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Authors: Eduardo Galeano

Tags: #Historico,Relato

Memoria del Fuego. 1.Los nacimientos.1982 (21 page)

BOOK: Memoria del Fuego. 1.Los nacimientos.1982
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[155][215]

1588 - La Habana

San Marcial contra las hormigas

Las rapaces hormigas siguen mortificando gentes y socavando paredes. Talan árboles, arrasan labranzas y engullen frutas y maíces y carne de distraídos.

En vista de la ineficacia de Simón, santo patrono, el cabildo elige, por unanimidad, otro protector.

La ciudad promete que cada año celebrará su fiesta y guardará su día. San Marcial es el nuevo escudo de La Habana contra los embates de las hormigas bibijaguas. San Marcial, que hace tres siglos fue obispo de Limoges, tiene fama de especialista; y se le atribuye gran influencia ante el Señor.

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1589 - Cuzco

Dice que tuvo el sol

Tieso entre las sábanas, Mancio Serra de Leguízamo descarga la conciencia. Ante notario, dicta y jura:

—Que hallamos estos reinos de tal manera que en todos ellos no había un ladrón, un hombre vicioso, ni holgazán, ni había mujer adúltera ni mala…

El viejo capitán de Pizarro no quiere irse del mundo sin decir por primera vez: —Que las tierras y montes y minas y pastos y caza y maderas y todo género de aprovechamientos estaban gobernados o repartidos de suerte que cada uno conocía y tenía su hacienda, sin que otro ninguno se la ocupase ni tomase…

Del ejército que conquistó el Perú, don Mancio es el último sobreviviente. Hace más de medio siglo, él fue uno de los que invadieron esta ciudad sagrada del Cuzco, saquearon las joyas de las tumbas y las casas y a golpes de hacha arrancaron las paredes del Templo del Sol, tan cuajado en oro que sus resplandores daban color de difunto a quien entraba. Según dice, recibió del botín la mejor parte: el rostro de oro del sol, con sus rayos y llamas de fuego, que reinaba, inmenso, sobre la ciudad y enceguecía a los cuzqueños a la hora del amanecer.

Don Mancio se jugó el sol a los naipes y lo perdió en una noche.

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1592 - Lima

Un auto de fe en Lima

El viento se lleva las cenizas de tres ingleses luteranos, capturados en la isla de Puna. A uno de ellos, Henry Oxley, lo han quemado vivo porque no quiso renegar de su fe.

Flamea el humo en el centro de un círculo de altas lanzas, mientras delira el gentío y el Tribunal del Santo Oficio dicta penas de azotes y otros dolores y humillaciones.

Varios sufren castigo por casados dos veces o por la simple fornicación y otros delitos en razón del pecado de la carne. Son condenados, por solicitantes de monjas, un fraile dominico, un franciscano, un agustino y un jesuita. Juan de la Portilla, soldado, por jurar por las orejas de Dios. Isabel de Angulo, mujer de soldado, porque; para que la quisiesen los hombres recitaba en voz baja las palabras de la Consagración. Bartolomé de Lagares, marinero, por afirmar que siendo soltero y en pagando, no se comete pecado. Lorenzo de la Peña, barbero, que porque le quitaban a su mujer el asiento en la iglesia, dijo que si aquello pasaba así, no había Dios.

Sale con mordaza rumbo a diez años de cárcel el sevillano Pedro Luis Enríquez, por haber afirmado que llevando un gallo a un campo donde no hubiese ruido de perros, cortándole la cabeza a medianoche se hallaba dentro una piedrezuela como una avellana, con la cual refregándose los labios, la primera mujer hermosa que se viese, en hablándola, moriría de amor por quien esto hiciese, y que matando un gato en el mes de enero y metiéndole una haba en cada coyuntura y enterrándolo, las habas que así naciesen, yéndolas mordiendo, mirándose a un espejo, tenían virtud de hacerlo a uno invisible; y porque declaró que era cabrón y saludador, y que en señal de ello tenía una cruz en el pecho y otra en el cielo de la boca, y refirió que en la prisión veía resplandores y sentía suavísima fragancia.

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1593 - Guarapari

Anchieta

Ignacio de Loyola señaló el horizonte y ordenó:

—¡Id, e incendiad el mundo!

José de Anchieta era el más joven de los apóstoles que trajeron el mensaje de Cristo, la buena nueva, a las selvas del Brasil. Cuarenta años después, los indios lo llaman caraibebé, hombre con alas, y dicen que haciendo la señal de la cruz Anchieta desvía tempestades y convierte a un pez en un jamón ya un moribundo en un atleta. Coros de ángeles bajan del cielo para anunciarle la llegada de los galeones o los ataques de los enemigos, y Dios lo eleva de la tierra cuando reza, arrodillado, las plegarias. Rayos de luz despide su cuerpo enclenque, quemado por el cinturón de cilicio, cuando él se azota compartiendo los tormentos del hijo único de Dios.

