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Authors: Alessandra Neymar

Tags: #Romantico, Infantil-Juvenil

Mírame y dispara (30 page)

BOOK: Mírame y dispara
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—Muerte cerebral —susurró Kathia, con la mirada perdida—. La segunda fase es irreversible…

—No del todo… En la primera fase la probabilidad de muerte es de un treinta por ciento; en la segunda es de un ochenta y siete por ciento, pero todavía queda un trece por ciento de probabilidades de vivir. Solo antes del coma —reiteré las últimas palabras.

—¿Por qué Zeus? ¿Por qué decidisteis llamarlo así?

—Porque Zeus es el dios de dioses. Este virus es lo mismo. Puede con cualquier cosa.

Kathia se retiró el cabello de la cara con un gesto realmente insinuante y sonrió. Tras aquella mirada esperaba la siguiente pregunta.

—Supongo que Fabio, al ser el creador de la pandemia, se encargó de crear un antivirus ¿no?

—Correcto.

—De eso va todo… —Kathia entrecerró los ojos, comprendiendo—. Los laboratorios Borelli serían los salvadores y nadarían en millones. Pero en todo esto ningún Carusso o Bianchi se ha mojado. En cambio, solo tienen que esperar con las manos abiertas a que les caiga el dinero.

—También es correcto, pero nada de eso ha sucedido aún. Todavía no se han obtenido beneficios —añadí.

—Entonces, ¿por qué murió Fabio? ¿Por qué… le mataron? —Le costó hacer la pregunta.

—Para crear el antivirus necesitábamos un componente específico que anulara toda la toxina, pero solo podía conseguirse en China. Concretamente en Hong Kong…

—Estuviste allí. —Me miró.

No era una pregunta, no tenía por qué contestar, pero decidí hacerlo.

—Me fui porque no era capaz de mirarte a la cara. No quería verte, no quería saber nada de ti, pero aquel viaje me hizo darme cuenta de muchas cosas y una de ellas es que quiero estar contigo. —Respiré hondo mientras ella me observaba alucinada. No le había dicho «Te quiero», pero ella había comprendido que todo aquello significaba mucho más que esas palabras—. Hice el viaje con mi tío sin que nadie se enterara. Solo lo sabía Enrico, pero él no podía ir, hubiera llamado demasiado la atención. Llegamos a un acuerdo con Wang Xiang, el dueño de la farmacéutica que domina el país. Él nos entregaba el componente y nosotros le pagábamos el doble.

—¿Cuánto? —preguntó Kathia.

Vacilé unos segundos antes de responder.

—Sesenta millones antes y sesenta millones después de la entrega. Después obtendría el nueve por ciento de cada fármaco que se vendiera. Con los Carusso de por medio, solo conseguía el dos por ciento.

—Ciento veinte millones de euros —dijo Kathia para sí misma.

—Él aceptó y nos entregó el componente.

—¿Y cómo lo descubrieron los Carusso? ¿Cómo lo descubrió Virginia? Nadie lo sabía, no lo entiendo. —Kathia entrecerró los ojos y comenzó a agitar un dedo en el aire, como si hubiera encajado las piezas de un puzle en su cabeza pero le faltara la última—. Las elecciones a la alcaldía están de por medio, ¿verdad? Adriano quiere ser alcalde, pero… todo es por el virus, ¿me equivoco?

«No. Claro que no.»

¿Cómo lo conseguía? Aún no había llegado a esa parte. Kathia no se daba cuenta de que era la perfecta mafiosa. Fabio la habría adorado.

Sonreí y me acerqué de nuevo a ella.

