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Authors: Lisi Harrison

Tags: #Juvenil

Monster High (17 page)

BOOK: Monster High
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¿Quién?
—preguntó Bekka, con una nota de celos en la voz.

—Era alucinante —prosiguió Brett, entusiasmado—. Corría a cien kilómetros por hora, y tenía un zoom en el ojo, y…

—Eso es biónico —corrigió la señora J. Toda la clase soltó una risita—. Pregunté el significado de
biótico
.

Frankie levantó la mano, decidida a demostrarle a Brett que ella era algo más que una cara bonita. —¿Alguien que no sea Frankie? —solicitó la señora J

No se oyó ni un alma.

—Biótico significa relacionado con la vida —repuso Frankie, agradecida por la obsesión de sus padres por la biología.

—Bien. —la señora J agarró un pedazo de gis con sumo cuidado y se mantuvo apartada de la polvorienta repisa del pizarrón, no fuera a deslucir su oscura vestimenta—. Como saben, todas las cosas son o bien…

Frankie volvió a levantar la mano y tomó la palabra.

—¿Son anabióticos los no muertos?

Lala, Cleo, Clawdeen y Blue levantaron la cabeza e intercambiaron miradas temerosas. La señora J se quitó sus gafas de montura negra.

—¿Perdón?

Frankie no veía lógico dejarse intimidar por una persona que, evidentemente, ya estaba intimidada. Despertar interés en los demás era el primer paso para conseguir un cambio… y para que Brett se fijara en ella.

—¿Y los zombis? ¿O los vampiros y fantasmas? ¿Cómo se califican?

—¡Pues claro! —intervino Brett—. Los zombis son anabióticos, apuesto a que sí.

Dedicó una sonrisa a Frankie. Ella se lo devolvió. Bekka, sentada al otro lado de Brett, propinó un puntapié a la silla de su novio.

La señora J, exasperada, soltó el gis en la repisa del pizarrón.

—¡Basta ya! Estoy hablando de ciencia de verdad, y no de imaginaciones…

Iiiiiiiiuuuuuu Iiiiiiiiuuuuuu Iiiiiiiiuuuuuu…

—¡Suban a los pupitres! —vociferó la señora J.

—¡Suban a los pupitres! —vociferó la señora J

Se plantó de un salto en su propia mesa, en la parte frontal del aula. Ni uno solo de los alumnos se movió. En cambio, empezaron a mirar a sus vecinos de pupitre, preguntándose si se trataría de una broma. ¿Cómo explicar si no la sirena ensordecedora, la actitud histérica de la profesora, el desconcierto generalizado?

Iiiiiiiiuuuuuu Iiiiiiiiuuuuuu Iiiiiiiiuuuuuu…

—¡De prisa! Es un simulacro de emergencia.

Esta vez, obedecieron.

—Menos mal que hoy me puse zapatos planos —comentó por lo bajo Cleo, al tiempo que admiraba el acabado en bronce de sus sandalias de gladiador con tacón de ocho centímetros.

Las chicas soltaron una risita, sin saber aún de qué se trataba el simulacro.

Iiiiiiiiuuuuuu Iiiiiiiiuuuuuu Iiiiiiiiuuuuuu…

—¡Silencio! —ordenó la señora J.

—Dígaselo a la sirena —replicó Clawdeen. Se tapaba las orejas con las manos y tenía el rostro contorsionado de dolor—. Es insoportable.

Iiiiiiiiuuuuuu Iiiiiiiiuuuuuu Iiiiiiiiuuuuuu…

—A lo mejor tienes orejas biónicas —bromeó Brett desde lo alto de su pupitre.

—O sentidos de perro —añadió Bekka.

—Tú deberías saberlo —siseó Clawdeen—. Con todas esas pecas, pareces un dálmata.

Bekka ahogó un grito y luego miró a Brett, esperando que acudiera en su defensa. Pero no le fue posible. Estaba ocupado tratando de reprimir una carcajada.

