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Authors: Alessandra Neymar

Tags: #Romantico, Infantil-Juvenil

Mírame y dispara (31 page)

BOOK: Mírame y dispara
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Le di una patada a la valla mientras maldecía entre susurros.

—¡¿Estás loca?! ¡Sal de ahí ahora mismo!

—No pienso quedarme fuera si tú entras. Iré contigo, es mi última palabra.

—¡Joder!

Volví a darle una patada a la valla, está vez con más rabia. Me di impulso para saltar después de contemplar de reojo a Alex. Él estaba fascinado con Kathia y no era el único. Mauro la observaba embelesado mientras sujetaba el volante y Eric sonreía orgulloso. Más de una vez habíamos hablado sobre las mujeres de la mafia. Ninguna se mojaba en los asuntos propios de nuestras familias; se mantenían al margen y respetaban la palabra masculina ante todo. Nosotros no queríamos que participaran y ellas no querían participar. Pero con Kathia aquel lema se iba a la mierda.

Salté y caminé hacia ella mirando cómo cambiaba el peso de una pierna a otra. Su expresión no varió, a pesar del cabreo que percibió en mi cara y en mi forma de andar. No me tenía miedo y aquello… me excitó.

—Estarás contenta —mascullé empujando suavemente su hombro con el mío y dejándola atrás.

Ella sonrió y comenzó a caminar. Me alcanzó.

—No sabes cuánto, cariño —susurró en mi oído mientras me adelantaba.

La cogí del brazo y la empujé hasta mi pecho.

—Que te quede clara una cosa, Kathia. Que estés aquí no significa que participes. No estás en esto, no dejaré que pertenezcas a esto.

—Creo que es demasiado tarde para que me lo digas. —Se acercó a mis labios—. Soy tu novia y lo único que me queda por descubrir de ti es tu cuerpo desnudo sobre el mío. —Me quedé atónito; no esperaba esa salida, pero el simple hecho de imaginarme ese momento me desvió un poco del tema—. Así que no me vaciles y no digas que no estoy en esto, porque ya te he dejado bien claro que si tú lo estás, yo también.

Reanudó la marcha y se colocó detrás de Alex, que llevaba una pistola y una linterna en sus manos.

No estaba dispuesto a darme por vencido. No pondría en peligro a Kathia de esa forma. La complacería en todo lo que quisiera excepto en aquello. Era demasiado arriesgado.

—Y un carajo, Kathia. —Me abalancé a por ella—. Está claro que mi cuerpo desnudo sobre el tuyo podrás descubrirlo cuando te dé la gana, y que conoces prácticamente todo de mí, pero aún no me has visto hacer ni una mierda y no pienso dejar que te quedes para que lo veas.

—Tarde o temprano tendré que verlo. Tendré que afrontar estas cosas, vivirlas en primera línea, ¿por qué no esta noche?

—Bien, chicos —interrumpió Alex alumbrándonos con la linterna que durante unos segundos nos dejó cegados—, ¿podéis dejar la discusión para más tarde? Hemos llegado.

El panteón Gabbana se iluminó ante nosotros en cuanto Alex dirigió la luz hacia la piedra. De noche imponía más respeto. Kathia escudriñó cada rincón del mausoleo. Apreté los labios contemplando el lugar; ni siquiera me había dado cuenta de cómo había llegado hasta allí. La noche lo sumía en una oscuridad siniestra, pero no dejaba de ser suntuoso. Respiré profundamente sintiendo la gélida brisa de la madrugada acariciar mi rostro; pronto llovería. Mi cabello se agitó y sentí un escalofrío; lo que estaba a punto de hacer era para que sintiera millones de ellos.

Kathia deslizó su mano entre mis dedos y se aferró a ellos para transmitirme su apoyo.

Alex caminó hacia la puerta, me alargó la linterna para que la cogiera y enfocara, y sacó de su bolsillo un juego de ganzúas. Él era experto en abrir cerraduras y aquella especie de agujas le servían para realizar cualquier trabajo. Introdujo dos de ellas y, con maña, el cerrojo saltó y la puerta se abrió creando un pequeño chirrido que Alex detuvo poniendo la palma de la mano sobre la madera. Le entregué la linterna y coloqué a Kathia delante de mí para protegerla.