—Escúchame bien, Kathia. Todo estaba planeado desde un principio. Tu fami… Los Carusso pensaron que si Adriano se convertía en alcalde, costaría menos expandir el virus y todo el pueblo esperaría ansioso la solución de los dirigentes del país. Adriano, siendo simplemente el alcalde de Roma, expondría esa solución y sin darnos cuenta descubrimos que podíamos ir a más. El país entero nos adoraría, aunque la representación de todos nosotros fuera Adriano. No tardaríamos mucho tiempo en conquistar Italia. Entonces dominaríamos todo los terrenos. Pero la avaricia rompe el saco, dijo mi tío, y él no quería ver cómo los demás se enriquecían y conseguían un poder desmesurado gracias al sudor de la frente de su familia. Él y Enrico trazaron un plan y en ese plan entré yo también. No fue casualidad, Fabio me estaba formando, como siempre había hecho. Sabía que yo, tarde o temprano, seré el dueño del imperio Gabbana y por eso quiso que entrara a formar parte del plan B.

—¿Quieres serlo? —preguntó Kathia, de improvisto.

—He nacido para ello. La cuestión es… —Algo que no venía al caso, pero excedía en importancia para mí, irrumpió en mi cabeza. Necesitaba saber qué pensaba ella, pero no fue exactamente esa pregunta la que salió de mi boca—: ¿quieres serlo tú también?

¿Quería ella formar parte de ese imperio?

—He nacido para ello… —susurró antes de ahogar una sonrisa un tanto pícara.

Me obligué a continuar tragando saliva. Mantener la flema estando con Kathia era una tarea imposible.

—Debíamos fingir y lo hicimos. Continuamos adelante mientras Fabio trabajaba en el antivirus.

—Espera un momento. Virginia era la esposa de Fabio. Vivían juntos, es ella la que ha tenido más tiempo para espiarle. Eso confirma su implicación. Ella es la traidora y Jago…

—Y Jago está con los Carusso. Por eso le viste en los laboratorios —susurré—. Wang hizo dos copias. —Joder, todo comenzaba a encajar—. Introdujo el virus en la réplica de
La bella ferronière
de Leonardo da Vinci, el cuadro favorito de Fabio, y algo de lo nunca pensarían mal. Por eso no me dejó mirar en la caja.

—¿De qué estás hablando, Cristianno?

Kathia parecía confusa, pero se esforzaba por seguirme.

—El componente del que te he hablado lo introdujimos en Europa camuflado en las fibras de un cuadro…

—Sí, de eso sí que me he enterado, pero ¿qué es eso de que hay dos copias?

—Es evidente que Fabio sabía que estaba vigilado, sabía que Virginia tramaba algo y por eso encargó dos copias. Una libre y la otra portadora del componente. Virginia informó a los Carusso y estos decidieron… —Cogí aire, todavía me costaba creer que mi tío estuviera muerto— matar a Fabio.

—¿Crees que han robado el cuadro?

—No el auténtico. Fabio tuvo que guardarlo en algún lugar. Pero ¿dónde?

Me puse a cavilar. Mi tío era demasiado perfeccionista con sus cosas y no dejaba cabos sueltos. Así que pensar en dónde podría estar el cuadro era literalmente una pérdida de tiempo.

De repente, me levanté de la silla. Recordé una mañana que entré en el despacho de mi tío. Tras unas estanterías escondía la caja fuerte. Y nadie excepto él sabía la contraseña. Él mismo la cambiaba dos veces por semana, lo que demostraba lo poco que se fiaba de su esposa.

—Puede que encontremos algo en la caja fuerte.

Kathia se levantó también, expectante.

—Bien ¿tienes alguna contraseña o alguna llave con la que se pueda abrir la caja?

Ya estaba pensando en eso y no me gustaba nada la idea que comenzaba a vagar por mi mente, pero quizá era de la única forma si queríamos ganar aquella batalla.

—Necesita un código, sí, pero la contraseña no sirve de nada si no se supera antes un examen ocular, el escáner del iris de mi tío.

Kathia me miró con los ojos bien abiertos. Enseguida supo lo que estaba concibiendo.

—Intentas decime que tenemos… que… ¡Oh, Dios mío! Es una locura.

—Sí, lo es, pero debemos hacerlo. Tenemos que exhumar el cadáver.

