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Authors: Alessandra Neymar

Tags: #Romantico, Infantil-Juvenil

Mírame y dispara (34 page)

BOOK: Mírame y dispara
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Valentino fumaba con tranquilidad, con su cara sarcástica ya relajada tras los acontecimientos del cementerio. Su padre se hallaba justo a su lado, sentado sobre una caja de listones de madera; bebía algo. También estaban mi tío Carlo y Danilo Pirlo, el marido de mi tía materna, Mariella.

¡Dios!, allí dentro se reunía casi toda mi familia y ¿nadie iba a ayudarme?

Quise cerrar los ojos para dejar de presenciar la escena, pero me topé con algo que no esperaba. No solo estaba rodeada por los que decían ser mi familia, sino también por unos diez hombres que custodiaban cada esquina de la nave y las escaleras.

Y Virginia, que sonrió con perversidad.

Tenía unos ojos miel odiosamente sediciosos. Llevaba un vestido negro que dejaba ver sus rodillas y unas medias negras. Seguramente, para remarcar el rojo de su cabello y sus zapatos. Ella no llevaba pañuelo, pero su calzado lo sustituía con creces. Estaba sentada sobre el regazo de Jago; él se aferraba a su esbelta cintura. No comprendía cómo había podido cambiar a Fabio por aquel calvo asqueroso y fofo. Fabio era guapo, tenía un cuerpo impresionante para tener casi cincuenta años, y era mucho más hombre que Jago. No solo le superaba en inteligencia, sino también en elegancia y carisma. Si Virginia quería poder, solo tenía que haberse quedado con Fabio.

Agaché la cabeza cuando un sicario se acercó y tiró de la cinta que cubría mi boca. Gemí de dolor y Virginia sonrió. La miré como solo podía hacerlo yo cuando estaba endemoniadamente cabreada. Mi mirada la detuvo y miró a mi padre.

—Vaya, qué carácter. Creo que la valentía ahora mismo no te favorece nada, querida —dijo sin que nadie en aquella sala se quejara.

Por algún motivo, ellos querían que Virginia estuviera presente. Mi padre encendió un puro y expulsó el humo, que se expandió por el foco y dibujó su sombra en la pared. Me di cuenta de que solo había una ventana. Era pequeña y estaba pegada al techo.

—Qué sorpresa… Esperaba cualquier cosa de ti, hija mía, pero no que llegaras tan lejos, escapándote con el menor de los Gabbana. —Miró a sus acompañantes—. ¡Es increíble lo inocente que eres! ¿No sabes que Cristianno solo te quiere por el sexo? En cuanto lo consiga, te dejará a un lado, como hace con todas. Y tú serás una traidora.

Yo no había traicionado a nadie. En todo caso ellos me habían traicionado a mí vendiéndome al mejor postor sin dejarme decidir.

—Si enamorarme de Cristianno es traición, entonces soy la más traidora, pero no pienso disculparme. —No podía acobardarme, debía seguir hacia delante. Por él—. Además, ella también lo es —dije señalando con la cabeza a Virginia—, ella es una Gabbana, ¿qué diferencia hay?

No podía controlarme. Sabía que era mejor callar para no arriesgar mi vida, pero en aquel momento me daba igual.

—Demasiada… —murmuró Valentino.

—Ninguna diferencia —le corté—. Yo ni siquiera estoy prometida, pero ella estaba casada —continué antes de que mi padre se acercara con una mirada furibunda.

—¿Tienes idea de dónde te has metido, Kathia? —preguntó mi tío Carlo.

Recibió mi silencio. No pensaba responder.

—Tu tío te está haciendo una pregunta, querida Kathia, así que deberías contestar —intervino Adriano, con fingida suavidad, mostrando una falsa faceta pacífica y poco conflictiva. ¡Qué hipócrita! Todos los que estaban allí eran unos cínicos. Ni en mil años conseguirían estar a la altura de los Gabbana.

Levanté orgullosa el mentón y los contemplé como habría hecho Silvano. Sí, estaba mucho más cerca de sentirme una Gabbana que una Carusso.

