Ni Jyri ni Mirja habían estado con él en Tallin. A ella podía eliminarla inmediatamente de aquel tinglado, pero Jyri podía ser el tipo que lo acompañó en el coche y que Tiina había visto. No era alto, pero resulta muy difícil calcular la estatura de alguien que está sentado, y más visto a distancia.
Timo y Sirkku sí habían estado presentes en el
Marlboro of Finland
. No se podía decir que él fuera precisamente delgado, y era imposible confundir a Sirkku con un hombre, aun en la oscuridad. ¿Cuánta credibilidad podía concedérsele al testimonio de Tiina? El amigo de Jukka habría podido ser Peter Wahlroos, y entonces Piia habría tenido una buena razón para asesinarlo. Tal vez Jukka los había amenazado con revelar que estaban metidos en manejos de drogas. O podía tratarse de Tuulia. Ella sí que podía pasar por un hombre en la oscuridad. O Antti, que era el más alto y delgado de todos ellos.
Leí y releí mis notas una y otra vez. La verdad empezó a tomar forma y las piezas fueron colocándose en el lugar que a cada una le correspondía. El cuadro estaba prácticamente listo, pero su aspecto no me gustaba. Había estado pero que muy equivocada con respecto a uno de mis sospechosos.
¿O será mentira acaso?
A las cuatro de la tarde ya no me cabía ninguna duda. Hice unas cuantas llamadas y revisé algunos papeles para asegurarme de todos los detalles. Pasadas las seis decidí poner manos a la obra. Seguía sin saber nada de Antti y me angustiaba la idea de que le hubiera sucedido algo. Si estaba muerto, la culpa sería mía por no haber descubierto la verdad a tiempo.
Aparqué el coche a media manzana de donde vivía la persona a la que debía interrogar. No sabía si se encontraba en casa o no; pero, si era necesario, estaba dispuesta a esperar toda la noche a que regresara. Subí hasta el primer piso por las escaleras de la vieja casa de madera y llamé al timbre. Los pasos que se acercaban a la puerta eran todo menos vacilantes. Si se sorprendió al verme, no lo demostró.
—¡Hola, Maria! Vaya, me devuelves la visita. Me alegro. Justamente estaba haciendo té, creo que el agua ya está hirviendo. ¿Quieres tú también? Anda, pasa. —El tono de su voz parecía normal, pero tal vez su alegría era un tanto excesiva.
—Gracias, sí que me apetece. —Entré en la cocina, presidida por una gran mesa redonda que se comía casi todo el espacio. El color aguamarina de las cortinas era el mismo de los cojines de las sillas y del mantel, y contrastaba con el violeta oscuro del juego de té de una forma muy bonita. Me senté a la mesa y dejé el bolso en la repisa de la ventana.
—¿Sabes algo de Antti? —me preguntó Tuulia al tiempo que dejaba sobre la mesa un plato de pepino cortado en finas rodajas.
—Lo mismo podría preguntarte yo. Si sabes dónde está, dímelo de inmediato. Ahorraremos tiempo y esfuerzos inútiles.
—No sé absolutamente nada de él. ¿Sospechas que es el asesino?
—No, pero creo que él sí sabe quién es.
Tuulia se acercó a servirme. Sus manos no temblaban y no derramó ni una gota del té de jazmín en la bandeja. Nos quedamos sentadas ante nuestras respectivas tazas como dos solteronas que estuvieran de visita. Fuera relucía el sol vespertino y los animados gritos de unos niños que jugaban llegaban de lejos.
—He venido a buscar las llaves del coche de Jukka. ¿Serías tan amable de dármelas? —Tuulia no protestó; fue un momento a la habitación contigua y regresó con las llaves del Vectra.
—¿Los Peltonen van a vender el coche? Me imagino que será por eso por lo que necesitan todos los juegos de llaves, ¿no?