Iiiiiiiiuuuuuu Iiiiiiiiuuuuuu Iiiiiiiiuuuuuu…

—Ahora, levanten las sillas y láncenlas al aire —prosiguió la señora J, haciendo la demostración desde lo alto de su mesa. Con falda negra, blusa de seda negra y labios rojo intenso, podría ser el anuncio de una nueva tendencia: domadora de leones chic—. Y hagan tanto ruido como puedan.

Paseó la vista por sus alumnos, quienes se encontraban en diversos estadios de levantamiento y proyección de sillas en el aire. Aun así, ni siquiera los más obedientes se vieron capaces de hacer ruido.

—Pero ¿qué estamos haciendo? —preguntó Cleo, negándose a levantar una pesada silla a menos que fuera absolutamente imprescindible.

Un estruendo de chillidos, gritos, alaridos y pisotones resonaba por los pasillos vacíos. Saltaba a la vista que otras clases del instituto eran más receptivas a tan misteriosa propuesta.

—¡Es un simulacro! —insistió la señora J, aún hurgando en el aire con las patas de la silla.

Iiiiiiiiuuuuuu Iiiiiiiiuuuuuu Iiiiiiiiuuuuuu…

—¿Qué clase de simulacro? —se superpusieron varias voces.

—Un simulacro de invasión de monstruos, ¿de acuerdo?

—¿Un
qué
? —preguntó Lala con los labios cerrados.

—Un simulacro de invasión de monstruos —la señora J bajó la silla al suelo—. Por si algún

monstruo apareciera en nuestro instituto. El director Weeks considera que debemos estar

preparados.

«¿En serio? —pensó Frankie, alarmada por la actitud resuelta de la profesora—. ¿De veras lo

aprueba?»

—¡Bieeeen! —Brett se puso a agitar su silla en el aire y a gritar como un guerrero salvaje.

Los otros normis lo imitaron. Frankie los comprendía. Habían heredado el miedo de sus padres. Pero ya que los enseñaban a tener miedo, ¿acaso no podían enseñarlos a no tenerlo?

Lala, Cleo, Blue y Clawdeen evitaron intercambiar miradas y, a regañadientes, realizaron el absurdo simulacro: justo igual que la señora J.

Frankie deseaba con todas sus fuerzas poder hacer lo mismo. Apartar a un lado sus creencias en aras de un bien mayor. Convertir su vida en una farsa en lugar de felicitarse por ella. Ocultarse sin avergonzarse…

Pero era imposible. La sola idea le llenaba de ladrillos el hueco del corazón. Una cosa era que los RAD intentaran encajar, pero asustarse de sí mismos era una historia muy distinta. Porque el miedo sólo conduce a más miedo, como habían demostrado las películas de terror que fueron el comienzo de todo el asunto. Hasta que el miedo desapareciera nada cambiaría.

Iiiiiiiiuuuuuu Iiiiiiiiuuuuuu Iiiiiiiiuuuuuu…

Frankie soltó su silla, que aterrizó con el ruido de una negativa tajante.

—¡Frankie, recógela, vamos! —ordenó la señora J, como si no se hubiera percatado de aquella rebelión a pequeña escala.

—Es que no tengo miedo —repuso Frankie con calma, sin echar chispas.

Brett dejó de rugir y examinó a Frankie con renovado interés. Los mechones desiguales de su pelo negro apuntaban en todas direcciones, pero sus ojos del azul de la mezclilla se clavaron directamente en ella.

—Pues deberías tenerlo —advirtió la señora J.

—Súper —susurró Brett.

Frankie se giró hacia él.

—¿Qué?

Él le señaló el cuello. Un latigazo de electricidad recorrió la espina dorsal de Frankie. Con tanto subir y agitar sillas de le había aflojado la bufanda de Lala. ¡Tenía los tornillos al aire! —Me encantan tus piercings —musitó él. Acto seguido, abrió la boca y le enseñó su piercing plateado en la lengua.

