Mírame y dispara (38 page)

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Authors: Alessandra Neymar

Tags: #Romantico, Infantil-Juvenil

BOOK: Mírame y dispara
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Asentí con la cabeza y abrí el sobre. No me detuve mucho, pero sabía que aquellos papeles eran importantes.

—¿Dónde está el resto del contenido de la caja? ¿Es solo esto? —pregunté extrañado.

Yo no había estado presente en el momento en el que la abrieron, así que no sabía qué habían encontrado.

—Solo son unos papeles en los que se hace referencia a unas coordenadas. Aún no he localizado el lugar en el mapa, es como si se tratara de un lugar imaginario, pero te informaré de cualquier novedad —dijo Valerio cogiendo de nuevo el sobre para cerrarlo en cuanto terminé de leer.

—De acuerdo. ¿Y no había un diario ni nada parecido?

—No, lo siento.

Diego interrumpió la conversación agitándome el cabello. Yo sabía lo significativo que era aquel gesto viniendo de alguien que no mostraba cariño a nadie.

—Deberíais iros, Cristianno —dijo con una mirada también significativa.

Me despedí del resto de mi familia antes de hacerlo de mi padre. A él le dejé el último porque era de quien más me costaba alejarme.

—Te llamaré en cuanto llegue, lo prometo —dije pensando en mi madre—. Cuida de mamá y dile que la quiero mucho. También a la abuela, ¿de acuerdo?

Miré al suelo, no quería que me encontrara débil. Colocó sus manos en mis hombros y apoyo su cabeza en la mía.

—Esteréis bien, y cuando todo esto pase, volverás a casa, a Roma, y con ella de la mano.

—Lo sé, papá.

—Pues entonces, alégrate, y procura protegerla y hacerla feliz. —Me abrazó durante unos segundos mientras susurraba en mi oído—: Fabio estaría orgulloso de ti. —Se recompuso—. Y ahora, largo.

Caminé sonriente hasta el Maserati Gran Turismo que mi padre me había proporcionado para la ocasión. El Bugatti tendría que esperar hasta mi vuelta.

Me monté en el coche dejando a mi familia reflejada en el espejo retrovisor. Kathia me observó en medio del silencio armonioso del interior del vehículo. Solo se escuchaba el sonido apacible del motor. Tras unos segundos, alargó su mano y acarició mi mejilla con delicadeza. Cerré los ojos pensando en cómo podía haber vivido sin ella todos esos años. Acaricié su mano y besé sus dedos.

Llegamos a Roma, pero evité atravesar la ciudad. Los Carusso debían de estar realmente cabreados, y sus hombres, preparados para actuar ante cualquier movimiento sospechoso.

Kathia tenía la cabeza apoyada en el cristal y presionaba con delicadeza la sien con sus dedos. Daba la impresión de que se había dormido, pero permanecía despierta.

Tomé el desvió tras pasar el Foro Itálico y me dirigí a la casa de mis abuelos. Estaba situada entre una arboleda en el límite de la ciudad. Se trataba de una mansión algo austera, si se comparaba con otras fincas y mansiones de los Gabbana, pero con mucho encanto. Ofelia y mi madre lo habían preparado todo para que pasáramos la noche allí sin que corriéramos peligro.

Detuve el coche frente a la verja y me bajé para abrirla. Kathia me observó desde el interior del coche con los ojos entrecerrados, parecía muy cansada.

Regresé al coche y crucé la entrada de la finca. La casa tenía un extenso jardín lleno de árboles que ocultaban la fachada forrada de madera de la vivienda. Aparqué frente a la puerta principal justo delante del pequeño porche a ras del suelo. Un foco a cada lado de la puerta era la única decoración exterior. Dentro, las estancias se repartían en dos plantas. En la de arriba había tres habitaciones y dos cuartos de baño. En la de abajo, un dormitorio y un lavabo más, y un salón espacioso decorado de forma rústica (como el resto de la casa), una cocina americana y una sala de estar que mi abuelo utilizaba para leer; estaba llena de libros, muchos de ellos valiosas primeras ediciones difíciles de encontrar.

