—La tal Tiiu opina que otra de sus colegas, Tiina dijo que se llamaba, era también una de las protegidas de Jukka. ¿No se llamaba Tiina la del recado del contestador de Peltonen? Tiiu afirma que la tal Tiina anda metida en asuntos de drogas.
—¿Y de dónde vamos a sacar a esa Tiina? ¿Te dio alguna dirección?
—No, pero en verano se la suele encontrar por la noche en el club Pikku Parlamentti. Y me dio su descripción.
—¿Te importaría volver a hacer horas extras? Intenta encontrar a esa chica, anda.
—¿Es la asesina?
—Lo dudo. Pero tal vez ella tenga la clave de este caso. Me llamas a casa en cuanto la encuentres, y me la traes a la comisaría para que yo hable con ella, aunque tengas que detenerla para ello. Bueno, llámame en cualquier caso en cuanto cierren el bar. Me parece que con los días de más que nos ha prometido el jefe tenemos para cerrar el caso.
En cuanto Koivu desapareció, llamé a Antti a la universidad, pero saltó un contestador. Lo intenté con su número directo, pero no lo cogió nadie, así que llamé a la biblioteca, donde un tipo medio dormido me informó de que no lo habían visto en todo el día. Aunque la cosa no tenía mucha importancia, me irritó. A lo mejor los investigadores universitarios tenían la costumbre de irse a la playa cuando hacía buen tiempo... O a lo mejor Antti había aprovechado para irse con
Einstein
a la cabaña de sus padres, y ni se había preocupado de mantenerme informada.
Tapsa regresó a la comisaría antes de lo que yo me esperaba, con su narizota temblándole de entusiasmo.
—Acabo de emitir una orden de busca y captura para un tipo que se llama Teppo Auvinen, conocido en ciertos círculos como T. A. Hace tiempo que no pasa por casa y tiene vacaciones en el trabajo.
—¡O sea, que has dado con su identidad! ¿Cómo has dicho que se llamaba?, ¿Auvinen? Joder, pero si es uno de los nombres que aparecen en las facturas de consultoría que tenía Jukka en su oficina. ¿Tiene antecedentes? —Mientras hablaba, empecé a marcar números de teléfono.
—Auvinen, Teppo. Nacido en el cuarenta y nueve. Estuvo medio año encerrado por posesión de sustancias estupefacientes. Marihuana, concretamente.
Llamé al laboratorio y les pedí que buscasen las huellas de Auvinen en el coche de Jukka.
A continuación llamé a Marja Mäki, que, tras pensárselo un momento, me contó que, por lo que ella tenía entendido, la consultoría de Auvinen les había proporcionado un informe sobre empresas de subcontratación de transportes en Estonia.
—¿Tengo que entender que mi marido queda libre de toda sospecha? —me preguntó.
—Así es. Tenemos varios testigos que han confirmado su coartada.
—¿Y puede saberse dónde estaba?
—Eso es mejor que se lo cuente él —dije, intentando terminar la conversación, pero Marja Mäki no era de las que se dan por vencidas con demasiada facilidad.
—Estaba con alguno de esos chavalitos, ¿verdad? —Su voz estaba cargada de rabia—. ¿Cómo es el de turno? —Sentí asco. ¿Por qué aquellos dos se empeñaban en meterme en sus follones matrimoniales? Pero de repente lo entendí todo.
—¡Óigame, señora Mäki! ¡Usted no ha pensado en ningún momento que su marido fuera el asesino de Jukka Peltonen! Lo único que quería era utilizar a la policía para enterarse de los movimientos de su esposo. ¡La próxima vez, haga usted el favor de contratar los servicios de un detective privado! —Y le colgué el teléfono. Qué a gusto me quedé... A lo mejor para aquella mujer Jukka no había sido más que una ficha en aquel juego de venganzas que se traía con su marido. Con la gente que me estaba topando últimamente en la vida real, no necesitaría ver telenovelas en una buena temporada.
