de Ferbin pareció helarse al oír la última palabra.
Xinthiano
. El otro nombre del Dios del Mundo.
–¿Y qué podría significar eso, señor? –preguntó Holse.
–El xinthiano está encerrado en lo que parece una jaula encendida –les dijo Turminder Xuss–. El causante del conflicto es muy pequeño, pero parece muy capaz. Con un perfil de energía como yo no he visto jamás. ¿Quién habría pensado que algo tan antiguo podría ser tan potente? –Se lo mostró.
Más allá de donde las naves habían librado la disputa, más allá de donde sus restos iban cayendo poco a poco (extendiéndose como locos por las grandes flores de aspas en espiral que quedaban abajo, como lluvia iluminada por el sol en un bosque en flor) a medio horizonte de distancia pero acercándose a toda prisa, se presentaba otra imagen. La perspectiva temblaba, demasiado ampliada, y después se fue estabilizando y detallando rápidamente a medida que el dron y los misiles que lo acompañaban se acercaban a gran velocidad.
El Dios del Mundo era un elipsoide de un kilómetro de ancho y dos de largo que se sacudía y retorcía dentro de un recinto escindido por la luz de un fuego al rojo vivo situada a unos cientos de metros de su superficie moteada de color marrón oscuro. La máquina iln era un punto en un lado, unida a aquel caos monstruoso por una única hebra de energía de color azul brillante.
Bajo el xinthiano, justo encima de un agujero que había en el centro de una de las inmensas flores de hojas, un globo diminuto y brillante iba creciendo y emitiendo unos destellos intensos y recurrentes de luz.
–Ahí abajo –dijo Anaplian, era como si estuviera tragando saliva.
–Está generando antimateria –dijo Hippinse.
–¿Dónde están...? –empezó a decir Djan Seriy, pero entonces los golpearon a todos unos intensos estallidos de fuego láser que partían de una fuente situada encima y por detrás de ellos. Los trajes parpadearon, giraron y salieron disparados mientras apagaban las capas. Ferbin se encontró golpeado, muerto de calor, sin aliento y con el arma casi arrancada de los brazos al girar, apuntar y disparar con un solo movimiento absurdamente rápido que ocurrió tan deprisa que le dejó los músculos y los huesos doloridos.
–Dron morth comprometido –dijo alguien.
–Mío –dijo alguien más.
–Estás...
–¡Cabronazo! –oyó sisear Ferbin a alguien. De hecho, parecía él.
Lo único que Ferbin sabía era que no hacía más que dar volteretas y sin embargo el arma apuntaba siempre en la misma dirección y no hacía más que darle patadas, lo arrojaba hacia atrás y se veía rebotando por aquellos cielos oscuros y lívidos.
Hasta que todo se detuvo.
–¿Hippinse?
No hubo respuesta.
–¡Hippinse, responda!
Era la voz de Djan Seriy.
–¿Hippinse?
Ella otra vez.
–¡Hippinse!
Ferbin se había quedado sin sentido durante un momento debido a las maniobras extremas. El traje se disculpó. Le informó que los miembros supervivientes del grupo (la agente Anaplian, el señor Holse y él) se estaban refugiando tras un aspa en el flanco de la esfera mecánica más cercana. El visor tuvo la amabilidad de rodear a su hermana y a Holse, cada uno a una distancia de unos cien metros, diez metros por debajo de la cima con forma de cimitarra del aspa que los protegía. La luz resplandecía por encima, una luz estroboscópica sobre las estructuras del techo.
Ferbin empezó a preguntarse cómo había llegado allí, a aquel refugio. Ni siquiera había articulado el pensamiento cuando el traje le dijo que había tomado el control bajo las instrucciones de la agente Anaplian.
–¿Ferbin? ¿Has vuelto con nosotros? –La voz de su hermana resonó con estrépito en sus oídos.