Nos dio la bienvenida un hedor húmedo mezclado con incienso y tierra. Me tapé la nariz, no podía respirar con aquel olor. Kathia hizo lo mismo pero no se separó de mi mano. Caminé hacia la tumba de piedra. En ella estaba labrado su nombre, y debajo se hallaba el ataúd. Coloqué mis manos sobre la piedra y suspiré.

Podía hacerlo. ¿Seguro?

Comencé a empujar. En mi vocabulario no existía la palabra duda y sabía que mi tío no me guardaría rencor por lo que iba a hacer. Alex vino a ayudarme y Kathia también empujó. Retiramos la pesada piedra e introduje las manos para alzar la tapa del ataúd. Con aquel espacio sería más que suficiente para abrir la caja.

La hediondez se hizo más fuerte y tuvimos que apartarnos. Solo llevaba cuatro días muerto, pero eran suficientes para que el cuerpo hubiera empezado a descomponerse.

Eché mano al bolsillo de mi chaqueta y cogí la navaja. Debía hacerlo cuanto antes, debía quitarle el ojo. Me apoyé en la piedra y contemplé la silueta de su rostro bajo aquel manto rojizo de raso que le cubría. Dejé el cuchillo sobre la piedra y retiré el manto de raso. Su rostro ya tenía señales de descomposición. La piel estaba más tirante y pálida, y el contorno de sus ojos se dibujaba en un tono morado. Sus labios se habían vuelto azules y estaban inflamados.

De repente, mi mirada se topó con el reloj. Era el mismo que había llevado en el viaje a Hong Kong.

«No dudes nunca en beneficiarte de él. Puede que algún día te sorprenda su utilidad, no solo marca las horas.» Recordé las palabras que me dijo mi tío y me dispuse a cogerlo.

Esa tarde había estado en el despacho de Fabio para comprobar qué clase de código necesitaba. Tras estudiar bien el sistema, había deducido que no existía tal código, solo un examen ocular que no se activaría hasta que no se introdujera una tarjeta. El tamaño de la ranura me había hecho pensar en las tarjetas de memoria de los móviles. No sería extraño que aquel reloj contuviera una tarjeta así.

Suspiré y con delicadeza saqué el reloj de la muñeca de mi tío. Presioné el botón sobresaliente de la esfera y, clic, se abrió. En aquel pequeño espacio había una tarjeta; diminuta y extraña, al más puro estilo de Fabio. Cerré el reloj y lo guardé en mi bolsillo echando mano al cuchillo. Debía terminar con aquello.

De repente, escuchamos un ruido. Fue el crujido de una rama, tal vez se había terminado de quebrar por el viento que comenzaba a levantarse. Pero actuamos con rapidez. Yo empujé a Kathia detrás de mí y empuñé el cuchillo. Alex me hizo una señal con el dedo que indicaba que iba a investigar. Asentí y observé como salía despacio y atento. Kathia soltó el aire contenido y me miró. Fruncí los labios y regresé a la tumba.

La lluvia comenzó a caer rebotando en el cristal de la bóveda que teníamos sobre nuestras cabezas. Cogí una bolsa de plástico transparente y se la entregué a Kathia. Miré a mi tío. Tan inmóvil, tan frío, tan inerte. ¿Me estaría viendo allí donde estuviese? ¿Qué estaría pensando de mí? ¿Me seguiría queriendo después de aquello?

Cogí aire y acerqué el cuchillo al ojo de Fabio. Presioné y un pequeño surco de sangre resbaló por su mejilla. El ojo tembló por la presión.

Volví a presionar y cogí entre mis manos su ojo azul. Kathia había apartado la mirada, pero no dejó de mantenerse firme. Me entregó la bolsa y metí el ojo antes de esconderlo en el bolsillo interior de mi chaqueta.

Entonces, Kathia abrió los ojos de par en par. Vi temor en ellos justo antes de sentir la punta de una pistola en mi cabeza.

