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Authors: Linda Howard

Tags: #Intriga, #Romántico

Morir de amor (38 page)

BOOK: Morir de amor
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—Hay que joderse —dijo él, y me besó. Yo estaba tan furiosa que intenté morderlo. Él se echó hacia atrás, soltó una risa y volvió a besarme. Me enredó los dedos en el pelo y tiró de mi cabeza hacia atrás, dejando al descubierto mi cuello.

—¡Ni te atrevas! —Intenté escurrirme. Solté el cinturón y lo empujé hacia atrás por los hombros.

Pero él optó por atreverse.

—No quiero una vida tranquila y apacible —dijo, contra mi cuello, al cabo de un rato—. Eres un problema muy gordo, pero yo te quiero y no hay más que hablar.

Luego me dejó en mi asiento, puso el coche en marcha y salió del aparcamiento antes de que llamáramos la atención y alguien nos denunciara a la policía. Yo seguía haciendo pucheros y estaba al borde de las lágrimas. No sé cuánto rato condujo hasta que se salió del camino y aparcó el coche detrás de unos árboles grandes donde no podían vernos.

Sí, el Taurus tenía una muy buena suspensión.

C
ualquiera pensaría que después de haberme dicho que me quería, yo estaría como unas pascuas, pero él lo había dicho como si yo fuera una dosis de algún remedio de sabor insoportable. No importa que me hubiera hecho el amor en el asiento trasero de un coche como si quisiera comerme viva. Había herido mis sentimientos. No sólo era eso. Además, cuando tuve un momento para pensar en ello, me preocupaba el estado de ese asiento trasero. Quiero decir, tratándose de un coche de alquiler, no había manera de saber qué se habría cocinado ahí atrás. Ahora mi trasero desnudo se añadía a la lista.

No hablé con él durante todo el trayecto de vuelta a casa. En cuanto llegamos, subí corriendo a darme una ducha, por si me hubiera contagiado alguna cosa. En realidad, subí de prisa, porque todavía no estaba en forma como para correr. También cerré la puerta del cuarto de baño con llave para que no se metiera conmigo en la ducha, porque ya sabía cómo acabaría aquello y detesto que sea tan fácil convencerme.

Debería haberlo pensado mejor y llevar ropa limpia al cuarto de baño, pero no se me había ocurrido, así que tuve que ponerme lo que acababa de quitarme. Ni pensar en salir con sólo una toalla para taparme. Conocía a Wyatt Bloodsworth y su lema: Aprovecha la oportunidad.

Me esperaba cuando salí del baño, apoyado en la pared, pacientemente, como si no tuviera nada más que hacer con su tiempo. No se amilanaba ante las discusiones, de eso ya me había dado cuenta.

—Esto no funcionará —me apresuré a decir—. Ni siquiera podemos ir al cine sin que tengamos una tremenda discusión, que tú luego intentas ignorar recurriendo al sexo.

—¿Conoces una manera mejor? —me preguntó él, frunciendo una ceja.

—Es precisamente lo que diría un hombre. A las mujeres no les agrada disfrutar del sexo cuando están enfadadas.

El ceño se volvió más pronunciado.

—Pues, a mí me has engañado —dijo, con voz de suficiencia. No era lo más inteligente que podría haber dicho.

—No deberías echármelo en cara —dije, a pesar de que me temblaba el labio inferior—. No es culpa mía que conozcas mis puntos débiles, pero cuando sabes que no me puedo resistir a ti, actúas como un auténtico presumido después de aprovecharte de esa manera.

En su boca asomó una ligera sonrisa y dejó de apoyarse en la pared.

—¿Tienes alguna idea de la excitación enorme que siento cuando reconoces que no puedes resistirte? —Rápido como una víbora, me cogió por la cintura con un brazo y me atrapó—. ¿Sabes en qué pienso durante el día?

—En el sexo —dije, mirándolo directamente al pecho.

—Bueno, sí. Algunas veces. A menudo. Pero también pienso en cómo me haces reír y lo agradable que es despertarme a tu lado por las mañanas y volver a verte por la noche. Te quiero, y cambiarte por la mujer más equilibrada, sin complicaciones y no caprichosa del mundo no me haría feliz porque la chispa no estaría.

—Ya, claro —dije, sarcástica—. Por eso me dejaste y desapareciste durante dos años enteros.

—Me entró algo —dijo, encogiéndose de hombros—. Lo reconozco. Después de sólo dos citas me di cuenta de que no habría un minuto de paz contigo, así que decidí cortar por lo sano antes de involucrarme demasiado. A la velocidad que íbamos, supuse que estaríamos en la cama al cabo de una semana y casados antes de que yo supiera qué había pasado.

—¿Y esta vez qué ha cambiado, cuál es la diferencia? No soy yo.