–Eh... sí –Intentó comprobar cómo estaba, intentó llevar a cabo un inventario mental de sus facultades y partes corporales. Por un momento le pareció que todo iba bien, pero luego recordó la pierna que le faltaba–. Bueno, no estoy peor –dijo. De hecho se sentía bien, todavía extraña, casi absurdamente eufórico, y consciente de todo. De repente se había recuperado completamente de su desmayo y al parecer estaba listo para lo que fuera. Una parte de su mente, todavía un poco mareada, se preguntó de forma vaga hasta qué punto sutil y profundo podía afectar ese traje a sus emociones y qué control tenía su hermana sobre el proceso.
–¿Holse? –preguntó Djan Seriy.
–Estoy bien, señora. Pero el señor Hippinse...
–Lo perdimos cuando atacó a la segunda de las dos máquinas morth comprometidas. Xuss tampoco responde. Y al parecer los drones de la nave tampoco han sobrevivido al último altercado. Nuestras fuerzas se han reducido un tanto, caballeros.
–¿No había dos de esas máquinas morthanveld? –preguntó Holse.
–Las dos fuera de combate. Yo terminé con la otra –dijo Anaplian. Cada palabra que pronunciaba la agente parecía cortada, arrancada de cuajo. Holse se preguntó si también habría resultado herida, pero no quiso preguntar.
–¿Y ahora qué, señora?
–Buena pregunta, Holse –dijo Anaplian–. Tengo la firme sospecha de que si sacamos la cabeza por encima de ese aspa, también nos la van a volar. Además, debido a los ángulos, en realidad no hay ningún otro sitio al que ir. Por otro lado, tengo un arma de línea de corto alcance que puede joder vivo a lo que sea que meta la cabeza o cualquier otra parte relevante por nuestro lado del aspa. Pero ese es todo nuestro inventario. La máquina iln sabe que tengo este arma y, desde luego, no va a acercarse lo suficiente como para permitirme usarla. Por desgracia –Holse oyó que la mujer respiraba hondo–, con la acción enemiga hemos perdido mi arma de partículas, las armas cinéticas se han agotado o reventado, los AERC no surtirán ningún efecto y los misiles subsidiarios también se han agotado en el curso de la acción o han sido vaporizados. Volatilizados, debería decir. Lo siento, hermano, lo siento, señor Holse. Os pido disculpas por haberos involucrado en todo esto. Al parecer os he llevado a una situación lamentable.
Así era, pensó Ferbin. Era una situación lamentable. A veces la vida misma parecía una situación lamentable.
¿Qué iba a ser de ellos? ¿Y qué le esperaba a él? Quizá muriera allí en cuestión de minutos, pero incluso si no moría, sabía que no quería ser rey. Nunca había querido. Cuando había visto a su padre asesinado, su primer impulso había sido salir corriendo, incluso antes de racionalizar aquella decisión instintiva. En el fondo siempre había sabido que no sería un buen rey, se daba cuenta de que (en el improbable caso de que pudieran escapar de aquel lío desesperado) todo su reinado, su vida entera, no serían más que un descenso lento y seguramente ignominioso desde aquella cima llena de significado y posible gloria. Llegaba una nueva era y, en realidad, él no se veía formando parte de ella. Elime, Oramen, él...
–¿Qué hay que hacer entonces, señora? –oyó decir a Holse.
–Bueno, podríamos abalanzarnos contra el cabrón y morir de inmediato, pero en vano –dijo Anaplian, parecía cansada–. O podemos esperar aquí hasta que la máquina iln termine de hacer toda la antimateria que quiera y destruya el mundo entero. Nosotros primero, y después se suicida ella y mata al xinthiano –añadió–. Si es que sirve de consuelo.
Holse tragó saliva.
–¿Y eso es todo, señora?
–Bueno... –empezó a decir Anaplian, y después hizo una pausa–. Ah. Quiere hablar. Total, podríamos escuchar lo que tiene que decir.