—Solo sé una cosa, y su hijo se ha encargado de que me quede bien clara —contesté irónica.

—Ah, ¿sí? y ¿cuál es? —preguntó mi padre con curiosidad.

—Pues que estamos en la mierda. De hecho, no sabía cuánta mierda me rodeaba en realidad hasta que llegué aquí y os descubrí a todos juntos.

Mi padre se lanzó sobre mí y me cogió de la barbilla. Nunca lo había visto tan agresivo, ni siquiera con mi madre. Seguía descubriendo nuevas facetas de mi familia.

—¿Cómo puedes tener la desfachatez de mofarte delante de tantos hombres armados? ¿Acaso eres inmune al miedo?

No, no lo era. Estaba cagada y el pánico me recorrió el cuerpo más aún cuando oí cómo varios hombres cargaban sus armas y se las llevaban al pecho esperando una señal. Me iban a coser a balazos.

Mi padre se dio la vuelta y caminó hacia Valentino. Este agachó la cabeza para escuchar lo que decía.

—Procura no darle en la cara —escuché decir mientras Valentino asentía ante lo que parecía ser la orden maravillosa que estaba esperando.

Chasqueó los dedos y dos hombres aparecieron con un barreño de agua. Lo dejaron a los pies de Valentino y otro matón llegó con unas toallas blancas perfectamente dobladas sobre sus brazos. La sonrisa de Virginia se agrandó en su rostro. Ella sabía mejor que nadie lo que iba a suceder. Estaba disfrutando.

El labio comenzó a temblarme, pero no quise que lo descubrieran. Apreté la mandíbula y observé cautelosa cómo humedecían las toallas. Ahora el terror se apoderó de mis piernas. ¡Dios!, si no me mataban, moriría de un infarto. Tragué saliva adivinando sus intenciones.

¿Cómo podía ser que mi padre lo permitiera?

Valentino cogió el extremo de una toalla y comenzó a estrujarlo mientras otro tipo hacía lo mismo con la otra punta. El agua cayó en el barreño y Valentino pasó a enrollar la tela hasta formar una trenza. Me miró alzando las cejas y caminó hacia mí con socarronería.

Ni siquiera tuve tiempo de reaccionar cuando me caí de la silla. Me estampé contra el suelo sintiendo un dolor quebradizo en mis riñones. Se acercó a mí y me dio una patada en el estómago. No podía creer que pudiera hacerme aquello sin que nadie moviera un dedo. Los golpes con las toallas me destrozarían, pero no dejarían señal alguna en la piel.

Valentino volvió a cogerme del pelo y me levantó sin importarle el dolor que me infligía. Después de todo, eso era lo que él quería, verme sufrir. Matarme no habría sido divertido.

—¿Dónde está Enrico? Él es el experto en interrogatorios —dijo mi padre cerca de mí. Ni siquiera podía fijar la vista. Mi mirada se nubló por el dolor.

—Lo he enviado al edificio Gabbana. Nos dirá cuál es el siguiente paso —contestó Carlo recomponiéndose en la mesa.

—Es una lástima, se volverá loco cuando se entere de que su querida cuñada nos ha traicionado. Bien, Kathia, ¿qué es lo que tienes para mí?

No diría absolutamente nada. Podían hacerme lo que quisieran, pero no vendería a Cristianno y a su familia.

Estaba dispuesta a protegerlo con mi vida.

—Nada —susurré entre dientes con la voz rota.

—¿No tienes nada que decirme? —prosiguió mi padre inclinándose hasta mi oído.

—No.

—Bueno, tendremos que recurrir a la violencia.

Recibí otro latigazo con la toalla húmeda, y otro, y otro, en las costillas, en las piernas, en los muslos, en los brazos. Después Valentino me echó la cabeza hacia atrás para que pudiera mirar la cara de mi padre. Ni un atisbo de sangre, ni una señal de lesión, solo mi dolor interno y mi respiración descontrolada.

