Memnoch, el diablo (42 page)

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Authors: Anne Rice

BOOK: Memnoch, el diablo
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»Al principio, las almas más sabias y llenas de amor hacia sus semejantes no querían molestarse en responder a mis preguntas. Al fin comprendieron que yo no era un hombre mortal sino algo hecho de una sustancia muy distinta, y que mis preguntas estaban relacionadas con un lugar de origen que se hallaba más allá de la Tierra. Ése era el dilema, ¿comprendes? Llevaban tanto tiempo en el reino de las tinieblas que habían dejado de pensar en los motivos de la vida o la Creación; ya no maldecían a un Dios que no conocían ni buscaban a un Dios que se ocultaba de ellas. Cuando empecé a formularles mis preguntas, me tomaron por un recién llegado iluso que soñaba con castigos y recompensas que jamás iban a producirse.

»Esas almas contemplaban sus vidas pasadas desde un largo y plácido estado de ensoñación, y trataban de responder a las plegarias de la Tierra, como ya he dicho. Velaban por sus parientes, por los miembros de sus clanes, por sus naciones y por todos aquellos que atraían su atención con espectaculares muestras de religiosidad; observaban con tristeza el sufrimiento de los humanos y se esforzaban en ayudarlos por medio del pensamiento.

»Casi ninguna de esas almas fuertes y pacientes trataba de reencarnarse, aunque algunas de ellas lo habían hecho con anterioridad. Habían bajado a la Tierra para reencarnarse y al final habían descubierto que no recordaban ninguna de sus vidas mortales, de modo que no tenía sentido tratar de renacer de nuevo. Era mejor permanecer allí, en el reino de las tinieblas, una eternidad que ya conocían, y dedicarse a contemplar la belleza de la Creación, la cual les parecía sin duda magnífica, al igual que a nosotros.

«Precisamente a través de sus respuestas a mis preguntas, de esas interminables y profundas charlas con los muertos, elaboré mi criterio para elegir a las diez almas que me había pedido Dios.

»En primer lugar, para ser merecedora del cielo, para que Dios le diera una oportunidad, el alma tenía que comprender la vida y la muerte en el sentido más simple. Hallé muchas almas que lo entendían. Luego debían ser capaces de apreciar la belleza de la obra de Dios, la armonía de la Creación desde la perspectiva del propio Dios, una visión de la naturaleza envuelta en infinitos ciclos de supervivencia, reproducción, evolución y desarrollo.

«Muchas almas comprendían eso perfectamente. Sin embargo, muchas de las que creían que la vida era hermosa también pensaban que la muerte era triste, eterna y terrible, y que de haber podido evitarlo no habrían nacido.

»Yo no sabía qué hacer ante esa postura, muy generalizada. Por qué nos ha creado Dios, quienquiera que sea, si tenemos que permanecer aquí eternamente, separados de la naturaleza, a menos que decidamos bajar de nuevo a la Tierra para volver a sufrir a cambio de unos breves instantes de placer que no apreciaremos más que la última vez, pues al volver a nacer no recordamos nuestras experiencias anteriores.

»Ese era el motivo de que muchas almas hubiesen renunciado a desarrollarse y evolucionar. Sentían una gran preocupación y lástima por los vivos, pero conocían el dolor y ya ni siquiera podían imaginar lo que significaba la alegría. Tendían a buscar la paz, que era el estado más perfecto al que podían aspirar. Una paz interrumpida por el esfuerzo de responder a las plegarias de la Tierra, difícil de alcanzar, pero que a mí, en tanto ángel, me parecía muy atrayente. Permanecí junto a esas almas durante mucho tiempo.

»Pensé que si podía explicarles la situación, instruirlas, por decirlo así, quizá lograría hacerlas cambiar, prepararlas para el cielo, pero en ese estado no estaban preparadas y yo no sabía si creerían mis palabras. Por otra parte, temía que me creyeran y ansiaran ir al cielo, pero que Dios les impidiera la entrada.

