Mi hermana vive sobre la repisa de la chimenea (10 page)

BOOK: Mi hermana vive sobre la repisa de la chimenea
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Las tres primeras veces que pillé el balón me placaron. El chico que me marcaba aparentaba como trece años y hasta tenía pelillo en el labio de arriba y en la garganta una bola que más que una nuez parecía un melón. Era un tipo fuerte y duro y olía a desodorante como un hombre. A los cinco minutos yo tenía ya las piernas llenas de barro y la rodilla me estaba matando por la parte donde me habían pegado una patada y me hormigueaban los pies con las zapatillas apretadas, pero nunca me había sentido tan feliz. El que me marcaba sería grande pero era bastante lento y podía esquivarlo fácilmente.

Me esforcé más que en toda mi vida junta con la esperanza de que a Jas y a Leo y a Sunya les pareciera que lo estaba haciendo bien. Seguía preguntándome si papá estaría entre la multitud y si estaría impresionado. Cada vez que me hacía con el balón, la voz del comentarista me retumbaba en los oídos.
«Magistral pase hacia dentro del área de Jamie Matthews»
y
«Matthews regatea a un contrario, luego a otro, y a otro»
y
«El nuevo fichaje Matthews ha hecho un magnífico primer tiempo»
.

Llevábamos cuarenta y cinco minutos de partido y sólo íbamos perdiendo por uno a cero. Nuestro portero se había dejado meter un gol en propia meta. Daniel se puso a hablar mal de él diciendo que era una nena y que no sería capaz de jugar bien al fútbol ni aunque le fuera la vida en ello y Ryan se reía, pero yo no. Yo sé lo que se siente al ser el portero del equipo que va perdiendo. Nos comimos unos gajos de naranja que me dejaron las manos pringosas pero estaban deliciosos y llegó el momento de que empezara la segunda mitad del partido.

Tuvimos montañas de ocasiones pero no logramos meter el balón en la red. Daniel lanzó un tiro al poste. Ryan dio en el larguero con un remate de cabeza desde mi esquina. Yo sentía el pánico como un globo que se me iba hinchando cada vez más en la tripa a medida que se nos acababa el tiempo. Y entonces un niño que se llamaba Fraser se fue para el suelo en el área y el árbitro dijo
«Penalty»
y lo iba a chutar Daniel pero Ryan dijo
«Deja, ya voy yo»
. Lo marcó por la escuadra derecha.

Corrió hacia los hinchas con los brazos en alto y todos los demás siguiéndole. Cuando yo llegué ya habían parado de celebrarlo así que me tuve que volver a toda velocidad para atrás por la banda izquierda para el saque desde el centro.

No me quedaban fuerzas pero sin saber ni cómo seguí adelante. Por mucho que me dolieran los pies, no me rendí ni por un instante. El Director iba de aquí para allá por el borde del campo llenándose los relucientes zapatos de barro, y no paraba de gritar cosas que yo no oía. Se me había subido toda la sangre a la cabeza y me hacía dentro ese sonido que se oye al ponerse una caracola pegada a la oreja. El árbitro comprobó el reloj y me di cuenta de que faltaba sólo un minuto para que pitara el final y de pronto era yo el que tenía la pelota y no tenía delante más que al portero. La voz del comentarista dijo
«Ocasión para Jamie Matthews de hacer ganador a su equipo»
y yo pensé en mamá y en papá y en Jas y en Sunya y le pegué al balón la patada más fuerte que fui capaz con el pie izquierdo.

Ocurrió todo a cámara lenta. El portero saltó. Sus pies se despegaron del suelo. Sus brazos se estiraron. La red se abombó. Las manos de la multitud se levantaron. Mi tiro había entrado.