—Resulta que para abrir la caja fuerte necesitamos el ojo de Fabio y una pequeña tarjeta, ¿no es así, Virginia? —dijo mi padre con el puro entre los labios.

—Ajá… —La pelirroja sonrió.

—El ojo lo tiene Cristianno. ¿Dónde está la tarjeta?

—No sé de qué me hablas —jadeé. Casi ni se me escuchaba.

Mi padre torció el gesto.

—Kathia, no puedes protegerles. Hemos ganado, solo nos faltan las malditas coordenadas del…

—¡Basta! —gritó mi padre interrumpiendo a mi tío Carlo. Después me dio un bofetón; ahora sí sangraba. Me cogió de los hombros y me zarandeó—. Tú sabes dónde está, dímelo.

Negué con la cabeza.

—¿No has tenido suficiente? —preguntó Valentino agachándose para ponerse a mi altura.

—No, todavía no. —Sonreí entre jadeos. La saliva sabía a sangre. Ni siquiera tenía fuerza para mover los labios.

—No piensas hablar, ¿verdad? —continuó Valentino.

Alcé un poco la cabeza para mirarle a los ojos.

—No pienso hablar, cariño —susurré con desprecio.

Lo último que recuerdo antes de caer inconsciente al suelo, fue el grito desgarrador y lleno de frustración de Valentino.

Capítulo 39

Kathia

Gemí mientras volvía en mí. Intenté moverme con cuidado sintiendo cómo el dolor se despertaba conmigo. No sabía cuánto tiempo había estado inconsciente. Suponía que a nadie le importaba, ni siquiera se habían molestado en taparme cuando me habían tirado en la cama como si fuera un perro. Para ellos no era más que un juguete roto.

La luz del día que entraba por las ventanas era muy tenue. Pensé que podía estar amaneciendo, pero cuando miré el reloj me di cuenta de lo equivocada que estaba. El sol se escondía tras completar otro ciclo.

Intenté incorporarme, pero sentí una fuerte punzada en mi espalda, como si una enorme piedra me hubiese estado aplastando todo el día. Las piernas tampoco respondían y comenzaron a temblar. Por un momento, creí que no podría caminar, pero luché por sentarme en la cama y poner los pies en el suelo. El contacto me produjo un escalofrío placentero.

Me impulsé con cuidado y me puse de pie. Pero perdí el equilibrio y caí en la cama. Me estudié el cuerpo levantándome la ropa: no había ni una señal, ni un simple moratón, nada. Era tal el dolor que sentía que la presencia de alguna marca me habría consolado.

Volví a levantarme jadeando silenciosamente. Mantuve el equilibro y me ayudé de los barrotes de la cama para avanzar hasta la terraza. Necesitaba sentir la brisa en mi rostro.

Pero, de repente, caí en la cuenta de algo extremadamente importante. Con rapidez me miré en el espejo mientras palpaba mi ropa. Llevaba puesto el mismo chándal que en el cementerio. Estaba manchado de barro y algo rasgado por las rodillas. Me descalcé y miré en mi calcetín. El simple gesto de inclinarme me hizo ahogar un grito de dolor. Sentí una punzada en el estómago, pero ahora no podía quejarme. Seguramente, me habrían registrado cuando perdí el conocimiento. «Por favor, por favor, que no me hayan quitado…»

Allí estaba la tarjeta, intacta.

De repente, la puerta se abrió sin que tuviera tiempo de volver a esconder la tarjeta. Apareció Enrico con una cara totalmente consternada. Se le veía agotado y, sobre todo, muy preocupado por mí. Intenté levantarme del suelo e ir en su busca, pero cuando ya estaba incorporada me tambaleé. Caí en sus fuertes brazos y me llevó de nuevo a la cama. Su respiración, normalmente armoniosa y apacible, estaba visiblemente agitada.

Me acarició las mejillas y me abrazó con fuerza. Después, se apartó y comenzó a palpar mis piernas.

—Quítate la chaqueta.