«Comprendí que debía proceder con mucha cautela. No podía lanzar un sermón desde lo alto de una roca como había hecho durante el breve tiempo que había pasado en la Tierra. A fin de rescatar a una de esas almas, tenía que asegurarme de que estaba preparada para seguirme hasta el trono de Dios.

«¿Comprender la vida y la muerte? Eso no bastaba. ¿Resignarse ante la muerte? No era suficiente. Una actitud indiferente hacia la vida y la muerte tampoco bastaba. ¿Dejar que permaneciera en un estado de plácida confusión? No, ese alma había perdido su personalidad. Se hallaba tan lejos de lo que era un ángel como la lluvia que caía sobre la Tierra.

»Al fin llegué a una región más pequeña, donde moraban unas cuantas almas. Hablo desde un punto de vista comparativo. Ten en cuenta que soy el diablo; paso mucho tiempo en el cielo y el infierno. Así que cuando hablo de unas cuantas almas, es para que te resulte más fácil entenderme. Para ser más precisos, digamos que había unos cuantos millares de almas. En todo caso, me refiero a un número importante.

—Comprendo.

—Me asombró la felicidad que emanaba de esas almas, su tranquilidad y el grado de conocimiento que habían adquirido y conservado. En primer lugar, casi todas poseían una forma humana prácticamente completa. Es decir, habían creado su forma original o quizás ideal en lo invisible. ¡Parecían ángeles! Tenían forma de hombres, mujeres y niños, y mantenían los rasgos que presentaban cuando estaban vivos. Algunas de esas almas acababan de llegar, tras experimentar una muerte que aceptaban y haberse preparado para lo misterioso. Otras habían aprendido todo lo que sabían en el
sheol,
a lo largo de siglos de observar a su alrededor y siempre temerosas de perder su individualidad, por terrible que pareciera la situación. Todas eran intensamente visibles; también antropomorfas, aunque por supuesto diáfanas, como todos los espíritus; algunas eran más pálidas que otras. Pero todas, sin excepción, eran visibles.

»Me paseé entre ellas, suponiendo que se mostrarían indiferentes ante mí, pero enseguida comprendí que esas almas me veían de un modo distinto de las otras. Lo veían todo de forma diferente. Captaban mejor las sutilezas de lo invisible porque aceptaban sus condiciones sin reservas. Mi aspecto no les turbaba; antes bien, contemplaban con curiosidad a esa criatura extraordinariamente alta, dotada de alas, con el cabello largo y vestida con una túnica. Al poco rato de llegar sentí una gran felicidad a mi alrededor. Constaté que me aceptaban. Noté una ausencia total de resistencia y una profunda curiosidad. Sabían que yo no era un alma humana, y eso era así porque habían alcanzado un estadio en su desarrollo que les permitía entenderlo. Comprendían muchas cosas sobre las otras almas, y también sobre el mundo.

»Una de esas almas tenía forma de mujer, pero desgraciadamente no era mi Lilia, a la cual jamás volví a ver. Se trataba de una mujer que había muerto a una edad madura tras haber parido numerosos hijos, algunos de los cuales se hallaban con ella; otros seguían en la Tierra. Esa alma existía en una serenidad tan intensa que casi se había convertido en un resplandor, es decir, su evolución se hallaba tan desarrollada respecto a lo invisible que había empezado a generar algo parecido a la luz de Dios.

»—¿Por qué sois distintas de las otras almas? —le pregunté—. ¿En qué os diferenciáis de ellas?

»Con un aplomo que me dejó asombrado, la mujer me preguntó quién era. Las almas de los difuntos no suelen hacer esa clase de preguntas, sino que se lanzan a relatarte sus cuitas y obsesiones. Pero ella me preguntó:

»—¿Quién eres y qué es lo que eres? Jamás había visto a un ser como tú en este lugar. Sólo cuando estaba viva.