Kathia contemplaba la casa desde fuera atentamente. Por su forma de mirarla, me dio la impresión de que esa aparente sencillez le gustaba. Sonreí mientras cogía mi pistola.

La cargué y salí del coche indicándole a Kathia con un gesto que hiciera lo mismo. Me siguió hasta la puerta y esperé unos segundos. Sabía que dentro no había nadie, pero toda precaución era poca en aquellos momentos.

Abrí la puerta de golpe y entré delante de Kathia escudriñando cada rincón del salón. La acompañé hasta la habitación que había al final del pasillo y le indiqué con un gesto de la mano que esperase. Quería revisar el resto de la casa.

Miré tras las puertas, en los lavabos, por las ventanas… No había nadie. Podríamos descansar tranquilos antes de salir para Zúrich al amanecer.

Bajé las escaleras y atravesé el pasillo hasta la habitación. Encontré a Kathia mirando el jardín por la ventana. El agua de la piscina se agitaba tranquila provocando unas pequeñas ondas que se reflejaban en el techo del cuarto. Solo entraba la luz suave y plateada procedente del fondo del agua; el resto, estaba sumido en la oscuridad.

Dejé el arma sobre la mesa acompañada del sobre y de mi nuevo móvil. No encendí la luz para no romper aquella armonía.

Entonces, Kathia me miró por encima del hombro mientras se recogía el cabello a un lado. Se giró lentamente, sin dejar de contemplarme. Se llevó una mano a la espalda y comenzó a deslizar la cremallera de su ceñido vestido. Tragué saliva, observándola hipnotizado, mientras sus manos hacían deslizar la tela por su piel. Lo hizo despacio, con una suave sonrisa en los labios.

Se descalzó cuando el vestido cayó a sus pies. Su cuerpo solo estaba cubierto por su ropa interior, pero no pareció que sintiera vergüenza. Todo lo contrario, comenzó a avanzar hacia mí con la misma armonía y sensualidad de siempre. Ni un ápice de temor. Solo el sonido de sus pies impactando suavemente en el suelo y mi respiración, que comenzaba a desbocarse.

Me besó, pero no fui capaz de responder como otras veces. Ella tenía el control y lo sabía. Se apartó de mis labios y me quitó la húmeda chaqueta antes de volver a besarme. Sus dedos comenzaron a desabrochar los botones de mi camisa. En cuanto terminó, acarició con vehemencia mi pecho antes de retirar la tela. No pude soportarlo más, la abracé, sintiendo su pecho contra el mío, la alcé del suelo y la llevé a la cama.

Por primera vez en mi vida en una situación parecida, sentía una extraña opresión en el pecho que no sabía describir; era agónica y desesperante, pero al mismo tiempo, agradable y plácida.

Kathia suspiró cuando besé su cuello, su hombro… Nos deshicimos de las últimas prendas que nos cubrían. Recorrí cada rincón de su cuerpo con mis besos, haciéndola enloquecer.

Le hice el amor suave y delicadamente, sintiendo cada caricia como nunca antes lo había hecho. Era la primera vez que mi cuerpo respondía de aquella manera. Estaba enamorado de Kathia y solo escucharla jadear mientras se aferraba a mi cuerpo desnudo me hizo comprender que no había otra cosa que deseara más en el mundo.

Capítulo 43

Kathia

Apoyé mi cabeza en su pecho sintiendo cómo su brazo me rodeaba. Besé su piel mientras trazaba círculos con el dedo sobre su vientre. Dejamos que el silencio fluyera para notar solo el contacto de nuestros cuerpos desnudos. Había sido fabuloso sentir a Cristianno de aquella manera; su respiración agitada en mi oído, sus labios besando cada esquina de mi cuerpo, su cuerpo contra el mío… Le deseaba más que a nada y a nadie en el mundo, y supe que necesitaba sentir aquello cada noche de mi vida.