Mi tiro había entrado. Me quedé mirando el gol sin pestañear y sin moverme por si no era más que un sueño del que estaba a punto de despertarme. El sonido de caracola desapareció y pude oír los gritos y los aplausos y las ovaciones, y lo mejor es que eran todos para mí. No sé por qué me acordé del libro que había sacado de la biblioteca por error y me sentí especial y único, sin llegar a tanto como un milagro, pero tampoco demasiado lejos.

Cientos de manos me arrastraron al suelo. Todos los jugadores se tiraron encima de mí, y me apretaron la cara contra el barro y me puse perdido porque el suelo estaba mojado, pero no me importó lo más mínimo. Y no habría querido estar en ningún lugar del mundo más que allí, sin poder respirar casi y aplastado sobre el campo del colegio por diez jugadores que gritaban.

Por nueve jugadores que gritaban. Daniel no se acercó a celebrarlo. No me di cuenta hasta que conseguí ponerme de pie y el árbitro tocó el silbato. Daniel estaba solo en mitad del campo y ni siquiera parecía contento de que hubiéramos ganado.

Sunya coreaba mi nombre y besó la piedra de su anillo. Yo miré alrededor para ver si estaba papá y también besé la mía. Ella me saludó con la mano y se fue corriendo y el globo que se me había hecho en la tripa se me infló más que nunca pero era agradable, como unos manguitos o una colchoneta hinchable o cualquier cosa de las que te mantienen a flote en el agua. Se me estiraron los hombros y se me ensanchó el pecho y por primera vez me pareció que mi camiseta de Spiderman estaba hecha para mí.

Todas las madres y todos los padres se acercaron a saludar a sus hijos y durante una décima de segundo me quedé sin saber qué hacer. Yo seguía sonriendo pero me empezaron a doler las mejillas y me notaba los labios cortados y la lengua seca. Pero seguí con la sonrisa puesta porque no quería que nada, ni siquiera el hecho de que el eructo de papá fuera un no, me estropeara ese momento. Jas y Leo se estaban besuqueando pero se separaron y me hicieron gestos con la mano así que corrí hacia ellos. Jas no paraba de decir que yo era un héroe, mejor aún que Wayne Rooney, y Leo me volvió a dar la mano y esta vez yo ya estaba perfectamente al tanto de cómo se hacía. Me dijo
«No sabía yo que los peces metieran goles»
y yo le dije
«Pues igual más que los erizos»
y él se rió con ganas, no con esa risa falsa de adulto, y soltaba destellos plateados por los pendientes que tenía en la lengua y en los labios.

Otras familias se quedaban mirando el pelo rosa de Jas y los pinchos verdes de Leo y la ropa negra negra y la cara blanca blanca que llevaban. Yo me quedaba mirándolos a ellos hasta que se daban la vuelta, y me sentía tan poderoso y tan valiente que habría sido capaz de enfrentarme hasta con el Duende Verde de Spiderman si llega a aparecer por el campo en aquel momento. Jas me dijo
«Te veo en casa»
y Leo dijo
«Hasta la próxima, enano»
y ahí me quedé solo y abrí lo más posible los ojos para que no se me escapara ni el menor detalle del mejor día de mi vida. Vi las manchas de hierba que tenía en las rodillas, y las redes ondeando con el viento, y al chico que me marcaba que se marchaba derrotado y con los hombros caídos, todo por mí. Sonreí en secreto al león del cielo, y juro que lo oí rugir.

El Director me dijo
«Enhorabuena»
y me apretó el hombro y
«Un gol impresionante»
y me alborotó el pelo. Y cuando ya me parecía imposible que las cosas pudieran ir mejor, me metí en los vestuarios y todos menos Daniel me sonrieron y dijeron
«Buena jugada»
y
«Qué partidazo»
y
«No sabía que chutaras tan bien con la izquierda»
. El portero hasta gritó
«Jamie Matthews, el Héroe del Partido»
porque mi gol había hecho que todo el mundo se olvidara de su metedura de pata y que dejaran de llamarle
Manitas de mantequilla
. Unos cuantos estuvieron de acuerdo pero Daniel soltó un bufido y salió dando un portazo del vestuario. Pensé que se había ido sin más a su casa, pero cuando me estampó el puño en la cara comprendí que me había equivocado.