»—Prefiero no revelártelo todavía —respondí—. Quiero hacerte algunas preguntas. Das la impresión de sentirte feliz. ¿Cuál es el motivo?

»—Me hallo junto a las personas que amo y puedo contemplar el mundo y ver lo que sucede allí.

»—¿No te planteas ninguna duda? —insistí—. ¿No deseas saber por qué has nacido, por qué sufriste, por qué has muerto o por qué estás aquí?

»Ante mi gran asombro, la mujer se echó a reír. Era la primera vez que oía reír a alguien en el reino de las tinieblas. Era una risa suave, alegre, dulce, como la risa de los ángeles. Yo correspondí a su alegría entonando una canción y ella estalló como una flor, como hacen los mortales cuando descubren que se aman.

»—Eres muy hermoso —murmuró con respeto.

»—¿Por qué se sienten las otras almas tan desgraciadas, mientras que vosotras reís y cantáis de alegría y felicidad? Sí, lo sé, he contemplado el mundo. También sé que te encuentras rodeada de las personas que amas. Pero las otras almas también.

»—Ya no le guardamos rencor a Dios —contestó la mujer—. No lo odiamos.

»—¿Y las otras sí?

»—No es que odien a Dios —respondió la mujer con suavidad, como si temiera lastimarme—. Pero no pueden perdonarlo por todo esto... por los sufrimientos del mundo, por lo que ha pasado y por este reino de las tinieblas en el que languidecemos. Pero nosotros sí podemos perdonarlo. Lo hemos hecho por varias razones, pero lo importante es que lo hemos perdonado. Reconocemos que nuestras vidas han sido unas experiencias maravillosas, que ha merecido la pena todo lo que hemos padecido, y recordamos con alegría los momentos felices y de armonía que hemos gozado. Perdonamos a Dios por no habérnoslo explicado, por no haberlo justificado, por no haber castigado a los malvados y recompensado a los buenos, y esas cosas que las otras almas, las vivas y las muertas, esperan de él. Nosotros lo perdonamos. No estamos seguros, pero sospechamos que Dios conoce el secreto de cómo curar este dolor que sentimos. Si no quiere revelárnoslo, está ensu derecho, porque es Dios. Sea como fuere, nosotros le perdonamos y le amamos, aunque sabemos que le importamos tan poco como las piedrecitas de la playa.

»Sus palabras me dejaron atónito. Permanecí inmóvil, mientras las almas se congregaban a mi alrededor. Luego, un alma muy joven, el alma de un niño, dijo:

»—Al principio nos pareció terrible que Dios nos trajera a este mundo para ser asesinados —mis padres y yo morimos en una guerra—, pero le hemos perdonado porque sabemos que si Él es capaz de hacer algo tan bello como la vida y la muerte, significa que debe comprenderlo todo.

»—Como ves, todos pensamos igual —dijo otra alma—. Si pudiéramos volver a nacer, pese a haber sufrido grandes penalidades no dudaríamos en hacerlo. Trataríamos de ser más bondadosos con nuestros semejantes. La vida es hermosa y merece la pena ser vivida.

»—Sí —apostilló una tercera alma—. Tardé toda la vida en perdonar a Dios por los sufrimientos del mundo, pero lo hice poco antes de morir, y vine a habitar en este reino de las tinieblas, como los otros. Si te fijas, verás que hemos convertido este lugar en una especie de jardín. Nos ha costado mucho. Trabajamos sólo con nuestra mente, nuestra voluntad, nuestra memoria y nuestra imaginación, pero estamos construyendo un lugar donde podamos recordar sólo lo bueno. Hemos perdonado a Dios y le amamos por habernos concedido tantos dones.

»—Sí—dijo otra—, agradecemos a Dios todo lo que nos ha dado y le amamos profundamente. Sabemos que ahí fuera, en la oscuridad, está la nada. Hemos conocido a muchos mortales que estaban obsesionados con la nada y el sufrimiento, y ello les impedía gozar de las alegrías de la vida.