Solo nos acompañaba el sonido apacible del agua de la piscina y la oscuridad de la noche. Suficiente. No quería otra cosa. Me hubiera gustado quedarme allí para siempre, aferrada a su pecho, en contacto con su cálida piel, y dejando que los minutos pasaran sin más. Sin complicaciones. Solo él y yo.

Cristianno suspiró y percibí que el ritmo de su corazón se aceleraba. Segundos después, asomó su voz de forma débil y tímida.

—Cásate conmigo —musitó incorporando la cabeza para mirarme—. Vayámonos lejos y casémonos. Comencemos de nuevo.

Me quedé paralizada, sin respiración. ¡Me estaba pidiendo que me casara con él! Aquello era mucho más de lo que me esperaba. Esa misma noche se había hecho oficial mi supuesto compromiso con Valentino. El muy cretino me había preguntado ante todos si quería casarme con él. Pero Cristianno, en cambio, ni siquiera había hecho una pregunta, y eso era lo que más me gustaba de él.

—Todavía no tengo los dieciocho —me obligué a mencionar, aunque no era realmente lo que quería decir.

Supongo que a Cristianno no le importó, porque sonrió débilmente y se aferró aún más a mí.

—No me importa esperar. Estamos en febrero y tu cumpleaños es en junio. Solo faltan cuatro meses. Merece la pena la espera si después te conviertes en mi esposa —terminó susurrando insinuantemente, como casi siempre hacía—. ¿Qué me dices?

Ahora ya no parecía tan inseguro y yo, al fin, pude controlar mis nervios.

—Quiero casarme en Japón; en una aldea rural, bajo un manto de estrellas y la luz de la luna. Tú me esperarás en un puente forrado de pétalos e iluminado con velas, con el río fluyendo tranquilo bajo nuestros pies. —Cerré los ojos imaginando ese momento. Sería maravilloso—. Quiero llevar un vestido blanco de seda, sencillo, sin nada que empobrezca su pureza, y una corona de pequeñas flores blancas.

—Que se mezclen con tu hermoso cabello —susurró acariciando mi melena dulcemente.

Terminó dándome un beso en la frente.

—Hum… Después me cogerás entre tus brazos y haremos el amor hasta que amanezca.

—Suena perfecto.

—Es perfecto.

—Entonces, así será. —Se inclinó hacia delante para quedar frente a mí. Apoyó un codo en la almohada y me miró con intensidad—. Solo dime cuando.

«¡Ahora!», gritó una voz en mi interior. Pero no podía ser. No podía hacerlo sin necesidad de permiso familiar hasta que cumpliera los dieciocho.

—El mismo día de mi cumpleaños —repuse.

—El 11 de junio.

Sonreí. Yo no le había dicho cuál era mi fecha de nacimiento y sin embargo él ya la tenía procesada.

—Sí…

Nos quedamos de nuevo en silencio y Cristianno volvió a ponerse un poco nervioso, tragaba saliva y me observaba indeciso. De repente, sus labios se abrieron.

—Te quiero —susurró, colocándose sobre mí.

Su beso y la oscuridad ocultaron mi rubor. Una punzada atravesó mi pecho y me sentí algo mareada. Jamás imaginé que Cristianno pudiera mencionar aquellas palabras, al menos, no hasta que yo las hubiera dicho primero, y sin embargo acababa de pronunciarlas con la mayor sinceridad.

—¿Me… quieres? —pregunté algo amedrentada.

—Te quiero, te quiero, te quiero —musitó besándome.

Lo detuve y empujé su pecho con delicadeza para poder mirarle a los ojos. Quería hacerlo del mismo modo que él.

Lo observé con seriedad y cogí aire.

—Te… quiero… —sonó entrecortado, y eso fue lo que a Cristianno le emocionó.