Bajé la cremallera y, con esfuerzo, me retiré la chaqueta hacia atrás. Levantó mi camiseta y comenzó a palpar mi estómago y mis costillas como si de un médico se tratase.

—¡Au!… —me quejé tan discretamente como pude.

—¿Te duele aquí? —preguntó, presionando en el costado.

—Un poco.

—Mentirosa… Tienes que quitarte la camiseta. Quiero ver tu espalda.

No le importó que estuviera en sujetador, lo único que Enrico quería era examinarme. Sabía que me habían pegado; más bien, que me habían dado un paliza de esas que nunca se olvidan y que te dejan en cama más de una semana.

Presionó mi espalda y me encogí. Ya no podía fingir por más tiempo. El dolor era espantoso. Me ardía todo el cuerpo y no podía disimular porque Enrico tocaba en el lugar preciso.

—Está inflamado, pero no hay ninguna señal. ¿Qué utilizaron?

Cerré los ojos e intenté ocultar mi rostro.

—Toallas… —susurré volviendo a revivir la escena.

Jamás podría olvidar el rostro impasible de mi padre mientras Valentino me pegaba con fuerza.

Enrico apretó la mandíbula y negó con la cabeza lleno de furia.

—Lo siento. Siento no haber estado allí.

Él no tenía la culpa y en aquel lugar no podría haber hecho nada.

—No lo sientas. Cristianno te necesitaba más que yo. No podrías haber evitado nada estando conmigo, y lo sabes, Enrico.

—Sí, lo sé, pero al menos te habría protegido.

—¿De qué? Te habrían descubierto y todo se habría ido al traste. No te sientas culpable. Estoy bien, algo… dolorida, pero se pasará. Supongo.

Introdujo su mano en el bolsillo de su pantalón y extrajo una ampolla. La agitó haciendo que el líquido se tornara blanquecino y la abrió antes de entregármela.

—Tómate esto, te aliviará en unas horas —murmuró.

—¿Qué es? —pregunté casi al mismo tiempo que me lo introducía en la boca. Tenía un sabor amargo, como el limón, y escocía un poco. Hice una mueca al tragar.

—Es un fórmula que inventó Fabio para eliminar los dolores internos y evitar también posibles hemorragias o daños mayores. —Empecé a pestañear—. Ahora te dormirá y durante el letargo mitigará los dolores. Es un potente somnífero.

—Pero… tengo muchas preguntas que hacerte… —Me costó hablar; los párpados se venían abajo, como losas.

—No tenemos tiempo, Kathia. He conseguido colarme porque los he enviado a cenar. Hay dos guardias en la puerta vigilando. Y tenemos más de una docena de hombres abajo solo custodiando tu balcón. No pueden verme aquí dentro.

—Necesito… saber… —La cabeza comenzó a darme vueltas—. Quiero saber cómo… está… Cristianno.

—Tranquila, él está bien. Preocupado por ti, pero está bien. Ya le hemos curado y no ha sido nada. Solo un rasguño, la bala no llegó a penetrar. —Me incliné hacia Enrico sin poder controlar mis movimientos. Me tumbó y me cubrió con mi edredón—. Kathia, ¿todavía puedes escucharme?

Asentí con la cabeza, pero sin fuerzas para mantener los ojos abiertos.

—Bien, quiero que prestes atención, ¿de acuerdo? —Volví a asentir mientras la droga empezaba ya a aturdirme—. Adriano ha ganado las elecciones y celebrará su triunfo en el yate, mañana. ¿Recuerdas?

—Sí…

—Todo es una trampa. Quiero que no te separes de mí en ningún momento.

—¿Por qué me lo dices ahora?

—Porque no podremos volver a hablar de esto en otro momento.

—Podrías… podrías haberlo dicho antes de… darme… esto.

—Lo sé, pero no esperaba que hiciera efecto tan rápido. Kathia, por favor, tienes que hacerme caso, ¿de acuerdo? Los Gabbana van a hacer estallar el barco con todos dentro, y tú y yo tendremos que escapar antes de que ocurra. No puedes separarte de mí, ¿entendido?

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