»—Esto no resulta fácil —añadió otra—. Ha supuesto un gran esfuerzo. Era agradable hacer el amor, beber buen vino, bailar y cantar, emborracharte y correr bajo la lluvia. Más allá se extendía el caos, el vacío, y me siento agradecido de haber podido contemplar el mundo y ahora recordarlo y verlo desde aquí.

«Reflexioné durante unos instantes antes de responder, mientras aquellas almas seguían hablándome, atraídas hacía mí, como si la luz que yo producía fuese una especie de imán. De hecho, cuanto más interés mostraba yo en lo que me relataban, más se sinceraban conmigo y más profundas e intensas eran sus declaraciones.

»No tardé en comprender que esas personas provenían de diversas naciones y estratos sociales. Aunque muchos de ellos pertenecían a una misma familia o clan, no todos estaban emparentados. De hecho, muchos habían perdido de vista a sus parientes, que habían ido a parar a otros ámbitos del reino de las tinieblas. Algunos no habían vuelto a verlos después de morir, mientras que otros habían sido acogidos por sus seres queridos en el momento de expirar. Esas personas habían vivido en el mundo y seguían manteniendo sus creencias en este lugar donde empezaba a brillar la luz.

»—¿Existía un denominador común que os uniera en la Tierra? —les pregunté.

»Pero no supieron responderme. No lo sabían. No se habían interrogado sobre sus respectivas vidas, y a medida que les iba formulando preguntas al azar comprendí que no había existido tal denominador común. Algunos habían sido muy ricos, otros pobres, algunos habían sufrido lo indecible, otros no habían padecido, sino que habían gozado de una vida cómoda y próspera y habían llegado a amar la Creación antes de morir. Se me ocurrió que podía empezar a recopilar esas respuestas y a evaluarlas. Dicho de otro modo, todas esas almas habían llegado a perdonar a Dios de diversas formas. Pero era posible que existiera una forma más perfecta que otras, más eficaz. Tal vez, aunque no estaba seguro.

»Abracé a esas almas y las estreché contra mí.

»—Quiero que hagáis un viaje conmigo —les dije, tras hablar con cada una de ellas para cerciorarme de que no me equivocaba—. Quiero que vengáis al cielo y os presentéis ante Dios. Puede que sólo lo veáis unos segundos o que Él no permita siquiera que lo veáis. Quizás os obligue a regresar aquí, sin haber averiguado lo que deseáis saber, pero en cualquier caso no habréis sufrido ningún mal. La verdad es que no puedo garantizar lo que sucederá. Nadie conoce a Dios.

»—Lo sabemos —contestaron.

»—Os propongo venir conmigo al cielo para que le expliquéis a Dios lo que me habéis contado a mí. Ahora responderé a la pregunta que me hicisteis al principio: soy su arcángel Memnoch, hecho del mismo molde que los ángeles de los que habíais oído hablar cuando estabais vivos. ¿Queréis acompañarme?

»Muchas se quedaron atónitas y dudaron antes de responder. Pero la mayoría contestó al unísono, como una sola voz:

»—Iremos contigo. La oportunidad de ver a Dios, siquiera por un instante, merece cualquier sacrificio. Si eso no es así, entonces significa que no recuerdo el dulce aroma del olivo ni el tacto de la hierba cuando me tumbaba sobre ella. Jamás he probado el sabor del vino ni he yacido con la mujer que amaba. Sí, iremos contigo.

«Algunas se negaron. De pronto me vieron como lo que era, y al comprender lo que les había sido negado perdieron la paz que sentían y la capacidad de perdonar. Me contemplaron enfurecidas y horrorizadas. Las otras almas trataron de hacerles cambiar de parecer, sin conseguirlo. No, no deseaban ver a ese Dios que había abandonado su Obra, dejando que los mortales colocaran unos dioses sobre unos altares en todo el planeta y les rogaran en vano que intercedieran por ellos el día del juicio. ¡No!

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