Me abrazó con tanta fuerza que pensé que nada sería capaz de separarnos.

—No dejes nunca de hacerlo —susurró entre mi hombro y mi cuello.

—Nunca… —Volví a mirarle y acaricié su rostro observando cómo cerraba los ojos. Me acerqué a sus labios—. Hazme el amor.

Cristianno me cogió de la cintura y me colocó sobre su cuerpo. Aquel débil susurro pronto se convirtió en gemidos.

Desperté con los besos de Cristianno sobre mi espalda desnuda. Sonreí y me giré lentamente para encontrarme con sus ojos azules. Me retiró el pelo y me besó con delicadeza. Aún no había amanecido, pero la intensidad del tono plateado que la piscina emanaba había menguado.

—Tenemos que irnos. El jet sale en menos de una hora —susurró.

Me incorporé y vi que ya estaba casi vestido. Llevaba unos vaqueros sin abrochar y una camiseta. Se alejó de la cama y se puso una sudadera blanca. Caminó hacia la puerta y cogió una pequeña maleta marrón. La colocó sobre la cama y la abrió.

—Mi madre nos ha dejado ropa. Seguramente, te irá algo holgada, pero en cuanto tengamos tiempo, compraremos ropa nueva.

—No importa. —Me desperecé mientras bostezaba.

Cristianno comenzó a hacerme cosquillas y el bostezo se convirtió en risas. Lo aparté sonriente.

—¿Qué hora es? —pregunté y volví a bostezar.

—Pasadas las seis. —Se abrochó los pantalones y por un momento se quedó embelesado mirando mi cuerpo. Me había levantado y aún seguía desnuda cuando alcancé un jersey—. Iré a la cocina mientras te cambias —dijo tragando saliva y desviando la mirada.

Sonreí al ver que palidecía y se ponía nervioso.

—Ya me has visto desnuda. No tendrías por qué ponerte nervioso. —Me acerqué a él picarona cubriendo mi cuerpo con aquel enorme jersey, que bien podía utilizar de vestido.

—Me acostumbraré pronto, pero procura no pasearte desnuda delante de mí cuando esté recién levantado. Corres grave peligro, créeme. —Por fin sonrió y me besó—. Voy a guardar unas cosas. No tardes.

—Ok.

Terminé de vestirme y me cepillé el pelo con un peine que había en el aseo. Cuando salí, encontré a Cristianno guardando un sobre en una pequeña mochila negra mientras masticaba algo.

Me apoyé en la barra americana de la cocina y observé lo guapo que estaba con aquella ropa. ¿Cómo demonios conseguía ser tan condenadamente sexy?

—¿Qué escondes? —pregunté enarcando las cejas con cara divertida.

Me envió una mirada jocosa. Dios, no hacía falta que amaneciera si existían unos ojos como los suyos.

—Nuestros pasaportes. —Sonrió cerrando la mochila.

—¿Utilizaremos nombres falsos o algo así? —Mantuve mi postura y mi sonrisa mientras él se acercaba hasta a mí.

Se apoyó en la barra y entrecerró los ojos.

—¿Qué nombre escogerías?

—Alessandra… —dije arrastrando las eses—, o Helena. Sí, ese nombre también estaría bien.

—Me gusta más Kathia. —Me besó antes de que pudiera reaccionar—. Toma, come algo —dijo mientras me daba una pequeña bolsa con un bollo de azúcar dentro.

Me lo comí saliendo de la casa. Cristianno guardó su arma detrás de su espalda y cerró con llave la puerta antes de caminar hasta el Maserati. Presionó el botón de la llave digital y me monté en el coche terminando de masticar.

—Y tú ¿qué nombre escogerías?

—Veamos, déjame pensar… —Se quedó callado durante unos segundos mirando a la nada. Sabía que no se estaba molestando en cavilar nada. Dijo—: Cristianno. Ese nombre es fantástico. Además, me favorece mucho ¿no crees?

—Sin duda.

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