—No sé si tal como está el coche a estas alturas van a poder venderlo. A lo mejor tienen suerte y el seguro les paga los desperfectos que le hemos hecho a la tapicería. Hemos revisado el coche de arriba abajo. ¿Cómo es que tú tenías un juego de llaves?
—Yo tenía copias de todas las llaves de Jukka. Temía que se le perdiesen alguna vez y por eso prefería que alguno de sus amigos tuviese juegos de repuesto, por si las moscas.
—El coche estaba lleno de tus huellas. ¿Lo usabas a menudo?
—De vez en cuando, si me hacía falta.
—Y Teppo Auvinen, ¿él también era amigo de confianza de Jukka? Lo digo porque tenía las llaves del coche.
La mano con la que Tuulia sujetaba la taza de té sufrió una pequeña sacudida, y se apresuró a preguntar:
—¿De qué Auvinen hablas?
Me quedé mirando las manos de Tuulia. Llevaba una camiseta de manga larga cuyas mangas estaban dadas de sí. Tenía la costumbre de estirarlas para taparse con ellas las manos y que no se le enfriaran. En el anular de la mano derecha llevaba un anillo cuyo valor debía de ser el equivalente a mi paga del mes. Y yo que pensaba que se trataba de bisutería fina... y al final resultaba que era auténtico.
—De uno que tienes que conocer por fuerza. Lo viste en Tallin, durante el segundo fin de semana de mayo, cuando fue a entregaros a Jukka y a ti un alijo de cocaína. Y creo que tú tuviste que ser quien le llevó el coche de Jukka hasta la puerta de su garaje en un par de ocasiones, cuando Jukka no tenía tiempo. De ahí la nota, «¡Tuulia viernes: NO!», que encontré en su casa. Tenía que decirte que no le llevases el coche a Auvinen, porque tenía miedo de que estuviesen vigilándolo.
—¿Quién te ha contado todo esto? ¿T. A.?, digo... ¿Auvinen? —se le escapó a Tuulia.
—Poco importa ya quién haya sido. Aunque estabais bien cubiertos, hay bastante gente que estaba al corriente de vuestros manejos. Jukka era de los que no pueden evitar meterse en líos. No sé cómo conoció al tal Auvinen, creo que fue en un club nocturno donde Jukka estaba reclutando chicas, probablemente. Auvinen tenía buenos contactos entre los traficantes de Tallin y ya tenía lista la distribución en Finlandia, pero para pasar la droga por la aduana necesitaba a alguien que estuviese limpio. Jukka debió de traerle unos cuantos alijos de hachís a lo largo del invierno y debió de sorprenderle lo fácil que era. Seguro que fue entonces cuando pensó que podía traer encargos más grandes. Al mismo tiempo, Auvinen se enteró de que había un gran alijo a la venta. Jarmo y Peter estaban organizando un viaje de prueba con el
Marlboro
, y para Jukka fue pan comido convencerlos para ir a Tallin con la excusa del concierto. Todo salió tal como lo habíais planeado. Jukka y tú os escabullisteis un rato, probablemente para encontraros con Auvinen en la ciudad y que os entregase la mercancía.
Tuulia me miraba sonriente. Tenía la misma expresión que se le pondría a un adulto ante una niña que dijese haber visto al coco en el bosque.
—Tal vez sea cierto que Jukka estuviera metido en todo lo que cuentas. Yo sólo estaba enterada de lo del aguardiente y de que les hacía de intermediario a un par de putas. ¿Que utilizó el
Marlboro
para traer droga a Finlandia? Muy bien. Pero lo que es absurdo es que precisamente yo estuviera al tanto de ello.
—Tú eras la mujer de confianza de Jukka. Creo que todo debió de empezar hará un par de años, cuando se metió en el negocio de las chicas. Estabas falta de dinero; lo tuyo era un problema crónico. En cuanto Jukka te sugirió que podías acostarte con algunos de sus clientes a cambio de dinero, aceptaste. Las mujeres que tenía Jukka no venían del otro lado de la frontera exclusivamente, entre ellas había también chicas de aquí, estudiantes en su mayoría. Como tú.