—Gracias a Dios. Te quiero tal como eres. Supongo que acepté el hecho de que por muy problemática que fueras, merece la pena. Por eso te perseguí cuando te fuiste a la playa, y por eso no me fui del cine aunque estaba tan enfadado que no recuerdo nada de la película, y por eso soy capaz de remover cielo y tierra para tenerte a salvo.

Yo no estaba preparada para dejar de estar enfadada, pero sentía que el malhumor se despejaba. Intenté aferrarme a él, y le miré la camisa con rabia para que no se diera cuenta de que sus dulces palabras surtían efecto.

—Cada día que pasa aprendo algo más de ti —murmuró, acercándome para rozarme la frente con la boca. Yo encogí los hombros para que no tuviera acceso a mi cuello, y él rió por lo bajo—. Y cada día que pasa me siento más enamorado. También has hecho disminuir la tensión en el departamento de policía porque los tíos que antes me rechazaban ahora me tienen simpatía.

Se agudizó mi ceño fruncido, pero esta vez era de verdad. ¿Wyatt despertaba la simpatía de los demás porque me amaba?

—Tan mala no soy.

—Eres el infierno en persona, cariño, y ellos creen que me pasaré el resto de mi vida yendo de un lado para otro apagando tus incendios forestales. No dejan de tener razón —dijo, y me besó en la frente—. Pero nunca estaré aburrido, y tu padre me enseñará las claves para sobrevivir en medio de una tormenta. Venga —dijo, con tono cariñoso, y sus labios se desplazaron a mi oreja—. He sido el primero en enfrentarme al peligro. Ya puedes ir y decirlo tú también: tú también me quieres. Sé que me quieres.

Yo jugué con lo que tenía a mano, me hice la remolona, pero su abrazo era cálido y el olor de su piel empezaba a marearme de las ganas que me daban. Al final, dejé escapar un suspiro.

—De acuerdo —dije, ceñuda—. Te quiero. Pero no pienses ni por un minuto que eso significa que me convertiré en una mujer sumisa.

—Antes de que eso ocurra volarán los cerdos —dijo él, irónico—. Pero puedes jugarte lo que quieras que acabarás siendo mi mujer. Desde el comienzo, lo he dicho muy en serio… es decir, desde el segundo comienzo. Pensar que podrían haberte matado fue lo que de verdad me abrió los ojos.

—¿Cuál de las veces? —pregunté, pestañeando—. Han sido tres.

Me apretó contra él.

—La primera vez. He tenido suficientes sustos esta semana como para toda una vida.

—¿Ah, sí? Deberías estar en mi pellejo. —Me di por vencida y apoyé la cabeza en su pecho. Mi corazón se había desbocado, sólo como él era capaz de hacerlo desbocar, pero esta vez en estéreo. Confundida, presté oído y de pronto me di cuenta de que también oía sus latidos mientras que los míos sólo los intuía. Y el suyo también iba desbocado.

Experimenté una especie de dicha que florecía en mí, que me llenaba como el agua llena un globo, hasta que me sentí hinchada, que quizá no sea una gran metáfora pero parece lo bastante elocuente, porque me sentía como si mi interior fuera demasiado grande para la piel que lo contenía. Eché la cabeza hacia atrás y lo miré con una sonrisa enorme.

—¡Me amas! —exclamé, triunfante.

—Lo sé —dijo él, con una mirada de leve cautela—. Yo mismo lo he dicho, ¿no?

—Sí, pero ¿lo dices en serio?

—¿Pensabas que te mentía?

—No, pero escuchar y sentir son dos cosas muy diferentes.

—Y tú sientes… —Guardó silencio, invitándome a rellenar el espacio en blanco.

—Los latidos de tu corazón —dije, y le di una palmadita en el pecho—. Está desbocado, igual que el mío.

Su expresión cambió, se volvió más tierna.

—Es lo que hace cada vez que estoy cerca de ti. Al principio, pensé que tenía una arritmia, pero luego me di cuenta de que ocurre sólo cuando tú estás cerca. Estaba a punto de hacerme un electrocardiograma.

Lo suyo era una exageración, pero a mí no me importaba. Me amaba. Había añorado y esperado y soñado con ese momento prácticamente desde el día en que lo conocí, cuando él me había destrozado dejándome tirada de esa manera. Me habría destrozado con cualquier modalidad de abandono, pero la verdad es que me había jugado una muy mala pasada al no decirme los motivos. Yo le había puesto las cosas muy difíciles esa última semana, pero se lo merecía por haberme tratado de esa manera, y no me arrepentía ni un segundo. Sólo me arrepentía de no haberle puesto las cosas aún más difíciles, de haber cedido cada vez que él me tocaba, pero qué le vamos a hacer. A veces simplemente hay que ir con la corriente.

—¿Quieres casarte lo más pronto posible o quieres planear algún tipo de celebración? —me preguntó.