Cogí mis papeles y me fui con ellos al despacho de Tapsa, donde empezamos a poner las cosas en orden. Se nos unieron un compañero de Tapsa, Makkonen —el responsable de la precipitación con que se habían llevado a cabo las famosas detenciones—, y Koivu, que venía ya con el traje de batalla, listo para irse al Pikku Parlamentti. Con aquella camisa azul cielo y los pantalones claros podía estar seguro de que no sólo las chicas morenas y las buenecitas se fijarían en él...
—¿Deberíamos informar a Kinnunen de la reunión? —dijo Makkonen dando prueba de su gran sentido del deber.
—Es que se ha ido a Haaga hará un par de horas con Virrankoski —me apresuré a decir. El caso era mío, qué leches. Era mi primer asesinato y no estaba dispuesta a consentir que un borrachuzo, por muy jefe de brigada que fuese, viniera y me lo estropease.
Tras unos cuantos cafés y medio paquete de tabaco que Makkonen se fumó en el pasillo, conseguimos ordenar los hechos y datos que habíamos reunido hasta el momento. Tapsa llamó al laboratorio, donde le confirmaron que habían conseguido encontrar las huellas de Auvinen en la puerta del conductor y alrededor de la cerradura del maletero. Koivu se disponía a leer en voz alta el resumen de nuestras deducciones, cuando sonó el teléfono.
—Es para ti, Maria. Es una señora que se apellida Sarkela.
—Buenas tardes, soy Marjatta Sarkela —dijo la cuidada voz de una mujer de mediana edad. A pesar de la amabilidad de su tono, me di cuenta de que estaba muy preocupada—. ¿Usted es la encargada de la investigación del caso Peltonen?
—Sí, señora, ¿es usted la madre de Antti Sarkela?
—Sí. Mire usted, yo no sé si estaré exagerando las cosas y preocupándome por lo que no es, pero tengo la sensación de que mi hijo ha desaparecido.
—Entonces, ¿no está con ustedes en Inkoo?
—No... ¿Es que le ha dicho que fuese a venir?
La madre de Antti me contó que el sábado por la tarde ella y su marido habían ido a casa de Antti a buscar a
Einstein
y que luego se habían ido a Inkoo. El domingo había intentado llamar a su hijo para contarle que el gato los había despertado a las seis de la mañana para traerles a la cama un topo que había cazado. El compañero de piso de su hijo le había dicho que éste había salido el mismo sábado con intención de ir a alguna parte y que no había vuelto. Estábamos ya a lunes y seguían sin saber nada de Antti.
—No puedo dejar de preocuparme, después de lo que le ha pasado a Jukka Peltonen... Y mi hijo y él eran tan buenos amigos... ¿Y si el que ha matado a Jukka le ha hecho algo malo?
Intenté tranquilizar a la señora Sarkela, aunque yo misma estaba preocupada en aquel momento. Recordé lo que Antti me dijo al marcharse de mi casa el viernes: «Si yo... si yo supiera qué cosas tienen significado y cuáles no...». Y también: «Quien lo mató puede ser imprevisible. Ten cuidado tú también». ¿Se habría descuidado él, o acaso había huido?
Y que los vientos darán mañana
otra vez vida a los cerros
—¿Y ahora qué pasa? —preguntó Tapsa con curiosidad en cuanto me vio colgar el teléfono.
—Joder... Parece que uno de los principales sospechosos ha desaparecido.
Era lunes, y los de la ACUEF tenían que reunirse en el parque de Kaisaniemi para jugar a los bolos carelianos. A lo mejor Antti se dejaba ver por allí. Él o alguien que supiese de su paradero. Lo mejor era que me acercase a ver.