»Pero te hartaste rápido de aquello. No tiene que ser una forma muy agradable de ganarse el pan, eso lo sabrás tú mejor que nadie. La cuestión es que seguías necesitando dinero. ¿No me contaste la otra noche en el Elite la clase de vida que querías llevar? Salvaje, libre de toda convención... No sabes la envidia que me diste.
»Volviste a hablarle a Jukka de tus problemas de dinero y entonces él te ofreció un trabajo algo diferente: entregarle a Auvinen el hachís que él pasaba en sus viajes, y probablemente también vender el que desviaba, aunque eso debió de ser esporádico. Necesitaba un ayudante para lo de Tallin, porque aquél ya no es un lugar seguro como antes, y moverse solo de noche por los clubes es peligroso. Estoy segura de que incluso teníais algún plan para poneros a salvo en caso de que la aduana mostrase demasiado interés por vosotros.
»Jukka se iba volviendo cada vez más codicioso. Lo irritaba que Auvinen se quedase con la mayor parte del pastel. Se negó a entregarle el alijo completo y se lo fue dando en pequeñas remesas, una a una, a cambio de pagos cada vez más grandes. Evitaba verse con él y por eso tú eras la encargada de llevarle el coche y de recogerlo. Auvinen aceptó, porque no le quedaba otra.
—¿Crees que Auvinen se cargó a Jukka por su codicia?
—Auvinen no mató a Jukka, ni estaba enterado de su muerte, porque le dejó un mensaje en el contestador el domingo por la noche para informarlo de que se iba del país. Tú mataste a Jukka. Y encima fue en vano. Auvinen escapó a la redada sin ser detenido. No había nadie más que pudiera delataros a Jukka y a ti.
Me pareció que Tuulia estaba muy cansada y me pregunté cuánto tiempo iba a poder seguir negando lo evidente. Lo único que tenía contra ella eran pruebas circunstanciales, así que, si quería culparla de la muerte de Jukka, tenía que conseguir que confesase. Lo que no sabía era si en verdad deseaba que Tuulia lo hiciese. Tenía que obligar constantemente a mi propio yo a mantenerse al margen. Yo era una policía y mi deber era aclarar aquel crimen, lo demás carecía de relevancia. Di un sorbo a mi té antes de continuar con aquel monólogo, que parecía rebotar en Tuulia como en un muro de piedra. Ella me miraba con una sonrisa torcida en los labios, como si estuviese viendo una comedia de tercera en la tele, esperando a ver cuál iba a ser la siguiente estupidez que los actores dirían.
—El jueves alguien avisó a Jukka de las detenciones, Auvinen, probablemente, al ver que el traficante no aparecía —continué—. Temió por su pellejo y empezó a organizarse la huida. Las noticias del sábado sobre la redada y la detención de la banda fueron un poco exageradas, y Jukka debió de sentir pánico. No debía de ser un buen perdedor, me temo. Conseguiste citarte con él para esa noche. Teníais que hablar de qué ibais a hacer en caso de que Auvinen fuese detenido, porque entonces ambos podíais acabar bien jodidos. Durante la conversación tuvisteis una pelea y golpeaste a Jukka con el hacha. A lo mejor Auvinen no sabía tu nombre. A lo mejor pensaste que, con Jukka muerto, ya no quedaría nadie para delatarte.
—Me pasé la noche durmiendo, todos pueden dar fe de ello, porque estuve roncando fortísimo, como siempre que se me va la mano con las copas. Además, ¿por qué no había huellas mías en la famosa hacha si, como dices, lo maté yo?
—Fueron los ronquidos los que te delataron, precisamente. Según Jyri, te vio roncando boca arriba. Pero, mira por dónde, Mirja me dijo que intentó darte la vuelta, porque estabas boca abajo y no parabas de roncar. La gente sólo ronca en una postura, normalmente. Creo que no supiste interpretar tu papel lo suficientemente bien...