Fue en una calle tranquila a media milla de la escuela. No había nadie por los alrededores. Daniel debía de haberme esperado a la puerta del vestuario y haberme seguido a casa. No lo oí seguirme porque estaba manteniendo una conversación mental con mamá, contándoselo todo del partido y diciéndole
«No llores. Seguro que el señor Walker te deja venir la próxima vez»
.

Noté unos golpecitos en la espalda y al volverme me encontré con cuatro nudillos delante. Me dieron un puñetazo en la cara y el ojo se me estrelló contra el fondo del cráneo como un huevo contra un muro. Me llevé las manos a la cabeza y un pie me dio una patada en el estómago y me caí al suelo. El pie siguió dándome patadas en las piernas, y en los brazos, y en las costillas, y noté en la boca un sabor metálico que debía ser sangre.

Me di la vuelta para protegerme el estómago y Daniel me pegó en la espalda. Luego me agarró del pelo y me sacudió y la sangre salpicó por toda la acera. Me gritó en el oído
«Eso por buscarme problemas con el Director»
. Intenté responderle pero tenía en la boca un montón de sangre y vísceras y una cosa dura que debía ser un diente. Dijo
«Eres un gilipollas»
y
«Todo el mundo te odia»
y
«Un gol de chiripa no va a cambiar nada»
. Y yo me quedé allí tragándome sin más todo aquello hasta que dijo
«Vuélvete a Londres y llévate a la pakistaní esa contigo»
. No sé por qué esa palabra hizo que se me terminaran de cruzar los cables así que intenté ponerme de pie pero el cuerpo no me respondía.

Daniel me pisoteó la mano antes de irse corriendo. Me quedé tirado en la acera contemplando cómo desaparecían sus zapatillas por la esquina. Me dolían los huesos y me palpitaba la cabeza y me sentí cansado. Cerré los ojos y me concentré sólo en respirar. El aire pitaba al pasar por los agujeros de mi nariz. Debí de quedarme dormido. Lo siguiente que supe fue que el cielo se había puesto oscuro y las montañas eran sombras y los árboles estaban negros y afilados sobre una luna de nata.

Me levanté y me fui cojeando. A la puerta de nuestra casa no había luces azules. El coche de mamá no estaba en el camino del jardín. Yo no tenía ni idea de la hora que podía ser pero sabía que era tarde y pensé que papá se habría preocupado lo bastante como para llamar a algún sitio.

Abrí la puerta de la entrada y esperé a que Jas corriera escaleras abajo o que papá gritara
«Dónde demonios te habías metido»
. El recibidor estaba en silencio. Una luz gris se filtraba por debajo de la puerta del salón y me dirigí hacia ella, con el cuerpo dándome punzadas a cada paso. Papá estaba dormido en el sofá, con un álbum de fotos abierto en las rodillas. Una foto de Rose parpadeaba a la luz de la tele. Con su vestido de flores, su chaqueta y sus zapatos planos con hebilla. Me quedé mucho rato mirando a papá y, aunque tenía el cuerpo machacado y el ojo se me había hinchado tanto que me abultaba el doble de lo normal, nunca me he sentido tan invisible. Tampoco es un superpoder tan estupendo, a fin de cuentas.

La tele estaba sin sonido pero pusieron aquel anuncio. El Mayor Concurso de Talentos de Gran Bretaña. Un montón de niños bailando en silencio, con las caras felices y resplandecientes y sus familias aplaudiendo entre el público. Y cuando apareció el teléfono y las palabras giraron diciendo
Llama a este número y cambia tu vida
, cogí de la repisa de la chimenea un bolígrafo y me escribí el número en la palma de la mano dolorida.

