Mi hermana vive sobre la repisa de la chimenea (7 page)

BOOK: Mi hermana vive sobre la repisa de la chimenea
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Si yo fuera un ladrón, no sería tan estúpido como para guardarme las cosas robadas en la bolsa de deportes. Lo que haría es metérmelas en los calzoncillos y llevármelas a casa. Intenté explicárselo al Director pero no me quedó bien y sonó como si yo fuera un depravado.

Sunya me esperaba a la salida del colegio. Estaba sentada a la puerta del despacho del Director. Me dijo
«Daniel te la ha jugado»
y yo dije
«Ya lo sé»
. De pronto me sentí irritado. Si ella no hubiera puesto en ridículo a Daniel, él no me habría metido el reloj en la bolsa de deportes y yo no tendría aquel problema. Sunya intentó decir algo agradable pero yo le grité
«Déjame en paz, quieres»
y salí corriendo, por más que haya un cartel que dice
«Prohibido correr en los pasillos de la escuela»
.

No paré de correr hasta llegar a casa porque tenía miedo de que el Director llamara por teléfono antes de que yo hubiera llegado. Para cuando abrí la puerta de la calle llevaba todo el flequillo pegado a la frente. Contuve el aliento como en la Noche de las Hogueras cuando hay un cohete a punto de hacer PAM. Pero lo único que llegó a mis oídos fue un ronquido y sentí un alivio tan grande que se me aflojaron las rodillas.

Si papá se ha pasado el día entero bebiendo seguirá durmiendo toda la tarde como un tronco y podré coger yo el teléfono. Y así podré fingir que soy él y nunca sabrá que el Director de mi nueva escuela piensa que soy un ladrón. Le diré con voz profunda
«Mi hijo es totalmente digno de confianza. Tiene usted que haberse dado cuenta de que le han tendido una trampa»
, y el Director dirá
«Cuánto lo siento»
, y yo diré
«No se preocupe, no ha sido para tanto»
, y el Director dirá
«Si hay algo que yo pueda hacer»
, y yo le diré
«Seleccione usted el miércoles a James para el equipo de fútbol, y asunto olvidado»
.

Jas llegó a casa y me encontró apoyado en la pared de la cocina junto al teléfono. Intenté que pareciera natural, como si fuera comodísimo estar allí con la cabeza pegada al duro muro, pero no se lo tragó.
«Qué pasa aquí»
me preguntó y yo se lo solté todo. Frunció el ceño cuando le conté lo de Daniel, pero se rió cuando le dije que yo había gritado
«Los hombres no llevan pulseras de margaritas»
. Me gustaba que estuviera orgullosa de mí, por más que aquello fuera mentira.

El Diré no tenía ni idea de que estaba hablando con mi hermana de quince años en lugar de con mi madre. Por teléfono parecía una adulta. Le dijo que si no tenía un testigo que me hubiera visto meter aquellas cosas en mi bolsa de deportes, no sería justo que me castigara. Oí cómo tartamudeaba el Director. Jas añadió que a menos que estuviera seguro al cien por cien de que aquello no era una trampa que me estaba tendiendo algún otro miembro de la clase, sería un error sancionarme. El Director ni siquiera respondió. Ella le dijo
«Le agradezco que me haya informado sobre este asunto pero tengo la seguridad de que James es inocente»
y entonces el Director dijo
«Gracias por su atención, señora Matthews»
y ella le dijo
«Adiós»
y colgó. Nos echamos a reír los dos y no podíamos parar y luego cenamos. Comimos delante de la tele bolitas de pollo y patatas fritas hechas en el microondas. Jas no se comió lo suyo así que a mí me tocó el doble. Dijo
«No vas a poder con todo eso»
pero yo no le hice caso. Soy capaz de comer más que ninguna otra persona que yo conozca, y en esos sitios donde hacen bufé libre de pizza soy capaz de zamparme trece porciones, o quince quitándoles el borde. Jas me dijo
«Eres un cerdo»
pero yo le dije
«Chisst»
. Acababa de salir otra vez aquel anuncio del Mayor Concurso de Talentos de Gran Bretaña y me estaba haciendo pensar.