Kathia tragó saliva y yo intenté transmitirle calma. Al final, mis peores temores se estaban cumpliendo. Habían surgido problemas y Kathia estaba allí. Pero ahora no era momento de reproches, debía sacarla de allí cuanto antes.

—Dame el ojo. —La voz de Valentino sonó, ronca y excitada, en mi espalda—. Vaya, Kathia, no sabía que fueras tan atrevida —dijo suspirando. Vi que Kathia lo miraba atemorizada y clavé la mirada en ella, para que cambiara su expresión. No quería que mostrara temor estando yo allí con ella. No le pasaría nada—. Dime, Cristianno ¿es igual de lanzada en la cama? —Kathia apretó la mandíbula.

—Hum… No sabes cuánto —murmuré haciendo una mueca.

—Kathia, deberías apartarte si no quieres que su sangre te salpique.

—¿Qué te hace pensar que lo conseguirás? —dije con una sonrisa socarrona.

—Bueno, yo soy quien te apunta con un arma.

—¿Crees que por eso debería tenerte miedo? —Le guiñé un ojo a Kathia.

—No tientes a la suerte, Cristianno. —Se acercó a mi oído—. Puede que la bala atraviese dos cuerpos.

Mi rostro se tensó. Sentí una punzada de temor en todo mi cuerpo. A Valentino se le estaba ocurriendo jugar con la vida de Kathia y eso no lo consentiría jamás.

—¿Te lo has pensado mejor? —preguntó irónico—. Dame el ojo, Cristianno.

Ahogué las ansias de responder y eché mano a la chaqueta con la intención de entregarle la bolsa que contenía el ojo de mi tío. Kathia me observó y negó con la mirada, pero ¿qué otra cosa podía hacer? Si hubiese estado solo, me habría dado la vuelta, le hubiera cogido su pistola y con ella le hubiera pegado un tiro. Él era un simple matón, no era, ni de lejos, tan bueno como yo. Pero Kathia estaba allí y aquel cabrón estaba tentando con su vida, mi vida.

Capítulo 36

Kathia

Hizo ademán de coger la bolsa. Valentino sonrió orgulloso, como si creyera que ya estaba todo ganado, pero no fue así. Cristianno torció el gesto lentamente y me guiñó un ojo antes de mirar a la puerta. Me estaba indicando que corriera en cuanto él actuara. Aunque no me parecía buena idea dejarle solo, haría lo que él me pedía. Cristianno era fuerte, ágil y sabía perfectamente cómo actuar en una situación así. Me maldecía por haber entrado en el cementerio, aquello solo había empeorado las cosas porque ahora no solo corría peligro yo, sino también él y todo el plan. Aunque, por otro lado, sentía crecer una fuerza arrolladora en mi interior; quizá era verdad que guardaba en mi interior a una mafiosa… Me gustaba la sensación que se estaba apoderando de mí.

Valentino se removió al notar la tardanza de Cristianno. Aquel descuido fue perfecto para arremeter. Cristianno le dio un codazo en la nariz y se giró para cogerlo del cuello. La pistola cayó al suelo y pensé en cogerla, pero no sabía cómo utilizarla. Me sentí inútil mirando cómo Cristianno le reducía increíblemente rápido.

—¡Corre, Kathia! ¡Ya! —gritó mirándome de soslayo.

Aquella era la única forma de ayudar que podía ofrecer en ese momento. No sabía luchar y tampoco disparar; solo huir con rapidez. Di un paso hacia atrás sin dejar de observar cómo Valentino se revolvía por el dolor. Cristianno estaba bloqueándole los brazos tras la espalda y tiraba con fuerza. Incluso escuché huesos al crujir.

—¡Joder, Kathia! ¡Vete!

Salí corriendo hacia la puerta como si me hubieran empujado. La abrí y un montón de gotas rebotaron en mi cara; estaba lloviendo con fuerza. Entonces, un dolor increíblemente intenso se expandió por mi pecho y me tumbó bruscamente. Reboté en el suelo y, tras un débil gemido de dolor, Cristianno gritó.