Otros milagros le agradecerá el Brasil. De la mano de este santo haraposo han nacido los primeros poemas escritos en esta tierra, la primera gramática tupí-guaraní y las primeras obras de teatro, autos sacramentales que en lengua indígena trasmiten el evangelio mezclando personajes nativos con emperadores romanos y santos cristianos. Anchieta ha sido el primer maestro de escuela y el primer médico del Brasil y ha sido el descubridor y el cronista de los animales y las plantas de esta tierra, en un libro que cuenta cómo cambia de colores el plumaje de los guarás, cómo desova el peixe-boi en los ríos orientales y cuáles son las costumbres del puercoespín.

A los sesenta años, continúa fundando ciudades y levantando iglesias y hospitales; sobre sus hombros huesudos carga, a la par de los indios, las vigas maestras. Como llamados por su limpia y pobretona luminosidad, los pájaros lo buscan y lo busca la gente. Él camina leguas sin quejarse ni aceptar que lo lleven en redes, a través de estas comarcas donde todo tiene el color del calor y todo nace y se pudre en un instante para volver a nacer, fruta que se hace miel, agua, muerte, semilla de nuevas frutas: hierve la tierra, hierve la mar a fuego lento y Anchieta escribe en la arena, con un palito, sus versos de alabanza al Creador de la vida incesante.

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1596 - Londres

Raleigh

Bailarín del tabaco, artificiero fanfarrón, sir Walter Raleigh echa por la nariz víboras de humo y por la boca anillos y espirales, mientras dice:

—Si me cortan la cabeza, ella caerá feliz con la pipa entre los dientes. —Apestas —comenta su amigo.

No hay nadie más en la taberna, salvo un esclavito negro que espera sentado en un rincón.

Raleigh está contando que ha descubierto el Paraíso Terrenal en la Guayana, el año pasado, allá donde se esconde la Manoa de oro. Se relame recordando el sabor de los huevos de iguana y cierra los párpados para hablar de las frutas y las hojas que jamás caen de las copas de los árboles.

—Escucha, colega —dice—. Esa obra tuya, la de los jóvenes amantes… Sí, ésa. En aquellos bosques, ¡qué maravilla! La ubicaste en Verona y huele a encierro. Te equivocaste de escenario, querido. Aquellos aires…

El amigo de Raleigh, un calvo de ojos pícaros, sabe que la tal Guayana es un pantano con el cielo siempre negro de mosquitos, pero escucha en silencio y asiente con la cabeza, porque también sabe que Raleigh no le está mintiendo.

[198]

1597 - Sevilla

En un lugar de la cárcel

Fue herido y mutilado por los turcos. Fue asaltado por los piratas y azotado por los moros. Fue excomulgado por los curas. Estuvo preso en Argel y en Castro del Río. Ahora está preso en Sevilla.

Sentado en el suelo, ante la cama de piedra, duda. Moja la pluma en el tintero y duda, los ojos fijos en la luz de la vela, la mano útil quieta en el aire.

¿Valdrá la pena insistir? Todavía le duele la respuesta del rey Felipe, cuando por segunda vez le pidió empleo en América: Busque por acá en qué se le haga merced. Si han cambiado las cosas desde entonces, han cambiado para peor. Antes tuvo, al menos, la esperanza de una respuesta. Desde hace tiempo el rey de negras ropas, ausente del mundo, no habla más que con sus propios fantasmas entre los muros del Escorial.

Miguel de Cervantes, solo en su celda, no escribe al rey. No pide ningún cargo vacante en las Indias. Sobre la hoja desnuda, empieza a contar las malandanzas de un poeta errante, hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor.

Suenan tristes ruidos en la cárcel. No los oye.

[46][195]

1598 - Potosí

Historia de Floriana Rosales, virtuosa mujer de Potosí (en versión abreviada de la crónica de Bartolomé Arzáns de Orsúa y Vela).

Por la grande hermosura que desde la cuna manifestaba como tierna y bella flor, y por ser Ana el nombre de su madre, la bautizaron Floriana.

Ejercitada siempre en la virtud y recogimiento de su casa, la bellísima doncella excusaba el ver y ser vista, pero esto mismo encendía más el deseo de los pretendientes que desde que cumplió doce años la rondaban. Entre ellos, los que con mayor eficacia permanecían en la solicitud eran don Julio Sánchez Farfán, señor de minas, el capitán don Rodrigo de Albuquerque y el gobernador del Tucumán, que por aquí pasó yendo hacia Lima y por haber visto a Floriana en la iglesia se quedó en Potosí.

Por puro despecho, viéndose rechazado, el gobernador del Tucumán retó a duelo al padre de Floriana, y en un paraje de manantiales sacaron espadas y entrambos se acuchillaron hasta que unas damas, no sin falta de valor, se metieron de por medio.

Ardió en iras Floriana al ver a su padre herido y determinó satisfacer por su mano aquél agravio. Envió a decir al gobernador que a la siguiente noche le esperaba en cierta tienda, donde sin ningún testigo quería hablarle.