—Qué bien —Frankie soltó una risita. Por fin cesó el ruido de la sirena.

—Vuelvan a sus asientos, por favor —la endeble voz del director Weeks se escuchó por los altavoces—. Pueden estar tranquilos, sólo fue un simulacro. Pero queremos estar preparados por si se produce otro avistamiento —añadió. Frankie puso los ojos en blanco. ¡Si supieran que el peligroso «monstruo» del que hablaban sacaba sobresaliente en Biología!

—Y ahora, estimadas criaturas —soltó una risita—, el profesorado de Merston High quiere demostrar a esos seres colosales que no tenemos miedo. Gritos y silbidos de asentimiento recorrieron el instituto.

—De modo que el tema elegido para el baile de septiembre de este curso es… ¡LA INVASIÓN DE LOS MONSTRUOS! —hizo una pausa para que los alumnos volvieran a vitorear.

—Se premiará con una cena a bordo del Willamette Queen a la pareja con el disfraz más espeluznante, así que compren sus entradas antes de que se acaben ¡Uuuuuuuuuh! ¡Auuuuuuu! ¡Aaaaaah! —terminó su anuncio con una particular mutación de la risa histérica del demente que aúlla a la luna. Siguió a continuación el sonido de un trueno.

Frankie, avergonzada, se tiró de las costuras.

—¡Soy Frankenstein! —exclamó Brett.

—Y yo, tu encantadora novia —repuso Bekka con entusiasmo. Lo agarró del brazo mientras lanzaba a Frankie una mirada furiosa. Sus ojos de águila no habían pasado por alto el momento de complicidad entre ambos.

Frankie se moría de ganas de contarles que iba a ir disfrazados de sus abuelos. Y que el auténtico vestido de la encantadora novia se encontraba en el garaje de su propia casa. Y que la abuela Frankenstein bailó descalza aquella noche porque los zapatos le rozaban las costuras. Y que el abuelo obligó a todos los hombres presentes a que arrojaran al suelo sus chaquetas para que su amada no se ensuciara los pies. Pero, por lo visto, aquella historia era demasiado espeluznante como para hacerla pública.

Desplomada en su silla, Frankie cruzó los brazos, enfundados en el
blazer
que tanto picaba. Lanzó miradas indignadas a la señora J, enviando invisibles rayos de vergüenza a la mujer en quien había depositado su esperanza de que los salvara a todos de la situación. Pero la señora J esquivó los ojos de Frankie y se puso a examinar una pila de folletos.

Riiiiiiiing. Riiiiiiiing.

La clase, por fin, había terminado.

—Frankie, por favor, no te vayas —dijo la señora J, aún ocupada con los papeles. En lugar de desearle suerte, los RAD recogieron sus libros rápidamente y se apresuraron a salir del aula, mientras que los normis se tomaron su tiempo intercambiando ideas sobre los disfraces y susurrando acerca de su pareja perfecta para el baile.

Una vez que la estancia se vació, Frankie se aproximó a la mesa de la señora J. La profesora se quitó las gafas y las soltó de golpe sobre la superficie de madera.

—¿Puedes explicarme qué estás haciendo? ¿Tienes idea del peligro que supone tu actitud?

Frankie soltó chispas. La señora J espiró con fuerza.

—Mira —dijo mientras se volvía a poner las gafas—, sé que eres nueva aquí. Entiendo tu frustración, tus deseos de cambiar las cosas. No estás sola. Todos tus amigos han sentido lo mismo alguna vez. Yo también. Y lo hemos intentado. Pero al final, cada uno de nosotros ha llegado a la conclusión de que es mucho más fácil, y mucho más seguro, seguir la corriente.

—Pero…

—¿Crees que no quiero plantarme ahí —señalo el altavoz por el que habían escuchado el anuncio del director Weeks— y decirle que su estúpido baile encima de los pupitres es innecesario? ¿O que resulta más humillante que ese video de YouTube, el de Tom Cruise dando saltos en el programa de Oprah?