Yo no tenía duda alguna de por dónde iban sus preferencias. Incliné la cabeza a un lado y pensé en ello un momento. Yo me habría casado por la Iglesia y disfrutado de cada instante, pero las bodas por la Iglesia ocasionan muchos problemas y cuestan mucho dinero, además de que hay que planearlas con tiempo. Me alegraba haber vivido la experiencia una vez, aunque luego el matrimonio no hubiera funcionado, pero no sentía necesidad de volver a repetir toda la pompa y la ceremonia. Por otro lado, deseaba tener algo más que una boda exprés.

—Celebración —dije, y él consiguió ahogar un gruñido. Le di un golpecito en el brazo—. Pero que no sea demasiado ostentosa. Tenemos que pensar en nuestras familias y ocuparnos de algunas cosas, pero no necesitamos esculturas de hielo ni fuentes llenas de champán. Algo pequeñito, no más de treinta personas, si es que llegamos a eso, quizás en el jardín de tu madre. ¿Crees que le gustaría o le aterraría la idea de que le pisoteen las flores?

—Le encantaría. Adora mostrar su casa.

—Estupendo. Espera, ¿qué pasará si no puedes descubrir a la persona que me disparó y que manipuló mi coche? ¿Qué pasará si tengo que estar escondida hasta Navidad? Para entonces, ya no habrá flores y, además, hará demasiado frío para celebrar la boda en el jardín. ¡Ni siquiera podemos elegir una fecha! —reclamé, llorosa—. No podemos planear nada hasta que hayamos solucionado esto.

—Si es necesario, nos llevaremos a toda la familia a Gatlinburg y nos casaremos en una de esas iglesias pequeñitas, especiales para bodas.

—¿Quieres que me vista de novia en un motel? —le pregunté, y sólo el tono ya le dijo que la idea no me parecía demasiado brillante.

—No veo por qué no. No estarás pensando en llevar uno de esos vestidos largos y acampanados.

No pensaba en eso, pero aún así… Quería tener mis cosas a mi alrededor cuando llegara el momento de arreglarme. ¿Qué pasaría si necesitaba algo que se me había olvidado meter en la maleta? Cosas como esa pueden estropear los recuerdos que una mujer tiene de su boda.

—Tengo que llamar a Mamá —dije y me separé de él para ir hasta el teléfono.

—Blair, son más de las doce.

—Lo sé, pero se sentirá dolida si no se lo cuento enseguida.

—¿Y cómo lo sabrá? Llámala por la mañana y le dices que lo hemos decidido a la hora del desayuno.

—Ella verá enseguida que miento. Uno no decide que se va a casar durante el desayuno. Decides casarte después de una cita caliente, y después de haberlo hecho y cosas así.

—Sí, me gusta sobre todo lo de las «cosas así» —dijo él, soñador—. Hacía dieciocho o diecinueve años que no lo hacía en el asiento trasero. Me había olvidado de lo puñeteramente incómodo que es.

Empecé a marcar el número.

—¿Le contarás a tu madre lo de las «cosas así»?

Lo miré como diciendo: ¿estás de broma?

—Como si a estas alturas no se hubiera dado cuenta.

Mamá contestó al primer timbrazo.

—¿Blair? ¿Ocurre algo?

Los sistemas para identificar al que llama son un invento fantástico. Ahorran mucho tiempo y se puede prescindir del saludo introductorio.

—No, sólo te quería contar que Wyatt y yo acabamos de tomar la decisión de casarnos.

—¿Y qué hay de nuevo en eso? Él nos lo contó cuando nos conocimos en el hospital, cuando te dispararon, nos dijo que ibais a casaros.

Giré la cabeza como un resorte y lo miré indignada.

—Eso hizo, ¿eh? Es curioso, pero a mí no me lo había dicho hasta esta noche.

Wyatt se encogió de hombros, como si aquello no fuera con él. Ya veía que sería un hueso duro de roer en los años que nos esperaban. Era un individuo demasiado seguro de sí mismo.

—Yo ya me preguntaba por qué tú no decías nada —dijo Mamá—. Empezaba a sentirme dolida.

—Ya pagará por ello —dije, con voz grave.

—Ah, mierda —dijo Wyatt, sabiendo perfectamente que hablaba de él, aunque sin saber con certeza de qué transgresión se trataba. Era probable que lo dejáramos entrar en el terreno de juego, ya que sabía de qué hablábamos, pero todavía no sabía lo grave que era jugar con los sentimientos de Mamá.

—Hay dos escuelas de pensamiento en relación con estas cosas —dijo Mamá, con lo cual quería decir que se podía mirar desde dos perspectivas—. Una es que seas dura con él para que aprenda a manejar las cosas y no vuelva a cometer el mismo error. Y la segunda es que se lo dejes pasar porque para él todo esto es nuevo.

—¿Que lo deje pasar? No sé cómo se hace eso.

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