Todos los coches estaban ya reservados, así que me subí a mi bici rezando para que no volviese a jugarme una mala pasada. Como todo el camino era prácticamente cuesta abajo, me presenté en Kaisaniemi en poco más de un cuarto de hora. La tarde era muy calurosa, y deseé haber llevado unas bermudas en lugar de mis vaqueros manchados de grasa. Mientras pedaleaba noté que tenía la nuca completamente agarrotada y que estaba aturdida por la cantidad de información nueva que había almacenado en la cabeza ese día.
El traficante de Tapsa había accedido por fin a revelar la identidad del tal T. A. Teppo Auvinen, que era como se llamaba en realidad; tenía antecedentes y una condena por posesión y venta ilegal de marihuana, además de alguna que otra multa por pasar esteroides ilegalmente a través de la frontera con Rusia. En ese momento era también el principal accionista y el director de la consultoría Auvinen y se hallaba en paradero desconocido. Como Antti.
Auvinen les pasaba la mercancía a los traficantes y éstos tenían que pagársela siempre al contado. Según el traficante de Tapsa, estaba en posesión de un alijo bastante grande de cocaína, que había ido sacando al mercado poco a poco, con la intención de mantener su precio lo más alto posible. Una táctica sencilla y de lo más efectiva, ya que en el mercado finlandés la coca era más bien difícil de encontrar. Al parecer, era de muy buena calidad y procedía del Este. Según el traficante, la habían traído de Tallin «en barco».
Al enterarme de aquello, llamé a Heikki Peltonen por enésima vez aquel día. No, Jukka no había estado en Tallin con el Maisetta en toda la temporada de navegación. Me llevé una desilusión al venirse abajo mi teoría, pero entonces Peltonen volvió a llamarme y me dijo que Jukka había ido a Tallin a principios de la primavera con su hermano Jarmo y Peter Wahlroos. Al parecer habían hecho un viaje de prueba con el
Marlboro of Finland
para ver cómo respondía. Jarmo y Peter querían acostumbrarse al nuevo velero antes de la gran travesía, algo que habitualmente solían hacer todos los miembros de las tripulaciones. Peltonen no estaba seguro de quiénes habían participado en la travesía, pero creía que por lo menos Piia y Antti sí habían estado.
El
Marlboro of Finland
era un buen escondite para la coca. Su fama tenía que haber llegado por fuerza también al otro lado de la frontera, ya que los periódicos habían sacado innumerables artículos sobre él durante toda la primavera, y seguro que en la aduana no le habían hecho más que una inspección de rutina. Jukka y sus supuestos cómplices se habían arriesgado lo suyo, pero al parecer la cosa había dado sus frutos. Al menos por un tiempo.
Según el traficante, Auvinen se había presentado en coche a llevarle la coca, el mismo Opel Vectra que aparecía en las fotos que los hombres de Makkonen habían sacado antes de detenerlos a él y a los camellos. En el Registro Central no constaba la matrícula que aparecía en las fotos, lo que significaba que las placas eran falsas, pero el modelo y el color del Vectra coincidían exactamente con los del coche de Jukka.
Me extrañaba que Auvinen hubiese utilizado precisamente el coche de Jukka. A lo mejor era porque el suyo era demasiado fácil de reconocer, como pensaba Makkonen. En cualquier caso, ya había una orden de búsqueda contra Auvinen y el coche de Jukka estaba pasando una inspección minuciosa. Me irritaba haber aceptado que los de la Científica le hicieran una primera inspección tan pobre, pero la cosa ya no tenía remedio.
Encontré a la gente de la ACUEF en una de las plazoletas del parque, junto a las canchas de tenis. Debían de ser unos veinte, incluyendo a Toivonen y a todos mis sospechosos. Todos menos Antti.