Me acaricié el cabello pensando en si mi tío querría aquello. Pero no veía otra solución si quería salvaguardar la supervivencia de los míos y poner a salvo a Kathia. En unos meses estaría casada con Valentino y debía evitarlo como fuera.

—Está bien, ¿cuándo? —preguntó Kathia.

—¿Cuándo, qué? —pregunté entrecerrando los ojos.

Estaba insinuando algo que no me hacía gracia.

—¿Cuándo vamos al cementerio? —dijo decidida.

—¡Ni lo sueñes, tú no irás! —exclamé entre susurros.

Pestañeó y colocó los brazos en jarras caminando hacia mí. Iría, quisiera yo o no.

—¡Claro que sí! Iré. —Apreté la mandíbula cuando ella se aferró a mí rozando mis labios con los suyos. Ni siquiera me moví. Permanecí quieto ante el deseo de besarla. Ahora no podía caer en sus redes—. Lo único que te impide enfrentarte a mí en esta decisión es que sería como enfrentarte a ti mismo. ¿Dejarías de ir? —Rozó mi labio inferior con su lengua con la excusa de coger aire. No pude evitar soltar un gemido—. ¿No, verdad? Pues yo igual. Si tú vas, yo voy. Pase lo que pase.

Cerré los ojos al escuchar aquella frase. La tomé entre mis brazos y la llevé hasta la cama tumbándome sobre ella. Kathia me contempló con una sonrisa débil en los labios.

—Estaré esperándote al final de tu calle la madrugada que viene, sobre las dos —dije antes de besarla.

No quería que fuera, pero si no la llevaba conmigo, Kathia podía plantarse allí sola.

Me abracé a ella sintiendo el calor de su cuerpo. Y pensar que había estado a punto de perderlo.

Capítulo 35

Kathia

113071.

Marqué los números en el panel que había tras la puerta antes de salir de la mansión. Las alarmas no sonaron. La ronda de vigilancia estaba ahora por la parte de atrás. Solo tendría ochenta segundos para cruzar el jardín antes de que apareciera algún guardia, y treinta más para saltar la enorme verja antes de que la alarma se activara de nuevo y los sensores de movimiento me captaran. Salí corriendo por el camino de piedra.

Cuarenta segundos. Llegué a la fuente.

Veinte segundos. La bordeé y bajé los siete escalones de mármol pardo.

Diez segundos. Llegué a la verja.

Cinco segundos. Me escondí tras un árbol y miré en la cabina de seguridad. No había nadie.

Dos segundos. Paré el cronómetro antes de lo imaginado y miré atrás. Por la esquina, asomaba el guardia; como estaba previsto. Enrico me había explicado la sincronización de los vigilantes antes de darme el código. Él no estaba de acuerdo con que fuera al cementerio, pero al final cedió ante la certeza de que terminaría escapándome igual.

Pulsé de nuevo el cronómetro después de mirar el pilotito rojo de las cuatro cámaras que había en la verja. Parpadeaban y eso significaba que no existía grabación y que la señal se había descolgado. Había hecho un trabajo excelente.

Coloqué el pie en la forja y comencé a escalar como si fuera una especialista. Esta vez me había vestido para la ocasión. Llevaba un chándal Adidas negro y unas deportivas. También llevaba el cabello recogido en una gran cola alta. Di un salto, aun teniendo un metro de distancia, y caí ágilmente en el asfalto. Solo quedaban cinco segundos para que las cámaras retomaran su trabajo, así que salí de allí corriendo.

Descubrí a Cristianno montado en un Mercedes CLS Coupé; totalmente negro, incluso las llantas eran del mismo color. Parecía una sombra, un espectro perdido en la noche. Era un coche cautivador, pero algo diferente a lo que Cristianno solía llevar.

Se inclinó hacia la puerta del copiloto para abrírmela. Al sentarme vi a Alex, Mauro y Eric detrás. Cristianno me miró de arriba abajo con la lentitud que le caracterizaba; sensual, rozando lo sexual, y morboso. Se sorprendió al verme con chándal aunque yo también me sorprendí al ver que llevaba lo mismo que yo; solo que el suyo era Dolce & Gabbana; como si quisiera hacerle honor a su apellido.