Mi visión se tornó borrosa, pero pude distinguir a Valentino dándole un puñetazo a Cristianno y a este rebotar contra la tumba de piedra, primero, y contra el suelo, después. Valentino lo cogió del cuello y comenzó a presionar. Me removí intentando incorporarme, pero alguien lo hizo por mí. Un hombre enorme vestido de negro y empapado por la lluvia me cogió del brazo y me puso de pie. Tuve que apoyarme en su pecho para no tambalearme. Él había sido el que me había dado aquel golpe con un tronco.

—¡Llévatela al coche y átala! —gritó Valentino mientras Cristianno comenzaba a toser.

Dios mío, todo estaba acabado. Sería cuestión de minutos que Cristianno dejara de respirar. No podía permitirlo. Comencé a ver con normalidad, pero aquel dolor quebradizo no me dejaba erguirme. Fingí que no podía caminar y me hinqué de rodillas en el suelo. El hombre volvió a levantarme y aproveché el impulso para darle un patada en la entrepierna con todas mis fuerzas. Se inclinó hacia delante llevándose las manos a la parte dolorida. Incluso agachado, era casi igual de alto que yo.

Apreté la mandíbula, enfurecida, y volví a levantar la pierna, esta vez hacia su cara. El hombre cayó al suelo. Había tumbado a aquel mastodonte con solo dos golpes.

Cogí el tronco y corrí al panteón Gabbana. El dolor se estaba dispersando con rapidez. Tal vez, porque lo que ocurría allí dentro me dolía mucho más. Cuando entré, Cristianno tenía la cara roja, parecía que en cualquier momento iba a estallar. Me lancé sin pensar contra Valentino y estrellé el tronco en su espalda con la misma fuerza que empleé en la patada. Cayó a un lado y yo me arrodillé a socorrer a Cristianno.

—¿Estás bien? —dije entre jadeos. Valentino se removió y le di una patada en la boca—. ¡Maldita rata!

Cristianno se incorporó apoyándose en mí y se inclinó hacia delante con la intención de levantarse.

—Vete… —masculló antes de comenzar a darle patadas a Valentino.

No quería hacerlo, pero si me marchaba podría ir en busca de ayuda. Salí corriendo, pero paré en seco al escuchar unas voces que se acercaban al panteón. Si entraban allí, Cristianno no tendría nada que hacer. Así que, comencé a gritar como una demente para que me siguieran y darle así unos minutos a Cristianno. No sabía dónde estaba Alex ni qué le había ocurrido. Intentaba no pensar que podía estar muerto.

Entonces le vi. Alex estaba a unos veinte metros de mí, y pude distinguir entre la bruma cómo le partía el cuello a uno de aquellos tíos. Después, se giró y disparó a otro.

El cementerio estaba plagado de hombres. Aparecían por todas partes. Tenía que salir de allí, debía correr lo más rápido posible e ir en busca de Mauro y Eric para que me ayudaran a traer refuerzos. Me puse en pie y comencé a correr. Al principio no me percaté de que me seguían y de que lo hacían a buena velocidad, pero yo corría aún más rápido. Tan rápido que ni siquiera percibí a Cristianno corriendo entre ellos.

Cuando me di cuenta, me detuve y les miré decidida. Ellos no se detuvieron, continuaron corriendo hacia a mí cargando sus armas y preparándose para dispararme. Cristianno hizo lo mismo pero se paró, apuntó y disparó sin pensar (incluso sin prepararse) a los tres hombres que me seguían.

Ni siquiera parpadeé. Debería haber sentido miedo al ver a Cristianno disparar de aquella forma. Aunque ya lo había visto empuñar un arma, no lo había visto matar. Y estaba acostumbrado a hacerlo, se notaba en su destreza y puntería.

Caminó hacia uno de los hombres que aún se removía en el suelo. Lo observó con una mueca en la cara y volvió a disparar con frialdad. Lentamente, levantó sus ojos del suelo y me miró, muy serio. Tenía delante de mí al verdadero Cristianno Gabbana. Le sostuve la mirada con aplomo. Nunca había sentido esa seguridad en mí misma. La firmeza y la templanza se iban extendiendo como una telaraña por todo mi ser.

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