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Authors: Christopher Moore

¡Muérdeme! (28 page)

BOOK: ¡Muérdeme!
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—No, gracias —diría ella—. Voy a hacer un poco de ejercicio levantando un Audi, luego cogeré la cartera con trescientos de los grandes que escondí en una azotea y volveré a mi loft para follar hasta el amanecer con mi novio inmortal.

Vale, en realidad no iba a hacer nada de eso, pero estaba puñeteramente segura de que tampoco iría al gimnasio a sudar para conocer tíos. No quería ni tocar el suelo de la azotea del gimnasio, sabiendo que bajo ella se hacía ejercicio sin protección.

Desde ahí podía verse el
Cuervo
y al chico rasta haciendo cosas náuticas con diferentes instrumentos. Al menos creía que hacía cosas náuticas. Igual solo estaba mangoneando un equipo caro. No veía a ninguno de los vampiros. Había luz tras algunos ojos de buey situados bajo el puente de mando, pero no había movimiento. Ya se había evaporado la sensación de inmediatez que la había llevado hasta allí. Pensó en llamar a Tommy, pero no tenía ni idea de cuál podía ser su nuevo número de móvil. Cogió el teléfono de Abby y llamó a Fu, pero le saltó el buzón de voz, cosa que no le pareció buena señal.

Si los otros dos vampiros habían salido del barco y tenía que esperar su regreso, no podría dispararles y acertar a esa distancia. Si volvían al alba, podría quedar allí atrapada cuando amaneciera. Junto al muelle había un almacén, igual podría refugiarse en su azotea. Se impuso un plazo límite. Si no aparecían media hora antes de salir el sol, volvería al loft. Llegaría con tiempo de sobra incluso corriendo a la lenta velocidad humana.

Pero para eso tendría que bajar sin ser vista por la parte de atrás del edificio. No deseaba que la vieran saltar dos o tres pisos de golpe. Entendía que los vampiros tuvieran que mantener el secretismo, de verdad que lo entendía, pero no a costa de que matasen a sus amigos.

—¿Te gusta el paisaje? —dijo una voz de mujer detrás de ella.

Jody rodó y se volvió, sacando el láser ultravioleta del cinturón de los vaqueros. No llevaba las gafas de sol, así que apuntó el láser a la figura que se le acercaba por la azotea, cerró los ojos, apartó la cara y disparó. El láser zumbó liberando un rayo azul que duró dos segundos, y entonces empezó a emitir un sonido agudo mientras el condensador se recargaba.

—Oh, muy bonito —comentó la voz.

Desde luego era una mujer, con una figura impresionante, traje ceñido al cuerpo, máscara negra, gafas de sol y empuñando algún tipo de arma. Parecía una superheroína.

Jody estaba de cuclillas, agazapada. La cosa del láser seguía cargándose, pero igual podía disparar una descarga más débil, algo que le diera tiempo para actuar.

—No, no, no —repuso la mujer alzando el arma y disparándole.

Una ráfaga de perdigones acribilló el brazo de Jody haciéndole soltar el láser. Jody sintió el brazo en llamas. Miró para ver diez agujeritos, todos humeando, de los que se escapaba un líquido claro que no era sangre.

La mujer se quitó la capucha y las gafas de un gesto, pero siguió apuntando a Jody con el arma. Era impresionante, una pálida belleza mediterránea con cabellos que le llegaban hasta la cintura como si fueran seda negra y ojos imposiblemente grandes.

—Esa cosa con luz es muy maja, pero deberías conseguirte una de estas. Es básicamente una escopeta de perdigones modificada para disparar perdigones químicos. La magia está en la parte química.

—Quema como el infierno —dijo Jody.

—Sí, así es. Y podría partirte en dos antes de que fueras capaz de llegar hasta mí. Lo malo de las armas luminosas es que no tienen alcance y no es difícil protegerse de ellas. Como con este traje, por ejemplo. Verás, esta cosa que empuño tiene una luz ultravioleta, pero solo para impedir que te conviertas en niebla. ¿Sabes hacer eso, novata?

—Eso es lo que me llamaba Elijah —dijo Jody.

—Eso es lo que nos llamó a todos en su momento.

Jody intentaba encontrar el modo de llegar hasta la mujer. Sabía que podía moverse increíblemente deprisa para un humano, pero se las veía con otro vampiro, un vampiro muy viejo. Una vez se enfrentó a Elijah creyendo que la cosa estaría igualada entre vampiros, y él casi acabó con ella.

La vampira volvió a disparar el arma, como si le leyera los pensamientos a Jody, y esta sintió que su otro brazo ardía de dolor desde el codo hasta el hombro.

—Ah. Joder. ¡Serás zorra!

—Bella, no zorra. ¿Y qué ibas a hacerme tú, novata? ¿Tienes idea de lo que has hecho? Hacía cientos de años que estábamos juntos. Has acabado con retazos de historia. Me has arrebatado partes de mi ser.

Volvió a disparar y la pierna derecha de Jody cedió.

—¿Qué quieres decir con eso?

—Entonces, ¿no sabes lo que es fundirte con otro ser? ¿Con un amante? Rolf, Makeda y yo éramos amantes desde hacía cientos de años, y ahora han desaparecido.