Capítulo 7

El motor se detuvo justo delante de nuestra casa y entonces supe que en aquel coche venía mamá. Lo había oído llegar por la carretera pero me esforcé en quedarme en la cama. Ya había corrido a la ventana demasiadas veces para ver a mamá convertirse en el lechero con sus botellas, o en un granjero con su tractor, o en un vecino que volvía a casa del trabajo. No habría podido soportar que me volviera a ocurrir. Pero esta vez el coche no pasó de largo zumbando. Esta vez el coche se metió en el camino de nuestro jardín. El señor Walker debía de haberle dado por fin algún día libre. Salté de la cama y me alisé la camiseta y me escupí en las manos y me las pasé por el pelo. Aunque a mamá no le gusta nada conducir, habría sido capaz de recorrer mil millas de noche por la autopista porque no aguantaba ya sin verme.

Corrí hacia la puerta y Roger me siguió por todo el cuarto. Estaba a punto de apretar el picaporte cuando oí un crujido en el suelo. Jas cruzó de puntillas el rellano, soltando risitas por el teléfono móvil. Dijo
«No me puedo creer que estés aquí»
. Esperé a que llamara a mi puerta para decirle
«Mamá acaba de aparcar ahí fuera»
, pero pasó de largo por delante de mi cuarto y desapareció escaleras abajo.

Bajé tras ella. Roger se me seguía enroscando en los tobillos, emocionado de verme fuera de la cama a esas horas de la noche. Como no me dejaba andar lo cogí en brazos y se puso a ronronear. Lo sujeté contra mi pecho y seguí a Jas sin hacer ruido. No me di cuenta de que estaba conteniendo la respiración hasta que llegué abajo del todo de la escalera y me empezaron a doler los pulmones. Vi a Jas en el porche, una silueta contra el cristal. Estaba abrazada a mamá, que hundía la cara en su hombro.

La abuela dice que la gente se pone verde de envidia. A mí no me lo parece. El verde es la calma. El verde es la salud. El verde es limpio y fresco, como la pasta de dientes de menta. La envidia es roja. Hace que te hierva la sangre y que sientas fuego en el estómago.

Me arrastré hasta el buzón de la puerta. Roger empezó a retorcerse así que lo dejé en el suelo y salió corriendo por el recibidor. Jas y mamá se pusieron a menearse como si estuvieran en la discoteca bailando el último baile con una música que yo no oía. Con la tapa del buzón abierta entraba por el agujero un soplo de aire frío. Me llegó un olor a humo. La pipa de Nigel.

«No me puedo creer que estés aquí»
suspiró Jas.
«Esto sí que es toda una sorpresa»
. Se oyó el sonido de un beso y me imaginé a mamá posando los labios en la mejilla de Jas. A través de la ranura del buzón por más que me esforzaba en mirar lo único que veía era una persona con un abrigo. Tuve que contenerme para no sacar la mano y agarrarme a aquella tela negra. Tenía miedo de que mamá desapareciera otra vez.
«No puedes quedarte mucho tiempo»
se rió Jas.
«Como se entere papá me mata»
. Volvió a oírse un beso.
«Te tienes que ir ya»
dijo. Yo esperé a que mamá dijera
«Pero antes voy a subir a ver a Jamie»
. No lo dijo. Me incliné hacia delante y escuché con más atención, sintiendo frío por todo el cuerpo. Jas pensaba mantener a mamá en secreto.
«Tienes que irte ya»
se lamentó Jas y yo de pronto me puse de pie. Mamá no se podía ir sin haberme visto la camiseta. Se me puso la sangre como una de esas bandas que desfilan, tocando los tambores en mi corazón y en mi cabeza y en ese punto blando del cuello que hace BUM BUM BUM. La espalda de Jas se apretó contra la puerta del porche. Dijo
«Ay cariño»
, que no era la forma más normal de llamar a mamá, pero no tuve tiempo de preocuparme de eso porque mi mano había saltado como un resorte y estaba abriendo el picaporte.