–Humanos –les dijo a todos una voz profunda y sonora– las máquinas de los mundos concha se construyeron para crear un campo con el que encerrar toda la galaxia. No para proteger sino para encarcelar, controlar, aniquilar. Soy un liberador, como todos aquellos que me precedieron, por mucho que se les haya vilipendiado. Al destruir estas abominaciones, os hemos liberado. Uníos a mí, no os opongáis.
–¿Qué? –dijo Ferbin.
–¿Está diciendo...? –empezó a decir Holse.
–No le hagáis caso –les dijo Anaplian–. Solo está siendo artero, como debe ser cualquier buen enemigo. Si es posible, siempre hay que desestabilizar a la oposición. Les estoy diciendo a vuestros trajes que hagan caso omiso de cualquier otro comentario de la máquina.
Sí,
pensó Ferbin,
mi hermana controla los trajes y la máquina intenta controlarnos a nosotros. Estamos controlados. Aquí solo se trata de control.
–¿Así que estamos atrapados, señora? –preguntó Holse–. ¿La máquina y nosotros?
–No –dijo Anaplian–. Ahora que lo pienso, a la máquina iln no le hace falta conformarse con tablas. Según el último cálculo que hicimos, la antimateria requerida va a necesitar horas para ir creciendo. Mucho antes de eso, una de las subcápsulas de la máquina iln va a aparecer por encima de esa esfera de aspas, por ahí detrás, a sus buenos sesenta kilómetros de distancia y podrá liquidarnos a distancia.
Holse miró la lejana cordillera y luego miró el entorno inmediato que los rodeaba. No veía cómo podían rodearlos.
–¿Cómo va a hacer eso, señora?
–Puede volver por encima del horizonte y rodearnos por detrás –dijo Djan Seriy con pesar–. El núcleo solo tiene mil cuatrocientos kilómetros de diámetro, el horizonte está muy cerca. Podría incluso rodear el núcleo entero. En el vacío, a una máquina con la capacidad suficiente no le llevaría mucho tiempo. Yo diría que tenemos un par de minutos.
–Oh –dijo Holse otra vez.
–Sí, desde luego, oh.
Holse lo pensó un momento.
–¿Nada más que podamos hacer, señora?
–Bueno –dijo Anaplian, parecía muy cansada–, siempre hay cosas que merece la pena intentar.
–¿Por ejemplo, señora?
–Voy a necesitar que uno de los dos se sacrifique. Lo siento.
–¿Perdón, señora?
–Después yo hago lo mismo –dijo Anaplian, era como si intentara conservar la calma–. Así que uno de los tres sobrevive, al menos un poco más. El traje del superviviente lo puede llevar donde sea dentro de Sursamen o de vuelta al espacio. Y lo que es más importante, quizá podamos impedir que vuelen el mundo en mil pedazos. Lo que siempre es un objetivo razonable.
–¿Qué tenemos que hacer? –preguntó Ferbin.
–Alguien tiene que rendirse –dijo Anaplian–. Entregarse a la máquina iln. Lo matará, esperemos que rápido, pero quizá se sienta lo bastante intrigada como para inspeccionarlo primero. Porque de ese primero sospechará. El que vaya primero muere para satisfacer la cautela de la máquina. El segundo (que seré yo) podría acercarse lo suficiente. Ya lo estoy preparando todo en mi cabeza. Supongo que el programa capacitador que los oct utilizaron con la máquina iln era uno de los nuestros. Tienen unas modificaciones muy sutiles con respecto a Contacto y CE que podría ayudar a nuestra causa, aunque debo hacer énfasis en que dudo muchísimo que resulte e incluso entonces estamos contando con que el Dios del Mundo no resulte gravemente herido y pueda deshacer toda esa antimateria. Una explosión con lo que ya se ha acumulado lo mataría y le haría un daño muy significativo al núcleo. Con todo, es una opción, aunque sea desesperada. Pero no querríais apostar por nada de esto, creedme.