—Pero…

—Pues claro que sí quiero. Quiero decir todo eso y unas cuantas cosas más —tensó la mandíbula—. Pero no puedo.

Debo proteger a mi hijo. Como madre soltera, tengo que anteponer sus necesidades a las mías.

—Pero si dijera todo eso, lo ayudaría —consiguió decir Frankie, por fin—. Cambiaría las cosas, y su hijo disfrutaría de una vida mejor de la que tiene ahora.

—Es verdad. El cambio del que hablas, en efecto mejoraría su vida —la señora J apoyó la barbilla sobre sus codos—. Pero no es la clase de cambio que conseguiríamos. Tendríamos que abandonar Salem y empezar desde el principio en algún otro lugar. Mira, Frankie, desvelar nuestra identidad nos llevaría de vuelta a la década de 1930.

—Mmm, pues me parece que con el simulacro de la invasión de los monstruos ya se ha conseguido.

—No sabes lo que dices —contradijo la señora J—. En aquellos años, los nuestros lo perdieron todo algunos, incluso, perdieron la vida.

La señora J anudó con delicadeza la bufanda rosa de Frankie de manera que le cubriera los tornillos.

—Algún día las cosas serán diferentes. Pero por el momento necesito, todos necesitamos, que no te hagas notar y sigas el juego —esbozó una sonrisa amable—. ¿Lo harás?

Frankie soltó un suspiro.

—Por favor.

—De acuerdo.

—Gracias —la señora J sonrió de nuevo. Sus dientes se veían de un blanco inmaculado en contraste con su lápiz de labios rojo mate.

Sin más palabras, Frankie recogió sus libros y se marchó.

Al unirse a la multitud del pasillo y escuchar lo emocionado que estaba todo el mundo por disfrazarse de RAD, no pudo evitar que, tal vez su generación fuera más abierta que la de sus padres. Cierto era que las chicas de Mount Hood High se habían dado un susto de muerte al verla, pero resultaba comprensible. Nunca habían visto a nadie con la piel verde. La reacción era lógica.

Pero ¿y si se metían en su página de Facebook? ¿Y si leían su perfil? ¿O veían sus videos de ella y las
fashionratas
bailando al ritmo de Lady Gaga? ¿O si se enteraran de que le gustaba Brett? ¿Y se hicieran amigas de sus amigas? ¿Reaccionarían de manera diferente? Frankie se formuló estas preguntas una y otra vez camino a su segunda clase de la mañana, e invariablemente llegaba a la misma conclusión: ella había empezado todo aquello. Y ella lo terminaría.

Mantendría la promesa que había hecho a la señora J y seguiría el juego.

Pero con sus propias reglas.

CAPÍTULO 15

AMORES QUE ASUSTAN

Era una de esas noches que recuerdan a la sopa de tomate y a los macarrones con queso.

La luz, del color de la nieve fangosa, se iba desvaneciendo poco a poco, como si estuviera controlada por un potenciómetro, y suplicaba perdón desde el barranco a espaldas de la casa de Jackson. El cielo en penumbra engañaba a la vista, pues un árbol delgado parecía un frágil anciano.

Había dejado de llover después de las clases pero aún «arbolaba», expresión local para describir el agua que se desprendía de las hojas. Lamentablemente, no existía otra expresión local para describir el frío que calaba hasta los huesos. En opinión de Brett, eran las condiciones ideales para rodar su película,
Crónicas de la Caza del Monstruo
. Aunque, según comentaba Bekka, habían pasado siete minutos de la hora y aún no había llegado.

—Confío en que esté bien —Bekka se sentó en el tronco de un árbol caído. Haylee y ella estaban envueltas en una manta isotérmica que Melody le había quitado a Beau. Fabricada con una especie de papel aluminio que atrapaba el calor y revestida de forro polar, supuestamente proporcionaba calor a los escaladores en las cumbres más nevadas.

Pero al tener a Jackson acurrucado a su lado, Melody había decidido que la manta le sobraba.

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