Jas se cayó hacia atrás sobre la moqueta del recibidor y yo abrí la boca para decir
«Traidora»
. Pero no me salieron las palabras porque esta vez mamá no era un granjero, ni el lechero, ni un vecino que volvía del trabajo. Era un chico con el pelo de punta verde, un piercing en el labio y una chupa de cuero negra. Cerré la boca. Luego volví a abrirla y a cerrarla otra vez y el chico dijo
«Pareces un pez»
. Y yo le respondí
«Pues más vale un pez que un erizo verde»
, que debe de ser una de las cosas más graciosas que he dicho en toda mi vida. El chico soltó una carcajada y sus
jajajás
olían a humo.
«Yo soy Leo»
dijo, tendiéndome la mano como si yo fuera alguien importante. Le di la mía tratando de aparentar que sabía cómo se hacía.
«Yo soy Jamie»
le respondí. No sabía cuándo tenía que parar pero él me soltó la mano y me la volví a guardar. Sentí una sensación especial en los dedos.

Jas contemplaba todo esto desde la moqueta del recibidor. Sonreí, feliz de que no fuera una traidora.
«Enano cotilla. Conque espiándonos»
me dijo. Tenía unos ojos enormes cuando no los llevaba embadurnados de maquillaje negro. No paraba de mirar hacia la escalera, con miedo de que bajara papá, por más que los dos sabíamos que había caído inconsciente en la cama.

Leo ayudó a Jas a levantarse. Era alto y fuerte y perfecto. Le sacaba más de una cabeza a Jas y le pasó la mano por los hombros.
«Ni una palabra a papá»
murmuró ella, acercando su cuerpo al de él. Yo me sentí un poco incómodo hasta que Roger vino a frotarse contra mi pierna. Lo cogí en brazos y lo abracé.

Empezaron a besarse. Me quedé mirándolos durante unos quince segundos pero entonces me acordé de que la abuela decía
«Es de mala educación quedarse mirando»
. Así que salí de allí como si no tuviera nada de especial ver a mi hermana besuqueándose con su novio en el recibidor de casa a las doce y doce minutos de la noche. La luna iluminaba la cocina y no había ningún color. Era como estar dentro de los ojos de la señora Farmer. Yo estaba enfadado con ella porque me había acusado de ser un ladrón. No he robado nunca nada excepto algunas uvas en el supermercado cuando iba con mamá a hacer una compra de las grandes. Cuando no me estaba mirando, arrancaba una uva del tallo y me la metía en la boca y la aplastaba con la lengua para que mamá no me viera masticando y se diera cuenta.

Roger saltó de mis brazos. Abrí la puerta de atrás y salí al jardín. Noté la hierba escarchada entre los dedos de los pies y el aire me hacía cosquillas en la piel. Millones de estrellas titilaban como las piedras preciosas del anillo de boda de mamá. Apuesto a que ya no lo lleva. Contemplé el cielo y levanté el dedo corazón, por si acaso Dios me estaba mirando. No me gusta que me espíen.

El pelo de Roger soltó un destello a la luz de la luna y el gato se largó, probablemente a cazar un ratón o lo que fuera. Intenté ahuyentar la imagen del cadáver peludo que me había dejado en el umbral de la puerta. Me acerqué al estanque y me quedé mirando el agua pero lo único que veía era a aquel animalito gris, todo frío y rígido y muerto. Era de verdad una suerte que Rose estuviera en pedacitos. Habría sido horrible pensar que estaba debajo de la tierra, especialmente en una noche tan fría como ésta.