Capítulo 10

Resultó que no había pasado tanto tiempo dormido en la acera. Ahora se hace de noche tan temprano que es difícil saber la hora que es. No eran más que las seis y media cuando apagué la tele y dejé a papá en el salón y me subí a mi cuarto. En cuanto me vio entrar, Roger saltó del alféizar y vino a frotar su pelo naranja contra mis heridas. Por lo menos alguien se alegraba de verme. Por lo menos alguien se alegraba de que hubiera llegado a casa vivo. Me vino de pronto una imagen de Roger marcando con la pata el 061 y denunciando mi desaparición por entre sus bigotes. Una sonrisa hizo que las mejillas se me levantaran hacia los ojos y me dolía tanto que no se puede ni explicar.

Jas llegó a las diez y veintiún minutos. Las bisagras de la puerta principal chirriaron muy despacio y me di cuenta de que estaba intentando entrar sin que la oyeran. Crucé los dedos. Se oyó un ruido de pisadas y luego un grito. Me tapé la cabeza con el edredón y me puse a canturrear con todas mis ganas. A papá se le notaba en la voz que había estado bebiendo.

Le preguntó una y otra vez a Jas
«Dónde has estado»
y ella dijo
«Por ahí con unos amigos»
, lo cual estaba claro que era mentira. Pero yo entiendo que no quisiera decir nada de Leo. A papá no le iba a gustar que Jas tuviera novio, y menos aún si el novio tenía el pelo verde. Dijo
«Por qué no has llamado»
y yo oí lo que Jas habría querido responderle. Vi las palabras cruzar como un relámpago su cerebro. Pero sólo dijo
«Llamaré la próxima vez»
y papá dijo
«No habrá próxima vez»
y Jas dijo
«QUÉ»
y papá dijo
«Estás castigada»
.

Aquello era tan absurdo que me dieron ganas de reírme pero estaba tratando de mantener la cara quieta porque al moverla me dolía demasiado. Papá lleva meses sin ocuparse de nosotros. Ni nos ha hecho la cena, ni nos ha preguntado qué tal nos ha ido, ni nos ha regañado desde hace demasiado tiempo para empezar ahora. Jas debió de reaccionar igual que yo porque papá dijo
«Quita ahora mismo esa sonrisita boba»
. Y ella gritó
«No me puedes castigar»
y papá replicó
«Si te portas como una niña te tendré que tratar como si lo fueras»
y Jas le dijo
«Soy más adulta de lo que lo vas a ser tú en toda tu vida»
. Y papá dijo
«Eso es una tontería»
y yo le susurré a Roger
«No, no lo es»
. Roger ronroneó y me hizo cosquillas en los labios con los bigotes. Se había acurrucado junto a mí y sentía su cuerpo como una bolsa de agua caliente peluda contra el mío. Luego vino aquel silencio lleno de todas las cosas que Jas no podía decir. En los cuatro días que Luke Branston y yo fuimos amigos habíamos ido a ver esa película de miedo que se llama
Candyman
. Era sobre un tipo con un garfio que aparece si te miras al espejo y dices cinco veces su nombre. Y desde que vi la película siempre he tenido medio ganas de probarlo, y a veces cuando me estoy lavando los dientes digo
«Candyman Candyman Candyman Candyman Candy…»
pero nunca termino de decirlo, por si las moscas.

Es como lo de papá. Nadie ha dicho nunca nada de que beba. Jas nunca me ha dicho nada a mí, ni yo a ella, y ninguno de los dos le ha dicho nunca nada a papá. Da demasiado miedo. No sé lo que podría pasar si dijéramos la palabra
BORRACHO
.

Casi me dieron ganas de que ella se lo gritara en la cara. A Roger le entró demasiado calor y saltó de la cama. En el reloj de la iglesia dieron las once y me imaginé a un viejito tirando de la soga en el campanario a la luz de las estrellas. El silencio continuó. Me mordí el labio y me noté un agujero. Daniel me había saltado de un puñetazo mi último diente de leche.

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