»Y a propósito de las huellas... Se te debieron de quedar las manos frías a esas horas en el embarcadero. Sólo tuviste que agarrar el hacha con las mangas dadas de sí de tu camiseta, y de la misma manera la llevaste hasta la sauna y la escondiste. Hasta eso te arriesgaste a contarme la semana pasada. Claro que pensaste que yo no me daría cuenta. —No pude evitar que se me notase en la voz lo irritada que estaba—. Sólo viniste conmigo al Elite para sacarme lo que sabía. Todas las historietas que estuviste contándome, tus discursos sobre la amistad y lo mucho que nos parecíamos... Pura táctica. ¡Y yo me lo creí!
—No era táctica. —Tuulia se quedó mirando por la ventana—. De verdad pensaba que tú podías entenderme.
—¿Pensabas también que yo podría llegar a entender que traficases con cocaína para ganarte la vida?
—¡Yo no sabía que se trataba de cocaína! —La taza de color violeta chocó contra el plato. Tuulia se levantó para servirse más té y entonces empezó a decir lentamente, como eligiendo cada palabra—: Entonces está claro... No me queda otro remedio que contártelo todo, para que al menos tú entiendas algo. ¿Quieres más té?
Asentí con la cabeza y me sirvió a mí también. Luego volvió a dejar la tetera en la encimera de la cocina y vino a sentarse. Sus movimientos eran pesados, como los de un animal herido, y su manera de hablar, más lenta de lo habitual. Tuulia se quedó mirando el patio por la ventana. Una lavandera revoloteó hasta el alféizar y se posó en él, miró ansiosa las migas de pan que había sobre la mesa y echó a volar de nuevo. Tuulia se dispuso a contarme su historia.
—Estás bastante en lo cierto, en lo que se refiere a nuestros manejos. En realidad, todo empezó por casualidad. —Tuulia sonrió con amargura al recordar—. Hará un par de veranos, Jukka y yo estábamos en una fiesta rockera en el Kaivohuone. Yo me había arreglado más de lo habitual, ya sabes, muy maquillada y peinada con un moño, tacones de vértigo y una minifalda escandalosa. Casi al final de la velada se me acercó un paleto cincuentón con pinta de andar perdido, y me preguntó cuánto... En un principio ni siquiera entendí a qué se refería, pero luego, al caer en la cuenta, le dije de cachondeo que mil marcos por adelantado. El tipo sacó el dinero sin rechistar, y sólo le faltó ponerse a agitar los billetes delante de todo el mundo. Apenas me despedí de Jukka, y cuando quise darme cuenta, ya estábamos el paleto y yo en su habitación del hotel Merihotelli.
»Naturalmente, se lo conté a Jukka, y al cabo de dos semanas me llamó para decirme que un tipo de su trabajo quería compañía. Él se ocupó de organizarlo, a cambio de dinero, claro. Así estuvimos una temporada, haciéndolo un poco como si fuera un juego. Y la verdad es que tenía su gracia. En aquella época no debía de haber la oferta de chicas que hay ahora, y los tíos pagaban lo que fuera. Jukka persuadió a un par de chicas más para que entrasen en el juego, porque en los círculos de negocios ya se había corrido la voz de que por mediación suya podían conseguirse chicas de compañía, sanas y competentes.
»Yo estuve en aquello algo más de medio año, pero luego me harté. Al final no era nada fácil, era durísimo... Mi propio cuerpo empezó a reaccionar de una manera extraña a todo aquello, como si no fuese mío. Le dije a Jukka que lo dejaba y él no se opuso. Le sobraban las mujeres, además.
»Todo fue bien durante un año, pero luego volví a quedarme sin blanca. Jukka me prestó dinero cierto tiempo. Me decía que no importaba, que andaba en todo tipo de negocios y que estaba ganando más que nunca. Había conocido a Auvinen a través de la tal Tiina y estaban trayendo hachís a Finlandia. Yo lo vendí unas cuantas veces en bares, pero era un mal rollo y me pareció muy arriesgado.