Se oyó un salpicón. Me puse de rodillas y me agaché hasta tocar con la nariz aquella agua negra. Sabía que en algún lugar entre aquellas plantas flotosas y aquellos remolinos de algas había un pez naranja. Tenía la piel exactamente del mismo color que mi pelo y yo usaba el mismo lápiz para dibujarnos a él y a mí en mi cuaderno. En todas las veces que he mirado en el estanque, nunca he visto ningún otro ser vivo. El pez está solo. Yo sé perfectamente lo que es eso.

El martes por la mañana papá hasta se levantó a desayunar. Llevaba dieciséis horas en la cama y olía a sudor y a alcohol. No comió nada pero hizo una tetera entera de té y yo me tomé una taza, aunque no me gusta demasiado. Jas bostezó cuatro veces mientras miraba su horóscopo.
«Por qué estás tan cansada»
le preguntó papá y Jas puso cara de que no sabía pero a mí me guiñó un ojo. Sonreí con la boca llena de Chocopops y deseé que Leo volviera pronto.

Fuera estaba lloviendo a cántaros. Jas le preguntó si nos podía llevar en coche. Papá accedió y nos llevó al colegio sin quitarse las zapatillas de andar por casa. Yo estaba preocupado de que pudiera ver a Sunya pero todos los niños iban tapados con capuchas y paraguas de modo que no había forma de saber quién era quién. Cuando salí del coche Jas me pasó un impermeable y me dijo que no me mojara.
«Porque te vas a pillar un resfriado como te tengas que quedar todo el día con la camiseta empapada»
dijo.

Entré en clase y por una vez no llegaba tarde. Ni siquiera había llegado aún la señora Farmer. Sunya estaba en nuestra mesa haciendo un dibujo. Tenía tinta por toda la mano izquierda y en la punta de la nariz. Yo tenía ganas de hablar con ella pero papá me había llevado en coche y me había dicho
«Que te vaya bien»
. Me pareció que habría sido un golpe muy bajo ponerme a hablar con una musulmana justo cuando él estaba intentando ser amable.

Al principio fue un murmullo. Pero luego se fue uniendo cada vez más gente, diciéndolo una y otra vez, cada vez más alto, dando golpes con las manos en las mesas.
«Ladrón. Ladrón. Ladrón ladrón ladrón»
. Daniel estaba de pie en mitad del grupo, dirigiendo todo aquel coro de insultos. Miré hacia Sunya, deseando que viniera a rescatarme. El rotulador rojo se movía de atrás adelante y de delante atrás. Ni siquiera levantó los ojos.

La señora Farmer entró en la clase. Aunque la cantinela se detuvo de golpe, algo tenía que haber oído desde el pasillo. Yo esperaba que les echara la bronca pero a mí fue al único al que miró como si se la mereciera. Pidió un voluntario para pasar lista y Daniel fue el primero que levantó la mano. Ella le sonrió y él se hinchó como un pavo. El ángel de Daniel llegó de un salto a la nube número seis.

Durante el recreo llovía de tal manera que nos tuvimos que quedar dentro. Me pasé cinco minutos en el cuarto de baño, tres minutos mirando los murales artísticos expuestos en el pasillo y cuatro minutos haciendo como que me dolía la cabeza. La enfermera de la escuela me despachó con una toallita húmeda en la frente. No llegué a la clase hasta dos minutos antes de que la señora Farmer volviera del cuarto de profesores. Lo suficiente como para que la cantinela volviera a empezar, pero no lo bastante como para que llegara a hacerse insoportable.

A mitad de la clase de Historia paró el tamborileo en las ventanas. La lluvia se convirtió en un sirimiri. Intenté concentrarme en la Época Victoriana pero resultaba difícil y no me esforcé al máximo en la redacción como había dicho la señora Farmer. Me puse a escribir sobre la vida de un deshollinador pero no pasé de la tercera frase con la preocupación de que como nos mandaran salir fuera a la hora de comer, a mí me iban a partir la cara.

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