No me pareció que los bolos carelianos fueran precisamente un deporte de mucha acción, a juzgar por la lentitud con la que se movían los jugadores entre trago y trago de cerveza... que eso sí que no le faltaba a ninguno de ellos. El juego me pareció una adaptación finlandesa de la petanca. Por lo que pude deducir, se trataba de sacar del cuadrado del equipo contrario unos cilindros de madera dispuestos en fila, lanzando contra ellos una especie de bate pequeño. Le tocó el turno a Tuulia, que, con un elegante lanzamiento, sacó limpiamente del campo enemigo tres de los cilindros, recibiendo por ello las alegres aclamaciones de sus compañeros. Sus movimientos eran de una gracilidad especial, como de muchachito, pero al mismo tiempo muy femeninos. Evité mirarla. Mientras jaleaba a Tuulia, Jyri se fijó en mí.
—Hola, Maria —me dijo con voz apagada—. ¿Has venido a ver el juego?
—¿Has visto a Antti? —le pregunté.
La expresión mustia de Jyri se convirtió en alarma.
—Pues la verdad es que lo he llamado, pero no estaba ni en el trabajo ni en su casa. Pensaba que se dejaría caer por aquí.
Jyri debía de sospechar que yo estaba buscando a Antti para hablar con él de sus líos de dinero. ¿Dónde coño se habría metido ese Sarkela? Me di cuenta de que Piia estaba mirándome y le hice una seña discreta de que viniera a hablar conmigo.
—¿Es cierto que esta primavera estuvisteis en Tallin con el
Marlboro
?
—Sí... A principios de mayo. Creo que fue durante el segundo fin de semana; pasamos mucho frío. ¿Por qué lo preguntas?
—¿Quiénes estuvisteis?
—Peter y yo; el padre de Peter; Jarmo y su novia; un tal Niklas Bergman, que también participa en la competición... Sirkku también quiso venir y naturalmente trajo a Timo, y Antti y Tuulia también vinieron.
—¿Diez personas?
—Sí. Por la noche fuimos a un concierto del coro de la Filarmónica de Estonia que Jukka estaba empeñado en ver.
—¿Recuerdas cómo fue la inspección de la aduana?
—¿La aduana? Bueno, fue una inspección bastante por encima. Los barcos de competición no suelen registrarlos siquiera.
Cada vez me parecía más probable que la droga hubiese sido transportada en el
Marlboro
. Les dije a los del coro que avisasen a Antti de que quería hablar con él. Su ausencia no parecía extrañar a ninguno de ellos, y tampoco tenían la menor idea de dónde podía estar. Nadie parecía estar nervioso ni sentirse culpable.
Antti había estado con sus padres el sábado por la tarde, después de marcharse de mi casa. Desde entonces nadie había vuelto a saber nada de él. Yo era testigo de que Mirja y Piia se encontraban en sus respectivas casas esa noche. Sirkku y Timo estaban camino de Muuriala, o tal vez ya allí, y Jyri y Tuulia habían estado juntos en un bar. Pero ¿se habría citado antes alguno de ellos con Antti?
Regresé en mi bici a la comisaría. Faltaba poco para que diesen las ocho y Tapsa se había ido con Koivu al Pikku Parlamentti. Sobre mi mesa me esperaba un mensaje de lo más lacónico: «Hemos salido de cacería. Auvinen voló el lunes pasado a Londres, coño. La Interpol está en ello. Koivu & Helminen».
Auvinen había escapado del país cuando Jukka ya estaba muerto. ¿Y si él era el asesino? Si llevaba en Londres desde el lunes pasado, iba a ser totalmente imposible encontrarlo, ni siquiera con ayuda de la Interpol. La noticia me produjo un enorme fastidio. Mi entusiasmo por el hallazgo de los vínculos entre ambos casos se había convertido de repente en inseguridad, a falta del principal de ellos, Auvinen.
Llamé de nuevo a casa de Antti y me contestó su compañero. No lo había visto el sábado por la tarde, porque, como tenía turno de noche en el hospital, estaba en su cuarto intentando dormir, pero sí había oído entre sueños a Antti y a sus padres, que habían ido a buscar al gato. Oyó marcharse a los padres, y le pareció que el mismo Antti se iba al cabo de un rato. Desde entonces ninguno de los compañeros de piso había vuelto a verlo.