—No sé de qué estás hablando.

—Han desaparecido los dos. Puedo sentirlo. Tiene gracia, hasta que desaparecieron no he sabido que siempre fui consciente de su presencia. No hace ni una hora de eso. Ahora estoy sola. Debería dejarte vivir aunque solo sea porque hemos perdido a dos. Quedamos menos de un centenar, novata, y podrías haber sido una de nosotros.

—No lo sabía.

—Ya me da igual. Puede que me limite a matarte y a tumbarme a esperar a que salga el sol. Ni siquiera me enteraré de lo que pasa.

—Créeme, no es tan indoloro como piensas.

—¡No lo hagas! —dijo Bella, volviendo a alzar el arma.

Pero esta vez, cuando se encendió la luz ultravioleta del arma, Jody se propulsó con la pierna buena, saltó hacia atrás y cayó seis pisos hasta el patio de abajo.

Esperaba sentir un dolor demoledor al rompérsele los huesos, oír el chasquido de las vértebras, quizá hasta el crujido del cráneo, pero en vez de eso se sintió envuelta por agua tibia. Había aterrizado en la piscina del Club Bahía, lo que significaba que debía de haberse propulsado a unos doce metros de la azotea. Su mente depredadora, la que había aparecido para decirle que la ciudad era suya, se activó ahora para ayudarla a sobrevivir. Estaba bajo el agua, y eso era bueno. Los perdigones no podrían penetrar más de medio metro en el agua sin perder eficacia. Además, el agua de la piscina la estaba limpiando del espantoso producto químico que la quemaba. Sintió que se curaba mientras estaba flotando en el fondo de la piscina. Si era necesario podría quedarse allí indefinidamente, sin respirar.

Lo malo era que Bella seguía arriba, y que en cuanto saliera del agua se acabarían las buenas noticias. Era muy improbable que pudiera vencer a la vieja vampira en un combate cuerpo a cuerpo, aunque pudiera quitarle el arma de perdigones, pero sí podía huir. No sería más rápida que Bella, pero conocía el barrio. Había trabajado allí durante años, y no estaba ni a tres manzanas del pequeño apartamento de Okata.

Buscó en el bolsillo de la chaqueta y encontró el móvil de Abby. Era un modelo hermético y la pantalla seguía mostrando la hora. Calculó que aún faltaban cuatro horas para el amanecer. Tendría muy poco margen, pero igual podía escapar si conseguía alejarse del Cuervo con el tiempo justo para que ella encontrara refugio, y que Bella no lo encontrara. Y quizá, mientras tanto, Rivera y Cavuto habrían llamado a los SWAT para asaltar el barco negro. O lo habrían volado los Animales, como hicieron con el yate de Elijah. O Bella podría saltar al agua tras ella, aunque eso le quitara la ventaja del terreno alto. O uno de los que vivían en los apartamentos podría mirar hacia abajo y creer que había un cadáver en la piscina, y así ella podría escapar cuando llegasen a rescatarla.

Eso era. Asumió la postura yoga llamada «cadáver flotando boca abajo» y esperó, atenta a cualquier alteración que indicara que tenía compañía en la piscina, y se concentró en curarse la herida. Igual podía curarse lo bastante como para convertirse en niebla y escapar. No se había movido mucho en forma de niebla, ni se había transformado nunca bajo el agua y no sabía si podría hacerlo, pero valía la pena intentarlo.

En el fondo de la piscina se proyectó una sombra causada por los focos de mercurio de arriba y se volvió para ver a Bella moverse como un gato por el borde de la piscina.

O igual no.

Chet

Había visto cómo mataban a todos sus compañeros gatos vampiro y en vez de huir, como le pedía su instinto felino, fue tras los cazadores, en una conducta que nacía por completo de su lado humano. Los tres lados de su naturaleza estaban en constante conflicto. Incluso en ese momento, su lado felino odiaba el agua y quería huir, pero su lado humano sentía que el odio se acumulaba y quería atacar. Su lado vampiro le decía que siguiera oculto, que se acercara de forma furtiva, en forma de niebla, pero su lado felino le decía que saltara y le desgarrara el cuello con garras y colmillos. Y mientras miraba desde el techo del Club Bahía a la mujer que daba vueltas alrededor de la piscina con su traje negro ceñido al cuerpo, se dijo que con agua o sin ella, con venganza o sin ella, antes que nada, la montaría hasta reventarla. Había una parte mujeriega en todas sus naturalezas.

Dio origen a su manada montando a todas las hembras en celo que encontraba, luego ellas convirtieron a otros machos, y la cosa siguió a partir de ahí. Había continuado con sus revolcones de no muerto por los callejones y solares de San Francisco, pero a medida que iba creciendo y se manifestaba su parte humana fue volviéndose demasiado grande para rematar la tarea. Si se alimentaba de ellas, se hacían polvo antes de que pudiera montarlas, y si las montaba no sobrevivían para poder alimentarse de ellas; había matado a muchas gatas montándolas antes de entenderlo. Resultó que el tamaño sí importaba.