Apoyó un brazo en el volante y con el otro cogió mi mano y me atrajo hasta él. Me dio un beso sin importarle que nos estuvieran mirando. Salimos de la calle.

—¿Dónde está tú Bugatti? —pregunté curiosa.

—He tenido que dejarlo en casa. Levantaríamos demasiadas sospechas si vieran el coche. —Las calles estaba desiertas, así que pudo acelerar al máximo—. ¿Te han visto?

—No. He conseguido el código general de las alarmas. Así que he podido salir a mis anchas. —Miré hacia atrás antes de sentir las manos de Eric aferrarse a mi hombro—. Hola, chicos. Perdonad por no haberos dicho nada.

—Kathia, te estás volviendo toda una mafiosa, chica —sonrió Eric, antes de que Cristianno negara con la cabeza reprimiendo una sonrisa.

—Hola, Kathia —saludó Alex, que bajó la ventanilla y encendió un cigarrillo.

—No me parece bien que vengas —dijo Mauro—, podría ser peligroso—. Cristianno apretó la mandíbula, estaba totalmente de acuerdo con él.

—Es increíble lo mucho que te pareces a tu primo, incluso en la obstinación. —Sonreí cogiendo el cigarro que Alex me ofrecía.

Solo tardamos unos minutos en llegar al cementerio. Cristianno bordeó el lugar y detuvo el coche en la parte de atrás. Se alejó del volante y se estrujó las manos algo tenso. Sabía que si estaba nervioso no era por lo que iba a hacer, sino por tenerme allí con él. Era peligroso, sí, pero ardía en deseos de participar.

Sentía cómo la adrenalina fluía por mi cuerpo. No me notaba extraña en esa situación, como si estuviera hecha para ello. Dios mío… estaba hecha para ser… Era increíble lo que mi mente estaba aceptando. ¿Quería ser una mafiosa? No estaba de acuerdo con lo que tramaban sobre la pandemia, tampoco quería extorsionar a nadie. Pero sí mataría a cualquiera que se acercara a Cristianno con la intención de hacerle daño.

—Alex, tú entrarás conmigo. Mauro, prepárate para salir corriendo si hay problemas ¿de acuerdo? —Sin duda, Cristianno había nacido para dirigir. Estaba claro que sería el dueño del imperio Gabbana, como Fabio decía.

Me gustó verle en acción. Aunque estaba deseando verle dentro del cementerio.

—Vale, mantendré el motor en marcha —contestó Mauro inclinándose hacia delante.

—Eric, tú vigila el perímetro… —Abrió la puerta del coche para salir sin encomendarme nada. Al parecer, había decidido que fuera, pero que no me entrometiera en nada. Quería protegerme.

Los seguí sin abrir la boca. Mauro se pasó al asiento delantero y arrancó el coche sin soltar el freno de mano. Dejé mi puerta abierta al ver que Eric hacía lo mismo con la suya. Alex sí la cerró. Si teníamos que salir pitando no podríamos pararnos a abrir o cerrar las puertas. Simplemente, entraríamos.

Eric sacó una linterna de su bolsillo y comenzó a inspeccionar la zona como le había ordenado Cristianno, mientras que este y Alex se preparaban para saltar la valla, pero no contaron con que yo me adelantara.

Cristianno

Me lancé a por los pies de Kathia para tirar de ella y retenerla. Pero no me dio tiempo. Había saltado con agilidad y ya estaba en la tierra húmeda del otro lado. Se incorporó y me miró por encima del hombro. Definitivamente, era una mujer sorprendente… y tenía una forma física de escándalo. Ya no era por su increíble cuerpo (que bien podía ser el de una modelo de Victoria Secret’s), sino por su forma de moverse. Era ligera, rápida y precisa… Arrebatadoramente precisa. Podía correr como alma que lleva el diablo o saltar una valla de varios metros sin importarle la caída.

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