Púsose el gobernador una rica gala, que en esto era vanísimo, vicio abominable en los hombres que han cursado en la escuela de Heliogábalo, de quien dijo Herodiano que menospreciaba la vestidura romana y griega por ser hecha de lana y la traía de oro y púrpura con preciosas piedras a lo persiano, como refiere Lampridio. Puntualmente estuvo el gobernador, ataviado de exquisitas telas, y a la hora señalada apareció Floriana trayendo entre las bellas flores de su rostro el venenoso áspid de sus enojos. Sacando una ancha y bien afilada navaja que traía en la manga, como una leona arremetió a cortarle la cara diciéndole muchos baldones. Con la mano rebatió el tajo el gobernador y mostró una daga. Advirtiendo Floriana su riesgo, le arrojó a la cara un envoltorio de mantas, tras lo cual tuvo lugar de empuñar a dos manos un grueso tronco que allí le deparó su fortuna. Tan grande golpe le dio que cayó redondo el gobernador del Tucumán.

Con gran pesadumbre y sobresalto, los padres de Floriana trataron de esconderla en su casa, mas ya no fue posible. El corregidor, máxima autoridad en asuntos de justicia y policía, vino a toda diligencia, y no pudo hacer otra cosa Floriana más de subir a su cuarto y arrojarse por la ventana a la calle. Quiso Dios asirle el faldellín de un madero que sobresalía del marco de la ventana, y quedó ella pendiente con la cabeza abajo.

Una criada que conocía a don Julio Sánchez Farfán y sabía que amaba a su señora, le dijo que fuese al callejón que estaba a las espaldas de las casas y viese si Floriana andaba por allí, porque había rato que se arrojó por la ventana. Mas como el capitán Rodrigo de Albuquerque viese hablar en secreto a don Julio con la criada, fuele siguiendo hasta el callejón.

Llegó don Julio a punto que la afligida Floriana, que buen tiempo llevaba colgada, con ansias mortales pedía ya favor diciendo que se ahogaba. Acercóse el amante caballero y extendiendo los brazos tomóla de los hombros y tirándola fuertemente cayó con ella al suelo.

En esto acudió el capitán Rodrigo, y con palabras de enamorado cubrió con su capa a Floriana y la levantó. Viéndolo así don Julio, ardiente en celos se puso de pie y sacando un puñal embistió al capitán diciéndole era traidor villano. Herido de muerte en el pecho, cayó en tierra el capitán pidiendo confesión, oyendo lo cual Floriana maldijo su fortuna y los padecimientos de su honra y se marchó a toda prisa.

Púsose Floriana en hábitos de india para ausentarse de esta villa de Potosí, mas cuando estaba por montar en una mula no faltó quien avisase al corregidor, que vino al punto para ponerla en prisión. Cuando el corregidor vio a Floriana, el niño ciego que llaman Cupido le atravesó el corazón con terrible flecha, de parte a parte. Tomóla, anhelante, de las manos, y la llevó a palacio.

Dadas las diez de la noche, hora en que había de ir a la alcoba del corregidor, Floriana ató una soga al balcón y se descolgó hasta ponerse en manos de don Julio, que la esperaba debajo. Dijo la doncella a don Julio que antes de dar un solo paso le hiciese juramento de seguridad en su persona y pureza.

Viendo el caballero el peligro que corrían, pues ya se había descubierto la fuga, tomó a Floriana sobre sus hombros y corrió cargándola hacia la lejana plaza del Gato. Voló sobre piedras y barro, sudando y trasudando, y cuando por fin pudo sentarse a descansar y bajó a Floriana de su espalda, se desplomó repentinamente.

Juzgando fuese algún desmayo, ella puso la cabeza de don Julio en su regazo. Mas advirtiendo que era muerto, con gran sobresalto se puso de pie y huyó hacia los barrios de San Lorenzo, en el mes de marzo de aquel año de 1598.

Allí permaneció escondida, decidida a guardar perpetua castidad y a seguir siendo, hasta el fin de sus días, obediente sierva del Señor.

[21]

Coplas españolas de cantar y bailar

Yo he visto a un hombre vivir

con más de cien puñaladas

y luego lo vi morir

por una sola mirada.

En lo profundo del mar

suspiraba una ballena

y en los suspiros decía:

«Quien tiene amor, tiene pena».

Quiero cantar

ahora que tengo ganas,

por si acaso me toca

llorar mañana.

[196]

1598 - Ciudad de Panamá

Horas de sueño y suerte

Simón de Torres, boticario de Panamá, quisiera dormir, pero no puede desprender la mirada del agujero del techo. Cada vez que cierra los párpados, los ojos se abren solos y se clavan allí. Simón enciende y apaga y enciende la pipa, mientras espanta mosquitos con el humo o con la mano, y da vueltas y revueltas, empapado, hirviendo, en la cama chueca por el derrumbamiento del otro día. Las estrellas le hacen guiñadas por el agujero y él quisiera no pensar. Así van pasando las horas hasta que canta el gallo, anunciando el día o llamando gallinas.

Hace una semana, una mujer se desplomó del techo y cayó sobre Simón.

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