Y allí estaba la solución perfecta, moviéndose sexi y enérgicamente, con el tamaño adecuado. Podría morderla en el cuello mientras la montaba, y luego beber su sangre o arrancarle la cabeza de un bocado si le apetecía, y esa arma nunca llegaría a apuntarle.

Se hizo niebla y se deslizó por el costado del edificio en un chorro que se fundió con la niebla nocturna procedente de la bahía.

Jody

Jody miraba la acuosa silueta de Bella recortada contra la luz de mercurio cuando vio aparecer otra forma que saltó sobre ella y la apartó del borde de la piscina. Jody no pensaba quedarse quieta comprobando las referencias del recién llegado; fuera lo que fuera esa cosa, estaba de su parte.

Salió del agua como un cohete, dio dos pasos, saltó a la parte superior de la verja de seguridad de cuatro metros de altura y miró atrás. Algo había derribado a Bella y la tenía boca abajo contra el cemento, y parecía que la estaba montando hasta reventarla.

Jody sabía que no debía, pero hizo una pausa. Enormes orejas de felino, enorme cola de felino, felino enorme hundiendo los colmillos en la nuca de Bella. Era tan grande como Bella, quizá algo más. Chet. Gato malo, pensó Jody.

Bella chilló, y se echó hacia atrás empujando contra el suelo con los brazos, levantándolos a los dos en el aire, donde dieron media vuelta para aterrizar contra el cemento con el lomo de Chet como punto de impacto. El animal aflojó las mandíbulas y Bella se dio media vuelta para acribillarlo de perdigones. Chet aulló y se sacudió en el suelo. Bella le bombardeó el cuello, que se disolvió al instante en una masa viscosa. Dejó de moverse.

Jody había visto suficiente. Saltó de la verja hasta la acera y echó a correr hacia el distrito financiero, doblando a la derecha en la primera esquina, y luego a la izquierda, todo lo deprisa que le permitían las piernas, y al cuerno si había alguien mirando. Intentó convertirse en niebla, pero no pudo. Se lo debía de impedir el miedo o las heridas. Podía oír las pisadas de Bella a una manzana de distancia detrás de ella, luego a menos de una manzana. ¿Qué alcance tendrían los perdigones?

A la izquierda por Broadway, a la izquierda por Battery, a la derecha por Pacific, notaba las pisadas en el culo, ahora a la izquierda por Sansome, la próxima a la izquierda, oyó la ráfaga de perdigones y sintió que su pierna derecha cedía. Rodó e intentó levantarse pero el arma volvió a disparar otra ráfaga y dejó de tener pierna izquierda. Rodó para ponerse de espaldas y empujó, arrastrándose de culo. El arma escupió y dejó de funcionarle el codo izquierdo.

—Joder, ¿cuánta munición tiene esa arma?

—Más de la que necesito para convertirte en sopa —dijo Bella—. Oh, mira tú, aquí no hay piscina.

—Lástima, parece que esta vez no podrás disfrutar de que un gato te eche un polvo.

El rifle escupió. El brazo derecho de Jody se dobló con una salpicadura de dolor.

Bella se pasó las uñas por el pecho.

—Eso no ha pasado. Este traje detiene la luz y hasta las armas de fuego de pequeño calibre…

Pero está claro que no las espadas, pensó Jody.

Al ser vampiro, las cosas pasaban más lentamente ante sus ojos de depredador, y pudo ver la espada acercarse al hombro de Bella, entrar en su cuerpo a la altura del trapecio izquierdo y atravesarle el pecho y el traje a prueba de pollas de gato para salir justo bajo el brazo derecho. La cabeza y el brazo derecho de Bella se deslizaron a la derecha, su brazo izquierdo y el resto del cuerpo a la izquierda. Tenía en el rostro una expresión de sorpresa que no la abandonó mientras su boca seguía moviéndose en silencio, como si quisiera acabar desesperadamente su última frase.

—Hola —dijo Okata.

Jody miró más allá del espadachín, al cartel de la esquina que decía calle Jackson.

24
¿Una historia de amor?

Jody

No había sido la primera vez que salía a hurtadillas del apartamento de un hombre en plena noche llevando los zapatos en la mano, pero sí la primera vez que lo hacía por no querer matar al hombre. Era tan pequeño, tan frágil, tan solitario. Ya había matado antes a personas como Osaka, con un anillo negro en su aura vital, y todas se lo habían agradecido. Fueron muertes compasivas, un alivio, el fin del dolor, pero no conseguía animarse a hacerlo con él. Lo había dejado allí, no para que muriera solo, aunque seguramente sería así, ni porque hubiera sido tan bueno con ella al salvarla, cosa que era cierta, sino porque no había terminado los grabados. Era un hombrecito extraño, eremita y espadachín, y cargaba con un gran dolor, pero por encima de todo era un artista, y no habría podido soportar acabar con eso. Así que se había ido.

Y ahora había vuelto.

Él envainó la espada e intentó levantarla para ponerla en pie. Ella seguía sintiendo que le ardían las piernas, y que solo podía mover el brazo derecho sin ayuda. Señaló con la cabeza hacia el arma de perdigones de Bella.

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